Catherine Lacey: “La ternura es lo único que puede sostenernos en un mundo que ya no se puede explicar”
- Quiltra

- 15 nov
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 23 nov

La autora de 'Biografía de X' conversó sobre cómo sobrevivir al desorden del mundo: aprender a amar sin rigideces, escribir sin miedo, dar saltos de fe y construir una casa donde aún sea posible la ternura.
Catherine Lacey habla con la calma de una viajera que ha atravesado varios naufragios y ha logrado, por fin, llegar a una orilla propia. Vive en México hace algunos años y está aprendiendo un idioma nuevo a los cuarenta. “A veces estoy hablando y me pregunto cómo sé esa palabra”, dice, riéndose de su propio proceso. La risa, en ella, es un síntoma de alivio.
En esta entrevista habla de fe, rupturas, escritura, amor y la fuerza de la ternura. También de lo que significa mudarse de país, ponerle un nombre nuevo a las cosas y reconstruirse después de una vida que, en algún momento, se quebró en público. En Lacey hay una mezcla poco común de lucidez y suavidad: habla de sus fracasos y de sus triunfos, de la fe sin religión y de la escritura sin romanticismos.
Desde su debut con Nunca falta nadie (Alfaguara, 2014), incluido entre los mejores libros del año por The New Yorker y Vanity Fair, hasta la reciente The Möbius Book (2025), Lacey ha ido consolidándose como una fuerza literaria única. Su última creación, Biografía de X (Alfaguara, 2024), es ganadora del Premio Brooklyn Library y fue seleccionada entre los mejores libros del año por The New York Times y The New Yorker.
Quizá, como ella misma sugiere, todo lo que sostiene una vida (una pareja, un libro, un idioma nuevo) es el mismo gesto: una fe pequeña y persistente en aquello que no se puede demostrar.
—En varias entrevistas mencionas tu pasado religioso. ¿Aún ves un vínculo entre religión y amor?
“Sí. Aunque el cristianismo conservador en Estados Unidos puede ser una maquinaria de control, yo también encontré allí algo que no puedo negar: comunidad, afecto, un tipo de amor. Si separas la filosofía de las manos humanas que la manipulan, casi todas las religiones parten del amor. La teoría es luminosa; lo que la oscurece somos nosotros".
—¿Es posible vivir sin creer en nada?
“No lo creo. Y no hablo solo de religión. Creemos todo el tiempo: en las personas, en nuestras decisiones más imprudentes. Cuando te mudas con una pareja a otro país, no tienes pruebas científicas de que funcionará. Solo intuiciones, pequeñas luces. Yo fui una creyente absoluta: cielo, infierno, Jesús, todo. Y un día se desmoronó. Después me volví atea de manual: rígida, literal, obsesionada con lo demostrable. Y así desconfié de todo. Pero la vida no tolera ese tipo de rigidez. No podemos vivir únicamente de lo que se puede probar. Ese no es el proyecto humano".
—Últimamente se habla de la escritura como herramienta de sanación. ¿La ves así?
“No exactamente. Lo que sana es ser visto. Por eso funciona la terapia. Yo tuve un terapeuta que literalmente me cambió la vida. Hablar, ser escuchada, que alguien sostenga lo que dices… eso te reorganiza por dentro. Quizás publicar hace algo similar, no porque cure, sino porque te transforma la relación con lo que escribiste. Te obliga a mirarlo desde afuera".

—¿Vivir como extranjera ha cambiado tu escritura?
“Estoy segura de que sí, aunque todavía no sé exactamente cómo. Empecé a aprender español casi a los cuarenta,. Los primeros meses era como una niña de dos años preguntando ‘¿por qué?’ sin parar. Para aprender un idioma tienes que soltar el control, dejar que algo entre sin saber cuándo. Y a veces estoy hablando y pienso: ‘¿Cómo sé esta palabra?’ México me obligó a suavizarme. El español mexicano es hermoso, juguetón, lleno de humor. Es otro tipo de ritmo".
—Has hablado de tu divorcio. Ahora estás en otra relación. ¿Qué es el amor para ti hoy?
“Ha cambiado muchísimo. En mis veinte intenté sostener una relación que terminó en divorcio, aunque nos queríamos. Yo pensaba que bastaba con que dos personas fueran ‘buenas’. Pero no. Puedes enamorarte profundamente de alguien bueno y que resulte pésimo para ti. Y tú para esa persona. No sé si hoy tengo una definición de lo que es el amor. Más bien tengo una intuición: dejé de necesitar tener razón. Antes, cuando discutía, pensaba: ‘Estoy en lo correcto, necesito que veas el mundo como yo’. Ahora no me importa. Hoy solo quiero ser la persona más dulce para mi esposo. Y él intenta lo mismo conmigo. Nada me hace más feliz que hacerlo reír".

—¿La vulnerabilidad cambia con el paso de los libros?
“Mi primer libro fue terrible… no el libro, sino la experiencia. No quería que mi familia lo leyera. Pensé incluso en publicar con un seudónimo. Y cuando un libro sale, ya está: no puedes borrarlo, no puedes editar el pasado. Ahí queda, fijo. Con el tiempo aprendí a separar lo público de mi trabajo. Leo reseñas porque me interesa cómo circula un libro en el mundo, pero no dejo que eso determine lo que escribo. Si te crees lo bueno, también tendrías que creerte lo malo. Prefiero no creer nada: solo observar".
—¿Hay algo que te asuste hoy?
“Estar en una relación sana me ha protegido del mundo. La primera presidencia de Trump coincidió con una relación terrible para mí, y absorbí ese horror como si fuera el mismo. Pensaba: ‘Esto es lo que merezco’. Fue un tiempo muy oscuro.. Ahora pienso mucho en Gaza. Es insoportable saber que algo así vuelve a ocurrir. Quiero estar informada, dar lo que pueda, pero sin pasar por encima de mis límites. Lo único que realmente puedo controlar es mi casa. Hacer de mi vida doméstica un lugar cálido, tierno. Eso es lo primero. He visto activistas con discursos impecables que tratan mal a quienes tienen cerca, que replican jerarquías emocionales horribles dentro de su propia casa. Yo ya no quiero eso en mi vida. Todo empieza por cómo cuidas a tu gente. La ternura es lo único que puede sostenernos en un mundo que ya no se puede explica".



Comentarios