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- Miki Kratsman desde Tel Aviv: "Los niños no hablan del futuro, sino de un trastorno, del miedo, de la inseguridad"
A pesar de su origen israelí, el artista y académico Miki Kratsman ha recorrido Palestina con su cámara retratando el estado de las víctimas en sitios vulnerados y en campamentos. Su interés ha sido visibilizar las atrocidades de la invasión, lo que lo ha convertido en muchas oportunidades en una persona que incomoda a sus autoridades. Desde Tel Aviv nos cuenta sobre las protestas en la capital contra el gobierno de Netanyahu, el criticado rol de la prensa y una mirada íntima sobre lo que fue declarado por la Organización de Naciones Unidas como el primer genocidio transmitido en tiempo real. Todas las tardes el centro de Tel Aviv se llena de gente que se congrega contra las medidas de guerra del gobierno de Benjamín Netanyahu. El fotógrafo Miki Kratsman (65) asiste al menos dos veces por semana. Va a manifestarse, pero también a documentar lo que gritan en las convocatorias. Las pedidas son tantas como el número de asistentes: unos quieren que se liberen los rehenes que siguen en Gaza, otros piden la renuncia de su primer ministro y lo llaman asesino, algunos solicitan el cese al fuego de inmediato. El fotoperiodista y académico ha sido desde hace años una figura incómoda para el Estado de Israel. Durante más de tres décadas el activista de origen hebreo se ha dedicado a cubrir el conflicto. En 2004 cofundó Breaking The Silence , una organización no gubernamental, integrada por soldados veteranos israelíes, quienes pertenecieron al ejército desde la Segunda Intifada y que comparten sus testimonios de lo que fue su servicio en los Territorios Ocupados. Incluso en 2017 exhibió en el Museo chileno de Arte Contemporáneo “ People I Met/Gente que conocí” , una serie de imágenes de trabajos anteriores de los que rescató los rostros de aquellas personas afectadas por la guerra: niños, mujeres y hombres en protestas, juicios y otras situaciones. Un proyecto que comenzó cuando llevó algunas de esas fotos a un campamento en Jenin, Cisjordania, y les pidió a la gente que le indicaran a quiénes reconocían. El impacto inicial lo llevó a crear una página de Facebook con el mismo título, la que hoy cuenta con miles de seguidores. –¿Cuál es el estado de la sociedad israelí hoy? “En verdad me preguntás en un momento que es muy crítico para un país donde la peor enfermedad que tenemos es la de ser muy obedientes –hace una pausa–. Cuando el gobierno decide algo, somos muy disciplinados. Y en los últimos dos años, la sociedad israelí se despertó y dijo ‘quiero revisar ese asunto, quiero preguntarme lo que no me preguntaba antes’ y la gente empezó a salir a la calle. Pero no estamos acostumbrados a hacerlo y cuando tenés un músculo atrofiado, es muy difícil rehabilitarlo. El asunto de la conciencia política israelí es eso: un músculo atrofiado (...) porque la gente sale a la calle, pero no sabe oponerse. Es algo que lo estamos aprendiendo con el tiempo”. Retratos hechos por Kratsman y que forman parte de 'The people I met' –¿Qué están pidiendo en las manifestaciones en Tel Aviv? “Hay una minoría que sólo pide terminar la invasión. Otra que pide alto al fuego para que los rehenes puedan volver. Otros quieren que traigan a los rehenes, pero que no terminen la invasión. Está muy dividido todo. Estamos viviendo una crisis donde no hay una sola voz, son muchísimas". –¿Ves alguna salida para lo que está ocurriendo en tu ciudad, pero también para el conflicto en general? “Como en muchas otras oportunidades en la historia, siempre hay alguien que gana y el que gana no es necesariamente un país o una sociedad, sino más bien los políticos. El pueblo pierde y los gobiernos ganan. Acá da la impresión, y hablo no solamente en mi nombre, sino que también es lo que podés escuchar en los medios de comunicación, que el gobierno israelí no tiene ningún interés en llegar a algún acuerdo para no caer. A mí me parece, y espero estar equivocado, que esto va a ser largo. Tratar de entender qué es lo que va a pasar, me parece una pretensión irrazonable”. –¿Qué te parece cuando países como España o Noruega reconocen a Palestina? “Es sólo un statement (declaración). Es importante, pero no va a cambiar nada. Después de oprimir durante tanto tiempo al pueblo palestino, hay que ver qué es lo que sobrevive. Es decir: cuáles serán sus líderes, sus conceptos, qué es lo que ellos van a querer. Hoy en día es difícil entenderlo (...) Edward Said (autor palestino-estadounidense) dijo que la tragedia del pueblo palestino es ser víctima de víctimas. Y es lo que son: son víctimas de víctimas. Eso es tan duro y tan difícil de solucionarlo. Pienso que el pueblo israelí no quiere deshacerse de su posición de víctima después del holocausto –pausa extensa–, cuando venimos a hablar de un enemigo no podemos poner eso como una excusa... No podemos ponerlo en juego, no es parte. Eso no nos va a llevar a ningún lado”. Tras un silencio más largo, retoma: “Tenemos que olvidarnos por un momento de eso, aunque es inolvidable, pero ponerlo de costado y decir ‘ ya no somos víctimas, hay una nueva situación, hay otras víctimas y nosotros tenemos mucha culpa de que ellos sean los afectados ’. Miki no es sólo observador, sino que él ha vivido las consecuencias directas del conflicto. El 7 de octubre los ataques de Hamás a Israel –en el que 1.200 personas fueron asesinadas y otras 250 secuestradas por el grupo terrorista– arrasaron con el kibutz Nir Oz, un pueblo agrícola, donde vivían su tía y un amigo, quienes fueron tomados como rehenes. Para el horror no hay palabras, sino imágenes que él mismo capturó después, cuando junto al periódico Clarín publicó los restos de lo que quedó. “Fue duro, pero es entre yo y mi tía”, expresa cuando le pregunto por lo que conversó con ella, quien pasó 54 días secuestrada. En cambio, Haim Peri (80), su amigo y activista, murió. El 3 de junio, el Ejército de Israel confirmó su muerte junto a otros tres hombres. “Hace por lo menos 15 años él abrió una galería en los campos del kibutz con una intención súper humanitaria. Tuve la oportunidad de exponer ahí… Perdimos a los mejores”, afirma. No todos los ojos están en Rafah Horas antes de comenzar esta entrevista, un ataque aéreo en Gaza por parte del ejército de Israel había dejado al menos 35 muertos en una escuela administrada por la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos. El objetivo, según las Fuerzas de Defensa de Israel, era destruir un “complejo” de Hamás que operaba allí, en un colegio donde residían seis mil desplazados. Pero a pesar de la cercanía geográfica, en Tel Aviv no todos se enteraron. No si se trata de lo que está ocurriendo en la franja, dice Kratsman. Entonces, le pregunto si acaso la imagen generada por Inteligencia Artificial que se hizo viral en occidente contribuía a seguir con “todos los ojos en Rafah”. “En Israel no se ve nada de lo que pasa en Gaza, en Israel no hay ningún ojo en Gaza. La prensa israelí no muestra lo que pasa en Palestina. Lo vemos únicamente el que busca en la web o el que lee periodismo extranjero. Nosotros no sabemos cómo se ve la guerra”, responde. Imagen capturada por Miki durante una de las manifestaciones en Tel Aviv el mes pasado. –¿Qué pasa con los medios de comunicación en Israel? “Hoy la prensa israelí ve en su función la de rehabilitar el ánimo. Abrís el noticioso y es como que un psicólogo te está hablando y te dice que tenemos que unirnos, tenemos que dejar de discutir, hacen interviews con las familias que perdieron sus hijos, sus padres, sus abuelos, sus nietos y claro que me parece muy importante y tengo mucho respeto por ellos, ayer me comunicaron que un amigo mío se murió en Gaza –silencio–. Tengo mucho respeto a esas familias, pero no puede ser que una prensa que se respeta a sí misma, muestre una pequeña parte de la realidad”. Más allá de Palestina: el otro conflicto de Israel Desde el 2006 que Kratsman no ha vuelto a cruzar la frontera. Hace tiempo dejó su trabajo para los medios israelíes y como ciudadano judío no le está permitido acceder. "Me interesaría mucho estar dentro de Gaza”, afirma. Hace un mes se acercó lo más que pudo y capturó la destrucción entre la niebla: una edificación urbana tirada abajo, atravesada por una arena blanca, como cuando vas en una ruta y ves una nube sobre el asfalto. “Me parece que esa es una de las imágenes más importantes que saqué desde que empezó esta guerra y es bastante potente, pero es muy limitada”. Por lo mismo, dice, se ha dedicado a sacar más fotos en las marchas y a profundizar su trabajo de 14 años en las aldeas beduinas no reconocidas , localizadas en el desierto al sur de Israel. Uno que comenzó en agosto de 2010 cuando se fue a vivir un mes a Wadi al-Na’am. Su objetivo era entender lo que era vivir allí: dependiendo de paneles solares para producir energía y adquiriendo el agua de poblaciones judías a un precio mucho más caro, cuando no es a través de conexiones clandestinas. Sham, de 2 años, frente a su hogar demolido de la villa Wadi al-Khalil / Foto de Miki Kratsman, Entrar en confianza no fue fácil, pero a medida que se integraba al estilo de vida, logró sacar su cámara para llevar un registro de aquellas comunidades que no estaban en los mapas, curtiendo el suyo propio para el Negev Coexistence Forum for Civil Equality (NCF), una organización árabe-judía que trabaja por los derechos civiles de los residentes del desierto. Kratsman ha recorrido la mayoría de las 35 aldeas no reconocidas que hoy se erigen. Su trabajo con los beduinos es un archivo abierto para periodistas, abogados y quienes lo necesiten, en el que imprimió las huellas de familias que a inicios de los 50’ fueron desplazadas de sus tierras por el gobierno y concentradas al sur de Israel. Una cartografía de vecinos que no todos quieren ver, pero que existen a 45 minutos de Tel Aviv. "Hay 35 aldeas beduinas no reconocidas en el Naqab a las que Israel denomina aldeas de dispersión o ilegales, y llama a sus habitantes intrusos en tierras del Estado y delincuentes. La mayor parte de la población beduina perdió sus tierras cuando Israel las declaró Mawat (tierras agrícolas “muertas” y sin cultivar) y las reclamó como tierras del Estado. En su perfil de Instagram se puede ver parte de ese trabajo, hoy enfocado en las demoliciones que están enfrentando las aldeas. A inicios de mayo, los habitantes de Wadi al-Khalil lo contactaron para que fuera a documentar la inminente demolición, amparada en la ampliación de la autopista 6 hacia el sur: familias frente a una cámara y detrás de ellas las ruinas. “Me pidieron ir a sacarles fotos en sus casas destruidas para poder usar esas imágenes”, explica. –En varias de las fotos que tomaste hay niños y adolescentes. ¿Qué te han comentado ellos sobre su vida en las aldeas y sobre su futuro? “Es muy triste, no hablan del futuro –pausa–. Se habla de un trastorno, del miedo, de la inseguridad. No se habla del futuro porque es todo tan confuso. Y el momento donde los encontrás es uno donde están súper pesimistas y yo, en cierto momento, decidí que no iba a preguntar más sobre el futuro porque no tienen ninguna respuesta”. Tras otra pausa, busca un ejemplo que nos traslada geográficamente al norte, a Palestina. “En un campo de refugiados en Jericó, le pregunté a un chico de 9 años cuál era su sueño y me dijo que no tenía sueños”, recuerda. Nuestra conversación se detiene por un silencio abrumador. “Le dije: ‘¿Pero no hay algo que quieras tener, comprar, hacer? ¿Un lugar donde quieras estar?’. Entonces el hermano mayor dijo que él sí tenía un sueño. ‘Quisiera tener un ropero’”. Un silencio desolador nos cruza. " ¿Cómo se mantiene una vida normal cuando tu vecino vive como vive? ”, interpela el activista.
