top of page
  • Instagram
  • Facebook

Patricia Rivadeneira: una mujer llena de ideas

Patricia Rivadeneira ha sido siempre "demasiado": demasiado libre, demasiado potente, demasiado ruidosa para ciertos oídos masculinos. En esta conversación, que cruza la performance teatral con el feminismo de Virginie Despentes, la protagonista de Una mujer llena de vicios -obra que regresa a la cartelera este fin de mes- reflexiona sobre los pactos de poder entre hombres, la presión estética sobre los cuerpos femeninos y la ilusión de la sororidad en una cultura que aún exige competir para existir. “No todos son así”, repiten ellos. Pero Rivadeneira responde: “Eso ya no basta”.


Patricia Rivadeneira no es de eslóganes. “No creo en la sororidad”, dice, como quien suelta una bomba. “El lloriqueo y la victimización nos dejan como si nosotras no tuviéramos posibilidad de ser agentes de nuestras vidas y de cambio”. No hay condescendencia en sus palabras. Ni aplausos fáciles. Hay una mujer que no está dispuesta a dejar de hacerse preguntas, ni a repetirse respuestas que no le calzan.


La protagonista de Una mujer llena de vicios, adaptación teatral del libro Teoría King Kong habla fuera de las tablas sobre las contradicciones que planteaba Virginie Despentes: de cuerpos y de mujeres, de belleza y de erotismo, de violación, de hombres y de deseo. Una conversación que avanza como divagación necesaria. Una entrevista a destiempo con Patricia Rivadeneira, que llegó corriendo, apurada por una función que se le venía encima. Nos saludamos rápido, como si ya nos conociéramos, y buscamos un rincón en la antesala del teatro para estirar el tiempo un poco más de lo permitido.


Patricia se sienta, se acomoda el abrigo, cruza las piernas. Tiene rasgos afilados, como su forma de pensar. Me mira y me estudia. No responde, contra-pregunta. Se toma sus pausas. Se ríe con ganas, con cuerpo, con voz. La entrevista empieza a parecer otra cosa. Una escena, tal vez. El diálogo sigue girando en torno al feminismo punk de Despentes, que no escribe para las Kate Moss sino para las King Kong. Para las feas, no para las lindas. Pero ahí está Patricia, hablando desde ese lugar incómodo de quien ha sido leída toda su vida como bella, deseable, guapa. Una mujer que sabe que su cuerpo ha sido parte del espectáculo, del deseo ajeno, de la mirada insistente, y que aun así se para en escena para decir lo que no se espera de una mujer como ella.


Patricia Rivadeneira es una de. las protagonistas de Una mujer llena de vicios, una obra basada en el ensayo feminista Teoría King Kong de Virginie Despentes, adaptado al teatro por Manuela Oyarzún.
Patricia Rivadeneira es una de. las protagonistas de Una mujer llena de vicios, una obra basada en el ensayo feminista Teoría King Kong de Virginie Despentes, adaptado al teatro por Manuela Oyarzún.

Es 2006. Ya existen cámaras digitales, teléfonos inteligentes, MP3, dispositivos para medir el sueño, el azúcar, el ciclo menstrual. Pero ninguna tecnología ha sido pensada para protegernos del cuerpo del otro. “No hay —dice Virginie— ni un solo objeto que podamos meternos en el coño al salir de casa y que corte en pedazos la polla del primer imbécil que quiera entrar sin permiso”. Así de brutal. Así de claro. Porque lo que nos dice es que nuestros cuerpos fueron diseñadas para ser penetradas, invadidas, violadas. Y nos entrenaron para eso. Ese es el verdadero carácter sociocultural de la violación. Nadie lo dice más alto ni más lúcido que ella.


“Hay muchos hombres que yo he conocido en mi vida que han sido, de alguna forma, abusadores conmigo. Y está plagada la historia de mis amigas de casos”. Lo dice Patricia.


