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- ¿Por qué seguimos hablando de la mamá de Jennette McCurdy?
Jennette, en el lecho de muerte de su mamá, intenta traerla de vuelta a la vida diciéndole que finalmente pesa 40 kilos. Que lo logró. Sin embargo, ella no abre los ojos. Sino que por el contrario, está dejando la vida con cada segundo que pasa. Qué difícil es hacer feliz a una mamá. Yo miré siempre con envidia a esas madres fáciles que con tazas hechas de conchitas de pasta se ponían a llorar de emoción. Yo nunca recibí esa mirada cándida. Esa aprobación. Ese aprecio. Por el contrario, siempre estaba en deuda. Y así se me pasó la vida, como se pasan las páginas de este libro ('I'm glad my mom died' 2023), con una ansiedad y velocidad insensible. Con esa fatiga de la que busca pero no encuentra. Una maldita distancia entre ella y yo que se pronuncia con los años. Jennette muestra en cada capítulo cómo desaparece ella y se difumina bajo la sombra de las pretensiones maternas. No se hace la víctima. Pero hay mamás a las que les basta un dibujo mediocre hecho con crayones y hay otras que esperan más. Que necesitan más. Que viven a través tuyo por más. Esto no es un reclamo -y su libro tampoco- sino que es más bien un desahogo. Una enumeración de cosas que salen cuando uno va a terapia y se da cuenta de que los problemas no son con la figura ausente, sino con la que siempre estuvo más cerca. Porque no se puede bailar con los fantasmas, sino con los vivos. Me aterra maternar por eso. Porque no quisiera que alguien, años después, escriba un artículo diciendo que le cagué la vida. Que desembolsa doscientos dólares al mes en terapia para encontrarse. Para dejar de correr detrás de todos esos intentos por ser la elegida de la mamá, aún en su adultez. Mi mamá no me ve nunca y cuando lo hace todavía me examina. Me pone a prueba. Y pone a prueba mi paciencia. Si me saca de quicio, ganó ella y perdí yo. Si habla de mi cuerpo y lo resiento, gana ella y pierdo yo. Si critica cómo trato a los hombres con los que me vinculo y eso me duele, un punto para ella y una resta para mí. Por eso, esos encuentros que son cada dos meses, en los que me dice que no la llamo lo suficiente por lo demás, no suelen durar más de tres horas. Poniendo a prueba todo lo que aprendí en terapia respiro. Inhalo. Exhalo. Lo hago otra vez, con más intensidad. Me muerdo la lengua porque no quiero herirla con algún comentario ácido, pero tampoco puedo decirle ‘Te amo’. Entonces opto por el silencio y por poner una mueca que no puede leer. La abrazo fuerte al final, en la despedida, y siento su olor y es mi casa. Y por unos minutos olvido gran parte de las cosas que me hacen crecer este resentimiento. Siento calma. Es mi mamá, es la única que tengo. Y de esa calma vuelvo al pensamiento angustioso de ‘¿Y si algún día yo soy lo que ella quiere y ella es lo que yo quiero?' La veo desaparecer a lo lejos y ahora sí, esta vez llega la calma. Puedo descansar. Puedo volver a ser esta versión que me hace más feliz a mí que a ella. Jennette despide a su mamá, pero antes de dejarla ir le pasa la cuenta. No leo odio en lo que le dice. Tampoco le recrimina o la encara. Es más bien un anecdotario de lo difícil que es sostener este vínculo primario y lo necesario que es para ella suspirar y entender que no había nada de malo con su propia existencia. Que no tenía que cumplir con sus expectativas y que con la muerte de la mamá, muere también una parte difícil de su propia historia.
