Hay un momento en la vida de toda persona en el que comprende lo exigentes que somos con nuestra madre, ignoramos el hecho que es alguien que ha fracasado, que siente frustración, que a veces -incluso- si pudieran, renunciarían al destino que les tocó. Tras una conversación con las mujeres de mi familia, mi mamá empezó a hablar sobre su vida. Su vida antes de mi hermana y de mí. Su vida antes de los hombres. Su vida antes de convertirse en la figura que idealizaba desde pequeña.
Soy la primera mujer en recibir educación superior. Soy la primera mujer en irme de la casa sin hijos. También la primera en acceder a programas de salud mental: con asistencia de terapeutas que se dedicaron a trabajar en cada sesión mis miedos y traumas. Yo soy la primera en hacer con su vida lo que “quiso”.
Dos meses antes de irme de mi primer hogar, una calurosa tarde de marzo como esta, mi hermana, mi mamá y yo nos sentamos en la mesa a hablar. Acompañadas de una botella de vodka, los muros que tenían años de antigüedad lentamente conforme pasaba la noche se comenzaron a derribar. La dinámica se me hizo extraña porque en mis 24 años, por primera vez, sentí que ellas también me miraban como una mujer. Como una igual. No como una niña.
En mi familia, diría yo, tenemos un talento para no hablar de lo que sentimos. Y si lo hacemos, no llegamos a hablar profundamente de nuestras emociones, sino que intentamos dar vuelta la página rápidamente. Por eso, esa tarde, me sentí nerviosa. Mi hermana comenzó: disparó primero diciendo que estaba cansada de ser una mediadora de conflictos. Le dimos vuelta durante una hora hasta que los comentarios de mi mamá matizaron la situación y fue su turno. Ella habló sobre sus amores adolescentes, contó cosas que yo no había escuchado antes. Le encantaba salir de fiesta, tener citas con hombres, le gustaba estudiar y los fines de semana hacía voluntariado en el Sur de Chile.
Lentamente, mi mamá se estaba transformando en una mujer. Más parecida a mí de lo que jamás habría imaginado. No me costó nada imaginarla a los 24, ¿Qué sintió cuando se dio cuenta que estaba embarazada a los 17? ¿Le contó a alguien sus miedos? ¿Cuáles eran sus sueños de adolescente? Siempre soy yo la que más habla cuando nos reunimos, pero esa noche me dediqué solo a escuchar. Y hoy, a un año de esa conversación, me reúno con ella para preguntarle sobre todas las interrogantes que he navegado desde aquella noche. Porque quiero conocerla, quiero que mis dudas no solo tengan mi voz, si no que las respuestas sean su verdad.

Mi mamá, antes de ser mi mamá
Ella vivió en el campo toda su infancia. Le intrigaba mucho cómo funcionaba el cuerpo humano y por eso soñó con ser médico. Ella describe a su casa de adolescencia como una “rancha”, una casita formada por planchas de OSB. Allí, compartía con su papá, quien sufría alcoholismo.
En tercero medio, un año antes de tener a su primera hija, sintió que jamás podría ingresar a la universidad: a pesar de estar estudiando en el mejor liceo de su localidad, sabía que tenía compañeras que eran hijas de abogados, que sabían otros idiomas, que tenían oportunidades, y se rindió. “No me permití soñar, yo estaba ocupada pensando en cómo sobrevivir”, me contó.
Con el embarazo de mi hermana, mi mamá no terminó el colegio. Rápidamente empezó a trabajar y no contaba con el apoyo de nadie. Atrás quedaron las fiestas, los voluntariados que ella disfrutaba hacer, y cualquier otro sueño que no incluyera la niña recién llegada. “Para mí casarme era someterme. Porque así era antes, tú obedecías, entonces eso nunca fue una opción, para él si”. Durante 5 meses a nadie le contó que estaba embarazada, se lo guardó solo para ella. Ni el padre biológico supo. “Nunca lo amé, lo quise mucho pero eramos muy distintos”.