Treinta años antes de que las redes sociales volvieran mainstream el feminismo y los pañuelos verdes, Patricia ya se colgaba de una cruz en el Museo de Bellas Artes. Era Por la cruz y la bandera, la performance de Vicente Ruiz que denunciaba la indiferencia hacia las personas con VIH y el pueblo mapuche. Crucificada en pleno museo, mezclaba arte, política, religión, cuerpo y escándalo. Todo lo que aún sigue doliendo.


Han pasado años desde Teoría King Kong y desde esa performance. Pero no han pasado ni el control sobre nuestros cuerpos ni la hipocresía de una industria que grita empoderamiento mientras nos exige ser flacas, suaves, eternamente jóvenes. ¿De quién es el cuerpo? ¿Es posible escapar de la mirada del otro? ¿Cómo se vive con un cuerpo atravesado por expectativas contradictorias?


Virginie escribe desde el margen de la feminidad. Desde ese lugar de la mujer que no cumple con el mínimo de lo deseable, que no interesa, que no enciende fantasías masculinas, que no se resigna al rincón oscuro donde las ponen. La fea. La olvidada. ¿Dónde te sitúas tú, Patricia, frente a esa idea de feminidad?


Por más rubia y bien educada que pueda ser una chilena, para una europea siempre será una ciudadana de tercera categoría. Entonces, las categorías sociales en las que ubicamos a las personas dependen siempre de quién las está ubicando, de quién las está mirando. Cuando era joven no era una chica con particular éxito con los hombres, pero creo que hay un punto muy interesante en este discurso: cómo una mujer se atreve a ser más deseante que deseable, cómo su placer no depende de satisfacer al hombre o al otro, al que la mira, sino de sí misma. En ese sentido, con los años fui considerada bella, guapa, deseable. Sin embargo, eso siempre estuvo ligado a gustar al otro. No era yo quien decidía a quién me gustaba.


¿Hay un momento donde haces esa inflexión?


— Creo que eso sigue funcionando dentro de mí. No son cosas que se puedan desarticular fácilmente. Pero, ¿cómo atreverse a ser más deseante que deseable? (…) Es que los hombres no son así. Están acostumbrados a ser ellos quienes desean, y no a acicalarse o embellecerse para resultar deseables. Eso también existe, y es un paradigma cultural, porque claro, en los mamíferos hay algo de eso. Pero, por ejemplo, en el caso de los pájaros, es el macho quien debe ponerse bello para ser elegido.




Se plantea que las mujeres al ser relegadas, tradicionalmente, del poder económico, político, les quedó el capital erótico.


— Ese es el capital que te enseñaron desde siempre, desde los siglos de los siglos, que tú tenías que tener. Si no tenías eso eras como, decía la Despentes, una perdedora social: la fea. Y esa estaba relegadísima. Entonces ese capital erótico si te fue dado, porque tuviste la suerte de tenerlo por cuna, porque naciste así o porque qué se yo. Eran los pocos capitales que estaban permitidos para las mujeres hasta no hace mucho. O sea, la Virgine es de mi generación, es la primera generación que podía tener una cuenta bancaria en su nombre sin tener permiso del papá o del marido. Estamos hablando de hace muy poco tiempo.


¿El éxito de las mujeres sigue dependiendo de su vínculo con los hombres?


—Y el éxito profesional y económico de las mujeres sigue siendo cuestionado. Y los hombres, en ese sentido, ponen barreras para que las mujeres no accedan. Ellos tienen ahí sus pactos y cofradías que a veces se destapan. Y una queda abrumada ante estos como son los Masones, por ejemplo. O como era el grupo de los violadores de la Pelicot, o como me imagino algunos chats de muchos hombres, seguramente más de mi generación que de las generaciones más jóvenes, pero sigue ocurriendo eso en los directorios y en todo el mundo empresarial, en el mundo de la política e incluso en el mundo del cine y de las artes. O sea, todos los espacios están ocupados por hombres y los papeles secundarios, terceros, cosificados para las mujeres. O sea, hasta en el teatro shakesperiano las mujeres no subían al escenario.


Virginie habla del cuerpo como campo de batalla. ¿Qué lugar ocupan hoy los cuerpos de las mujeres?


—Es que ahí hay un tema sobre la asignación de las feminidades. Es lo mismo que pasa con los cuerpos trans.