- El guardián de los cactus
Un niño le salva la vida a una espinosa plantita tirada entre las rocas. Con los años, el adolescente Santiago Figueroa se convierte en un coleccionista de cactáceas y, más grande, cuando las ve en su hábitat en el desierto costero, se enfoca en su estudio y conservación. La línea que separa su afición por los cactus y su trabajo cuidándolos es delgada y borrosa. Y en medio de un atiborrado invernadero, nos cuenta cómo se convirtió en el vigilante de estas plantas y por qué son tan importantes para la humanidad. Santiago Figueroa (34) era un niño. Acaso no es el primer recuerdo, sí el que tiene más clarito, dice. ¿Cuántos años tenía? No está seguro, solo sabe que era muy chico. No hace el cálculo. Pero corría el 1996. En una ladera del litoral se encontró un cactus nativo tirado entre las rocas, con sus raíces al aire. Se trataba de un pequeño Eriosyce subgibbosa . Y quizá movido por la ternura, o la curiosidad, lo tomó, le cortó la cabeza a un tarro de cloro, puso la tierra que tenía a mano, lo plantó y dejó en el patio de la casa costera donde estaba. Con su familia él viajaba desde Santiago frecuentemente los fines de semana y aprovechaba de echarle agüita. Mientras el esqueje se recuperaba, el niño estaba maravillado con "la capacidad que tenían para aguantar y resistir", recuerda. "Es una cosa buena y mala que tienen: se recuperan rápido, tienen mucha facilidad para sobrevivir; pero hace que sean plantas muy fáciles de recolectar, por eso es un peligro, porque los arrancan”. Durante años lo tuvo en su hogar hasta que un día pensó: "¿Para qué va a estar en el pote plástico, si puede estar en el lugar de donde viene?". Lo llevó de vuelta a su ladera de origen y lo trasplantó. Ahí vivió durante un largo tiempo hasta que, un día, desapareció. "No sé si se murió, o si se lo robaron, porque se las roban todo el tiempo", supone. Y aquella historia quedó abierta, tal vez hasta siempre. "¿Dónde están las plantas?" Fue entre quinto y sexto básico que partió con lo que haría cualquier coleccionista: tener más y más cactus. En la media se tornó "un poco más obsesivo y rayado con el tema". Ya con el internet de su lado, sabía la gran diversidad de cactáceas que existen (alrededor de 1.500 especies), una familia de plantas suculentas que habría surgido hace unos 30 millones de años en Sudamérica, siendo endémicas de esta región, para luego expandirse por el resto del continente. En las noches, Santiago se acostaba y se dormía pensando en las especies que quería tener. Así y todo, por aquel entonces él "no conocía tanto" a los cactus chilenos. De hecho, en la casa guardaba polvo el primer tomo de la escritora y botánica Adriana Hoffmann (1940-2022) sobre cactáceas. Pero él no pescaba los libros, hasta que su obsesión creció y lo ojeó, y se dio cuenta de que "había mucha diversidad de plantas". Aunque los criterios varían, en Chile hay unas 130 especies de cactus, de los cuales alrededor de un 80% serían endémicos, es decir, únicas en el territorio. Copiapoa hypogaea Santiago comenzó a recorrer cerros y laderas, afinó el ojo y se percató de las plantitas que pasan piola, las más pequeñas y sigilosas. "Son del mismo color que los arbustos alrededor y del suelo", describe. "Es como una estrategia que tienen para pasar desapercibidos". La obsesión se direccionó hacia las cactáceas nativas. En paralelo, su mamá compró el segundo tomo de Adriana Hoffmann, en el cual salían las ubicaciones de las distintas especies, y la mayoría se encontraba entre las regiones de Coquimbo y Antofagasta. Santiago, que apenas conocía el Norte Grande, partió al desierto costero, que concentra la mayoría de las variedades. En 2008, con unos 19 años, guiado por aquel libro, hizo su primer viaje a dedo junto a un amigo hasta Huasco, en Atacama. Él creía que llegaría a un pueblito con caminos de tierra, donde los cactus abundarían, pero se encontró con una ciudad portuaria sin margen para la flora. Acamparon en la plaza principal y al día siguiente partieron en busca de un lugar más solitario, 44 kms hacia el norte, hasta Carrizal Bajo. Ahí tuvo su primer encuentro con las Copiapoas —que junto a las Eriosyce son los géneros de cactus más comunes en Chile—, "y quedé alucinado", asegura. "Quedé loco, no me esperaba que fuera tan impactante ", por "los paisajes que hacen estas plantas: son planicies llenas de grupos de copiapoas, que son al final el paisaje mismo, entre medio de pura piedra, inhóspito, pero hay plantas ahí, habitando y en abundancia". En resumen, "quedé rayado". Decidió que quería hacer esto todo el rato, ir hasta donde habitaban los cactus, conocerlos. Empezó a viajar todos los años desde Huasco hasta Taltal, 430 kms al norte por la costa. Todos los años, "obsesivamente", insiste. "Es el viaje que me he repetido no sé cuántas veces", de hecho, en noviembre anduvo otra vez por allí. "Siempre hay cosas distintas, te metes a una quebrada y pillas cosas nuevas", dice. "Hay plantas que se esconden, puedes pasarlas muchas veces y no las vas a ver porque están enterradas". Además, si ha sido una temporada muy seca, no florecen, lo que vuelve aún más complicada la búsqueda, la cual implica revisar hasta entre las grietas. "A veces no piensas que hay plantas ahí y no estás con el ojo atento", comenta. "Por ahí conozco algunas cosas que puede que no tengan nombre aún", dice. Por ahora, lo suyo es hacer la mayor cantidad posible de registros, juntar semillas de las flores y que broten en su invernadero en la V Región. “Quiero recolectar harta información para quizá hacer algo más adelante, cuando esté más completa”, adelanta. “Es un estudio que estoy haciendo por mi cuenta.” Copiapoa solaris El trabajo sucio En 2011, decidió vivir definitivamente en el litoral central, donde había construido un invernadero chiquito, de cuatro por seis metros. Allá se llevó los cactus que tenía de su colección en la capital; había más espacio para crecer. Ese año empezó a plantar las semillas que recolectaba de cada viaje. Quería reproducirlas. Fueron los primeros intentos. Su plan era "tener ojalá lo más diverso posible, para estudiarlos, reproducirlos, apreciarlos y vender", relata sobre aquellos primeros pasos que dieron inicio a su proyecto Cactus Lagarto, enfocado en la conservación de las especies nativas de Chile. A cada planta le ponía un cartelito con la especie y las coordenadas con GPS de dónde provino la semilla; sabe exactamente el origen de cada cactus: "Desde ahí no paré" y "se fue para arriba la cantidad de plantas". “Tengo miles”, responde Santiago sobre cuántos son, “20… 30… o 40 mil plantas”. La cifra le complica y, al hablar, mueve su cabeza de un lado a otro como para dejar claro que realmente no sabe. ¿Cuántas especies tiene? Eso también es difuso. En realidad, las ordena según su localidad de origen, lo que equivale a "más de 500 cosas distintas". Eso no significa que todos sean diferentes; muchos de ellos son del mismo linaje, pero de otro lugar. Se pasa buena parte del día en el invernadero: "Si no estoy sembrando, estoy trasplantando, sino atendiendo público, sino haciendo espacio para las plantas que tengo que trasplantar"; o sea, gran parte de sus jornadas son "alrededor de los cactus, dentro del invernadero, o afuera construyendo mesones". Cuando la pega se torna muy monótona, pone música. Como cuando trasplanta cactus para la Fundación Punta de Lobos, organización que ha repoblado la costa de la Región de O'Higgins porque la gente se los roba o simplemente los pisa. En total, Santiago les ha reproducido 25 mil plantas, lo que implica sembrar y repicar (pasar de un pote chico a uno más grande) miles de veces. "Esa pega es un poco agotadora", dice. Echinopsis atacamensis Muertes masivas Al preguntarle por el papel que juegan los cactus en estos áridos ecosistemas, Santiago responde y, al mismo tiempo, cuestiona sus propias certezas: “Son bien importantes, pero a la vez no me gusta enfocarme que son más importantes que otras plantas, aunque puede que lo sean”. Para ser claro, pone de ejemplo a las grandes y espinosos cactáceas que habitan en la Zona Central del país: "Forman unos mini-ecosistemas que otras plantas pueden colonizar y estar protegidas de animales más grandes e incluso del humano". Pero también algunas aves los usan para poner sus nidos, mientras que reptiles y roedores lo ven como un refugio” Además, sus flores son el alimento de los picaflores migrantes, como ocurre con el quisquito rosado ( Eriosyce subgibbosa ), cactus que se encuentra ampliamente distribuido en el centro de Chile Ya hacia el norte, remarca Santiago, los cactus "son muy resistentes, están ahí siempre". Su ritmo es calmo pero constante. Permanecen activos durante todo el año, a diferencia de "lo que pasa en el desierto florido, donde hay una explosión de energía en que germinan todas las plantas, que suelen ser anuales; hay una cantidad de aves e insectos que aprovechan ese momento para reproducirse, y que produce una cantidad de semillas gigantes para germinar en el siguiente ciclo de lluvias". Luego, todo se seca. En tanto, los cactus ahí permanecen, hacen su vida mientras aportan "energía al ecosistema" en medio de la adversidad y las largas sequías, dando una que otra flor en medio de la aridez. "Eso permite que el desierto permanezca trabajando con una energía más baja, con mucho menos alimento disponible", explica. "Gracias a eso, las hormiguitas comen la semilla del cactus, los lagartitos están detrás de la hormiga, y los roedores, y se mantiene el ciclo". Son animalillos que, aunque sea poco, requieren de ese alimento para perseverar. Pero su resistencia no los vuelve inmortales. Además de la amenaza del tráfico —en que los coleccionistas de Europa y Asia tranquilamente pueden pagar mil euros por planta, dependiendo de la especie, su estado y edad—, el cambio climático también ha reducido fuertemente sus poblaciones. “ Está siendo súper notorio cómo están muriendo ”, advierte. Hay un libro de los 60, que fue de los primeros investigadores de cactus chilenos, un alemán (Friedrich Ritter), y él tiene muchas fotografías. Ahí las plantas estaban sanas en general. Todas estas plantas que él mostraba en Iquique, por ejemplo, en el extremo norte costero, ya se han muerto. Hace muchos años viene en decadencia. También cita una publicación de la botánica Raquel Pinto: "Es impactante este nivel de mortalidad, de un libro que ya debe tener unos 15 años ( Cactus del extremo norte de Chile , 2009), donde ya quedaban vivas un 10% de las plantas; en otros, 100% muertas". Cuesta adaptarse cuando el lugar se vuelve "más extremo" en tan poco tiempo. "Tienen límites", remarca. Incluso, un poco más hacia el sur, Santiago lo ha comprobado con sus propios ojos al subir un cerro, donde solían haber de las Copiapoa echinoides: "Están todas muertas, todas, siendo que no es tan al norte". Las pocas que hay las halló en alguna grieta, y muy pequeñas. "Uno cree que las grandes son más resistentes que las chicas, pero parece que no es así", comenta. Y también advierte sobre la zona que va desde Taltal a Tocopilla, en la Región de Antofagasta, que abarca unos 420 kms de norte a sur, donde quedan las últimas especies copiapoas ; y de hecho, las Solaris , que habitaban de Mejillones a Paposo, "todas las poblaciones del norte ya se murieron", insiste. Entre medio, en El Cobre, quedan muy pocas con vida y "solo sobreviven las chiquititas, que tendrían 60 años o más", que nacieron "cuando hubieron mejores condiciones". Santiago no solo atribuye este problema a la escasez de lluvia, también a que la camanchaca, la característica neblina nortina, que "se ha angostado", cuenta, aunque "no sé por qué". Cuando sube los cerros durante la tarde, nota cómo todo lo que queda sobre y bajo esa húmeda capa, "se va muriendo". Él se resigna un poco y propone: "Casi que habría que empezar a trasladar cactus del Norte para la Zona Centro, porque acá igual se está secando", y así sería "una planta que nos podría dar ecosistemas más sanos, ya que se viene el desierto para acá; ayudar a que se adapten un poco más rápido las plantas". así es el invernadero de Santiago Las espinas — Soy bien solitario igual, me gusta trabajar así —avisa—. Se me ha dado así. No he querido viajar mucho con gente de plantas, por lo que contaba, confiarle a quién le vas a mostrar lo que conoces. Por eso tampoco nunca quise participar en muchos grupos de cactus . He sido más ermitaño en relación a la gente y los cactus . Él dice que no hay quien lo reemplace en el invernadero. Tiene claro que "hay que tratar de trabajar colaborativamente, para que las cosas no se pierdan después", por lo tanto, "me encantaría en el futuro participar más con organizaciones y personas para la conservación". “ Me esclavizaron, me metí tanto en ellos” , confiesa, mira hacia otro lado— y no tengo tanto tiempo por culpa de ellos —se ríe—. Tengo un relación de amor-odio. Soy un esclavo de ellos. Me gustan pero me cansan, pero me encanta ir al desierto. Lo que no me gusta es que terminé encerrado en un invernadero tanto tiempo. Me aburre un poco. Le gustaría pasar menos tiempo bajo ese techo repleto de plantas. Está "un poco sobrepasado", porque los primeros años se dedicó a sembrar mucho y ahora son miles los cactus. Cada tanto algunas amistades lo ayudan, pero, muchas veces "ya no doy abasto solo", dice. De hecho, el 2022 decidió no sembrar nada: una determinación inédita para él, "siendo que tengo semillas muy buenas, cosas que no he sembrado antes", lamenta. Durante el 2021 tuvo un episodio que denomina como "crisis", al punto que "no quería ni ir al invernadero". Por aquellos días, terminaba de construir su "casita" en invierno, periodo en que no hay tanto trabajo. Se dedicó a maestrear y cada tanto pensaba: "Qué rico estar haciendo algo distinto". Esa semi-pausa le hizo bien. "Ahora estoy un poquito mejor, con una relación un poquito más sana", confiesa. "Tiene un lado muy bonito, las responsabilidades son las complicadas", porque "son seres vivos, no es que uno se puede ir y dejarlos morir". Esa es la parte que la frustra, "no tener libertades , no puedo llegar y descuidarlos, porque también son plantas recolectadas, importantes para la conservación". En fin, "me veo toda mi vida dedicado a esto, porque no sé cómo podría desapegarme". Le encantaría que fuera más rentable. Admite que "es súper poco movido". Pero quiere un equipo de trabajo, hacer de Cactus Lagarto "algo más abierto al público y educativo". Que eso pudiera andar "sin que yo tenga que estar todo el día encima". Piensa en conquistar esa "libertad". De ser así, él feliz seguiría metido para siempre en las cactáceas, e investigar más, ir al desierto o donde se encuentren. “Ese es un motor rico”,dice, “le muestras cosas escondidas a las personas, aprecian lo que no apreciaban y se puede empezar a hablar de conservación, darle un enfoque que no es solo la colección, sino que están en la naturaleza. Aunque sean chicos, tienen un valor por el lugar que lograron habitar y hacen que otros vivan en ese desierto, tan inhóspito”.
- Los Hare Krishna también tuvieron dieciocho
Sólo en su primer día, la tradicional fonda del Parque O’higgins recibió a 30 mil personas que asistieron para bailar cueca, cumbias y comer anticuchos. Pero a pocos metros de allí, en un edificio antiguo del centro, decenas de creyentes se juntaron en el templo Hare Krishna y levantaron su fonda vegana: reemplazaron la carne por el tofu, el terremoto por la kombucha y la música popular por los mantras. Así vivieron ellos las fiestas patrias. En pleno Santiago Centro se celebra una fonda libre de alcohol y carne. En el Templo Hare Krishna, una casona azul entre José Miguel Carrera y Gorbea , en pleno dieciocho de septiembre no suena cueca, reggaeton, ni cumbia, sino que un mantra que recita Hare Hare Krishna, Hare Hare Krishna, Cruzar la puerta es trasladarse automáticamente a otra cultura. Hay un salón grande adornado con velos y arcos, como si fuera un ashram indio. Alrededor de cincuenta personas están sentadas en el salón central, cerca de la estatua del hombre azul que representa a Dios en la tierra, como ellos lo explican. En los mesones largos hay ingenieros, estudiantes, personal de la salud, profesores de yoga, chilenos y extranjeros, pero eso no importa aquí, todos se reúnen para celebrar unas fiestas patrias distintas. No hay asadores con carne, sino que choripanes vegetales, seitán, anticuchos con tofu y el terremoto no se hace con alcohol, sino que con kombucha. Nada es de origen animal, ni tampoco circula entre los asistentes alcohol o drogas. Leonardo (42) era estudiante de música en 1999, el año en el que se convirtió. Cuenta que siempre le interesó saber sobre Jesús. Que tenía un llamado místico. Y fue justo cuando se encontró en la calle con un grupo de jóvenes rapados y vestidos con túnicas color salmón que lo invitaron al templo. Él asistió y todas las preguntas que tenía sobre la reencarnación y la búsqueda de la felicidad fueron respondidas allí. “Somos devotos de Krishna, que es una forma de decirle a Dios, quien literalmente es el mismo Dios en el que creen los católicos, los musulmanes, los evangélicos, etcétera.”, cuenta él. “Nosotros le asignamos uno de los tantos nombres que tiene, en sánscrito, pero somos monoteístas y creemos que Dios es uno y que se presenta a lo largo del tiempo en diferentes culturas, épocas y lenguajes”. En el mundo hay 300 templos, 40 comunidades rurales, 26 escuelas y 83 restaurantes vegetarianos que responden a La Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna, fundada por Srila Prabhupada en los años 60 's. Una fonda sin karma Leonardo responde al nombre espiritual de Lalita y es el kirtan del templo de Santiago, es decir, quien está a cargo de la música, recibir a los invitados y las oraciones. Cada vez que se reúnen, celebran que Dios está visitando el hogar, “sentimos que es un invitado en nuestro templo y por eso se le hacen ofrendas, se le cocina especialmente y se ponen inciensos”, cuenta. Actualmente hay más de mil personas que siguen a Krishna en Chile, aproximadamente 600 viven en Santiago y cinco son monjes que se dedican tiempo completo a servir, y de hecho, viven en el templo. ¿Por qué no comen animales o toman alcohol? “Los principios regulativos para los devotos de Krishna son cuatro: no consumir carne, ni alcohol o drogas, tampoco jugar juegos de azar, ni tener sexo ilícito (extramatrimonial) . La enseñanza de la cultura védica -de donde nace este movimiento- es que somos un alma espiritual que está dentro de este cuerpo físico, y en el momento de la muerte el alma viaja a otro cuerpo según lo que hagamos, lo que comúnmente conocen como karma. Y no sólo nosotros tenemos alma, sino todos los seres vivientes: animales, plantas, insectos, bacterias. Por eso intentamos disminuir esa reacción kármica. Tampoco consumimos ninguna sustancia porque la idea es estar lúcido y consciente” ¿Por qué está la estatua de un hombre azul en el templo? “Dios defiende este mundo y cumple ciertas misiones en particular… Hace 2 mil años atrás envió a su hijo como Jesús a establecer principios, pero anteriormente a él hubo muchos avatares o,encarnaciones que vinieron a diferentes eras y culturas, y hace cinco mil años atrás, él apareció con su cuerpo azulado, como las nubes, cargadas de lluvia. De hecho se le describe como un hombre de tez oscura” ¿Por qué se rapan y usan este tipo de ropas? “La ropa que se utiliza es tradicional en India y es simple: una camisa o curta, abotonada, y la parte inferior o dhoti, que es una tela de cinco metros con dobletes. Es cómoda para sentarse en el piso, con las piernas cruzadas. Es una tela delgada, práctica, que se seca rápido. No tienen marca. Somos todos iguales. Nadie se fija en las diferencias. El rapado por su lado, nos ayuda también a enfocarnos cien por ciento en el desarrollo espiritual y dejar de lado la vanidad. No tenemos que andar pensando en cómo peinarnos” ¿Cómo es la comunidad en Chile? “Son personas bien diferentes. Hay ingenieros, psicólogos, personas de las Fuerzas Armadas, abogados. Pero también es algo que, al momento de compartir, no importa” Al ser un movimiento tan antiguo, ¿cuál es el rol de la mujer? ¿Coincide con este tiempo? “Hay una igualdad vertical. En las actividades todos y todas hacemos lo mismo. A diferencia de occidente, el maestro fundador que trajo este movimiento al continente llegó a Boston y en los mismos roles incluyó al hombre y la mujer, a pesar de que en India es desigual. Acá una mujer puede realizar su práctica y vivir en el templo, no hay diferencias entre nosotros ” En la fonda cantaron mantras toda la tarde, hablaron del crecimiento espiritual y sobre la importancia de la comunidad. Bajo la mirada de la estatua azul de Krishna sonaba el mridanga, un tambor hecho de arcilla, el armonio, que es una especie de acordeón y los címbalos, unos platillos que hacen un sonido relajante. “ La idea es que todos puedan encontrar su felicidad. Que la busquemos y la encontremos ”, dice el devoto.
