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Bienvenido a los chinos gay

Actualizado: 19 may

En sus casi 50 años, el restaurante de Monjitas 386 ha sido frecuentado por artistas y políticos de izquierda. En el Hao Hwa han comido desde Pedro Lemebel, quien le dedicó una crónica, pasando por figuras del espectáculo y la televisión, hasta el Presidente Gabriel Boric. Pero contar la historia de este espacio del progresismo es también la de su dueña: Alejandra Cai, una mujer que a mediados de los 90 llegó a Chile desde la provincia de Cantón, China, sin hablar español, con el único objetivo de mantener en pie un local familiar que, sin proponérselo, se transformó en un ícono para la comunidad LGBTQ+.


Fotos de Valentina Bird.


El restaurant de Monjitas 386 tiene historia rebelde. Inaugurado en 1977, en sus inicios no se parecía nada a lo que es ahora: el acuario estaba donde está el bar, la caja donde está el sushi y unos muebles tapaban la ventana. Era malo el negocio, no vendía mucho. Era, además, poco querido por los chinos porque en el barrio, explica su dueña Alejandra Cai, no había nada. Era un escondite. Un refugio contra las miradas que recibía la diferencia marica: un hombre sentado con otro hombre, una mujer comiendo con otra mujer. En la oscuridad tránsfuga del local de Bellas Artes, chiquillos se conocían, maridos traían a su amigo secreto, parejas terminaban y se armaban otra vez. Clientes que comenzaron a llamarle “los chinos gay”. 


De ahí el nombre que usó Pedro Lemebel, comensal insigne, para titular la crónica sobre el asalto que vivió el 30 de diciembre de 2003. Esa noche terminaron él, la Jovana –su agente literaria– y la Pacita Fernández de Castro junto a los chinos y locas en el subterráneo, a punta de ¡no levantís la cabeza, conchetumadre!, con las canciones de Luis Miguel de fondo. Alejandra se encontró con esa sorpresa: el restaurante vacío, las luces y la música encendidas. Unas sombras le quitaron el reloj, sus aros y la empujaron hasta abajo. Sólo pensaba en sus hijos, que en cualquier minuto su mamá se los traería para que durmieran con ella en el segundo piso. “Gracias a ese artículo se hizo mucho más conocido el local, pero cada vez que me preguntan me hace entrar en malos recuerdos”, sincera.  


“Los clientes venían escondidos, siempre como amigos y como aquí los acogimos bien, siguió viniendo mucho. En el 94 llegaban grupos, todos los sábados lleno de clientes gays. Hacían sus cumpleaños, todo. Pero con el tiempo se fue muriendo mucha gente”, recuerda Alejandra. Un local donde, describía Lemebel, “se puede conversar, brindar y pololear en rosa sin que nadie se espante”, en el que “se mezclan maricas clase media, artistas del beso negro e intelectuales de parrandera tolerancia con amigas de las amigas”. Alejandra cuenta que ella no hace reparos con sus comensales. “Son todos iguales para mí, ni siquiera se me pasa por la cabeza: ¿será gay o lesbiana? Yo con todo el mundo soy muy cariñosa”.


Alejandra Cai llegó a Chile en los años 90 para hacerse cargo del Hao Hwa, el icónico restaurant conocido popularmente como "los chinos gay".
Alejandra Cai llegó a Chile en los años 90 para hacerse cargo del Hao Hwa, el icónico restaurant conocido popularmente como "los chinos gay".

Y en eso pienso: ¿Qué diría Lemebel de la actual clientela? ¿A qué apuntaría con su lengua filuda? ¿A los Smartfit, OnlyFans, el popper o Grindr? ¿Si supiera de nuestra fauna coliza en términos gringos? ¿De que en ninguna librería del sector están disponibles sus crónicas? ¿O de que las actuales figuras del progresismo almuercen en “los chinos gay”?


A sus comensales diversos hay que sumar políticos como el ministro Mario Marcel, la candidata Carolina Tohá o el Presidente Gabriel Boric, y figuras del mundo del espectáculo y la tv como el periodista José Antonio Neme, la actriz Josefina Montané, la cantante Francisca Valenzuela, la fotógrafa María Gracia Subercaseaux o el crítico gastronómico Álvaro Peralta Sáinz, el famoso Don Tinto. En el Hao Hwa Alejandra conoció al animador Pancho Saavedra, al productor William Geisse -con quien va a Fausto discotheque-, a la recordada transformista Francis Françoise y al mismo Pedro Lemebel. Ella cuenta que aquí ha conocido a muchos amigos y que todos le dicen que es una china atípica.