¿Es necesario parecer mujer para ser mujer?, ¿qué es lo que te hace mujer o qué es lo que te hace hombre? ¿Alguien cumple, finalmente, con esos ideales? Incluso, y más allá de las trans, las mismas personas heterosexuales.


— Que es bonita, que es rubia, que es flaca, que es guapa, que tiene las pechugas no sé cómo, el poto no sé qué, la depilación no sé cuánto. Esa mujer a la que tenemos que parecernos es un constructo cultural. Por ejemplo, en toda la representación de lo femenino en el mundo precolombino las mujeres eran redondas, entendían que eso era signo de fertilidad, ese era el canon de belleza.


En cambio después, la cultura griega, que era una cultura muy homosexual, estiliza los cuerpos de los hombres y toda una cosa homoerótica que después se traslapa a los cuerpos de las mujeres, el desnudo de la mujer. Entonces hay una historia muy larga ahí. Al final, yo creo que estos cánones están sostenidos por un sistema que apunta a que consumamos. Tenemos que consumir también lo que nos venden para poder ser así. Es algo muy inalcanzable: la eterna juventud, la eterna belleza y esos cánones que nos imponen. Entonces es una industria que es muy próspera. No va a sesgar en eso.


 Ahí están todas las interrogantes que uno puede hacerse acerca de qué es la belleza. Y hay una belleza que es apolínea y que tiene cánones de armonía que tenemos inscrito en nuestro acervo cultural, que es muy difícil desafiar.


Incluso con discursos como el body positive o el “ámate a ti misma”, el cuerpo sigue al centro. ¿Por qué?


—No, imposible porque estamos encarnados a través de él, que es el que nos permite estar en este planeta. Yo creo que hay un desequilibrio sobre la idea de amar tu cuerpo, porque hay un desequilibrio en nuestra propia percepción sobre lo que significa el amor. ¿Por qué quiero amar mi cuerpo?, ¿soy capaz de amar o no soy capaz de amarme a mí mismo así tal cual soy? Hay una exigencia, hay una competencia. No podemos no competir. Eso pertenece también al ámbito de nuestra biología porque competimos por estar vivos. Entonces tampoco se puede renegar de todo. Lo que puedes hacer es armonizar: armonizar tu instinto, armonizar tu mundo emocional, armonizar tu mundo intelectual en algo donde eso no esté en una constante tensión. Pero la máquina del deseo es más potente que cualquier eslogan pacifista. Pacifista en el sentido de cómo nos pacificamos nosotros mismos.


¿Y qué lugar le das tú a la sororidad?


—La sororidad, yo creo que, como las cofradías de mujeres, pueden ser sumamente ricas y poderosas. Pero creo que todavía nos queda un camino muy largo por recorrer porque creo que la competencia entre mujeres es súper fuerte. ¿Quién es la más linda, ah?, ¿quién es la más linda? Esa es la pregunta que una escucha desde niña.


¿Y desde la familia también? ¿Desde el amor?


—Te van ubicando en relación a si eres linda o no. En la familia, en el campo amoroso.


¿Quién es la más más...?


—La más cualquier cosa.


¿Sentís que hay una exigencia a destacar, a ser la mejor en todo?


—Sí, y como hombres también. Yo creo que en los hombres es terrible, es cruel. Mmm (pensativa) pero no, no creo tanto en la sororidad. Creo que sí, que pueden haber encuentros maravillosos, y una puede tener amigas maravillosas. Pero no creo tanto en esas diferencias, en la sororidad. O sea, en ciertos aspectos y en ciertos momentos de la vida sí, las mujeres se apoyan y crean una comunidad, y se protegen y se apañan. Y creo que también pasa lo mismo con los hombres. Pero lo más importante de esto es lograr que ambos mundos puedan lograr tener ese tipo de relación armónica, esa ronda amorosa, en donde nos podamos mirar sin querer depredarnos los unos a los otros. Ese es el sueño.


Virginie dice: “salir de la jaula ha tenido siempre sanciones brutales”. Ustedes lo hablaron también en un conversatorio: ¿por qué sólo vienen mujeres y disidencias? ¿Dónde están los hombres?