- La ranita del Loa no tiene dónde vivir
En 2019 los últimos ejemplares de la ranita del Loa alcanzaron a ser rescatados desde un arroyo seco y resquebrajado: la intervención humana, el uso indebido del agua y otros factores terminaron destruyendo su hábitat. Pero a tres años y medio de ese histórico rescate y su posterior rehabilitación en el Zoológico Nacional, este anfibio microendémico continúa sin encontrar un hogar en la naturaleza que lo pueda refugiar nuevamente. Ya no pueden vivir en cautiverio, pero tampoco pueden volver a su casa. Esta historia parte en una tarde soleada de un día de julio de 2019 en la cuenca del río Loa, en la región de Antofagasta, cuando el herpetólogo Andrés Charrier caminaba por esas tierras por un monitoreo de flora y fauna que tenía que hacer. De pronto recordó que la ranita del Loa habitaba en esa zona, pero se percató de que no había sido incluida como punto a observar en el análisis que le habían encargado. Esta especie no era nada ajena en la vida del herpetólogo. Años antes, junto al especialista en fauna silvestre Gabriel Lobos, Charrier había hecho investigaciones anteriores sobre estas ranitas. Y aquella tarde de julio, siguiendo su instinto, emprendió camino hacia el lugar donde sabía que podría encontrarlas. La ranita del Loa es un anfibio que pertenece al género telmatobius , grupo que abarca 63 especies de ranas altoandinas a lo largo de Chile, Argentina, Ecuador, Perú y Bolivia. Sin embargo, la telmatobius dankoi e s microendémica , lo que significa que existe exclusivamente en un solo lugar: el sector de Las Cascadas , una vertiente del río Loa, a unos 10 kilómetros de Calama. A este anfibio le gusta habitar en ambientes acuáticos. Se caracteriza por ser de tamaño pequeño, tener un cuerpo aplanado y patas palmeadas. A diferencia de otras ranas, Charrier asegura que la especie telmatobius dankoi se mantiene en condiciones ambientales mucho más duras, con aguas más espesas y con mayor cantidad de minerales. Hoy en día, la ranita del Loa está en peligro crítico de extinción debido a la degradación de su hábitat , de acuerdo a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), organismo internacional que se dedica a medir el estado de la biodiversidad a nivel mundial. Por eso, Andrés Charrier y otros científicos sabían que la situación del anfibio era complicada desde hace algunos años. Pero ese día de julio cuando llegó hasta el canal de regadío de Las Cascadas, donde tantas veces había presenciado a las ranitas, lo que vieron sus ojos era desolador. En medio de la aridez climática que caracteriza al Loa, las aguas donde habitaba el anfibio estaban completamente secas. Ni una gota de agua quedaba. “Fue como una bofetada”, asegura. Puso sus dedos y su palma en lo que alguna vez fue el suelo del arroyo, pero ni siquiera sintió un poco de humedad. Mucho menos encontró huevos o anfibios vivos, al contrario, solo pudo hallar ejemplares descompuestos en la tierra. Todo lo que había visto años antes cuando investigó a la especie, se había esfumado con una rapidez impensable. Era un cementerio de ranas. Al científico le pareció que el panorama era más preocupante que nunca. Volvió a Santiago y sin pensarlo demasiado, decidió llamar al investigador Gabriel Lobos. — ¡Pero cómo no va a haber agua! — dijo Lobos al teléfono. — No hay agua, así de simple, estas cosas son así. No hay agua ni tampoco ranas — le respondió Charrier con pesar. Bastó ese llamado para que un par de días después ambos se juntaran y viajaran desde Santiago a Calama para visitar el sector. Llegando al lugar, caminaron un par de metros más allá del canal de regadío en cuestión y se encontraron con un gran socavón de ocho metros de profundidad que parecía haber sido hecho con una retroexcavadora. “En el fondo tenía una capa de lodo con algas bastante descompuesta. Ahí nos metimos a ver si todavía quedaban ranitas y efectivamente ahí estaban las 61 ranitas que capturamos ese día. Después las liberamos en Ojos de Opache”, cuenta Charrier. Ojos de Opache es un sitio que queda a unos seis kilómetros del sector de Las Cascadas, pertenece a Gendarmería de Chile y es conocido por ser un “pequeño oasis” de la región de Antofagasta. Teniendo el visto bueno del Ministerio de Medio Ambiente, los científicos pudieron relocalizarlas en territorio protegido como medida de urgencia, ya que no esperaban en lo absoluto encontrarse con esos ejemplares iniciales. La razón principal de que las ranas hayan sido trasladadas a Ojos de Opache es que ese sitio posee condiciones de agua y de ambiente muy similares a las del sector de Las Cascadas. Además, al ser propiedad de Gendarmería, está mucho más a salvo de ser intervenida por terceras personas. Semanas después, Charrier y Lobos volvieron a ir en búsqueda de más ranitas al arroyo de Las Cascadas, pero esta vez con un permiso del Servicio Agrícola Ganadero (SAG) que les permitiría entrar sin problemas al sitio por ser propiedad privada. Tampoco tenían muchas expectativas, pero aún así llevaron unos chinguillos (red) en caso de encontrar algún indicio. Para su sorpresa, otros 14 anfibios aparecieron en el lugar . Como no habían llevado nada para trasladar y guardar a los animales, tuvieron que mandar a uno de los acompañantes de ese día a Calama para que comprara un enorme taper de plástico. Así, podrían dejarlas bajo su cuidado. Andrés tiene en su memoria el estado en que encontró ese segundo grupo de ranitas. Estaban extremadamente delgadas y era probable que no se hubieran alimentado en bastante tiempo, afirma. “Claramente no existía reproducción porque no había larvas. Ese es un indicador de que algo está pasando, probablemente las larvas no salen a respirar a la superficie y por lo tanto se habían ahogado ahí, en esa agua que estaba completamente contaminada”. Había que pensar en una solución que permitiera sobrevivir a la especie, pero esta vez entre las opciones no estaba contemplado llevarlas a Ojos de Opache. No quedaba más tiempo, tenían que pensar rápido. Con eso en mente, los investigadores coordinaron una rápida misión de rescate que podía resultar bien o mal: trasladar las ranas hasta el Zoológico Nacional de Chile ubicado en Santiago, a más de 1.500 kilómetros de distancia . Todo esto con la colaboración de varias instituciones como el Ministerio de Medio Ambiente, el Museo de Historia Natural y Cultural del Desierto de Calama y el Zoológico Nacional. De esa manera, Andrés Charrier y Gabriel Lobos pudieron viajar en avión con las ranitas desde Calama a Santiago. Como su situación era tan delicada, LATAM permitió que los 14 ejemplares viajaran no en la parte de la carga del vuelo, sino que en las cámaras refrigeradas donde se suelen guardar bebestibles: así podrían estar frescas y no tener algún problema de estrés térmico. Una vez que pisaron suelo santiaguino, los científicos llevaron a los anfibios rescatados hasta las dependencias del Zoológico Nacional, para que pudieran ser parte del proceso de recuperación que estaría a cargo del entonces jefe del área de Herpetología del Zoológico, Osvaldo Cabeza. “Esa primera semana yo casi no dormí pensando que en cualquier momento nos llamaban y decían ‘se murieron todas las ranas’”, recuerda Charrier. Esta noticia llegó a oído del mismísimo Leonardo Dicaprio. El actor de Hollywood, conocido también por ser un activista ambiental, subió a sus redes sociales las felicitaciones respectivas por la hazaña. Las últimas ranas Poco antes de que las ranitas llegaran al Zoológico, Osvaldo Cabeza sabía que tenían un trabajo difícil por delante. Los científicos que hicieron el rescate le habían enviado fotografías de los anfibios cuando fueron encontrados, y cuando las vio en su celular, Osvaldo sintió un poco de miedo. “Esas imágenes eran aterradoras porque se veían ranas que eran piel y hueso , ya sabíamos que el género telmatobius es complejo de trabajar bajo el cuidado humano. Nos asustamos porque teníamos en cuenta que posiblemente eran las últimas 14 ranas del Loa”, cuenta. Aún así, el equipo de Herpetología que dirigía Osvaldo se preparó con todo para recibir a las ranitas: desde alistar todos los acuarios para que tuvieran condiciones idénticas a las que tenían las ranas en su hábitat original, hasta planificar la parte nutricional, lo que significaba criar nuevos insectos para que la dieta fuera lo más similar posible a la que tenían antes. Ese tiempo que vino no fue nada sencillo para el equipo. Era plena pandemia y el grupo tenía que operar solo con tres personas que debían velar por las ranitas, más una persona que se encargaba de alimentarlas. Una jornada normal fácilmente podía comenzar a las 8:30 de la mañana y terminar a las 10 de la noche, ya que los anfibios necesitaban la observación permanente de los especialistas por lo crítico de su estado. “Como es una especie que nunca antes habíamos trabajado teníamos que tener mucha atención a cualquier cambio que presentara, entonces inicialmente fue una etapa bien estresante y desgastante”, dice Osvaldo. Después del chequeo inicial, tenían que hacer todo lo posible para que las ranas volvieran a tener un peso normal. Para conseguirlo, comenzaron a alimentarlas de forma asistida pero solo con el 15% del requerimiento energético en base a un peso ideal. Como los anfibios venían con un estado de desnutrición no podían alimentarlas con el 100% del requerimiento energético, ya que podían descompensarse y probablemente morir. Todo lo que hacían las ranitas tenía que ser analizado minuciosamente por el equipo: qué cosa le gustaba comer, en qué espacios de la pecera se alimentaba y otros aspectos que se vinculan a la conducta animal. La etapa de reproducción fue otro proceso más de incertidumbre. No solo había que juntar los anfibios en las peceras, sino que también había que observar otros factores que podrían incentivar su conducta reproductiva, como las condiciones de luz, las temperaturas del agua, probar los lugares donde podría esconderse la ranita para reproducirse y también identificar si estaban vocalizando, ya que algunos anfibios machos lo hacen para “llamar” a la hembra. Pero las cosas ocurrieron al contrario de lo que esperaba Osvaldo y su equipo de Herpetología. Juntaron a una pareja de ranitas por cada acuario para ver cómo se comportaban, y tan solo una semana después, el grupo vio el amplexo (apareamiento) entre los anfibios. Era un día de octubre de 2020. Osvaldo no estaba en el Zoológico, porque por las restricciones sanitarias los funcionarios trabajaban por turnos rotativos. Fueron Sebastián y Lorena, los otros miembros del equipo, quienes llamaron a Osvaldo por teléfono para contarle la noticia. Apenas escuchó que las ranas estaban en amplexo, el herpetólogo salió rápidamente de su casa rumbo al Zoológico. Cuando llegó, el grupo completo a cargo de salvar a las ranitas no pudo contener la emoción. Los tres se abrazaron, saltaron y gritaron de felicidad. Su trabajo con la telmatobius dankoi estaba dando frutos . “El proceso de las ranas del Loa en sí ha sido un bien emocional, muy desgastante pero enriquecedor también. Fue un logro súper importante lo que estaba ocurriendo en ese momento, estábamos demasiado felices con los chiquillos”, comenta Osvaldo, quien hoy dirige el área de Manejo y Bienestar Animal del Zoológico Nacional. Desde esa primera reproducción hasta ahora han surgido alrededor de 400 crías de la ranita del Loa , según las últimas estimaciones que hizo el Zoológico. Ahora, la mayoría de ellas son ejemplares juveniles y siguen creciendo bajo observación del equipo que las cuida como hueso santo desde su llegada. Un hábitat que no volverá a existir Una de las certezas en torno a estos anfibios es que el que alguna vez fue su hogar histórico está definitivamente perdido. No hay ninguna posibilidad de poder rescatarlo y que la especie vuelva a vivir en esa zona . Los factores de que ese hábitat sea irrecuperable son numerosos. Uno de ellos es que, debido a las denuncias ciudadanas que se realizaron tras el hallazgo de las ranitas del Loa, el acceso donde se podía entrar a Las Cascadas está cerrado para el tránsito de cualquier persona por ser propiedad privada. De hecho, en ese sitio se iba a emplazar un proyecto inmobiliario. Hasta el día de hoy, ni siquiera los científicos pueden entrar. Eso ha sido un gran impedimento para poder realizar los análisis e investigaciones necesarias de lo que alguna vez fue el hábitat original de estos anfibios. De acuerdo a la Seremi de Medio Ambiente de Antofagasta, otras amenazas presentes en la zona son la excesiva cobertura de vegetación y las condiciones fisicoquímicas que posee el agua de esa vertiente del río Loa. El uso de agua es otro de los factores que ha impactado de forma negativa en el sector de Las Cascadas. A solo un par de metros de ese lugar tiene actividades Minera Centinela (parte del grupo Antofagasta Minerals, cuyo dueño es el grupo Luksic), empresa que posee derechos de extracción de agua de una napa subterránea. Por lo tanto, una de sus obligaciones era hacer monitoreos permanentes con el fin de que no disminuyera el caudal del arroyo donde vivía la ranita del Loa. Pero a la vista de los expertos y la determinación de la Superintendencia del Medio Ambiente de Antofagasta (SMA), ese monitoreo no se llevó a cabo por varios años. El pasado 7 de diciembre de 2022, la Superintendencia del Medio Ambiente de Antofagasta formuló dos cargos por daño medioambiental en contra de la Sociedad Contractual Minera Centinela, a cargo de la empresa Minera Centinela. Los cargos se deben al incumplimiento de la empresa en sus obligaciones ambientales relacionadas con el componente del agua, así como también que la compañía minera no informó ni mucho menos colaboró en aplacar los impactos ambientales que terminaron por degradar el hábitat del anfibio. “La empresa (Minera Centinela) ha tenido una incidencia en la baja de niveles de agua en el lugar, a lo cual se sumaría al hecho de que la misma no habría informado ni tomado medidas respecto a la problemática que afectó a la ranita del Loa, la cual estuvo cerca de desaparecer”, aseguró el entonces superintendente del Medio Ambiente (S), Emanuel Ibarra . Con lo anterior, la Sociedad Contractual Minera Centinela podría arriesgar hasta una multa total que asciende a 11.000 UTA, es decir, alrededor de $8.000 millones. En búsqueda de un nuevo hogar para la ranita del Loa Luego de que saliera a la luz la casi extinción de este vertebrado, la Seremi del Medio Ambiente de Antofagasta inició un diagnóstico integral del género telmatobius , que incluye a la ranita del Loa, con el objetivo de identificar el estado de conservación de la especie en la zona. Dentro de ese diagnóstico la institución ha empujado una iniciativa para que Ojos de Opache, el lugar donde fueron rescatadas las primeras ranas, pueda convertirse en un Santuario de la Naturaleza . Como las características ambientales de Ojos de Opache son semejantes a las del arroyo de Las Cascadas, este sitio podría funcionar como una nueva localidad para la especie telmatobius dankoi . Sin embargo, ese proceso aún está a la espera de concretarse en su totalidad. Eso significa que los últimos ejemplares rescatados del arroyo de Las Cascadas, más la población de 400 ranitas que surgieron de la reproducción, continúan viviendo en los acuarios del Zoológico Nacional . Consultado por el estado del proyecto, Gustavo Riveros, seremi del Medio Ambiente de Antofagasta, aseguró que “se encuentra en una de sus etapas finales” y que están “a la espera del pronunciamiento del Ministerio de Bienes Nacionales a requerimiento de información realizado por la Contraloría, para su posterior toma de razón”. Para los especialistas que se encargaron del rescate y rehabilitación, hay un punto de coincidencia: es urgente encontrar una localidad en la región de Antofagasta donde se pueda liberar pronto a los anfibios, particularmente a los que surgieron del proceso de reproducción. “Queda la gran duda de cuál es el porvenir de estas ranitas más adelante. No tiene ningún sentido seguir manteniendo en cautiverio en acuarios del Zoológico de Santiago, a ranitas que son de Calama”, apunta Andrés Charrier. Osvaldo Cabeza reflexiona en la misma línea. “Todavía no podemos decir que salvamos la especie porque aún sigue bajo cuidado humano en el Zoológico, el día que logremos decir que la salvamos va a ser cuando logremos reintroducirlas y se puedan mantener en su hábitat, si es que el hábitat se consigue. Recién vamos a poder decir ‘sí, salvamos a la especie’”, sentencia el especialista.
