Cuerpo de hombre: un culto a los likes y a los anabólicos
- Ariana Alzolay
- 17 jul
- 9 Min. de lectura
Mientras el culto al cuerpo gana terreno entre hombres jóvenes, el uso de esteroides y rutinas extremas redefine lo que significa ser varón. Este reportaje recorre los cuerpos y mentes que se moldean entre el espejo, la jeringa y la frustración. Una virilidad que ya no busca gustar, sino destacar.
Mientras se populariza el uso de anabólicos entre hombres jóvenes, surge una pregunta esencial: ¿para quién se están construyendo esos cuerpos? Para muchos, representar éxito físico no implica necesariamente atraer a las mujeres, sino destacarse frente a otros hombres.
Un ejemplo reciente lo protagonizó el cantante británico Olly Murs, quien compartió en redes sociales su transformación corporal tras 12 semanas de dieta y entrenamiento. Su cambio físico, delgado y relajado en la primera imagen, musculoso y definido en la segunda, fue sometido a encuesta en X: el 43% de los hombres votó a favor del “después”, mientras que solo un 27% de las mujeres lo consideró más atractivo así. La mayoría femenina prefirió la imagen del “antes”, más natural y menos forzada.
Detrás de este desencuentro estético se esconde una pregunta inquietante: ¿para quién se están construyendo hoy los cuerpos masculinos? El boom de los anabólicos y el culto al volumen parecen estar menos relacionados con el deseo femenino y más con una competencia tácita entre hombres por encarnar una virilidad hipertrofiada. Una virilidad que, en muchos casos, ya no busca seducir: solo imponerse.

***
Iván tiene 21 años y un objetivo concreto: convertirse en su propia versión de un semidiós moderno. No como los superhéroes que admiraba cuando era niño, sino como los cuerpos que hoy mandan en redes sociales: gigantes, recortados con bisturí digital o no, con músculos duros como piedra y mandíbulas definidas a puro esfuerzo y a veces, a pura química.
Desde marzo, Iván está haciendo su primer ciclo de esteroides. Dice que se preparó durante meses, investigó, preguntó, se convenció. Y lo hizo por redes sociales, no con expertos. No hay remordimientos. “Uno sabe que no es sano, pero ahora un físico natural no llama la atención. Ya no alcanza”, afirma sin titubear mientras saca de su bolso un recipiente de vidrio con carne magra, arroz integral y brócoli. Mira su reflejo en la ventana del café donde conversamos. Se acomoda el cuello de la camiseta y tensa el brazo, apenas un segundo. En su gimnasio, dice, lo siguen viendo como "uno del montón". Aunque para el resto del mundo parece salido de una portada de revista, para él todavía está lejos.
No es atleta profesional ni influencer. Estudia arquitectura y pasa más horas en el gimnasio que en la biblioteca. Entrena casi todos los días y sigue una dieta que raya en lo obsesivo. Cada vez que se refiere a su cuerpo, se mira los bíceps, presiona los antebrazos, flexiona con sutileza como si quisiera convencerse de que está avanzando. “Quiero más volumen, más forma. Lo que tengo ahora apenas es el comienzo”.
Iván habla del “ambiente fitness” como si fuera un ecosistema con sus propias reglas y jerarquías. Y en ese mundo, el cuerpo natural se ha vuelto una cosa rara. Una etapa que hay que superar. Las cuentas que sigue en Instagram están repletas de cuerpos imposibles: dorsales como alas, abdominales marcados y piel brillante. Nadie dice qué hay detrás, pero todos lo saben. “Da igual si es natural o no. Al final lo que importa es cómo te ves. Y si no te ves así, no existes”, resume riéndose.
Según datos del Observatorio Latinoamericano del Deporte (2022), Sudamérica ocupa el segundo lugar mundial en consumo de esteroides anabólicos, con un 5% de usuarios, la mayoría hombres, y edades de inicio que empiezan a los 15 o 16 años. El impulso, más que deportivo, es estético. Porque los efectos no se limitan al músculo. Los esteroides modifican la voz, la piel, la densidad ósea. Cambian la cara, acentúan el vello, endurecen las facciones. Para Iván, es parte del trato. “Sí, el cuerpo cambia. Pero también cambia cómo te trata el resto. Y eso sí que se siente”.