Me imaginé todos los escenarios de su yo de veinticuatro años, criando, cansada y sola, con la única prioridad de sobrevivir con su hija haciéndole frente a una vida que le daba la espalda constantemente, pero ella siempre se mantuvo estoica. En esa conversación me di cuenta, que mi vida era todo lo que mi mamá deseaba para ella. Quizás con algunas modificaciones en el camino pero era lo que ella ansiaba vivir. En ese momento me hizo sentido lo que siempre me decía cuando pequeña: “No tengas hijos(ojalá nunca) hasta que hayas vivido tu vida, te hayas descubierto y tengas una estabilidad para jamás aguantar nada.” Y que ese consejo no venía por mí, sino por ella, porque jamás pudo soñar, jamás pudo descubrir quién era y qué era lo que quería en el paso del tiempo.

El año pasado asistí como fotógrafa a una entrevista de Elisa Loncon, expresidenta de la Convención Constitucional. Mientras el periodista hablaba con ella, yo estaba de oyente. Por primera vez vi en ella a mi mamá, las historias del campo, lo que significa vivir desconectada y el fuerte amor por el conocimiento que, pese a la precaria situación que ambas vivían, lograban aprender de lo poco que tenían. Toda esa entrevista sentí que ella reflejaba el camino que quizás mi mamá pudo tener pero no fue así.
Soñé a mi mamá estudiando medicina, aún evitando el amor pero no privándose de vivir amores intensos y fugaces. Me la imaginaba trabajando de doctora, viviendo sola y aprendiendo cada vez más quién era ella, siendo muy asertiva y rodeándose de gente que la cobijara.
Me la imaginé aprendiendo a confiar en los otros y sanando todas sus heridas. Nunca me la imaginé casada ni con hijos, sino viviendo muchas aventuras. En este ejercicio me di cuenta de que mi mamá siempre defendió su verdad, su voz y jamás tuvo miedo de contestar honesta y brutalmente a los hombres que creían que la misión de las mujeres era complacerlos.
Luego de meses de pensar en cómo hubiese sido ella, le pregunté si podíamos hablar sobre esto un día en mi casa y tras estar dos meses sin verla porque pasó el verano en el sur con mi hermana mayor, llegó a mi casa, nos sentamos y ambas lloramos reflexionando sobre esto.
¿Si hubieses tenido la oportunidad y los recursos de poder abortar lo hubieses hecho?
“Sí (se toma una pausa) porque tener un hijo en esas condiciones en que apenas lograba sobrevivir no se lo deseo a nadie. Al final estuve toda la vida buscando sobrevivir y eso es algo muy duro. Si yo hubiera sido hombre toda mi vida hubiese sido muy distinta. El hombre siempre ha tenido la oportunidad de elegir y en esa época había un dicho que decía “El hombre se casa cuando quiere, la mujer cuando puede” y en mis tiempos casarse era la gran meta de nosotras porque no tenías otro futuro ni otro prospecto de vida más que criar y estar con alguien que se hiciera cargo de ti. Yo tuve que trabajar de noche y de día, de forma muy sacrificada por negarme a casarme y tampoco pude criar ni dormir.
¿Cómo te ves en esta vida en que puedes acceder no solo a sobrevivir sino a cumplir tus sueños, hubieses estudiado, hubieses tenido hijos?
“Tú y tu hermana han sido hasta el día de hoy mi mayor felicidad desde que nacieron. Ese amor me hizo superar todos los inconvenientes y los momentos duros. No me habría casado eso sí y no hubiese aguantado ningún maltrato de nadie pero sí hubiese tenido hijos. Hubiese vivido sola yo creo. Por eso jamás me hubiese casado, estaría quizás trabajando en un hospital público, siendo doctora, siempre quise estudiar medicina y aprender todo sobre el cuerpo humano”

¿Te gusta ser mujer? ¿Si hubieses podido elegir qué elegirías?