- La fibromialgia: el dolor incomprendido
Hace unos días, la palabra "fibromialgia" fue trending topic en X, luego de que usuarios de esa red social cuestionaran si la enfermedad que padece una concursante de un reality show era real o no. A pesar de haber sido reconocida oficialmente por la Organización Mundial de la Salud en 1992, la fibromialgia sigue siendo una condición rodeada de incomprensión y estigmatización, lo que complica tanto el diagnóstico como el tratamiento para quienes la sufren. Aquí el testimonio de algunas mujeres y expertas en la materia. Nicole Alexandrovich, Catalina Ferrer y Francisca Zacarías A los 22 años, Catalina se encontraba en esa fase de la vida donde todo parecía estar empezando. Estudiaba psicología en la Universidad de Santiago, tenía un grupo de amigos con los que salía los fines de semana, y soñaba con irse de intercambio. Sin embargo, desde hacía meses, algo no andaba bien con su cuerpo. Al principio pensó que el cansancio constante era por la carga académica, las largas jornadas de estudio y las horas en la biblioteca. Pero pronto, el agotamiento se volvió insoportable. Sus músculos dolían sin razón aparente, como si hubiera corrido una maratón sin haberse movido de su silla. Los médicos no parecían encontrar respuestas, el primer diagnóstico fue " estrés ". Le decían, mientras le prescribían vitaminas y le recomendaban descanso, que visitara a un psiquiatra . Pronto el dolor era tanto que hubo mañanas en las que le costaba levantarse de la cama, no por falta de ánimo, sino porque cada movimiento era una lucha. Jaquecas y vómitos acompañaron el malestar. Después de varias consultas y exámenes, un reumatólogo le mencionó lo que parecía ser la respuesta: fibromialgia . Una palabra que hasta ese momento nunca había escuchado. La noticia fue un alivio y un golpe al mismo tiempo. Alivio porque, al fin, alguien ponía nombre a lo que sentía, y un golpe porque entendió que esta enfermedad no tenía cura. "Hay mañanas donde despierto con una rigidez que me toma la espalda y mis piernas. Antes me daba mucha angustia, hoy desafortunadamente siento que me acostumbré. Me he frustrado bastante, es una lucha que no sólo involucra a tu cuerpo, sino que después a todo tu ser (...) Me he encontrado con muchos comentarios en redes sociales que dicen que esto no existe, que es mental, incluso. Me enoja mucho la falta de empatía, no es fácil lidiar con eso, porque a veces ni los mismos doctores tienen nociones sobre los tratamientos". * Pamela Andrea Moreno Pinto, una mujer de 50 años de Coquimbo, ha sufrido la devastadora combinación de dolor físico y emocional que acompaña a la fibromialgia. Su historia comenzó en noviembre de 2022, cuando empezó a experimentar una depresión y un cansancio extremo. “Me diagnosticaron depresión y me dieron licencia”, recuerda, pero los dolores en sus brazos comenzaron poco después. " Se me caían las cosas, estaba más cansada de lo normal. No podía trabajar ". Indicativos de una posible fibromialgia la llevaron a un proceso frustrante de consultas médicas, donde la atención de salud pública resultaba insuficiente, “en mis crisis de dolor no podía acceder al servicio público, porque las horas eran para seis meses más, me tuve que atender en forma particular, donde enfrenté un alto costo entre doctores y medicamentos”, explica. El diagnóstico, según el reumatólogo, fue fibromialgia, pero la información era escasa. “ No supo explicarme qué se trataba y tuve que empezar a averiguar por mi cuenta ", dice. Experiencias personales como las de Pamela Moreno, revelan la profunda frustración que pueden enfrentar en el proceso de tratamiento. Como ella misma relata: “El reumatólogo me dijo que me iba a dar medicamentos para el resfrío (...) Que no había forma de calmar el dolor porque lo que seguía prácticamente era la morfina”. Pamela tomó hasta 22 medicamentos durante más de 8 meses, y eso le generó un endeudamiento significativo. “Salí de la consulta, me subí al auto, me puse a llorar y decidí dejar de tomarme toda la medicación, excepto las pastillas para dormir”, cuenta Pamela mientras se le quiebra la voz. * Karen Blamberg (54, Santiago), tiene dos hijas y la menor tenía dolores inexplicables desde que los 12 años. Recién en el 2018 Nicole fue diagnosticada con fibromialgia. Ahora ella tiene 21 y, si bien maneja varios métodos para aliviar su incomodidad, seguirá con esta enfermedad toda su vida porque no hay cura. Karen recuerda que cuando diagnosticaron a la pequeña, no lo percibió como algo difícil ya que, confiesa haber sido “totalmente ignorante en la materia” y no tenía idea lo que eso significaría para la vida y, por consecuencia, la suya. “Hasta que a la gente no le toca, no lo cree. Es una enfermedad invisible”. Estos momentos de dolor, muchas veces invalidante, explica Karen, no solo afectan a su hija de forma física, sino que también le influyen psicológica y anímicamente. Con la voz emocionada dice que “sé qué tengo que ser firme y estar siempre parada de pie para poder ayudarla a ella, acompañarla, acogerla”. Arriba de la mesa de su casa tiene cajas de remedios tradicionales, flores de Bach, vitaminas, hierbas y aceites. Karen explica que la ignorancia de la sociedad hacia la enfermedad la motiva a buscar aún más tratamientos y terapias, “para que ella pueda estar bien y vivir su vida en la mejor forma posible”. Reflexiona sobre las razones por las cuales quizás la investigación en torno al diagnóstico sigue “en pañales”, llegando a la conclusión de que al ser una enfermedad que no genera la muerte, no es tan documentada como la investigación sobre el cáncer o condiciones al corazón. Dolores que no se ven La psicóloga Alejandra Sekler, especialista en dolor crónico, subraya que el dolor crónico no es solo una experiencia física, sino también emocional. “No podemos separar lo físico de lo emocional, psicológico y social cuando hablamos de cómo el dolor afecta a las personas”, explica. Según la especialista, la incomprensión y el aislamiento son comunes entre los pacientes con fibromialgia, lo que además puede llevar a una sensación de desesperanza. El camino hacia el diagnóstico suele ser largo y agotador para quienes padecen esta condición. La doctora Ana Luisa Miranda, fisiatra y jefa de la Unidad de Tratamiento del Dolor del Jota Aguirre (Hospital Clínico de la Universidad de Chile), destaca que el desconocimiento es uno de los mayores desafíos en el tratamiento de la fibromialgia. “No podemos entender ni tratar lo que no conocemos”, afirma, señalando que este desconocimiento a menudo resulta en que los pacientes se sientan subestimados e ignorados por el sistema de salud. Además, recuerda un congreso en el que participó hace unos 10 años “donde todavía había médicos que decían que la fibromialgia no existía (…) pero es por desconocimiento, porque si revisamos la literatura de los últimos 10 años, hay abundante evidencia de estudios con que validan y apoyan el diagnóstico de fibromialgia como la conocemos actualmente”. La fibromialgia es una enfermedad que, aunque no pone en riesgo la vida, tiene un impacto profundo en quienes la padecen y en sus familias. Las historias de Karen y Pamela ilustran la lucha diaria que enfrentan las personas con fibromialgia y sus cercanos, una enfermedad que sigue siendo en gran medida invisible para el mundo exterior. Como señala la psicóloga Alejandra Sekler, “Muchos pacientes se sienten aislados, incomprendidos y solos”, una realidad que resalta “la necesidad urgente de una mayor comprensión y apoyo para quienes viven con esta condición”.
- El pudú podría extinguirse antes de lo que pensamos
Los pequeños y tranquilos cérvidos que transitan por diversos sectores de la Isla de Chiloé están bajo amenaza. Hasta la fecha ya han ingresado 30 pudúes heridos al centro de Rehabilitación Chiloé Silvestre a causa de ataques de perros. Un día en la vida de un pudú podría ser más o menos así: en el denso bosque verde de Chiloé se encuentra el tranquilo y solitario cérvido más pequeño del mundo divagando entre la abundante vegetación. Con su hocico busca maqui o zarzamoras para poder alimentarse. Se pasea tranquilo porque en la zona no hay presencia de depredadores grandes como el puma o el zorro, o eso cree él. Pero de pronto escucha un ruido, alza sus pequeñas orejas redondeadas y enfoca la mirada al frente. Se queda quieto, inicialmente no logra detectar el peligro, solo se mantiene inmóvil analizando la situación con sus oscuros ojos, que son como pocitas de petróleo aterciopelado. Su primer instinto nunca es arrancar, pero en cosa de segundos, el crujir de hojas secas que escuchó lo sigue el ladrido de un perro que corre rápido hacia él . Es un animal grande que probablemente tiene dueño, pero tal como acostumbra , al ver el portón de su hogar medio abierto, aprovecha la oportunidad de escapar y salir a cazar. El pudú cae tumbado al suelo. Los puntiagudos colmillos del perro se incrustan fuertemente en la zona posterior de su pierna y pasan de ser blancos a estar manchados por sangre. Ya no es un solo perro, a lo lejos se ven dos más que vienen rápido. El pequeño está perdiendo energía, tiene la mirada entrecerrada, desorientada y respira cada vez con menos fuerza, intenta alzar su cabeza a causa de su curioso instinto, pero apenas puede moverse. Su cuerpo tiembla y cuando está a punto de fallecer los residentes de la zona se percatan de la trágica situación que ha ocurrido. ¡Teléfono, teléfono!, ¿qué hacemos en esta situación? “llamen al SAG”, grita alguien a lo lejos. En situaciones así los pasos a seguir son inmediatamente llamar al Servicio Agrícola Ganadero (SAG) para que hagan el rescate y seguido de eso llamar al centro Chiloé Silvestre para que puedan entregar las indicaciones sobre qué hacer con el animal antes de que llegue el SAG o hasta el momento en que llegue. Entre las indicaciones que se entregan se encuentran dejar al pudú en un lugar tranquilo y aislado, donde no haya mucho ruido e idealmente en lo posible con proporcionarle alguna fuente de calor como un guatero o botellas con agua caliente. Tras ser rescatado el pudú, con su brillante pelaje manchado con sangre, llega al centro de rehabilitación, tiene algunos de sus músculos rotos y presenta dificultad para pararse y caminar. La herida provocada por los perros durante la emboscada se empieza a infectar tomando un color cada vez más oscuro, casi negro, dejando atrás el aspecto rojizo que tenía en un inicio, es decir que la zona afectada se empieza a necrosar y por consecuencia a provocarle pérdida muscular, sin embargo, el apetito del pudú se mantiene y este no pierde el ánimo para luchar por su vida. Te podría interesar: La ranita del Loa no tiene dónde vivir En los últimos años el ataque de perros a animales endémicos ha ido en aumento. Según cifras entregadas por el reconocido ‘ doctor pudú ’, el veterinario Javier Cabello, también director de la ONG Chiloé Silvestre, organización que cuenta con el único centro de rehabilitación de fauna silvestre en el archipiélago, dice que “ en lo que va del 2024 ya han ingresado 30 pudúes en comparación a el año pasado en el cuál fueron 50 en total los que ingresaron y el antepasado donde fueron 60 (...) Es una cifra preocupante ”. En este momento el pudú se está recuperando progresivamente gracias a un tratamiento y a la ayuda que le proporcionan los profesionales que lo cuidan. Esta es una historia que muchos de su especie han vivido, pero lamentablemente no todos han logrado sortear la crítica situación de la misma manera que este ya que en estos casos el panorama de acuerdo con la gravedad de las heridas en la mayoría de las ocasiones es desalentador y conducen a un desenlace terrible. El doctor pudú explicó que la mayor causa de ingresos al centro es debido a los ataques provocados por perros, señalando que un 75% de los pudúes que llegan heridos fallecieron, situación que afecta no sólo a los que habitan en la isla grande que es donde existe una mayor población de pudúes, sino que geográficamente esta especie habita desde la Región del Maule hasta la Región de Aysén. Aunque el principal factor de ingreso de fauna a centros de rehabilitación es los ataques de perros hacia pudúes, no es el único ítem que atenta contra la integridad de estas especies, si no que se suman los atropellos en carretera producidos por conductores que van a exceso de velocidad, enfermedades transmitidas por otros animales domésticos, caza ilegal y la destrucción y alteración de su hábitat natural. Existen tres categorías en las cuáles un animal se encuentra amenazado de extinguirse y esas son: en peligro crítico, en peligro y vulnerable. Los pudúes se encuentran rotulados como “ vulnerables ”, y si bien esa viene siendo la más baja, es importante tener la idea de que igualmente son una especie amedrentada en camino a la extinción. Desde diversas organizaciones medioambientales hacen el llamado a que las personas disminuyan la velocidad, que aumenten también las sanciones y multas a propietarios de perros que maten a animales silvestres que no asuman una tenencia responsable y que se implemente una educación efectiva a nivel nacional en los colegios acerca de la importancia de respetar y cuidar la biodiversidad e implementar carreteras más seguras para la fauna silvestre para ir en ayuda o contrarrestar de cierta forma lo que está sucediendo. Por ahora, el destino (y cuidado) de los pudúes queda en manos de los ciudadanos.