Aunque insiste en que lo hace por él, admite que la presión está en todas partes. En los pasillos del gimnasio, en los comentarios que se repiten en los reels: “No pain, no gain”. “Si no estás creciendo, te estás quedando atrás”, dice. La masculinidad, al menos, la que se construye entre pesas, químicos y likes, se volvió una carrera de tamaño y definición. Los nuevos ídolos ya no tienen capas ni superpoderes. Tienen marcas de ropa deportiva, rutinas de entrenamiento editadas como videoclips y códigos de descuento para suplementos. No necesitan salvar ciudades: basta con levantar mucho peso, marcar cada músculo y mantenerse siempre en cámara.

***
La vigorexia, también conocida como dismorfia muscular, se puede definir como un trastorno mental caracterizado por una obsesión por ganar masa muscular y una distorsión de la imagen corporal. Según un estudio de International Journal of Eating Disorders (2019), de los casi 15.000 participantes, un 22% de los hombres tenían comportamientos alimenticios desordenados o irregulares orientados a la musculatura. Físicamente, puede llevar a lesiones musculares, desequilibrios hormonales, problemas cardíacos y daño en los órganos internos. Pero sus consecuencias no son solo físicas.
Este trastorno, que la nutrióloga de DIPRECA Fabiola Martínez describe como “dentro del espectro obsesivo, no de los trastornos de la conducta alimentaria” puede afectar mentalmente a quienes padecen de él. “Es una mente muy intranquila. Puede generar estrés y ansiedad, lo que podría derivar en un desgaste energético y finalmente depresión. La persona puede sentir una insatisfacción constante”, explica Gabriel Russell, psicólogo de Redgesam.
En cuanto a esto, Sonia Fernández, psicóloga particular, cree que el verdadero problema de la vigorexia “es que nunca se alcanzarán los tan ansiados resultados (...) Además, la capacidad de socializar se ve afectada, reduciéndose por lo general al grupo de personas con quienes se comparte el mismo interés, pero se convierte en una convivencia competitiva más que de cariño o espacio de contención”.
Las redes sociales pueden ser un agravante de esta dismorfia muscular. Mientras que se puede ver como bueno el interés en hacer ejercicio y tener una vida saludable, hay quienes promueven una forma de vida irreal, totalmente estructurada, al estilo Patrick Bateman de American Psycho. Se presenta como “self care”, a pesar de ser prácticamente inalcanzable para los hombres corrientes. “Son personas que pareciera que no tienen mucho tiempo libre para hacer otras cosas, se obsesionan demasiado con el entrenamiento y muestran una vida estructurada en exceso”, explicó Russell.
La psicóloga Fernández habla de las redes sociales como vitrinas, donde las personas se muestran como quieren. En ese sentido, “la musculatura ideal adquirida a través de una forma de alimentación idealizada, horas de entrenamiento, peso soportado, entre otros, no siempre es posible y produce en quien padece de vigorexia alta frustración y estados anímicos bajos. Al no alcanzar nunca la meta surge un sentimiento de ser poco efectivo o de poca valía como hombre y ser humano”.
Russell, psicólogo, relaciona esto con la presión cultural y social. “Existen estos estándares de masculinidad muy asociados al tema del físico, la fuerza. Hay todo un tema de sentirse validado, aprobado por el resto”.
Según Fernandez, la mayoría de las personas que hacen fisicoculturismo se encuentran entre uno y dos puntos anterior al trastorno.
De quienes tienen dismorfia muscular, muchos terminan consumiendo anabólicos. “Son compuestos que pueden ser utilizados para ciertas enfermedades o condiciones, pero no están autorizados por el Instituto de Salud Pública para otros usos, como el deseo de aumentar significativamente la masa muscular, ya que tiene riesgos graves para la salud como las enfermedades cardiovasculares”, explica la nutrióloga de DIPRECA. Aunque no estén autorizados, muchos se los consiguen y hacen uso de estos sin receta médica.
***
Franco es escort y DJ, tiene 26 años, entrena dos veces al día y dice que su cuerpo es su principal fuente de ingresos. Vive en un departamento moderno con vista al Cerro San Cristóbal, donde lo primero que se ve al entrar es un espejo inmenso y una fila de suplementos sobre la barra de la cocina. “Este cuerpo no se mantiene solo”, bromea mientras se toma un batido espeso de proteína y acomoda la correa de su bolso de gimnasio.
Su vida gira entre sesiones privadas, eventos exclusivos y las luces de discos donde mezcla música electrónica. Pero detrás del neón y los beats, hay una rutina marcada por las pesas, las jeringas y los ciclos cuidadosamente planificados. Sus clientes, en su mayoría hombres de alto perfil, no se lo exigen directamente, pero lo dan por sentado. “Me repiten que les gusta mi cuerpo, que sea grande, que esté marcado.Si no tienes ese cuerpo, no vales lo mismo”, confiesa.