“Hubiera sido hombre, siempre lo pensé, siempre lo sentí. Hubiese sido muy mujeriego como Felipe Camiroaga, con esa libertad de no casarse, de ser autosuficiente, de tener la libertad de estar solo sin que nadie me juzgue y poder elegir lo que quiera. Sólo cuando pienso en la vejez de los hombres me siento aliviada de ser mujer. A mi alrededor me toca ver cómo los hombres pagan en la vejez. Hombres que toda la vida fueron violentos e imponentes cuando son viejos les toca vivir solos porque nadie se quiere hacer cargo de ellos. En cambio siento que una mujer vieja se adapta mucho mejor. Siempre la abuela es más entretenida”
Nuestra relación ha sido dulce y agraz, me imagino que como la mayoría de las madres-hijas, pero ¿Tú ves algo de ti en mí?
“Ser trabajadora, ser perseverante, ser responsable, la constancia en el trabajo pero sobre todo la responsabilidad, con muchas más cosas que yo por supuesto. Siempre me ha gustado que has luchado por tu sueños, por tener lo que quieras, esa fuerza y esa capacidad de reflexionar que tienes por hacer las cosas bien. Pese a todo lo que te ha pasado. Cuando me dijiste que querías ser fotógrafa me dio mucho miedo, sentía que iba a ser muy difícil el camino, porque yo no podía ayudarte. No sabía nada sobre arte, ni conocía a nadie que viviera de eso. Ahora me siento muy feliz por ti, de que te hayas ido de la casa y de que cumplieras tus metas porque sé que el mundo es difícil pero es hermoso verte haciendo lo que tú querías. Me siento feliz de finalmente apoyarte en esto y por eso siempre te dejé ser lo que tú buscabas ser. No me arrepiento de nada”

¿Qué cosas de tu mamá -mi abuela- sientes que tienes?
“Ser honesta, honrada, trabajadora, ser responsable y sumisa. Bueno, esto último solo pasó al principio porque ahora ya no lo soy. Ella era muy sumisa, pero también le agradezco que siempre nos inculcó tener ojo con los hombres y que había que luchar por una misma sola, siempre tuve esa mentalidad por eso nunca le exigí nada a nadie. Antiguamente la maternidad era responsabilidad de la mujer y de nadie más, nadie juzgaba a los hombres pero a la mujer sí , entonces eso me enseñó mi madre. Ser buena persona y no engañar a nadie. Era honesta”
¿Sientes que mi relación contigo te ha ayudado a cambiar la visión de las cosas, como por ejemplo cuando comenzamos a hablar sobre feminismo?
“Mucho, me has enseñado muchas cosas: a ver la vida, a reflexionar, a pensar más cosas porque tú tienes otra mentalidad, entonces veo en ti todo lo que yo hubiese querido ser o pensar, por lo menos para defenderme"
Al final de todo esto y pese a mis arrebatos hay mucho más de lo que yo me imagine de mi mamá en mí. Cuando era adolescente ese era mi mayor temor, no quería parecerme a ella. Pero hoy que soy adulta siento que es hermoso que haya una parte suya en mí. Sentir que mi curiosidad, el investigar, el ir por lo que quiero pese a las protestas(que muchas vinieron de ella misma) y cuestionarme mucho las cosas han sido cruciales para vivir la vida que llevo hoy. No sé si algún día pare de pensar en qué hubiese sido de mi mamá si hubiese tenido las oportunidades que ella me dio, porque siento que se merece estar en mis pensamientos y llantos. Porque me alivia llorar por lo que vivió, me alivia pensar que el llanto por sus heridas no es solo de ella. Hacer llorable lo que mi mamá pasó, es la justicia que siento que puedo darle y hacerle ver que no está sola en su dolor, que estoy con ella incluso cuando ella no está conmigo físicamente.
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