- Amanda Marton, escritora: ¿Quién de ustedes no ha dicho alguna vez que no quiso parecerse a su mamá?
La periodista y escritora chileno brasileña acaba de debutar en librerías con ‘No quería parecerme a ti’, una obra en la que comparte su experiencia al ser hija de una madre con esquizofrenia. ¿Pero qué hace tan universal a este texto? En que es una ventanita a la intimidad de una familia, donde más allá de un diagnóstico, se tensiona el amor, los silencios, la construcción de la identidad de su autora y las expectativas entre la relación de una mujer y su mamá. La primera vez que leí a Amanda Marton hablar sobre su mamá fue en una crónica que publicó Anfibia . Todavía recuerdo la ilustración que la acompañaba, la de una mujer con la cara cubierta, con el cuerpo flotando en un agua verdosa. Me emocioné mientras avanzaba con la lectura y lloré. Me identifiqué tanto con el texto. Y no porque mi mamá tuviera esquizofrenia, como Cecilia, la mujer del relato, sino porque en este artículo la periodista relata con la mano más amigable una de las relaciones más complejas que puede enfrentar el ser humano. Se la mandé a todo el mundo: se llamaba ‘ Mi madre es otra’ y en ella Amanda manifestaba este temor con el que cargó tantos años, el de heredar un diagnóstico de esquizofrenia que -según la ciencia- podría manifestarse hasta los 30 años. Ahora Marton tiene 31 y acaba de lanzar un libro en el que hila sus memorias, la historia de su familia y una investigación completa sobre esquizofrenia. El título es algo que tantos hijos hemos dicho alguna vez: “ No quiero parecerme a ti ”. A principios de junio, en el centro de Santiago de Chile, Amanda celebró su primer retoño editorial y esa noche quedaron manos arriba y faltó tiempo para que el público no sólo hiciera más preguntas, sino para que también compartiera con ella y con los otros asistentes sus propias experiencias con sus madres. En la parte de atrás, donde ya no cabían más almas, unas amigas se emocionaron revisando algunas páginas y una le dijo a la otra: “mi mamá no tiene esquizofrenia , pero yo tampoco quise parecerme a ella”. El texto, antes de comenzar, cita a la mexicana Alma Delia Murillo: “¿Cuántos normales y cuántos felices cabrán como adjetivos en las familias?, ¿cuántos serán los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente? ¿Existen o son solo un mito repetido incansablemente por generaciones? ”. ¿Existirán las familias felizmente perfectas? "Cuando tuve que hablar del libro por primera vez, yo pregunté: ¿Quién de ustedes no ha dicho alguna vez que no quiso parecerse a su papá o mamá? Todos los hijos en algún momento de nuestra vida hemos dicho eso, creo yo. Hay características de esas personas que nos hacen decir: no quiero ser como tú o quiero ser mejor que tú. En mi caso, efectivamente, yo en lo que no me quería parecer a ella era en el aspecto de la esquizofrenia. En el libro reconozco mucho eso, yo estaba tan centrada en el diagnóstico, que obvié muchas cosas en las que sí quería parecerme (...) Pensamos mucho en nuestras familias en comparación con las del resto: o es más duro o más bonito, pero nunca lo vemos como una experiencia universal . Justamente, la universalidad de este libro no está en la esquizofrenia, sino en el amor, en la familia, en los silencios, en los estereotipos, en la lucha constante por construir la identidad, algo en lo que estamos todos”. ¿Crees que hay una expectativa mayor sobre la funcionalidad de las madres? “Totalmente. Mucha gente comentó que en el libro estaba la prueba de por qué las personas con trastornos no debían ser madres. Me daban ganas de contestarles que Hitler pensaba lo mismo, dejar infértiles y extirpar a la esquizofrenia, según parámetros nazis. Hay un posicionamiento moralista sobre qué conviene a la hora de ser madre, o quién debe serlo y quién no, como si alguien con un trastorno tuviera que restringirse a esa oportunidad ”. ¿Con qué preguntas odiosas te has encontrado en la promoción del libro? “Son preguntas que vienen desde el desconocimiento: si mi mamá vive sola, si se puede valer por ella, también me preguntan si la cuido, si basta o no con tomarse un remedio o si los brotes se manifiestan todos los días. Me encantaría que me preguntaran sobre lo que genuinamente hace ella: cómo es como mamá, por fuera del diagnóstico, que hablen de esa historia de amor que cuento en el libro y que se transforma a raíz de la esquizofrenia, pero que no deja de existir”. En el libro haces un repaso por el pasado de ustedes, pero actualmente, ¿cuáles son esos lugares de encuentro que tienes con tu mamá? “Siguen siendo los mismos de siempre. Hay una interacción cotidiana que no cambia como sí cambia la vida . No vivimos juntas, pero cuando nos juntamos, vemos películas, comentamos de libros, ella es una gran lectora y nos regalamos textos. Intercambiamos cartas. Las redes sociales también son un lugar de encuentro. Mi mamá publica muchas selfies de señora (se ríe) y yo le opino sobre eso. A ambas nos gusta cocinar, por ejemplo, cuando la voy a ver no me deja entrar en su cocina. Lamentablemente después de cada brote ella no puede estar tan bien y en términos de desarrollo cognitivo, personal o social hay un deterioro. Pero como cualquier otra relación: hay encuentros, desencuentros y choques, certidumbres y sorpresas ”. Te podría interesar: Entrevista a la autora Arianna de Sousa: “No hemos entendido la crisis migratoria como una problemática humanitaria” Amanda visitó a su madre en Brasil y le llevó el libro de prueba. Fue la primera persona en leerlo. “Lo primero que le dije fue que no abandonara el libro, porque en eso no nos parecemos, yo no suelto un texto, llego al final, pero ella sí se encuentra con una historia triste, puede dejarlo”. Cecilia se sentó de inmediato a leerlo, frente a ella, no fue capaz de esperar. Mientras avanzaba le hacía comentarios a su hija, la autora. Se lo terminó en un día. Marton le preguntó qué le había parecido y su mamá lo calificó con un 8.5 (en Brasil la nota máxima es un 10). Amanda le preguntó por qué. “ Tenía mucho miedo de que no como lectora, sino que como mamá, no avanzara y no llegara a las conclusiones, que pensara que su hija no quería parecerse a ella. Me dijo que habían momentos en los que no se sintió identificada. Le dije que lo entendía, muchas cosas tenían que ver con sus delirios o las decisiones que tomó de manera inconsciente, pero la investigación periodística lo verificó. Lo consulté con seis personas y me dijeron lo mismo. Le dije que estaba siendo poco objetiva, que lo estaba analizando como protagonista. Ese día nos reímos y me subió la nota a 9.5, no quiso ponerme el 10”. El libro 'No quería parecerme a ti' de Amanda Marton ya está disponible para su compra en formato físico y digital.
- Cuídenla como si fuese Mía
Durante 2023 fallecieron nueve menores de un año debido a enfermedades respiratorias. El caso de Mía Olivares fue el más controversial. Murió el 6 de junio en el Hospital Claudio Vicuña de San Antonio luego de esperar cuatro días a ser trasladada para recibir la atención médica que necesitaba. A la niña no la mató el virus sincicial, sino una seguidilla de falencias en el sistema de salud: deficiencias en la gestión de camas críticas y fallas en la atención pediátrica de cuadros respiratorios, además de una aparente mala praxis por parte del hospital, según auditorías en el caso. “Mía viajó por todo Chile estando siempre en San Antonio. Nos dieron distintas versiones, nos decían una cosa y luego salían con otra. Si las cosas se hubieran hecho distintas, nuestra hija estaría con nosotros”. Declaraciones de Nicol García y Nicolás Olivares, padres de Mía, en el texto de la querella que presentaron por el caso de su hija. Viernes 2 de junio de 2023. Nicol García y Nicolás Olivares notaron que sus hijos Agustín (7 años) y Mía (3 meses), tenían tos y fiebre. Con cuidados en la casa lograron bajar la temperatura a Agustín y alimentar a la niña, pero al día siguiente sus cuadros respiratorios se complicaron y partieron al hospital Claudio Vicuña de San Antonio, donde viven. Él fue dado de alta pronto; Mía quedó hospitalizada porque su tos empeoraba. El domingo 4 de junio, en el turno de la mañana, avisaron a los padres que trasladarían a Mía a junto a otros niños contagiados con virus sincicial a Valparaíso. Una de las madres le contó a Nicol: “A tu hija estuvieron a punto de intubarla”. A eso de las 13:00 horas, Nicol le pidió a una prima enfermera que visitara a su hija en el hospital. La mujer vio a Mía con los ojos hinchados y se preocupó. Esa hinchazón podría ser consecuencia de la administración de corticoides, le dijo a Nicol. A las 18:40 llegó otra tía de Mía a cuidarla y mientras estuvo con la niña notó que la pequeña tenía dificultades para respirar. Solicitó la atención de una funcionaria de salud tens, quien tomó las pulsaciones de Mía advirtiendo que eran inusualmente altas. Luego, esta funcionaria informó a una enfermera sobre la situación. La niña lloraba, pero finalmente se tranquilizó. La tía les dijo a las funcionarias de salud que Mía se volvía inestable. “Ellas parecían no percatarse de la situación”, señala. Cerca de las 21:30, Nicol García retomó el cuidado de su hija. En ese momento estaban dos kinesiólogos presentes, y uno de ellos, el practicante, expresó su preocupación acerca de la discrepancia en los datos de saturación que él estaba registrando, según se lee en la querella que presentaron los padres por el caso de su hija. A las 21:50 de ese domingo 4 de junio informaron a los padres desde el Hospital que Mía estaba en lista de espera para ser trasladada. Su estado era crítico. Una cama para mía La madrugada de ese día a Nicol le habían informado sobre el traslado de su hija a una cama de UCI y preguntó hacia dónde sería llevada. Le respondieron que a donde fuese posible. Durante la noche Mía se mantuvo estable y sin complicaciones. Nicol salía frecuentemente de la sala REA para consultar a enfermeras, tens y cualquier personal disponible. Sentía que a Mía no lla cuidaban y que sólo estaba ella con su marido en la sala, sin la presencia de médicos para monitorear a la niña. La familia quería trasladarla a una clínica, pero el director del hospital les comunicó que el plan de urgencia estaba activado, pero la situación era difícil debido a la falta de disponibilidad de camas críticas. La Unidad de Gestión Centralizada de Casos (UGCC), dependiente de la Subsecretaría de Redes Asistenciales, es la encargada de gestionar los traslados de pacientes que necesitan camas críticas, asegurando la continuidad de su atención médica. Cada hospital y clínica tiene personal específico a cargo de gestionar las camas UCI. Estos pueden ser enfermeros o médicos del recinto asistencial y su rol fundamental es notificar la disponibilidad de camas para pacientes críticos. Así el sistema de la UGCC puede monitorearse desde cualquier parte del territorio nacional. “Lo primero que hacen es buscar camas críticas en la red pública. Al no encontrar camas en la red pública pasan a buscar camas a la red privada. Por ende, siempre van a tener más derivaciones de la red pública; tienen que saturar sus camas primero antes de ocupar las privadas”, explica Franklin Novoa, gestor de camas. Por ley de transparencia se obtuvo el número de camas críticas para niños (UCI pediátricas) la semana en que enfermó Mía, del 2 al 6 de junio de 2023. El sistema estaba al límite. Luis Castillo, exsubsecretario de redes asistenciales, señala en relación al caso de Mía: “No se gestionaron dinámicamente los requerimientos existenciales de los pacientes críticos pediátricos. Como tenían la información que les había entregado la UGCC de que no había camas UCI pediátricas, no preguntaron nada más”. Relata las experiencias que le tocó vivir durante la pandemia: “Cuántas veces me dijeron que no había cama acá en Santiago. ‘Espérate un poco’ les decía. ‘Yo iré a mirar’. Ahí se ponían nerviosos y uno mirándolos les preguntaba: ‘¿Por qué este enfermo está aquí? ¿Por qué no puede estar allá? Entonces pedía que trasladaran a enfermos que estaban estables a la unidad intermedia y abrieran esas camas para pacientes más graves’. Eso no existió”. Luis Castillo también critica a la UGCC: “El sistema funciona muy bien cuando hay disponibilidad de camas para los requerimientos asistenciales que tiene, pero en forma estática cuando los requerimientos sobrepasan la capacidad instalada de camas. Ahí se necesita un gestor dinámico y un coordinador que integre este nivel de complejidad de camas tanto en el sector público como privado. Eso no existió en este caso”. Mediante una solicitud de Transparencia se intentó conocer cómo funcionaron los traslados de lactantes y niños hasta 2 años antes y después de la muerte de Mía. Fueron entregadas cifras entre el 1 de marzo de 2023 y el 11 de junio (la semana posterior a su fallecimiento). Se entregaron solo totales, por lo que no es posible saber el comportamiento de las derivaciones, pero dentro del periodo que se logra conocer, según las cifras del Minsal, entre el 1 de marzo y el 11 de junio fueron trasladados 149 menores de dos años. De ellos, 43 a centros privados y 106 a centros públicos. De las cifras, llama la atención que los traslados a centros privados aumentaron notoriamente tras la muerte de Mía y la exposición pública que tuvo su caso. En los tres meses anteriores a su fallecimiento (1 de marzo al 5 de junio), hubo 23 traslados a centros privados, mientras que sólo en los cinco días posteriores a su muerte (hasta el 11 de junio), fueron 20. Además, antes de su fallecimiento la mayor parte de los traslados fue a hospitales regionales (solo dos en RM, uno a Clínica Meds y otro al Hospital Clínico UC); mientras que tras su muerte aumentaron los traslados a reconocidas clínicas en la RM (3 a Clínica Alemana y 5 al Hospital Clínico UC). La espera de la ambulancia Mía necesitaba estar internada en una cama UCI. Su situación iba empeorando con el paso de las horas. A eso de las tres de la madrugada del lunes 5 de junio, le notificaron a la familia que la lactante iba a ser trasladada al Hospital Carlos Van Buren de Valparaíso para seguir con el cuidado intensivo. Sin embargo, ese traslado nunca se realizó. A las 10:00 de la mañana del lunes 5 de junio llegó una ambulancia del Hospital, pero estaba destinada a recoger a un niño que había sido intubado. Al consultar por qué Mía aún no había sido trasladada, mientras que el otro niño sí, les respondieron: “Así funciona el sistema y no tenemos margen de acción”, ya que ese traslado estaba previamente coordinado. La llegada de la ambulancia estaba planificada para la medianoche del 6 de junio para partir rumbo a Santiago y posteriormente a Arica, pero nunca llegó. Hoy la familia demanda dos posibles negligencias por parte del Hospital Claudio Vicuña. Primero, que a pesar de los evidentes signos clínicos al ingreso de Mía -taquicardia, taquipnea, fiebre y desaturación (menos del 92%)-, se categorizó erróneamente como C3 en lugar de C2, una clasificación más acorde con su condición de alto riesgo, según se constata en el “Informe análisis de Caso Nº 1/2023 del Comité Central de Auditorías de muertes en niños y niñas”, realizado por el Servicio de Salud Valparaíso-San Antonio. La segunda de las negligencias que demanda la familia tiene