Una lengua extranjera 


El 22 de marzo de 1994 llegaste desde Zhaoqing, una ciudad-prefectura de la provincia de Cantón. Aterrizaste en Santiago de Chile, a tus 21 años, sin hablar una palabra de español. Llegaste sin ser Alejandra todavía. “Mi nombre es Ruiru, Alejandra es mi nombre artístico”, dices, sobre una decisión que muchos orientales deben tomar al llegar al país: elegir su nombre occidental, uno que puedan pronunciar sin dificultad los hispanoparlantes. “En ese tiempo había pocos chinos y los nombres después los pronunciaban chin chu lan cha. Así que para evitar eso preferí uno con el que me pudieran llamar fácilmente”. Uno que tampoco escogiste, sino con el que te bautizaron las garzonas de esa época: la María, la Inés, la Julia y la Paula. 


El Hao Hwa fue el tercer chino en abrir en Santiago, después del Palacio Danubio Azul y el Lung Fung –donde filmaron “Una mujer fantástica” y que cerró tras un incendio en 2019–. Inaugurado hace 47 años por los abuelos de tu marido, se trata de una tradición familiar. No había herederos que quisieran seguir este camino y entonces llegaste con Jintao, con quien te casaste acá. “Porque cuando necesitan ayuda hay que venir”, declaras. Tu padre ya había llegado el 87, también a ayudar. Tu padre, que por un malentendido con el idioma se aventuró a abrir otro local en San Fernando, en lugar de San Bernardo, perdiendo esa inversión. 


Quizás fue ese hecho el que te llevó a practicar tanto el español hasta incorporar el po y el cachai. Y apoyada en unos libros de castellano que había dejado la familia anterior, aprendiste más del idioma desde la trinchera que era la atención de la caja. “Los clientes se reían de mí, donde yo decía ‘aloz’. Así que empecé a aprender el rrr rrr. Fueron días de trabajo, hasta que un día rrrrrrrr salió. Y dije ARROZ, por fin. No soportaba que la gente se riera de mí. Me sentía tan mal… Uno pensaba que el mundo occidental era más avanzado, pero no”. 


El Hao Hwa fue el tercer chino en abrir en Santiago, después del Palacio Danubio Azul y el Lung Fung –donde filmaron “Una mujer fantástica” y que cerró tras un incendio en 2019. Los chinos gay se convirtió en un espacio seguro para la comunidad LGBTQ+.
El Hao Hwa fue el tercer chino en abrir en Santiago, después del Palacio Danubio Azul y el Lung Fung –donde filmaron “Una mujer fantástica” y que cerró tras un incendio en 2019. Los chinos gay se convirtió en un espacio seguro para la comunidad LGBTQ+.

Es que en China podrías haber tenido otra vida. Fuiste criada en una aldea en el campo, rodeada de árboles que crecen entre uno de los brazos del Río Perla y casitas de madera, donde no hablaban ni mandarín ni cantonés, sino huilong, un dialecto local que hoy sólo sigues practicando con Jintao. Él, un hombre favorecido con un físico que lo hacía destacar entre la precariedad de la época. “China estaba muy atrasada, hasta el 90 todo estaba muy caro, nunca crecimos con leche líquida, sino con polvo. Mi marido y todos sus hermanos son altos, una de la muy poca gente así tan bonito”, recuerdas. 


A pesar de tu seguridad, de la facilidad con que respondes un pedido que vienen a retirar y de saber el nombre de casi todos tus clientes y sus platos favoritos, tuviste dudas. “Uno se desespera y se pregunta si tomé bien la decisión, porque estaba en la universidad y si no hubiera venido, mis compañeros, mi familia, dicen que habría sido muy grande. Sería, no sé, gerente de una empresa”. Ibas en segundo año de diseño industrial cuando te marchaste. “Pero no me arrepiento porque la experiencia que aprendí en Chile –pausas– allá nunca la iba a tener. Hoy China está muy desarrollado, pero para las personas importantes está restringido: no puedes salir, te retienen el pasaporte, hay cosas que uno no puede hacer porque piensan que te vas a arrancar”. 


“Los clientes se reían de mí, donde yo decía ‘aloz’. Así que empecé a aprender el rrr rrr. Fueron días de trabajo, hasta que un día rrrrrrrr salió. Y dije ARROZ, por fin. No soportaba que la gente se riera de mí. Me sentía tan mal… Uno pensaba que el mundo occidental era más avanzado, pero no”, dice Alejandra.
“Los clientes se reían de mí, donde yo decía ‘aloz’. Así que empecé a aprender el rrr rrr. Fueron días de trabajo, hasta que un día rrrrrrrr salió. Y dije ARROZ, por fin. No soportaba que la gente se riera de mí. Me sentía tan mal… Uno pensaba que el mundo occidental era más avanzado, pero no”, dice Alejandra.

