Aracelly Brito: la madre que convirtió una pérdida en un derecho
- Vanessa Ramos Irigoyen
- hace 4 días
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En 2021, Chile dio un paso histórico al reconocer el duelo gestacional y perinatal como una experiencia que atraviesan miles de mujeres. La Ley Dominga busca asegurar acompañamiento emocional y un trato digno para quienes enfrentan esa pérdida. Cinco años después de la muerte de su hija, Aracelly Brito —impulsora de la ley— cuenta en esta entrevista cómo se ha ido recomponiendo y cómo convirtió su dolor en un acto de amor colectivo.
En septiembre de 2020, Aracelly vivía un embarazo que describe como perfecto: sin complicaciones, atenta a cada crecimiento y cada movimiento de su hija, Dominga Catalina. Pero en la semana 36 algo cambió. Notó que la bebé se movía menos y buscó ayuda una y otra vez, sin obtener respuesta del personal médico. Llamó cerca de veinte veces a su matrona para expresar su angustia, pero sus temores no fueron atendidos.
Ese miedo no era nuevo. Un año antes, en 2019, Aracelly había perdido a su hijo Julián a las nueve semanas de gestación. Era un duelo reciente, todavía abierto, y por eso sabía reconocer cuando algo no estaba bien. Aun así, volvió a enfrentarse a la desatención del sistema de salud: esta vez, en un embarazo avanzado y crucial.
Impulsada por una corazonada, decidió hacerse una ecografía. Allí le informaron que Dominga tenía arteria umbilical única, una condición de riesgo que nunca había sido advertida. Esa misma noche comenzó a sangrar y acudió de urgencia a la clínica, donde le comunicaron que su hija ya no tenía latidos. Aquel momento no solo marcó el inicio de un duelo profundo, sino también la convicción de que ninguna mujer debía vivir lo que ella había atravesado dos veces: la pérdida y el trato deshumanizado del sistema.
“La Dominga vive en el aire que respiro”, dice hoy Aracelly Brito al recordar a su hija. Con los años aprendió a maternar de otra manera, sin tenerla físicamente. “Desde que ella partió, pensé que mi vida había acabado, pero la verdad es que mi vida empezó”, confiesa. Cada día resignifica su historia y el nombre de Dominga, la niña que inspiró una ley y un movimiento que cambió la forma en que Chile acompaña a las mujeres y familias que enfrentan una pérdida gestacional.
Pero transformar el duelo en un propósito no fue inmediato. Tras la muerte de su hija, Aracelly atravesó un periodo de profunda vulnerabilidad e incomprensión. Durante su hospitalización sintió un trato deshumanizado por parte del sistema de salud. “Sentía que me lo merecía por haber parido un hijo muerto”, recuerda. “Con el tiempo entendí que, si el trato hubiera sido distinto, si hubiera tenido más recuerdos de la Dominga, mi duelo habría sido más llevadero”.
Fue entonces cuando comprendió que no quería que ninguna otra mujer viviera lo que ella estaba atravesando. Pensó en sus hermanas, en sus amigas, en todas las madres que podrían pasar por esa pérdida sin acompañamiento ni respuestas. “Me dije: si a alguien más le pasa, que no sea así. Que puedan despedirse de su hijo, que haya consuelo.” Ese impulso se convirtió en su bandera de lucha.
El inicio de la catarsis
Sin contactos políticos ni experiencia en el mundo legislativo, Aracelly comenzó a escribir a parlamentarios pidiendo apoyo. Nadie respondió, hasta que una persona le consiguió una reunión con la entonces senadora Marcela Sabat, quien también había vivido una pérdida gestacional. Esa coincidencia abrió una alianza inesperada. “Ella me entendió; me dijo que me iba a apoyar, pero que tenía que hacer visible mi historia porque nadie me conocía”, recuerda Aracelly.
A partir de ese momento, se atrevió a compartir su experiencia en redes sociales, sorteando el miedo a la exposición. Fue la propia senadora Sabat quien propuso el nombre Ley Dominga. “Al principio me chocó —dice Aracelly— porque me parecía muy fuerte que una ley llevara el nombre de mi hija. Hoy lo agradezco: es un homenaje a ella.”