relación con el trato e implementos que utilizaron en el hospital con la paciente. En el mismo informe se señala que “ante la insuficiencia respiratoria aguda, la paciente no fue conectada a Cánula Nasal de Alto Flujo (CNAF) hasta 10 horas después del ingreso, a pesar de las recomendaciones actuales. Durante este tiempo, se utilizó oxígeno por naricera con flujos y concentraciones variables. La paciente continuó inestable durante casi 24 horas con CNAF antes de decidir la intubación y la ventilación mecánica invasiva (VMI), proceso que tomó otras 12 horas”. La familia sostiene que estas demoras podrían contribuir a un manejo inadecuado. Por lo mismo, el martes 21 de noviembre de 2023 presentaron una querella criminal por estas y otras posibles negligencias médicas. En la querella también expresan la falta de prontitud en la solicitud de una cama crítica pediátrica desde el Hospital Claudio Vicuña a la UGCC MINSAL, realizada el 5 de junio a las 11:23 horas, a pesar de tener indicios de la necesidad desde las 04:00 horas del 4 de junio. Se sugiere que esta demora pudo contribuir a la probable pérdida de un cupo durante el 4 y la primera parte del 5 de junio, a pesar de que el reporte del 5 de junio mostraba dos cupos disponibles en otras instituciones, siendo uno de ellos en la Clínica Las Condes. En el documento se relata que la situación empeoró mientras se esperaba la cama crítica, resultando en la conexión tardía a ventilación mecánica y, posteriormente, en un shock hipotensivo. También se señala que la paciente fue manejada en un establecimiento que no cumplía con las condiciones óptimas de soporte. La familia argumenta que estas circunstancias, resaltadas por la auditoría, podrían constituir posibles negligencias médicas. Había camas en Coquimbo y Rancagua La jefa de urgencia del hospital Claudio Vicuña informó a los padres que Mía sería trasladada a Arica, ya que solo allí había disponibilidad de cama UCI pediátrica. “Minutos después nos informaron que debíamos deben esperar, ya que podría surgir la oportunidad de trasladar a Mía a Viña del Mar en lugar de Arica”, señalan los padres en la querella. Pronto les comunicaron que la opción en Viña del Mar se descartaba y continuarían con Arica. “Después de esto estuvimos esperando, preguntando a qué hora venía la ambulancia, hasta que llegó la noche”, comentan los padres. La familia se empezó a desesperar. “A las 00:00 horas del martes 06 de junio de 2023, supuestamente iba a iniciar el viaje de Mía hacia Arica, que había sido confirmado y coordinado, y no pasó nada. Luego a las 07:00 de la mañana nos dijeron que venía la ambulancia, pero no llegó”, relatan los padres en la querella. El traslado a Arica no pudo concretarse porque Mía empeoró y porque hubo una demora en solicitar la ambulancia, según señala la familia. ¿Qué sucedió? ¿Por qué hubo demora? Aerotac fue la empresa encargada de realizar el traslado. El abogado Miguel Acuña asegura que uno de los testimonios que lograron rescatar de la empresa es que se dio muy tarde el aviso. “Una ambulancia para traslados específicos es bien difícil de conseguir. El hospital quería innovar con un traslado aéreo con pacientes críticos y sobre todo con una lactante. Era la primera vez que se hacía en el Hospital Claudio Vicuña. Sin embargo, no se pudo porque obviamente la paciente falleció”, señala el abogado Miguel Acuña. Esta investigación encontró por lo menos dos hallazgos relacionados con la disponibilidad de una cama UCI: una en Rancagua y otra en Coquimbo respectivamente. Si bien se conoce el caso de la Clínica Las Condes, el Hospital Clínico FUSAT de Rancagua también tenía una cama disponible. “Después del fallecimiento de Mía, en el transcurso de la investigación, descubrimos que la Clínica FUSAT también tenía cupo”, comenta Miguel Acuña, abogado de los padres de Mía. Por otra parte, una fuente anónima que trabaja en el Hospital San Pablo de Coquimbo reveló para este reportaje que tenían camas y nunca llamaron: “Al día siguiente del fallecimiento de Mía nos llegó un niño de Punta Arenas. La verdad es que no nos llamaron y nosotros teníamos cupo. Algo pasó. Ahora no es necesario que te llamen, porque están obligados durante la campaña de invierno a subir los cupos. Yo no sé qué pasó, pero a Coquimbo nunca llamaron”, concluye. Realidad del Hospital Claudio Vicuña Tanto Agustín Olivares como Mía Olivares entraron a la urgencia infantil del Hospital de San Antonio. El diagnóstico de Agustín concluyó en un cuadro gripal. “Le dieron medicamentos de adulto, ya que no tenían para niños (…) Cuando monitorearon a Mía, la máquina se puso de color rojo, mi tía preguntó y le dijeron que estaban malas y que esas máquinas eran para adultos. Mi tía, al observar que a la niña se le salía la naricera y le quedaba en la orilla de la nariz, se dio cuenta de que no le funcionaba correctamente, ya que era muy grande para ella”. Declaraciones de Nicol García y Nicolás Olivares en la querella. La situación que vivió Mía refleja los problemas de infraestructura y recursos del hospital Claudio Vicuña. La falta de camas UCI, tanto para adultos como pediátricas, así como la carencia de equipos y profesionales, se evidencian en la atención que recibió la niña. Esta realidad, según María Eugenia Cavieres, presidenta de la federación Quinta Costa de la AFUSAM, resalta la urgente necesidad de abordar problemas fundamentales en la atención médica, como la escasez de personal y la carencia de equipamiento. En la querella, la familia señala que se trató a un paciente en estado crítico en un establecimiento que carece de la prestación de UCI pediátrica y que no cuenta con especialistas y profesionales médicos especializados en el manejo de este tipo de pacientes. El Hospital Claudio Vicuña, al igual que la mayoría del país, no estuvo ajeno al aumento de casos de virus respiratorios durante la semana de junio en que falleció Mía. Según el Departamento de Estadísticas e Información de la Salud (DEIS), en 2023 este hospital tuvo un peak de atenciones en urgencias de niños menores de un año. Todas causadas por problemas respiratorios. El peak fue en la semana 36 (del 30 de agosto al 5 de septiembre). La culpa no es Mía “¡Cómo hicieron tan tarde todo!, ¿Por qué hicieron gestiones a último minuto? Jugaron mucho con nuestras expectativas, nos ilusionaban. Mía viajó por todo Chile estando siempre en San Antonio, nos dieron distintas versiones, nos decían una cosa y luego salían con otra. Sii las cosas se hubieran hecho de manera distinta, nuestra hija estaría con nosotros, sobre todo si la hubiésemos podido trasladar antes a cualquier centro de salud público o privado”. Declaraciones de los padres de Mía en la querella penal. En cierto momento del martes 6 de junio, estando en el pasillo, comenzaron a escucharse gritos. Nicol García escuchó que su hija había tenido un paro cardíaco. También escuchó cuando reprendían a un guardia y a una funcionaria del laboratorio. Cuando todo estaba listo para que Mía fuese trasladada, sufrió no uno ni dos, sino tres paros cardiacos. Finalmente, les dieron la noticia a los padres: la niña había fallecido. En un comunicado del hospital, su director, Enrique Jiménez Mira, manifiesta el compromiso con seguir trabajando para mejorar la atención médica. A su vez, lamenta profundamente la muerte de la lactante. Para los abogados de la familia, Miguel Acuña y Epiro San Martín, en el caso de Mía es importantísimo saber qué reparación busca la familia. En una entrevista, respondieron a la pregunta en cuestión: “Sabemos que cualquier suma de dinero no les va a devolver a la guagüita, pero es uno de los elementos que establece el ordenamiento jurídico”, afirman. Miguel Acuña agrega que la finalidad de la querella no es el dinero, pero “es una de las condiciones cuando se demanda al Estado, la forma de reparación del daño que impone la Ley”. El monto que se pide ronda entre las 3.000 - 3.500 unidades de fomento. La repercusión del caso del caso de Mía Olivares hizo que la bancada de Renovación Nacional (RN) y la Unión Demócrata Independiente (UDI), principalmente el senador Francisco Chahuan y la diputada Camila Flores, anunciaran un proyecto de Lley que busca garantizar la atención de salud para infantes, ya sea en el sector público o privado, además garantizar camas UCI. El proyecto fue votado el lunes 20 de noviembre de 2023 en el Congreso y fue aprobado en forma general. La propuesta busca que a ninguna familia le vuelva a ocurrir lo que le pasó a la pequeña Mía Olivares.
- Dos artículos nuestros son finalistas para el Premio Periodismo de Excelencia 2023
La premiación que realiza hace más de 20 años la Universidad Alberto Hurtado reconoce la calidad y relevancia de los mejores trabajos escritos, audiovisuales y digitales del año. Dos de nuestros reportajes favoritos fueron seleccionados en la categoría "Mejor reportaje escrito". ¡Estamos celebrando! Hoy la Universidad Alberto Hurtado dio a conocer los trabajos finalistas del Premio Periodismo de Excelencia (PPE) 2023. Y la gran sorpresa es que Revista Quiltra obtuvo dos de tres nominaciones en la categoría de "Mejor reportaje escrito". El PPE, que da relevancia a las piezas periodísticas de calidad desde hace más de 20 años, premiará a los mejores reportajes, crónicas, perfiles y entrevistas escritos y publicados durante el 2023. Como equipo nos sentimos profundamente orgullosos y agradecidos de que se reconozca el periodismo narrativo joven y que se valore el trabajo de medios independientes. ¡Sólo tenemos un año de vida y esto nos llena de energía para seguir adelante! Los finalistas Uno de los destacados fue el artículo "Un recorrido por los carretes con receta: noches de jarabe, clonazepam y fentanilo" de las periodistas Camila Álvarez y Jacinta Matus, quienes evidenciaron a través de un híbrido entre crónica y reportaje, cómo los jóvenes chilenos consumen drogas de farmacias en las fiestas. Medicamentos para la tos, la ansiedad, analgésicos y hasta remedios veterinarios son parte del cóctel en Santiago por la noche. "Expertos explican que estamos en una crisis, pero que es antecedida por otra. Los tiempos de incertidumbre, la inestabilidad social y la pandemia, habrían hecho que los jóvenes encuentren en estas drogas un refugio frente al miedo hacia el futuro. Es una radiografía por distintos sectores de la capital, desde que empieza el carrete hasta que termina". Nuestro otro finalista es "El egreso de la generación container", un reportaje de Tomás Basaure, que cuenta cómo, tras el tsunami que en febrero de 2010 que arrasó con el Colegio Insular Robinson Crusoe en el Archipiélago de Juan Fernández, los alumnos recibieron una solución modular de forma transitoria. En noviembre de 2022, Seis jóvenes se graduaron y se transformaron en la primera generación en completar todos sus estudios escolares en un container, creciendo bajo la promesa de la construcción definitiva. Algo que nunca pasó". En el relato, publicado tras la graduación de los jóvenes, cuenta la historia, los recuerdos y reflexiones de un curso de niños y niñas afectados por una de las catástrofes más dramáticas de nuestra historia. Aprovechamos de felicitar a nuestros compañeros de Ciper Chile, un equipo que admiramos profundamente y al que le agradecemos su trabajo y contribución a la verdad. Revisa la lista completa de finalistas aquí
- Chilenos en lista de espera: El tiempo no lo cura todo
Según cifras del Ministerio de Salud, este 2023 la lista de espera ha llegado a niveles históricos, con más de dos millones y medios de personas. Más de 20 mil fallecieron sin recibir atención. Ante este escenario, las autoridades lanzaron un plan nacional de recuperación de cuidados con turnos extras y atenciones en horarios inhábiles. Mientras, los pacientes lidian con su enfermedad. Aquí, diez testimonios que retratan la espera. Por Milene Castillo, Nicolás Recart Fuenzalida, Diana Sofía Copa, Sofía Runín, Catalina Medina Murra, Javiera Haro, José Manuel Ahumada Lobos, Emilia Rodríguez, Michelle Richefort, Jacinta Castro Duarte. Ximena Rivas: Su historia en un blog Se abre la puerta y en la pared del frente, con letra grande, bien negra, cursiva y redondeada se lee con claridad: “Cada familia tiene una historia, bienvenidos a la nuestra”. Por el pasillo del costado izquierdo, hay una prístina vista hacia la cordillera. El piso reluciente deja ver una clara fijación con la limpieza. Ese mismo piso, hace tres años, fue el que recibió los primeros mechones de pelo que caían desde los hombros de Ximena. Una silla en medio del cuarto, sin espejo y solo con la presencia de su hija Karina y su amiga Alicia, quien empuñaba la máquina para cortar su cabello castaño rojizo. Los efectos secundarios de la quimioterapia estaban respondiendo a la primera pregunta que le hizo al doctor al saber su diagnóstico: “¿Se me va a caer el pelo?” Ximena Rivas, bloguera y prevencionista de riesgos, 49 años, iniciaba una de sus batallas más difíciles: un cáncer de ovario etapa 3. A tres años de la muerte de su madre, quien no logró ganarle al cáncer, ahora le tocaba reencontrarse con ese enemigo. En agosto del 2019, corriendo de allá de un lado para otro, mientras trabajaba y estudiaba, uno de los miles de exámenes que se hacía rutinariamente luego del fallecimiento de su madre por cáncer cervicouterino, dio como resultado una irregularidad. “El doctor me dijo que tenía una masa extraña”. Cuando recibió sus exámenes y puso el resultado en el buscador de internet: “Google siempre te mata, casi que me daba dos días de vida”. Lo primero que pensó fue que ya no tenía un gran propósito en la vida, sus hijos estaban grandes, pero en el fondo no quería morir. “No puedes ser tan egoísta al pensar así, tengo 25 años y si te mueres, me dejas sola, mi hermano tiene su vida, mi tío está lejos, no me puedes dejar sola”, le dijo su hija Karina. Le hicieron una histerectomía total para quitarle todo el útero y ovarios. Ella quería que le sacaran las mamas también, pero le dijeron que no era necesario. “Es que yo supe que la Angelina Jolie lo había hecho, los médicos me dijeron “déjate de joder”, se ríe. Los médicos le hablaron del GES. “Hice mi bolso, metí todos mis medicamentos, me fui al hospital, hice la fila en la puerta que decía quimioterapia y saludé al enfermero; le expliqué que me tocaba hacérmela ahí y que llevaba mis papeles, esperaba empezar el mismo día”. Le dijeron que debía comenzar todo el proceso desde cero, desde esperar hora con un ginecólogo para confirmar el diagnóstico. La enfermera jefe, ante su evidente enojo, le mostró la pila de carpetas de pacientes que habían esperado y le dijo que ella iba a quedar al final. Que lamentablemente era así. Que había pacientes desde 2008 esperando, que algunos habían muerto esperando, que no podían ofrecerle ninguna solución. Sabía que iba a tener que hacer lo que hace toda la gente para costear el tratamiento, rifas, vender completos, ser busquilla. Postuló a un estudio clínico estadounidense para probar nuevas drogas, porque la lista de GES no avanzaba y no tenía el tiempo suficiente. Necesitaba otra salida. Hasta que Luis, su hermano mayor, ofreció hacerse cargo de lo económico. Ximena tuvo tres ciclos de quimioterapia, perdió su cabello, su fe, sus ganas de ver personas. Utilizó peluca, le daba vergüenza no tener cejas ni pestañas, no