Pero no me arrepiento, declaras. Aquí criaste a tus hijos, que tantas veces detrás de la caja hacían las tareas del colegio. Hoy tienen 28 y 24 años: ella vive en París, él estudia ingeniería en la Universidad Católica. “Todas las cosas que quería yo, las dediqué a ellos. Imagínate, todos los chinos juntando plata para comprar propiedades y yo no, siempre junté plata para llevarlos de viaje. Creo que esa fue la mejor inversión”, aseguras confiada, optimista, sacando cuentas alegres.


Ruiru migró para que Alejandra pudiese mantener en pie un local que, sin proponérselo, se transformó en un ícono para la comunidad LGBTQ+, que en 2018 fue premiado como "Lugar más popular" por Gaydatos, y orgullosa señalas una G transparente que destaca en una vidriera repleta de teteras, budas, guerreros y santos, bonsáis y bambús. Quizás en China, la joven Ruiru no hubiese conocido a ningún chino gay. “Había escuchado de hombres gays, pero nunca había visto en mi vida”. Y aquí estás viendo a otro más que te pregunta por tu pasado. Pero en este rincón del mundo encontraste lo que traduces como Hao Hwa: prosperidad.


en 2018 el restaurant fue premiado como Lugar más popular por Gaydatos, y Alejandra orgullosa señala una G transparente que destaca en una vidriera repleta de teteras, budas, guerreros y santos, bonsáis y bambús.
en 2018 el restaurant fue premiado como Lugar más popular por Gaydatos, y Alejandra orgullosa señala una G transparente que destaca en una vidriera repleta de teteras, budas, guerreros y santos, bonsáis y bambús.


Menú presidencial


Pasando los letreros de neón, entre cuadros de pavos reales y el aroma que dejan los wantán recién fritos, está el Presidente Gabriel Boric, la tarde de un domingo de marzo. A solas en el salón que da a la calle, custodiado por un biombo de madera, alejado de la polémica por la casa de Allende o de la pregunta por quién llevará el rumbo del país por los siguientes cuatro años, usa jockey y lentes negros, como si nadie lo fuera a reconocer.


De todo lo que hay en el restaurante, si se trata de comida china, entonces su favorito son los baos de cerdo. Si hay que elegir de la carta japonesa o la thai, el crispy roll y el sake ebi o el pad thai. “Ahora la Ale empezó a hacer unos sushis especiales de varias mezclas, no el estilo nikkei, que también son increíbles”, responde con naturalidad, como un conocedor, mientras que para otras respuestas hace una pausa antes de adoptar el tono discursivo que lo caracteriza. 


–¿Qué hay acá que no hay en otros lugares del sector o de comida china? 


“Hay algo que sólo se construye con el tiempo que es la sensación de pertenencia, de complicidad y de poder ir a un lugar y que sepan lo que quieres. Yo vengo hace años con harta frecuencia, conozco a la Alejandra y siempre es muy agradable. Sentirse en casa es para mí muy importante. Es un espacio de confianza donde uno puede comer tranquilo, la calidad de los ingredientes es muy superior en general al promedio. La ubicación es muy rica. Casi siempre vengo solo y puedo tener un espacio tranquilo en el Hao Hwa”. 


–¿Qué encuentra cuando viene solo? 


“Encuentro un espacio de paz para leer, para poder estar harto rato sin que haya una presión por irte rápido para desocupar la mesa. Encuentro la buena onda de Alejandra y la gente que trabaja con ella, el Dani, la Luna, que son siempre muy amables. Para mí es un espacio de calma en medio de la ciudad”. 


–En estos más de 10 años, ¿qué es lo que ha cambiado del Hao Hwa y qué se ha preservado? 


“Yo creo que la gracia del Hao Hwa es que la calidad se ha mantenido muy consistente en el tiempo, cosa que no pasa muchas veces con los restaurantes que les va bien, que empiezan a privilegiar rendimiento, producción y precio por sobre calidad. Ha habido mucho prejuicio con el barrio últimamente, o sea, en los últimos años después del estallido y la pandemia, pero creo que el barrio se ha ido recuperando y va a ir cada vez más para arriba”. 