- El retorno del Cristo de Mayo
Entre oraciones, vítores y aplausos, el Señor de la Agonía volvió a recorrer el centro de Santiago el 13 de mayo, luego de tres años sin realizarse la procesión originada tras el terremoto de 1647. Acompañado de adultos mayores, jóvenes, gente con muletas o en silla de ruedas, rosarios y pañuelos en mano, caminamos descifrando el fervor que despierta su figura –la que incluso tiene una cuenta de Twitter con más de 12 mil seguidores–, hasta la misa donde se acaba el rito: con alusión al mito y su origen, pero donde también se aludió a los evangélicos, la “ideología de género” y la nueva constitución. Por Tomás Basaure E. El Cristo de Mayo es puntual. Siete minutos después de las cuatro de la tarde ya va por paseo Estado hacia arriba, pasando Agustinas. Acaba de salir del Templo de Nuestra Señora de Gracia, mejor conocido como Iglesia de San Agustín, acompañado de vítores, aplausos, frases dictadas por el Fray Yuliano Viveros, amplificadas por parlantes –“Por su dolorosa pasión”– y contestadas por los fieles –“Ten misericordia de nosotros y del mundo entero”–. Otra vez. Y de nuevo porque esa parte de la oración “Coronilla de la Divina Misericordia” debería repetirse unas diez veces. “Hay que encomendarse. Es como el día de la madre, hay que portarse bien no sólo en su día, sino que todo el año”, le dice una señora a su hijo. Son parte de la multitud que avanza por el centro de Santiago siguiendo la figura del Señor de la Agonía, una procesión que no se realizaba desde 2020 debido a la pandemia, pero que volvió a las calles el sábado 13 de mayo como rasgo de la identidad chilena, como parte de nuestro patrimonio. “Viva la Virgen del Carmen” –VIVA. “Viva Nuestra Señora de Fátima” –VIVA. “Viva Chile Católico” –VIVA. Silencio. Hay momentos de tensión cada vez que a la figura se le atora el pelo con las ramas de los plátanos orientales, como le pasó afuera del Gotta llegando a Huérfanos. Como le sucede ahora al toparnos con la Plaza de Armas. En esos momentos, un hombre tiene la difícil misión de despejar el camino con un palo para que el Cristo pueda pasar, hasta que lo logra y hay alivio, aplausos y vítores y viva, nuevamente. Somos muchos. La cantidad de asistentes llena la cuadra desde Merced hasta Monjitas, algunos de ellos también seguidores de @cristodemayo en Twitter, que después le dirán que lo vieron bien flaco, que cómo estaría de bueno el paseo que hasta la peluca se le vino abajo, que ya no nos puede andar amenazando porque cumplimos nuestra parte. Van familias, adultos mayores, niños, gente con muletas o en silla de ruedas, con coches, guaguas, rosarios, velos, con lágrimas en los ojos y pañuelos en la mano. Es que no solo se camina para que no tiemble, sino que por motivos mucho más profundos y personales. “El 2021 a mi hija la tuve enferma de covid, hospitalizada, entubada, sin reaccionar. El 13 de mayo de ese año vinimos y no había procesión en la calle por la pandemia. Logramos ingresar con una tía que anda acá y, detrás de nosotros, le pidió al Cristo de Mayo que despertara a nuestra hija”, recuerda emocionado Juan Luis Guerra. “Llegamos a la casa de unos parientes en Puente Alto y, a la media hora, me llamaron del hospital que mi hija había despertado del coma”, cuenta con los ojos brillantes, acompañado del llanto de su señora. “De ahí vinieron puras cosas bonitas, nosotros empezamos a venir y pretendemos hacerlo hasta que podamos”, dice sobre la tercera vez que viajan desde Valparaíso exclusivamente a la procesión, pero ahora junto a Jenifer de 20 años. *** En 1647 un cataclismo arrasó con Santiago del Nuevo Extremo, dejando en ruinas la ciudad que por entonces pertenecía a la colonia española. Casas de adobe desplomadas, nubes de polvo y plegarias al cielo. Todo destrozado excepto la pared donde estaba crucificada la figura de Jesús, tallada 34 años antes por el Fray peruano Pedro de Figueroa y albergada una temporada en la casa de Catalina de los Ríos y Lisperguer, más conocida como la Quintrala, quien mandó a removerla porque ningún hombre la miraría con esos ojos. Intacta estaba la escultura si no fuera porque esa noche en que la llevaron a la Plaza de Armas la corona de espinas la tenía en su cuello. Y que hasta hoy mantiene allí porque si la mueven, dicen, podría temblar. “Según la tradición, aquí hay que recitar tres credos que fue lo que duró el terremoto. Así que vamos a orar por nuestro país y por las autoridades de gobierno”, avisa el Fray Viveros al llegar a la esquina de la Catedral con Paseo Puente, y una mujer murmura: “Y por los ateos”. Se arrodillan. Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, Todopoderoso. “Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro”, con la canción que católicos, evangélicos, agnósticos y ateos conocemos desde chicos, comenzamos la caminata de vuelta a la iglesia. Una que no está exenta de mallas naranja y barreras new jersey por los adoquines recién puestos o siete partidas de ajedrez de hombres que no se detienen con nada, que llevan jugando toda su vida, que parecieran estar desde la colonia. “Un regalito para el señor de mayo”, pasa una mujer vendiendo a dos lucas cada rosa, quien después me dirá que incluso me la puede dejar a mil, que incluso acepta transferencia. También me advertirá que no me vaya tarde, que se pone peligroso, que empiezan a llegar personas con mano larga. Mientras, tenemos la luz del atardecer, los Ave María y las palabras del Fray Viveros al entrar: “Vamos a ordenarnos para que la imagen ingrese. Por favor, no empujen, con calma para que no sufra daños”. Adentro se escucha el himno nacional o el asilo contra la opresión, y una pregunta se repite entre la multitud: “¿Vas a entrar a la iglesia? ¿Te vas a quedar a la misa?”. *** Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Gente de pie, el confesionario en funcionamiento y un olor a incienso, similar al palo santo, que huele muy bien cuando se dosifica. “Tomen asiento los que puedan”, dice el Prior Provincial José Ignacio Busta, a cargo de la ceremonia y quien tiene un parecido entre Nicolás Copano y Jack Antonoff. “A todo esto, esta ya es la misa del domingo”, aclara. Y como tal, su homilía tiene una potencia que avanza sigilosamente. “El Cristo de Mayo ha vuelto a transitar las calles de nuestro centro de Santiago”, comienza el Fray, con el mismo eco que imitaba el Coco Legrand en ese chiste del Festival de Viña 2000. Pausado, nos teletransporta al terremoto acontecido siglos atrás. “La vida orgullosa de aquella ciudad, aquella vida que daba tanto espacio también al goce (...) nos va provocando soberbia, nos va provocando apego a lo material, nos va provocando olvido de Dios”, comenta sobre las conductas que el terremoto vino a desafiar. Uno que creo nos legó un sentimiento que pareciera ser cíclico en este país: “El pueblo de Santiago se sintió huérfano esa noche, abandonado a su suerte, con el presente destrozado y la esperanza incierta”. El Fray continúa y revela unas cuantas verdades: que el muro de allí, indicando el del altar del Cristo, es el único que quedó en pie, pero no es el original; que la escultura en realidad es de madera de ciprés y “no de naranjo como dice mentirosamente Benjamín Vicuña Mackenna, repite Magdalena Petit y continúa repitiendo Jorge Baradit. Construida en los bosques que los agustinos teníamos allá en Vitacura en la zona de los Trapenses”. Y sigue: “Fue un escultor agustino, Fray Pedro de Figueroa, que realiza esta escultura, que bien podría estar en el Museo Nacional de Bellas Artes porque es la primera escultura realizada en Chile. Una escultura de arte sacro. Una imagen de Jesucristo. No sólo el valor devocional es inmenso –hace una pausa–, el valor patrimonial es infinito”. Por eso mismo, explica, debieron guardarla durante el estallido social: “No podíamos permitir que los signos de identidad de nuestra tradición católica, quedaran en manos de la barbarie que un momento pareció asestar nuestra patria y donde el más del 70 por ciento de los habitantes de este país se profesan católicos, apostólicos y romanos”. Y entre los aplausos se pierden las cifras del Censo del 2002, porque la realidad es que hasta 2021 sólo un 42% de quienes contestaron la Encuesta Bicentenario UC se declaraban católicos. El llanto de una guagua irrumpe, pero el Fray prosigue, aludiendo a las posibles reacciones de los espectadores de la procesión: “A lo mejor uno que otro pastor empezó a colocarnos la biblia en las narices diciendo que no debemos adorar imágenes, ¿y cuándo los católicos hemos adorado imágenes? –Molesto, pregunta–: ¿Por qué nos siguen convenciendo de la misma tontera, todas las veces que abren la biblia y nos critican? Los evangélicos no van a entender nunca que entre nosotros no somos adoradores de imágenes”. Tal como Los Jaivas se preguntan para qué vivir tan separados y declaran que este mundo es uno y para todos, el Fray cuestiona: “Si nosotros somos ciudadanos de esta tierra ¿por qué no puede caminar la cruz entre nosotros? ¿por qué no puede pasar la cruz en medio de nuestro espacio? ¿por qué no puede, Cristo, caminar por Chile?”