quería que sintieran lástima por ella. Aparte de debilidad, a veces miedo, los síntomas adversos tras las terapias, se sintió sola. Luego de muchos meses difíciles, Karina y su madre recorrían en auto las calles de la capital, con las ventanas bañadas en pintura blanca, en el parabrisas trasero se leía: “Hoy es mi última quimio”. Llena de felicidad, alivio y ganas de retomar su vida, un tiempo después, Ximena tocó la campana al salir de la clínica, que significa que el cáncer ya no está en tu cuerpo. Era 2021. Durante ese año, su vida volvió al rutinario ajetreo sin descanso. Hasta su cumpleaños de febrero del 2022, cuando, tras los exámenes rutinarios que se hacía cada tres meses, recibió lo que no era un regalo; el cáncer había vuelto por la revancha. Esta vez con metástasis y ramificado. Ximena logró financiar su segunda quimioterapia con múltiples apoyos: su hermano aportó nuevamente, desembolsó los ahorros que tenía para comprarse una casa, su hija trabajó extenuantes para recibir el pago de horas extras, su hijo le organizó una rifa. Con un cáncer más severo, pero con la experiencia del pasado, su actitud también cambio. Esta vez lució su cabello corto sin pudor, adoptó el mantra “No nace quien no llora”, tuvo una sesión de fotos en ropa interior, se hizo un piercing y varias otras cosas que prefiere no contar. Hasta hoy escribe un blog con su experiencia y busca visibilizar su historia para quienes creen que no se puede ganar esta lucha. Hace menos de un mes, Ximena volvió a tocar la campana. La tocó con fuerza. Tres veces. Y dijo con ímpetu: “Me siento afortunada de continuar mi recorrido”. Belén Soto: Poesías inspiradas en el cáncer de mama Camino y busco una salida empuñando en mi mano La espada que construí Cuando tumbada de dolor enredada quedé La hice de esperanzas Y ganas de vivir Así voy caminando Esta vez cortando las espinas De este rosal negro Belén Soto Morales siempre fue una buena lectora. Dice que sus favoritos son los poemas de Mario Benedetti y las novelas románticas y disfruta de participar en talleres de escritura en la municipalidad de San Javier, comuna donde lleva radicada cinco años. Trabaja como auxiliar de servicio en el hospital de esa localidad cuando se enteró de que tenía cáncer de mama. Rápidamente comenzó a tratarse en Talca y luego en la Universidad Católica en Santiago. "Las listas de espera te mantienen lejos de tu familia, tu red de apoyo, eso complica aún más la enfermedad. Desconocía los plazos. Después de un mes donde no te llaman, puedes poner un reclamo inmediatamente", cuenta. A ese tratamiento llegó gracias a la agrupación Abrazos de Vida, que apoya a pacientes de cáncer en el Hospital de Talca, y fue allí donde se enteró de que podía acceder a un segundo prestador al llevar más de un mes en lista de espera. Con “Las Peladas”, como se llaman entre ellas, Belén ha encontrado un espacio seguro, e incluso hoy integra la directiva. “Queremos pelear y marcar un precedente, por las que están, las que van a venir y las que se fueron, por una misma”, afirma Belén. En el grupo de whatsapp de la agrupación comparten tips para las quimioterapias, ayudando, sobre todo, a las nuevas pacientes, también entre todas se reúnen a compartir u organizan talleres, donde aprenden a usar turbantes o maquillaje. “Todo lo hacemos a base de donaciones o dinero de nuestros bolsillos. Tratamos de mostrar que no siempre la palabra cáncer es sinónimo de fallecer. Queremos hacer más amigable el proceso”, asegura Paulina Moya, miembro de la agrupación. A poco de comenzar la radioterapia, en agosto de 2019, a Belén se le rompió el expansor que le habían colocado en una de sus mamas. Este hecho no es poco común, puede pasar en una de las revisiones periódicas del mismo o en medio de la radioterapia, que a veces daña el tejido, según explica el doctor Javier Villalon, especialista en reconstrucción mamaria. “Cuando las pacientes van a radioterapia, no es raro que se generen contracturas o daños en el expansor, es parte de la irradiación. Por lo mismo el implante de silicona se pone después de terminar la radioterapia”, agrega el especialista. En el Hospital de Talca los cirujanos le recomendaron a Belén que primero se hiciera la radioterapia y después volviera para la reconstrucción definitiva, lo que se vio frustrado por la llegada de la pandemia, pues los doctores le restaron urgencia a su reconstrucción, y significó que Belén estuviera con el expansor roto en su mama por dos años. “Estaba asustada, porque los controles nunca eran a la fecha, todo fue un desorden. Los medicamentos habían que pelearlos, no habían horas para consultas, no había nada, todo quedó parado”. En 2021, cuando recién comenzaba a volver la normalidad en medio de la pandemia, Belén comenzó a sentir molestias en su brazo, que incluso le impedían realizar su trabajo con normalidad. “Durante meses, nadie me pescaba con la rotura del expansor, hasta que empezó a hacer hematomas en mi mama”, relata Belén. No sólo el expansor se estaba encapsulando, adhiriéndose al músculo, sino que apareció un nódulo en la otra mama. Belén nuevamente tenía cáncer. “No sabía qué hacer, se me vino el mundo abajo. Me quería morir del susto”, afirma Belén. Además de este diagnóstico, la familia Soto Morales recibió otra mala noticia: el padre de Belén tenía cáncer de recto. Padre e hija con cáncer, en algún momento tuvieron que recurrir a rifas para solventar los tratamientos. “Da rabia vivir a costa de bingos o rifas solidarias, tienes que tener un saco de plata para luchar contra la enfermedad, es indigno”, asegura Belén. Tras operarse del cáncer en Santiago, Belén volvió a Talca donde debía recibir un tratamiento adyuvante, según le indicaron en el Instituto Oncológico FALP, donde además le dijeron que presentaba una lesión en el esternón. Ahí comenzó una lucha que parecía interminable. En la FALP volvió a tomarse una tomografía, que marcaba que todavía tenía cáncer en la zona del esternón y ganglios axilares, entonces le recomendaron el medicamento Ribociclib, que evita que las células cancerígenas se multipliquen. El Ribociclib tiene un costo de casi 4 millones mensuales, no está cubierto por el AUGE ni la Ley Ricarte Soto, por lo que optó por el Palbociclib, al cual podía acceder por el sistema público, entrando a una lista de espera por el medicamento. "Tantas vueltas, demoras y esperas, es como si el sistema busca que la enfermedad avance. El cáncer no espera. Una siente que cuando no eres útil, te dejan morir ", afirma Belén frustrada. Belén cuenta que las cosas que ha vivido le provocan rabia, se siente abandonada por el sistema. “A veces siento que navego en un barco a la deriva, no encuentro ningún puerto, me hacen irme a otro lado”, asegura entre lágrimas. “Ahí es cuando uno cree perder la esperanza, pero digo no po’, mientras yo tenga voz voy a seguir pataleando”. Luz María Araos: “El abandono es la parte más difícil” Luz María Araos, 59 años, vive en Algarrobo. Cuenta que pasa la mayoría del día en su casa, horneando brazos de reina y cocinando dulces para generar algún ingreso. No puede trabajar a tiempo completo por los efectos secundarios de la quimioterapia que le hicieron para tratar su cáncer de mama. En abril de 2018 se lo diagnosticaron. Se había palpado un “porotito” en la mama izquierda al que no dio importancia, pero su hija Valeria le pidió que fuera al médico. Era un cáncer agresivo que había comprometido los ganglios del lado izquierdo: “Ahora tengo los efectos de no haber reaccionado al momento correcto, estoy constantemente con dolor”. Ell comenta que siente que vive un tema personal fuerte. Perdió el pelo, las pestañas, las cejas: “Las que tú me ves aquí yo las tengo pintadas”. Menciona que ya no vive como antes y que se siente un poco en el limbo por parte de los cuidados del Estado. Siente abandono, luego de que estar seis meses en lista de espera: “Cumplieron con la operación, pero no se preocuparon más. Sé que muchas veces los médicos y enfermeros están ocupados, pero podrían designar un cargo que tenga la tarea de acompañar a los pacientes en el proceso post cáncer. El abandono es la parte más difícil”. Luzma está con tratamiento oral por el resto de su vida y actualmente tiene puesto un catéter. Su cáncer está controlado y aún en tratamiento luego de una mastectomía parcial, una cirugía que implica sacar el tumor rodeado por el tejido mamario, sano, sin sacar toda la mama, para posteriormente hacer quimioterapia. El médico Luis Ignacio de la Torre, resalta que no en todos los casos es necesaria la quimio: “Es importante explicar esto, menos del 25% necesita quimioterapia”. El médico menciona que "la desigualdad en el acceso a servicios de salud de calidad y la falta de infraestructura adecuada en algunas regiones del país limitan el acceso a diagnósticos precisos y tratamientos especializados. La necesidad de mejorar la atención integral, la coordinación entre los equipos médicos y la implementación de programas de prevención efectivos son retos cruciales a enfrentar para reducir la carga del cáncer de mama en Chile”. Al día de hoy, Luzma espera poder vivir normalmente, con tranquilidad, sin dolor, poder seguir con el cáncer controlado, compartir con sus hijas, sus papás y ojalá alcanzar a gozar de una salud pública de calidad, pero por sobre todo dice “mi mayor anhelo es que esta maldita enfermedad no vuelva”. Michelle Rosales: “Me diagnosticaron antes de hacer la biopsia” La odisea de Michelle Rosales, limeña, comenzó en enero de 2023. De visita en Perú, junto con su familia, estaba emocionada por conocer al pequeño hijo de su hermano que vive en Alemania, pero de a poco se fue nublando el panorama. “Estaba usando un vestido de verano, con tiritas. Cuando me lo saqué, sentí un nódulo y mi mundo literalmente se cayó. Algo me decía que era malo”, dice con la voz quebrada. A su regreso a Chile decidió visitar a su ginecólogo, de manera particular y le pidieron una ecografía para salir de las dudas. Se la hicieron 15 días después. 15 días de espera donde disfrutó cada minuto con el mejor de los ánimos y energías, porque en ese momento para ella, no era una opción hundirse en una preocupación de algo con lo que no estaba segura. Luego vino la solicitud de una biopsia, aún no tenía un diagnóstico. Habían pasado dos meses desde que sintió el nódulo en la mama. Ahora estaba en un consultorio lleno de gente. El ambiente era ajetreado y agobiante. Junto a ella había otras 30 personas haciendo la misma fila . Hasta que le tocó su turno. "Me dijeron que tenía cáncer antes de hacerme la biopsia. Ahí hubo una negligencia de su parte, porque aún no estaba diagnosticado", recuerda Michelle. Recién en abril se enteró de manera oficial que tenía un cáncer de mama triple negativo, que no había por dónde atacarlo y que cada día que pasa se convierte en un arma que está atacando a su cuerpo más fuerte. "Cuando la genetista cuando vio mis resultados, me dijo que mi cáncer vino así de la nada". Han pasado tres meses desde que ingresó al sistema GES, con incertidumbre y sin saber aún cuándo comenzará su tratamiento. "Todo es esperar, todo es incertidumbre. Es frustrante no saber si están siendo negligentes conmigo", dice. La batalla contra la diabetes infantil Bruno tiene seis años, es un niño muy alegre y con mucha personalidad. Le gusta jugar fútbol y practica Kung-Fu y Sanda en una academia cerca de su casa. En abril de este año le diagnosticaron diabetes tipo 1. En un inicio, antes de saber lo que estaba ocurriendo, el niño perdió mucho de peso: “Bajó hasta cinco kilos en una semana”, cuenta Natalia, su mamá. En las noches se orinaba y no sabía qué le pasaba a su hijo. "Yo pensé que le estaban haciendo bullying en el colegio, entonces le empecé a preguntar: '¿Quién es el niño más lindo del mundo?' Y él me decía muy seguro: 'Soy yo, mamá', así es que lo descarté". Hasta una madrugada en que Bruno perdió la conciencia. "Fuimos directo a urgencias y le hicieron la prueba de la sangre. Normalmente una persona tiene entre 70 y 180 de glicemia a la sangre, Bruno tenía 837", recuerda. La diabetes tipo 1 afecta a más de 10 mil menores en Chile. Es la segunda enfermedad crónica más común en la infancia y principalmente afecta a niños menores de 5 años. Esta condición está aumentando en 3.8% en todos los países. En 2022 se incorporó a las prestaciones GES. "Estuvo cinco días en la UCI, y no lo podían sacar si nosotros no llevábamos los implementos que nos daba el GES, era un requisito. Esos primeros días me sentí mareada con tanta información. Me decían: 'Tu hijo diabético, poco menos que se iba a morir'. Nos hicieron clases, iba la nutricionista, nos llevaban al enfermero. Pasaron tantas cosas que a mí se me olvidó subir una nómina que pide el GES y no tenía los recursos para pagar la cuenta hospitalaria. A los tres días nos aceptaron la canasta GES" En este caso, el GES les cubre aproximadamente 5 millones anuales, excepto un I-PORT y un sensor, tratamientos alternos. "Nos ha ido bien con el GES, pero obviamente se nos acaban los insumos y tenemos que esperar hasta el próximo mes. En esos casos, tenemos que ver cómo los conseguimos. Hemos tenido que cubrir, porque también estamos aprendiendo sobre todo esto", explica Natalia. La vida de Bruno y su familia cambió abruptamente, y siguen acostumbrándose a su nueva realidad. De un día a otro, todos tuvieron que aprender a pinchar la insulina, a contar carbohidratos, a conocer los productos que se podían comprar en la casa. Pero, además, a enseñarle a Bruno a normalizar su enfermedad y no avergonzarse de ella. "A mí se me acabó el mundo cuando supe, caí en un bajón. No era capaz de pincharlo ni siquiera, me encerraba a mi pieza a llorar de la rabia por lo que estaba sufriendo mi nieto. Creo que, incluso, me di el lujo de caerme todos los días. Natalia nos contuvo a todos, pero nadie la contuvo a ella", cuenta con dolor Delia, la abuela de Bruno. "Alguien tenía que ser la fuerte", dice Natalia con la voz quebrada, "yo creo que todavía no la asumo, porque ya no es el mismo Bruno de antes.". Conoce el especial completo de Chilenos en lista de espera a continuación
- El chileno que dibuja los NFTs de Hasbullah