Sentado en diagonal al mandatario con mi bolsa de baos para llevar, le cuento que hace un año me vine a vivir cerca de Baquedano y que me parece surreal –aunque surreal no era la palabra adecuada– que los viernes sigan quemando cosas un grupo de señoras vestidas de negro: un colchón, un sillón, una rama, y él agrega que la última vez actuaron con más fuerza. Tan surreal –ahora sí– como conversar con el Presidente un domingo en los chinos gay. 


Semanas después, Alejandra contará que el mandatario viene desde cuando era dirigente estudiantil. Días antes del 11 de marzo de 2022, ella le dijo “chao, Presidente, qué le vaya súper bien”, pensando en que no volvería, pero él respondió “voy a venir siempre”. Un hecho que ella describe como un honor: “Yo no sé qué tengo, pero siempre me ha querido. Me escribe, me pregunta por mi salud”. Lo dirá harto después porque para contar esta historia tuvimos que agendar la entrevista con anticipación, es que tiene menos tiempo que el Presidente o algo así dirá Gabriel Boric, horas antes de viajar a la India.


China próspera 


En los últimos años han cerrado clásicos del barrio como el Squadritto o Les Assassins. Mantenerse en pie después del estallido social y la pandemia fue difícil. “En octubre de 2019 bajó el 60 por ciento, tuvimos que despedir un barman, un sushero y un garzón”, dice la dueña del Hao Hwa. “El día de la marcha más grande de Chile, se juntaron miles de personas a apedrear como si demolieran un edificio”, describe sobre lo que ocurrió con las oficinas de la Cámara de Comercio y una época que marcó un antes y un después para ella. A lo que luego se sumó el Covid-19, el FOGAPE y un préstamo de 60 millones del que vienen saliendo. 


Antes de que Chile fuera otro Chile, para luego decidir seguir siendo el país que era antes, el Hao Hwa vivió su época de oro: desde el 2012 al 2019. “Estaba a full, día y noche. Los jueves nunca había asientos. Se llenaba por la Nelly Richard, todo el mundo la seguía, llegaban como 30 a 40 personas. Y había muchos más grupos: pintores, actores, artistas”, recuerda Alejandra sobre esas mesas repletas entre las que se sentaba la crítica cultural. 



Con su marido habían hecho cambios. Tras el asalto dejaron el segundo piso, en 2007 se sumó el chef del primer Kintaro, hasta que se fue y ella tuvo que aprender a preparar las salsas para el sushi, tal como la letra de un nuevo idioma. Dos años después vino la remodelación. Finalmente, se sumó la cocina thai. El Hao Hwa vivía, como lo indica su nombre, prosperidad. 


–¿Dirían que ustedes están en un modo de resistencia?

“Yo creo que sí. Mira, él venía con Lemebel”, señala a Víctor Hugo Robles, conocido como el Che de los gays, quien se sienta a comer en otra mesa. 


Le pregunto qué espera. “El Presidente dice que se va a poner mejor el barrio, ojalá. Creo que la delincuencia en algún momento va a llegar a su peak. Todas las cosas tienen un ciclo. No sé si un día va a volver a suceder lo de antes”, responde pensando en la edad de oro y en cómo celebrar los 48 años del restaurante en agosto. A lo mejor un evento con drag queens, pero podría llegar mucha gente y eso le preocupa porque el segundo piso no está habilitado. 


¿Cómo quieres ser recordada? Cuando en el futuro alguien piense en el Hao Hwa. 

“No sé”, ríe. “Yo me pregunto, ¿cómo será Hao Hwa si algún día tenemos que irnos? Siempre pienso eso. La gente me tiene mucho cariño. Porque yo entrego cariño sincero y la gente también me quiere por cómo soy. Antes era tímida y hoy no, soy otra. De hecho mi familia en China me dice ‘ahora estás diferente’. Porque los clientes me educaron con muchas cosas y yo carecí de todo eso cuando chica: historia, política, a nadie le importaba”. 


De esas visitas al otro lado del mundo, Alejandra siempre regresa con una receta nueva, con ganas de incorporar alguna preparación a la carta. Dice que a pesar de lo complicado que está acá con la seguridad, Chile le dio la posibilidad de crecer, no se arrepiente. “Allá está muy desarrollado, pero no es mío. Lo mío está acá”.  


Al final de esta conversación, en su celular se acumulan notificaciones escritas en chino y, antes de salir disparada a comprar aceite de semillas de sésamo, agrega que va a La Vega dos veces a la semana, que ella escoge las verduras, que corre todo el día porque “siento que los clientes de aquí se merecen buena comida, buen ambiente. Ellos siempre me dicen ‘Alejandra, muchas gracias por el espacio’, pero ustedes mismos hicieron eso, yo no”.

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