. No lo sacan para que no tiemble, aclara. “No salió durante años, ¿sentimos algún terremoto?”, a lo que su negativa se une al NO del público y con ese apoyo decide romper con el mito: “Este no es el comando maestro de las placas tectónicas de nuestro país –risas ante algo que podría ser cierto, pero coincidentemente hubo terremotos al año siguiente en que no sacaron al Cristo: el de Valdivia en 1960, el de Santiago en 1985 y el 27 de febrero de 2010–. Sería una estupidez decir que lo sacamos por miedo o que lo sacamos por superstición. Lo sacamos porque amamos a Cristo, ¿sí o no?”, y un SÍ rotundo retumba en la iglesia y se oyen vítores y aplausos. “Y tantos otros se burlaron porque todavía están muy embriagados en las ideologías –esa palabra tan de moda, tan manoseada, tan usada últimamente–. Ideologías que pretenden ser inclusivas pero que nosotros no vamos a estar incluidos en ese mapa valórico que parecen implantarnos, sobre todo la ideología de género, y se burlan de nosotros”. Sin embargo, dice, “nosotros venimos a recordar la fe de nuestros padres, la fe que está anclada en una cruz”. Citando a Juan Pablo II en el Estadio Nacional en 1987, anuncia: “No tengáis miedo de mirarlo a él” y esa última sílaba se une a la voz de una mujer en primera fila y a los bravos y aplausos. “San Juan Pablo II le decía a los jóvenes que es necesario construir nuestra vida sobre el cimiento de Cristo. Dejarnos comprometer por el amor (...) Un amor que lleva nuestras vidas a la felicidad. Una felicidad y una paz que el mundo no puede dar”. Vira entonces su discurso al amor que nuestro mundo necesita, más allá de cualquier carta magna que pueda regirnos. “Si no hay amor al prójimo, ni que tengamos la mejor Constitución vamos a ser mejor pueblo”, enuncia y no se distingue lo que sigue porque se pierde entre el fervor. “Viva el Cristo de Mayo”. ¡VIVA! *** A la salida, tres personas caminan al metro porque se tienen que devolver a Lo Prado: se trata de Carmen Gloria, su mamá Olga y su hijo Gustavo, quienes vienen hace unos 10 años a visitar al Cristo de Mayo. Nunca se lo han perdido. Incluso en los años de pandemia siguieron la transmisión que la iglesia realizó por Youtube y otras redes sociales, de una misa que se ofició en su interior. –¿Hay algo que le hayan pedido en específico o que esperan de él? “No, solo acompañarlo, agradecer y confiar en que no suceda nada terrorífico como dicen que sucede si uno no lo acompaña”, ríe. –¿Qué se siente volver después de tres años? “Me gustó mucho. Hay más gente que otras veces y mucha gente joven, que también es lindo porque permite ver… la creencia, los valores”. Y como representante de esa juventud, a sus 17 años Gustavo agrega: “Me pareció muy bonito venir porque tengo muchos recuerdos de cuando he pasado a la iglesia a rezar, a hablar con Dios, a darle las gracias”. –¿Qué les pareció la misa? “La verdad es que había mucha gente y salimos un rato, estaba demasiado lleno”, responde Carmen Gloria. Y cuando comentamos el sermón, dice que ella hace una división entre el sacerdote o la iglesia como institución, y su fe, que prefiere mantenerlas de lejito. Nos despedimos y en las escaleras de la Iglesia de San Agustín, Marta Villagra y su hija Mariela, venden los últimos rosarios, santitos y pulseras de protección de la jornada, como lo han hecho por 20 años. Sonriendo, dice que fue hermoso ver al Cristo de Mayo volver a las calles, que casi se pone a llorar y su hija comenta que ella también. Para ambas se trata de un trabajo y una devoción heredada: la primera en verlo fue la abuela de Marta, luego su madre que las acompaña esta noche y ahora ellas. –¿Recuerda la primera vez que lo vio salir? “Sí, era muy chiquitita –ríe–, todavía me acuerdo. En ese tiempo era gente más adulta, más abuelitos, y todos venían con pañuelos blancos, entonces cuando salía el Cristo toda la gente movía sus pañuelos. Era bonito”. –¿Tiene algo particular para Santiago o para usted? “Es que dicen que cuando no lo sacan puede temblar, es como un mito. Yo amo mucho a Dios y verlo salir es lindo, una esperanza que todos necesitamos en estos momentos tan difíciles. Con todo lo que hemos venido arrastrando, la pandemia, el estallido social y tantas cosas que nos han dejado mucha pena en cada uno de los chilenos. Sacar al Cristo de Mayo es como una esperanza para cada uno de algún milagro, algo que todos esperamos: un cambio”. –¿Y qué espera para Chile? “Que Chile sea para Dios, que haga un cambio… Yo creo que nos falta como chilenos y como humanos, mirar al otro, porque estamos muy metidos en sí mismos. Nos falta mirar para el lado y ver el dolor de cada persona. Creo que eso haría un mundo mejor”.
