Entre oraciones, vítores y aplausos, el Señor de la Agonía volvió a recorrer el centro de Santiago el 13 de mayo, luego de tres años sin realizarse la procesión originada tras el terremoto de 1647. Acompañado de adultos mayores, jóvenes, gente con muletas o en silla de ruedas, rosarios y pañuelos en mano, caminamos descifrando el fervor que despierta su figura –la que incluso tiene una cuenta de Twitter con más de 12 mil seguidores–, hasta la misa donde se acaba el rito: con alusión al mito y su origen, pero donde también se aludió a los evangélicos, la “ideología de género” y la nueva constitución.
Por Tomás Basaure E.
El Cristo de Mayo es puntual. Siete minutos después de las cuatro de la tarde ya va por paseo Estado hacia arriba, pasando Agustinas. Acaba de salir del Templo de Nuestra Señora de Gracia, mejor conocido como Iglesia de San Agustín, acompañado de vítores, aplausos, frases dictadas por el Fray Yuliano Viveros, amplificadas por parlantes –“Por su dolorosa pasión”– y contestadas por los fieles –“Ten misericordia de nosotros y del mundo entero”–. Otra vez. Y de nuevo porque esa parte de la oración “Coronilla de la Divina Misericordia” debería repetirse unas diez veces.
“Hay que encomendarse. Es como el día de la madre, hay que portarse bien no sólo en su día, sino que todo el año”, le dice una señora a su hijo. Son parte de la multitud que avanza por el centro de Santiago siguiendo la figura del Señor de la Agonía, una procesión que no se realizaba desde 2020 debido a la pandemia, pero que volvió a las calles el sábado 13 de mayo como rasgo de la identidad chilena, como parte de nuestro patrimonio.
“Viva la Virgen del Carmen”
–VIVA.
“Viva Nuestra Señora de Fátima”
–VIVA.
“Viva Chile Católico”
–VIVA.

Silencio. Hay momentos de tensión cada vez que a la figura se le atora el pelo con las ramas de los plátanos orientales, como le pasó afuera del Gotta llegando a Huérfanos. Como le sucede ahora al toparnos con la Plaza de Armas. En esos momentos, un hombre tiene la difícil misión de despejar el camino con un palo para que el Cristo pueda pasar, hasta que lo logra y hay alivio, aplausos y vítores y viva, nuevamente.
Somos muchos. La cantidad de asistentes llena la cuadra desde Merced hasta Monjitas, algunos de ellos también seguidores de @cristodemayo en Twitter, que después le dirán que lo vieron bien flaco, que cómo estaría de bueno el paseo que hasta la peluca se le vino abajo, que ya no nos puede andar amenazando porque cumplimos nuestra parte. Van familias, adultos mayores, niños, gente con muletas o en silla de ruedas, con coches, guaguas, rosarios, velos, con lágrimas en los ojos y pañuelos en la mano.

Es que no solo se camina para que no tiemble, sino que por motivos mucho más profundos y personales. “El 2021 a mi hija la tuve enferma de covid, hospitalizada, entubada, sin reaccionar. El 13 de mayo de ese año vinimos y no había procesión en la calle por la pandemia. Logramos ingresar con una tía que anda acá y, detrás de nosotros, le pidió al Cristo de Mayo que despertara a nuestra hija”, recuerda emocionado Juan Luis Guerra.
“Llegamos a la casa de unos parientes en Puente Alto y, a la media hora, me llamaron del hospital que mi hija había despertado del coma”, cuenta con los ojos brillantes, acompañado del llanto de su señora. “De ahí vinieron puras cosas bonitas, nosotros empezamos a venir y pretendemos hacerlo hasta que podamos”, dice sobre la tercera vez que viajan desde Valparaíso exclusivamente a la procesión, pero ahora junto a Jenifer de 20 años.
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En 1647 un cataclismo arrasó con Santiago del Nuevo Extremo, dejando en ruinas la ciudad que por entonces pertenecía a la colonia española. Casas de adobe desplomadas, nubes de polvo y plegarias al cielo. Todo destrozado excepto la pared donde estaba crucificada la figura de Jesús, tallada 34 años antes por el Fray peruano Pedro de Figueroa y albergada una temporada en la casa de Catalina de los Ríos y Lisperguer, más conocida como la Quintrala, quien mandó a removerla porque ningún hombre la miraría con esos ojos. Intacta estaba la escultura si no fuera porque esa noche en que la llevaron a la Plaza de Armas la corona de espinas la tenía en su cuello. Y que hasta hoy mantiene allí porque si la mueven, dicen, podría temblar.
“Según la tradición, aquí hay que recitar tres credos que fue lo que duró el terremoto. Así que vamos a orar por nuestro país y por las autoridades de gobierno”, avisa el Fray Viveros al llegar a la esquina de la Catedral con Paseo Puente, y una mujer murmura: “Y por los ateos”. Se arrodillan.
Creo en Dios Padre, Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra.
Y en Jesucristo, su único Hijo,
Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo.
Nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, Todopoderoso.
“Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro”, con la canción que católicos, evangélicos, agnósticos y ateos conocemos desde chicos, comenzamos la caminata de vuelta a la iglesia. Una que no está exenta de mallas naranja y barreras new jersey por los adoquines recién puestos o siete partidas de ajedrez de hombres que no se detienen con nada, que llevan jugando toda su vida, que parecieran estar desde la colonia.