El proyecto avanzó con rapidez y fue promulgado en 2021. La ley garantiza acompañamiento emocional, establece protocolos hospitalarios para evitar que las madres enfrenten situaciones dolorosas y exige la creación de espacios adecuados para vivir el duelo con dignidad. “Las matronas se unieron con mucha fuerza. Muchas ya querían hacer su trabajo de manera más humana, pero el sistema no se los permitía. La ley les dio respaldo y esperanza.”
Con los años, Aracelly observa con orgullo los cambios obtenidos. “Las familias ahora pueden tener recuerdos, fotos, despedidas. Y eso cambia todo. Antes no se hablaba de esto; ahora sí. Hoy las madres nombran a sus hijos, los reconocen. Ya no hay vergüenza.”
Sin embargo, también identifica brechas pendientes. “La ley salió sin recursos. No hay psicólogos especializados ni un seguimiento psicoemocional real. Tampoco existe una bajada comunicacional del Estado. Muchas familias no saben que esta ley existe hasta que les pasa”, lamenta.
Desde su rol en la Fundación Ley Dominga, Aracelly acompaña a otras madres que enfrentan ese dolor. Allí han formado distintas “tribus de duelo”: mujeres que acaban de perder a su bebé, otras que están en proceso de sanación y quienes esperan un “bebé arcoíris”, como se llama a los hijos que llegan después de una pérdida. “Las monitoras son mamás que ya pasaron por este proceso y ayudan a las demás. Ellas sanan acompañándolas.”
Luz después del dolor
Aunque el trabajo emocional ha sido intenso, hoy Aracelly se siente en paz. “Ya no necesito nombrarla todo el tiempo. Lo importante es cómo la siento, cómo la vivo. La tengo en mi piel: respiro y vivo a Dominga. Todo lo que hago gira en torno a ella.” Años después de la promulgación de la ley, su propósito mantiene la misma firmeza con la que comenzó esta lucha, pero ahora convive con una serenidad que solo llegó con el tiempo. Aracelly Brito resignificó su historia, transformó el duelo en propósito y convirtió el nombre de su hija en un símbolo de amor y dignidad para miles de mujeres en Chile.
A cuatro años de la entrada en vigencia de la Ley Dominga, la vida de Aracelly está marcada por la calma y la continuidad de su misión. Hoy tiene un hijo adolescente, una hija de tres años y un hogar que procura mantener a salvo del dolor cotidiano que acompaña su labor en la fundación. “Trato de dividir los tiempos para que, cuando estoy con ellos, estar cien por ciento con mi familia. Me cuesta, pero lo intento, y ellos me entienden y me apoyan”, asegura.
Su esposo, quien la acompañó en todo el proceso legislativo, sigue siendo un pilar fundamental, aunque Aracelly intenta protegerlo de la carga emocional que implica escuchar historias de duelo todos los días. “Ellos ya estuvieron muy involucrados y también les afectó. No quiero que estén todo el tiempo dando vueltas en el dolor, por eso los resguardo bastante”, explica.
El tiempo también le enseñó a protegerse a sí misma. “Al principio escuchaba todas las historias sin ningún resguardo, y al tiempo me pasó la cuenta. Ahora lo tomo de otra manera; siento esperanza cuando llegan mujeres nuevas, porque significa que están buscando ayuda.” Lo que comenzó como una extensión de su propio duelo se convirtió en una comunidad viva donde las madres sanan acompañándose. “Mi sueño es que siga siendo un lugar seguro, sin estudios ni intervenciones externas, solo un espacio genuino de amor entre mujeres que se entienden sin explicaciones.”
Hoy Aracelly habla de su historia con una serenidad que antes no imaginaba. Su voz es pausada, su mirada firme. Dice que el tiempo le permitió mirar el duelo desde otro lugar y entender que el dolor también puede transformarse. Lo convirtió en acompañamiento, en red y en una forma de entregar esperanza. Desde la fundación escucha, orienta y ofrece aquello que alguna vez buscó para sí misma. En cada madre que sostiene, Dominga sigue presente.
La vida hizo que Aracelly descubriera que el amor no se apaga con la ausencia. Su día a día transcurre entre la memoria de su hija, el trabajo con otras mujeres y el calor de su familia. Esos son los motores que le enseñaron que, incluso en el dolor más hondo, puede nacer algo luminoso.



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