—No, pero ahora hay hartos hombres. Cada vez más. Eso ha sido muy interesante: que hay un público con más hombres. Y qué ganas de poder entrevistar, de quedarse a la salida y entrevistar a los hombres y hacerles preguntas de lo que les pasa. Porque los veo yo, desde el escenario aquí, que el escenario es más chico, veo sus caras. Ayer vino una vecina con su marido, un señor de setenta y tantos años; vino mi amigo Rafael Gumucio que estaba sumamente agradecido e impactado por el montaje. Mi hijo me decía, cuando la vio en el estreno el año pasado: ¿cuántos de los hombres que hay aquí habrán violado a alguien o habrán tratado de violar a alguien? Hay muchos hombres que yo he conocido en mi vida que han sido, de alguna forma, abusadores conmigo. Y está plagada la historia de mis amigas de casos. Creo que se están abriendo nuevas preguntas, nuevos espacios, para que esta masculinidad comprenda lo que hace, lo que ha hecho, y dónde se ha instalado la violencia machista. Sin embargo, también creo que hay un alto rechazo a esta ola feminista y una contraofensiva de machismo, como pudimos ver en las elecciones de Estados Unidos, o lo que está pasando en Afganistán. Entonces, vuelvo a decir, si no hay una conversación, si no hay un encontrarse, es muy difícil que podamos avanzar a un encuentro sincero donde no haya una verdadera guerra civil. En donde se siga apaleando a las mujeres, el femicidio, etc. Muchos hombres me dicen “ah, pero no todos somos así”. Pero es que no entienden que el “no todos somos así” no es interesante. Lo interesante es cómo yo denuncio al compañero, al amigo que es así. Cómo cada hombre tiene que hacer su paso al lado, su paso adelante, y hacer la diferencia. O sea no basta con el no todos somos así. Eso es ser cómplice.


De hecho, hay una frase que ha salido a partir de esa misma contrarespuesta del “no todos los hombres son así”: pero siempre es un hombre

—Exactamente (Patricia se ríe fuerte)


¿Y cómo dialoga Una mujer llena de vicios con el Chile de hoy?


—Esto está siendo increíble porque creo, además, que uno de los graves errores de muchas es la victimización, que no es una buena elección, un buen camino. Cuando todo es un drama. Y por eso que nos gusta tanto Despentes. Por eso que su ensayo, su genio y figura siguen interpelándonos. Y por eso se ve esta respuesta del público en sala, porque el lloriqueo y la victimización nos dejan como si nosotras no tuviéramos posibilidad de ser agentes de nuestras vidas y de cambio. Seguramente es mucho más difícil ser mujer, pero como dice la Camille Paglia, sin los hombres no hubiéramos construido esos puentes. O sea, yo encuentro que ellos son regios, pero lo que pasa es que tienen que ubicarse en donde tienen que estar: tienen que estar de adoradores nuestros (ríe).


Virginie dice: “Yo soy ese tipo de mujer con la que no se casan. Siempre demasiado: agresiva, ruidosa, viril.” ¿Cuál es tu “demasiado”? ¿En qué te excedes?


—En todo. Sí, eso me resonó mucho. No lo pusimos aquí, en el espectáculo de ahora, pero sí en el texto primero que hice. Siempre sentí eso. Bueno, me casé una vez. Mi marido es muy especial, tampoco estaba tan convencido de casarse, como que lo tuve que obligar un poco. No sé si fue bueno para mí (ríe). He tenido personas cerca con las que hemos podido encontrarnos, pero en general yo siempre sentía que para los hombres era difícil aceptar cómo era; aceptar mi deseo de potencia, mi deseo de autonomía, mis discursos, mi querer brillar. Yo sentía que les costaba lidiar. Sobre todo a mi alrededor, a las personas que estaban cerca mío.


¿Y eso tuvo algún costo?


—Probablemente sí: me ha cerrado espacios donde es mejor ser más discreta.

Comments


Regístrate en nuestro Newsletter

Entérate antes que cualquiera sobre nuestras actividades e información relevante.

¡Gracias por inscribirte!

bottom of page