“Un regalito para el señor de mayo”, pasa una mujer vendiendo a dos lucas cada rosa, quien después me dirá que incluso me la puede dejar a mil, que incluso acepta transferencia. También me advertirá que no me vaya tarde, que se pone peligroso, que empiezan a llegar personas con mano larga. Mientras, tenemos la luz del atardecer, los Ave María y las palabras del Fray Viveros al entrar: “Vamos a ordenarnos para que la imagen ingrese. Por favor, no empujen, con calma para que no sufra daños”. Adentro se escucha el himno nacional o el asilo contra la opresión, y una pregunta se repite entre la multitud: “¿Vas a entrar a la iglesia? ¿Te vas a quedar a la misa?”.
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Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos
que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Gente de pie, el confesionario en funcionamiento y un olor a incienso, similar al palo santo, que huele muy bien cuando se dosifica. “Tomen asiento los que puedan”, dice el Prior Provincial José Ignacio Busta, a cargo de la ceremonia y quien tiene un parecido entre Nicolás Copano y Jack Antonoff. “A todo esto, esta ya es la misa del domingo”, aclara. Y como tal, su homilía tiene una potencia que avanza sigilosamente.
“El Cristo de Mayo ha vuelto a transitar las calles de nuestro centro de Santiago”, comienza el Fray, con el mismo eco que imitaba el Coco Legrand en ese chiste del Festival de Viña 2000. Pausado, nos teletransporta al terremoto acontecido siglos atrás. “La vida orgullosa de aquella ciudad, aquella vida que daba tanto espacio también al goce (...) nos va provocando soberbia, nos va provocando apego a lo material, nos va provocando olvido de Dios”, comenta sobre las conductas que el terremoto vino a desafiar. Uno que creo nos legó un sentimiento que pareciera ser cíclico en este país: “El pueblo de Santiago se sintió huérfano esa noche, abandonado a su suerte, con el presente destrozado y la esperanza incierta”.
El Fray continúa y revela unas cuantas verdades: que el muro de allí, indicando el del altar del Cristo, es el único que quedó en pie, pero no es el original; que la escultura en realidad es de madera de ciprés y “no de naranjo como dice mentirosamente Benjamín Vicuña Mackenna, repite Magdalena Petit y continúa repitiendo Jorge Baradit. Construida en los bosques que los agustinos teníamos allá en Vitacura en la zona de los Trapenses”.
Y sigue: “Fue un escultor agustino, Fray Pedro de Figueroa, que realiza esta escultura, que bien podría estar en el Museo Nacional de Bellas Artes porque es la primera escultura realizada en Chile. Una escultura de arte sacro. Una imagen de Jesucristo. No sólo el valor devocional es inmenso –hace una pausa–, el valor patrimonial es infinito”.

Por eso mismo, explica, debieron guardarla durante el estallido social: “No podíamos permitir que los signos de identidad de nuestra tradición católica, quedaran en manos de la barbarie que un momento pareció asestar nuestra patria y donde el más del 70 por ciento de los habitantes de este país se profesan católicos, apostólicos y romanos”. Y entre los aplausos se pierden las cifras del Censo del 2002, porque la realidad es que hasta 2021 sólo un 42% de quienes contestaron la Encuesta Bicentenario UC se declaraban católicos.
El llanto de una guagua irrumpe, pero el Fray prosigue, aludiendo a las posibles reacciones de los espectadores de la procesión: “A lo mejor uno que otro pastor empezó a colocarnos la biblia en las narices diciendo que no debemos adorar imágenes, ¿y cuándo los católicos hemos adorado imágenes? –Molesto, pregunta–: ¿Por qué nos siguen convenciendo de la misma tontera, todas las veces que abren la biblia y nos critican? Los evangélicos no van a entender nunca que entre nosotros no somos adoradores de imágenes”.
Tal como Los Jaivas se preguntan para qué vivir tan separados y declaran que este mundo es uno y para todos, el Fray cuestiona: “Si nosotros somos ciudadanos de esta tierra ¿por qué no puede caminar la cruz entre nosotros? ¿por qué no puede pasar la cruz en medio de nuestro espacio? ¿por qué no puede, Cristo, caminar por Chile?”.
No lo sacan para que no tiemble, aclara. “No salió durante años, ¿sentimos algún terremoto?”, a lo que su negativa se une al NO del público y con ese apoyo decide romper con el mito: “Este no es el comando maestro de las placas tectónicas de nuestro país –risas ante algo que podría ser cierto, pero coincidentemente hubo terremotos al año siguiente en que no sacaron al Cristo: el de Valdivia en 1960, el de Santiago en 1985 y el 27 de febrero de 2010–. Sería una estupidez decir que lo sacamos por miedo o que lo sacamos por superstición. Lo sacamos porque amamos a Cristo, ¿sí o no?”, y un SÍ rotundo retumba en la iglesia y se oyen vítores y aplausos.
“Y tantos otros se burlaron porque todavía están muy embriagados en las ideologías –esa palabra tan de moda, tan manoseada, tan usada últimamente–. Ideologías que pretenden ser inclusivas pero que nosotros no vamos a estar incluidos en ese mapa valórico que parecen implantarnos, sobre todo la ideología de género, y se burlan de nosotros”. Sin embargo, dice, “nosotros venimos a recordar la fe de nuestros padres, la fe que está anclada en una cruz”.