Entrena entre tres y cuatro horas, repartidas en dos bloques. Su alimentación es estricta: seis comidas al día, todas medidas. No fuma, no bebe, no trasnocha, excepto cuando trabaja. Lleva cuatro años con este ritmo, y desde el primero comenzó con anabólicos. No fue decisión suya, al menos no al comienzo. Una ex pareja, influencer fitness, lo introdujo en ese mundo. “Él ya usaba, tenía los contactos, sabía cómo funcionaba todo. Me decía que si quería crecer de verdad, no había otra forma”, recuerda.
Al mes de comenzar a entrenar con él, ya estaba en su primer ciclo. Dice que fue fácil: asesorías por Telegram, rutinas hechas por otros usuarios, recomendaciones entre chicos que rondaban los 18 a 20 años. Comprar no fue un problema. “Yo diría que es igual o más fácil que conseguir marihuana”, afirma mientras busca rápidamente en marketplace. “Mira, todo legal a simple vista. Te llega por encomienda. Ni una fiscalización, ni un control. Es el secreto más abierto de Chile”.
También muestra un sitio que se define como “empresa líder en distribución de fármacos esteroides anabólicos”, donde se venden desde orales hasta inyectables, incluso kits completos para los ciclos y post ciclos. Algunos productos están por debajo de los 15 mil pesos. A pesar de que el uso y comercialización de esteroides con fines estéticos es ilegal en Chile si no está regulado por el ISP, la industria underground opera sin mayores obstáculos.
Franco habla sin culpa. Sabe que los efectos a largo plazo pueden ser graves: daños hepáticos, alteraciones hormonales, problemas cardiovasculares. Lo ha escuchado todo. Pero también sabe que en su mundo no hay tiempo para esperar resultados lentos. “Un cuerpo natural es admirable, claro. Pero no vende. Y yo necesito vender”.
Hoy, Franco luce una musculatura imponente. Usa camisetas con tirantes que dejan ver sus hombros y pecho, va siempre depilado y usa una crema brillante que le da un look mojado. En redes, sus fotos acumulan likes y mensajes directos con propuestas de todo tipo. En la calle, lo miran mucho, o más bien lo admiran. Pero cuando se observa en el espejo, dice que todavía le falta. “Podría estar más definido. Más grande. Uno nunca termina”, dice mientras se ajusta la gorra. Comenta también que su cuerpo es una inversión constante, un proyecto y una herramienta de trabajo.
La obsesión con desarrollar musculatura puede afectar en distintos aspectos. “Una persona que se obsesiona mucho con esto puede que tenga conflictos a nivel familiar, que pase menos tiempo en casa, comparta menos con amigos”, explica el psicólogo Russell. Cada parte de tu vida se puede ver consumida por este trastorno.

***
No fuerte. No sano. Grande. Eso quiere Sebastián (24, Maipú, estudiante de ingeniería) y lo dice medio en broma, medio en serio. Entrena seis días a la semana, dos horas por sesión. Su rutina está marcada por un plan de entrenamiento dividido, una dieta medida al gramo y un ciclo de anabólicos que comenzó hace año y medio. “El primero fue oral, suave. Pero no vi resultados tan rápido, así que pasé a los inyectables”, confiesa.
Su vida gira en torno a su cuerpo. La comida, el sueño, las salidas, incluso sus amistades están subordinadas a su objetivo físico. “Yo no bebo, no trasnocho, no como fuera si no tengo mis táper listos. Mis amigos ya saben que si quieren verme, tiene que ser después de entrenar, y en un lugar donde pueda sacar mi comida”, dice.
Cuenta que ha salido con mujeres en los últimos meses, pero que hoy no está para “distracciones”. “La mayoría no entiende esta vida. Me preguntan por qué me pincho, por qué como siempre lo mismo. Y no lo entienden porque para ellas esto no es importante. Si voy a tener una pareja, tiene que estar en la misma frecuencia”.
“Si un tipo entra a un bar con los brazos marcados y una camiseta apretada, todas lo miran. Entonces, que digan que no les gusta, pero reaccionen así (...) algo no cuadra”, reflexiona. Y agrega: “Yo no entreno para ellas. Entreno porque no quiero ser uno más”.
Sabe que los esteroides pueden cobrarle factura, pero su salud no es una prioridad hoy. “Así como hay gente que toma antidepresivos o medicamentos para el insomnio, esto también me ayuda a llegar a una meta y no es para siempre. No hay forma de llegar a ciertos cuerpos sin ayuda”.
Para él, el cuerpo no es solo una meta: es un proyecto.
Comments