Un estudiante de construcción civil, que vive en Padre Hurtado, a sus 23 años en Dubái, rodeado de jeques y celebridades. Jamás se imaginó que un par de dibujos hechos en su tiempo libre se transformarían en obras de arte que se valoran entre cuatrocientos mil y los cinco millones de pesos chilenos. Hoy es parte del equipo del controversial Hasbullah, un hombre con enanismo que sólo en Instagram reúne más de cinco millones de seguidores. Esta historia recién empezó a dibujarse. Es difícil que alguien de la Generación Z no conozca a Hasbullah Magomedov, un joven ruso de 20 años de edad que padece acondroplasia, una forma de enanismo, y quien se hizo viral tras subir videos peleando con el reconocido luchador ruso de la UFC, Khabib Nurmagomedov en 2021. Actualmente, Hasbullah tiene un contrato con la misma liga deportiva, donde será la cara visible para promocionar peleas de alta convocatoria. Y junto con ello, hoy cuenta con más de 5.2 millones de seguidores en su perfil de Instagram, en donde es reconocido por subir videos golpeando a famosos. Todos esos factores descolocaron al dibujante chileno Diego Castañeda, de 23 años, cuando recibió una llamada de parte del equipo del mismísimo influencer. ¿La razón? El team del ruso quería demandar al chileno por dibujarlo y viralizarlo en redes sociales. Sin embargo, lo que parecía una absurda y aterradora historia sobre el insólito poder de los nuevos famosos de internet, tuvo un desenlace inesperado, uno que se sigue escribiendo y que, por ahora, no muestra indicios de tener un final. Ha nacido una estrella En medio de la pandemia y el encierro, Diego empezó a dedicar su tiempo libre a dibujar. Agarró una tablet y empezó a tirar trazos. No tiene formación en diseño, mucho menos en arte: sus referentes forman parte de la cultura popular, como Los Simpsons. El estudiante de cuarto año de Construcción Civil empezó a subir los resultados de su hobby a sus redes sociales. Para julio del 2020, Larrynni (seudónimo que usa en internet), ya acumulaba miles de seguidores en su cuenta de TikTok. Hoy tiene casi 60 mil y cerca de un millón de me gusta. En los videos que subía, mostraba el proceso de sus caricaturas y estos se movían rápidamente en el cibermundo. Incluso, cuando transformó al cantante Pablo Chill-E en un personaje de Los Simpson, su canal reventó en reproducciones. Este clip tiene casi 900 mil vistas. Desde entonces, DJ's locales y otras celebridades le empezaron a pedir sus propias caricaturas. “A veces llegaba a cobrar cinco mil pesos por uno”, recuerda, “pero el boom fue cuando Ibai Llanos, uno de los streamers más famosos de España, me reposteó en sus redes. Me hice muy conocido y todo el mundo me comenzó a hablar, todos querían una ilustración hecha por mí”. Ibai es un famoso streamear y youtuber español, cuenta con 8.2 millones de seguidores en Instagram Después de esto, otro joven español lo contactó. Conocido como “Dani”, este nuevo personaje en la vida de Castañeda le preguntó si sabía sobre criptomonedas y NFTs. El chileno no tenía idea de nada. “Además de pedirme que investigara acerca de esos conceptos, me pidió que hiciera una ilustración de Hasbullah”, cuenta a Quitra, “la primera vez que leí ese nombre no sabía quien era, después me mandó un sticker de Whatsapp y ahí lo reconocí inmediatamente. Todos lo hemos visto alguna vez”. Esta es una de las ilustraciones del influencer ruso hechas por Diego No pasaron ni cinco minutos y el hombre volvió a pedirle nuevas caricaturas del influencer ruso. “Se vendió”, le dijeron al chileno. Y al rato, la siguiente pedida eran otras 30 piezas más.Todas las ilustraciones se estaban vendiendo como NTFs en una página llamada Open Sea. En sus palabras, Castañeda explica que los NTFs son “prácticamente una imagen o una traducción de un código, que pertenece exclusivamente a la cuenta que lo compró, donde el propietario lo puede utilizar para lo que quiera (...) La discusión que hay es que muchas personas le toman pantallazo a la imagen digital y la utilizan, pero acá pasa algo que también pasa en el mundo real, si tú le tomas una foto a la Mona Lisa, no es lo mismo que tener la original”. En noviembre del año pasado Diego recibió una llamada que lo dejó saltón. Dani le dijo en tono exaltado que tenían que borrar todas las ilustraciones relacionadas al joven ruso. El equipo del influencer había amenazado con denunciarlos por usar su imagen. “Llegué rápido a mi casa y cambié todos los dibujos de Hasbulla por los de un mono: le extendí las orejas y lo deformé un poco (...) Todo este proyecto que habíamos montado era sobre dos personas monetizando por un meme”, dice Castañeda. Sin embargo, en menos de un mes, la historia dio un giro inesperado: los mismos que estaban a punto de llevarlos a tribunales, los querían contratar para comenzar un nuevo proyecto. Fue ahí cuando se creó la página Cryptohasbulla, un mercado virtual para comercializar los NFTs elaborados por el chileno. De hecho, sólo bastaron unas semanas para que Castañeda se incorporara al equipo del ruso. Incluso, en enero, fue invitado a un evento en Dubái con todos los holders de los NFTs de Hasbulla, osea, todas las personas que tienen alguna de las ilustraciones con su firma. Sin pensarlo dos veces, decidió reservar un vuelo en dirección a ese país. “Le tuve que explicar a mi mamá todo el proceso que he vivido para llegar hasta aquí. Es un tema denso, no entendía nada, pero casi le metí un pendrive con toda la información al cerebro para que entendiera”, cuenta entre risas. ¿En algún momento consideraste congelar o salirte de la universidad? “Cuando comenzamos a trabajar con Hasbullah, me pedían quinientos dibujos a la semana y ese fue el ritmo por un mes y medio. Me acuerdo que lo único que pensaba, era que si llegaba a estar así de nuevo, más la carga de la universidad, explotaría. Entonces sí, pensé en dejarla. Además me iba bien, me estaban pagando, podía costear mis gastos, renové mi Ipad y muchas cosas así”, explica. Los NTFs de Castañeda se venden entre los 400 mil pesos y los cinco millones chilenos. Tras 15 horas de un largo viaje en avión, el chileno fue recibido de manera muy acogedora en el país árabe: “todos querían que dibujara algo, me sentía como una estrella”. Y cuando empezó a conocer a los usuarios que adquirieron sus obras, se percató de que la gente no solo compraba las imágenes porque fueran de Hasbullah, sino que también, porque les gustaba su arte. ¿Te consideras un artista? Diego se detiene a pensar. “Considero que lo hago es un arte”, responde. Castañeda cuenta que a pesar de que en esta parte del mundo Hasbullah Magomedov todavía se está haciendo conocido, una situación muy distinta se vive en Medio Oriente, en donde es brutalmente famoso. “Es casi como Messi”, explica. Hasbullah y Diego tienen casi la misma edad. Pero el chileno describe al influencer como una persona callada, tímida y quizás porque sólo habla ruso, mientras que su equipo se comunica en inglés y español. "Cuando está en confianza, es un hombre con mucha energía, es bueno para pegar, para correr, para tirar cosas por el aire, es muy simpático, es para cagarse de la risa”. Hasbullah no canta, no bailan , ni actúa, pero es muy famoso. ¿Qué piensas sobre la fama contemporánea? “Siento que nació respecto a las nuevas tecnologías. Las personas se muestran en un medio y captan un público, un nicho que crece. La gente hoy busca simplemente entretenimiento y eso es lo que muestran las redes sociales” Cuando el dibujante llegó a uno de los eventos se percató que todos sus dibujos estaban proyectados en una pantalla gigante, detrás del escenario. Aquí es donde Larriny pensó y dijo: “¿Cómo pasé de estar dibujando en mi pieza por cinco luquitas a estar en Dubái?”. Llegó un momento en que las luces del evento se apagaron y tras una puerta gigante salió Hasbullah, Diego recuerda que las personas se volvieron locas, muchos se subieron encima de las mesas, solo para tener una foto del menudo influencer. Cuenta que se asomó “una personita de ochenta centímetros, con tres o cuatro guardaespaldas gigantes”. Y mientras los fanáticos comían y conversaban entre ellos, Diego se quedó solo en la mesa y empezó a dibujar al influencer en vivo y en directo. Mientras hacía esto, un comprador le empezó a ofrecer dinero inmediatamente. Dubai, o al menos la parte que vio él, describe el joven, es un lugar lleno de autos de alta gama, gente de mucho dinero y jeques árabes usando ropa de marca. Cuando Hasbullah invitó a su grupo a una comida en un restaurante, Castañeda recuerda que la fila para entrar daba una vuelta a la esquina, sin embargo, con su llegada pudieron pasar como unas verdaderas celebridades. Y no era cualquier restaurante, se trata del exclusivo Steakhouse Nurs-Et, del famoso chef Salt Bae. “Me gustaría estudiar algo”, piensa Castañeda, “quizás no una carrera, porque vengo saliendo de una, pero creo que en un futuro si mi meta es ser director gráfico tendré que hacer un curso o algo por el estilo”. Ahora Diego piensa sólo en titularse y sueña con trabajar en alguna multinacional de animación, como Disney, “Cuando me vea en alguna pantalla del cine, podré morir tranquilo” afirma con ambición.
- Mi TCA no tiene feriado
El estudio “Trastornos de la conducta alimentaria en adolescentes chilenos: una epidemia silenciosa”, hecho por la Universidad Católica en 2022, reveló que el 6% de los afectados por desórdenes alimenticios son niñas, niños y adolescentes, de los que un 55% son mujeres. Una crisis de la salud mental que, para quienes la padecemos, interfiere no sólo con la relación que tenemos con nosotros mismos, sino con todo nuestro entorno. Estas son mis reflexiones sobre la última patita del año, una de las más difíciles de tragar. Advertencia: este artículo aborda el tema de la anorexia, un trastorno alimentario que puede ser perjudicial para la salud mental y física. Si tú o alguien que conoces está luchando con este trastorno o si este tema te resulta perturbador, te recomendamos considerar si debes continuar leyendo. La intención de este artículo es informar y generar conciencia sobre la anorexia, pero entendemos que puede ser un tema desencadenante para algunas personas. Celebraciones que no dan gusto La anorexia es mi mejor amiga y mi peor enemiga, un lugar que conozco bien pero al que, al mismo tiempo, me llena de miedo visitar. Es la mayor prueba del control y descontrol que he sentido sobre mi propia voluntad. Pero hay una cosa que la anorexia no es: la anorexia no soy yo. Todo empezó cuando tenía 13, tras una enfermedad de mi mamá. Siempre lo describo como una etapa en la que mi cuerpo estaba desesperado pidiendo ayuda y cuidado. Y durante tres largos años, el proceso de recuperación fue como un columpio que iba y venía. Por cuatro meses no pude ir al colegio, me vigilaba una chaperona que llegaba a mi casa para el desayuno y se iba con la última comida. Hay un recuerdo que tengo latente: a mediados de septiembre de 2015, estaba apoyada en la mesa de la cocina esperando a que hirviera el agua para hacerme un café negr. Ese día Corina, mi chaperona, iba a llegar tarde por un trámite que tenía que hacer y por eso me tocaba desayunar sin supervisión, por primera vez en meses. Muy pocas cosas me hacían feliz durante este periodo de mi vida, pero esta ocasión era casi como un regalo de cumpleaños anticipado, una mañana de paz que no me podía hacer sentir más emocionada y, por supuesto, cometí mi objetivo: no comí nada. El timing era casi perfecto, ya que en dos días más tocaba ir a un asado en la casa de mis primos para celebrar el dieciocho en familia. Esta era una fecha que llevaba atormentándome desde hace al menos tres semanas. Lo pensaba durante horas y horas, y hacía estrategias sobre cómo, durante el tiempo que faltaba, podía alimentarme lo menos posible para compensar el horror de tener que comer frente a todos un plato lleno de calorías. Sabía que yo iba a ser el centro de atención, sabía que mi familia no me iba a sacar los ojos de encima, esperando que me convirtiera mágicamente en alguien que no era: una persona con una relación sana con la comida. Septiembre, para quienes tienen un TCA, es el comienzo de una difícil temporada de celebraciones. De fiestas patrias en adelante, las rutinas se ven interrumpidas y la comida se convierte en el punto central del calendario social y –como consecuencia- empieza también la campaña para preparar el cuerpo de verano. Y mientras todo el mundo habla sobre lo felices y ansiosos que los ponen la llegada de las fiestas, a mí me desgarraba el miedo. El solo recuerdo de lo que se venía automáticamente me hacía sentir irritable y tensa, consumida por una angustia inmensa. “¿Estaré loca?”. Ese era un pensamiento que, a pesar de ser constante durante mi enfermedad, en estas fechas metía aún más ruido en mi cabeza y me devoraba por dentro. No me soltaba. Yo no tenía atracones en esta parte del proceso, por el contrario, me privaba de comer cada vez que tenía una oportunidad. La idea de vomitar era un recurso que nunca usé eso sí. Mi familia cercana me veía como un monstruo que había que mantener apresado en la casa, pero en celebraciones y ocasiones como estas, no les quedaba otra opción que sacarme. Yo tampoco quería salir, quedarme en casa me hacía sentir segura. Y así fue como la anorexia arruinó mi fiesta familiar. Sobre la mesa había mucha carne, longanizas, empanadas, mote con huesillos y bebida. Todas cosas que en ese momento eran la representación de mi mayor miedo. Pero yo estaba decidida a no comer ese dieciocho en la casa de mis primos. “Te doy cincuenta lucas si te comes esta empanada”, me dijo uno de mis parientes mientras estábamos todos sentados. Yo quedé petrificada en la silla mientras mis primos competían por quién agarraba la empanada primero para comérsela y ganarse el premio. Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro frente a la exposición que mi mismo padre me hizo sentir, fue como una traición. Ante esto, mis papás comenzaron a discutir mientras mis tíos trataban de calmar la situación y con angustia, aproveché esta distracción para esconder la comida de mi plato en mis bolsillos e ir a botarla al baño. Aún recuerdo el jugo de la ensalada y la carne mojando el interior de los bolsillos de mi polerón mientras caminaba a deshacerme de todo. Este fue el momento que me mostró realmente hasta qué punto la anorexia había tomado control de mi vida. Ahora miro hacia atrás este recuerdo y sigue doliéndome. Me vi tan despojada de mi propia voluntad, obedeciendo el patrón de una enfermedad que me obligo a hacer cosas repugnantes y llenas de odio haca mí. Te podría interesar: ¿Por qué seguimos hablando de la mamá de Jennette McCurdy? Según el “Manual para el manejo Intrahospitalario de los Trastornos Alimentarios” de 2022 realizado por la Unidad de Trastornos Alimentarios de la Universidad Católica, los pacientes más jóvenes con anorexia tienen la mejor tasa de recuperación, entre 50% y 70%, mientras que, en pacientes adultos las tasas reportadas de recuperación completa apenas llegan a un 50%. Un 30% de los pacientes logran recuperación parcial y un 20% permanecen severamente enfermos. Han pasado siete años y a pesar de que los pensamientos desordenados sobre la alimentación aún van y vienen, este dieciocho estar frente a la mesa me entusiasmó. Logré encontrar esa felicidad que tanto anhelaba de disfrutar los momentos que me reúnen con las personas que más quiero. Hay especialistas que dicen que uno nunca se recupera, pero yo no lo veo así, es más bien como una cicatriz, que te recuerda que hubo una profunda herida. Hoy estoy recuperada y disfruto. Y con todo lo que aprendí en este tiempo, a mi yo de esa época le diría que la recuperación, que parece ser lo más difícil, o que la rabia que sientes contra tu familia cuando te tratan de cuidar, son el comienzo de una vida nueva. Que uno no es su diagnóstico y que siempre hay una oportunidad para ganarle al miedo. Y si algo de lo anterior suena demasiado familiar, busca ayuda. La recuperación de los trastornos alimenticios es difícil, muy difícil. Pero es mejor del otro lado, lo prometo. *** Si necesitas ayuda, contacta a Salud Responde, un servicio de salud telefónica disponible las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Puedes marcar el número 600 360 7777 desde cualquier teléfono fijo o móvil en Chile. El personal puede proporcionarte información sobre servicios de salud mental y derivarte a profesionales adecuados.