Citando a Juan Pablo II en el Estadio Nacional en 1987, anuncia: “No tengáis miedo de mirarlo a él” y esa última sílaba se une a la voz de una mujer en primera fila y a los bravos y aplausos. “San Juan Pablo II le decía a los jóvenes que es necesario construir nuestra vida sobre el cimiento de Cristo. Dejarnos comprometer por el amor (...) Un amor que lleva nuestras vidas a la felicidad. Una felicidad y una paz que el mundo no puede dar”. Vira entonces su discurso al amor que nuestro mundo necesita, más allá de cualquier carta magna que pueda regirnos. “Si no hay amor al prójimo, ni que tengamos la mejor Constitución vamos a ser mejor pueblo”, enuncia y no se distingue lo que sigue porque se pierde entre el fervor. “Viva el Cristo de Mayo”. ¡VIVA!
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A la salida, tres personas caminan al metro porque se tienen que devolver a Lo Prado: se trata de Carmen Gloria, su mamá Olga y su hijo Gustavo, quienes vienen hace unos 10 años a visitar al Cristo de Mayo. Nunca se lo han perdido. Incluso en los años de pandemia siguieron la transmisión que la iglesia realizó por Youtube y otras redes sociales, de una misa que se ofició en su interior.
–¿Hay algo que le hayan pedido en específico o que esperan de él?
“No, solo acompañarlo, agradecer y confiar en que no suceda nada terrorífico como dicen que sucede si uno no lo acompaña”, ríe.
–¿Qué se siente volver después de tres años?
“Me gustó mucho. Hay más gente que otras veces y mucha gente joven, que también es lindo porque permite ver… la creencia, los valores”. Y como representante de esa juventud, a sus 17 años Gustavo agrega: “Me pareció muy bonito venir porque tengo muchos recuerdos de cuando he pasado a la iglesia a rezar, a hablar con Dios, a darle las gracias”.
–¿Qué les pareció la misa?
“La verdad es que había mucha gente y salimos un rato, estaba demasiado lleno”, responde Carmen Gloria. Y cuando comentamos el sermón, dice que ella hace una división entre el sacerdote o la iglesia como institución, y su fe, que prefiere mantenerlas de lejito.

Nos despedimos y en las escaleras de la Iglesia de San Agustín, Marta Villagra y su hija Mariela, venden los últimos rosarios, santitos y pulseras de protección de la jornada, como lo han hecho por 20 años. Sonriendo, dice que fue hermoso ver al Cristo de Mayo volver a las calles, que casi se pone a llorar y su hija comenta que ella también. Para ambas se trata de un trabajo y una devoción heredada: la primera en verlo fue la abuela de Marta, luego su madre que las acompaña esta noche y ahora ellas.
–¿Recuerda la primera vez que lo vio salir?
“Sí, era muy chiquitita –ríe–, todavía me acuerdo. En ese tiempo era gente más adulta, más abuelitos, y todos venían con pañuelos blancos, entonces cuando salía el Cristo toda la gente movía sus pañuelos. Era bonito”.
–¿Tiene algo particular para Santiago o para usted?
“Es que dicen que cuando no lo sacan puede temblar, es como un mito. Yo amo mucho a Dios y verlo salir es lindo, una esperanza que todos necesitamos en estos momentos tan difíciles. Con todo lo que hemos venido arrastrando, la pandemia, el estallido social y tantas cosas que nos han dejado mucha pena en cada uno de los chilenos. Sacar al Cristo de Mayo es como una esperanza para cada uno de algún milagro, algo que todos esperamos: un cambio”.
–¿Y qué espera para Chile?
“Que Chile sea para Dios, que haga un cambio… Yo creo que nos falta como chilenos y como humanos, mirar al otro, porque estamos muy metidos en sí mismos. Nos falta mirar para el lado y ver el dolor de cada persona. Creo que eso haría un mundo mejor”.
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