- Una plaza llamada Italia
En abril comenzaron las obras para reabrir uno de los accesos del metro Baquedano, el también llamado “Jardín de la resistencia”, y el jueves 11 de mayo el Gobierno confirmó el fin de la rotonda, como parte del plan de remodelación Alameda-Providencia. La denominada “Zona Cero” ya no es un campo de batalla entre Carabineros y manifestantes, y tampoco reúne a más de un millón de personas marchando. ¿Esto marca el fin de aquello que comenzó en octubre de 2019? ¿A qué ‘normalidad’ volvió este punto de la ciudad? ¿Y cómo le decimos ahora: Plaza Italia o Plaza de la Dignidad? Sin certezas definitivas, deambulamos en busca de algunas respuestas. Fotos por Constanza Pérez “Tobalaba es bonito”, enfatiza. Tres mujeres conversan a las afueras del metro Baquedano, parecieran ser madre e hijas, tía y sobrinas. Una de ellas había venido pocas veces a Santiago, dice. Que Santiago es feo, pero Tobalaba es bonito, recalca marcando la diferencia con el punto donde están paradas. “Dejado de la mano de Dios”. Personas cruzan apuradas de una vereda a la otra y un bus Turistik pasa vacío por la rotonda a las 18:07. ¿Qué podría comentarles de este lugar el conductor a los pasajeros? ¿Con qué nombre lo presentaría? ¿Baquedano? ¿Plaza Italia? ¿Plaza de la Dignidad? ¿Zona cero? Este lugar que, desde el 18 de octubre de 2019 en adelante, albergó a jóvenes, adultos, personas de la tercera edad con pancartas donde se leía “Educación gratuita y de calidad”, “NO+AFP”, “Justicia”. Donde se oyeron gritos como: “El que no salta es paco”, y otros que dieron la vuelta al mundo: “El violador eres tú”. Gritos de dolor por las tardes que terminaban en enfrentamientos entre la primera línea y Carabineros. Este lugar en el que se impregnó el olor de las lacrimógenas, donde dos carabineras fueron heridas con bombas molotov, donde el agua de los guanacos impactaba a los manifestantes y luego corría por el cemento, y donde se dispararon más de 900 perdigones entre octubre de 2019 y diciembre de 2020, según un análisis realizado por Documenta. Pero llegando a la avenida Andrés Bello es otra la pregunta que se escucha en la calle a esta hora: ¿Dónde están las atrevidas y todas las guachas moviendo el toto? Un hombre de polera verde y jockey baila al ritmo de ‘Todo lo que quieren las guachas, fuman, toman y se arrebatan’. Algunas personas lo miran mientras esperan que el semáforo cambie de color, otras llevan el ritmo con su mano contra el muslo. De pronto, ya no es cumbia lo que se dispara desde el parlante, sino un techno house ochentero de clases de aeróbica. Pero el hombre no se tira contra el suelo, solo mueve piernas y brazos. Cuando finaliza, me acerco. “Estoy haciendo un artículo sobre cómo suena Baquedano” –Yo no vengo siempre, ahora me voy al Bella. Reformulo, insisto. –…no me gusta hablar porque después soy mala leche. Reformulo, trastabilleo, insisto. –Es que estoy ocupado, estoy contando las monedas yo. Y las guarda en un su banano rosado, grande, a punto de reventar. Y no saca la mirada de ellas y mueve el hombro porque no está ni ahí con responder las preguntas de un periodista, menos sobre este lugar que, con la llegada del coronavirus quedó a la deriva, rayado, abandonado, descrito por los vecinos como una zona de guerra. Por las dudas, le aclaro que el artículo no se trata del estallido, ni de la pandemia. –Yo bailo no más. “¿Y qué tiene su playlist?” –Salsa, merengue, techno, house… “¿Y la gente le pide canciones?” –Yo pongo lo que me gusta. No hay mucho más que hablar. Nos damos la mano. Le doy las gracias. Y mientras espero que den la luz verde, creo oírle la respuesta que le da al vendedor de energéticas que las tiene heladitas en un carrito de supermercado: “Puras hueás”. A lo mejor eso estoy preguntando: puras hueás. Una grúa amarilla se mueve monótona al centro de todo, a metros del plinto vacío que pasó del morado a los colores de la bandera lgbtq+, del negro alquitrán al blanco, y del que fue removido el General Baquedano el 11 de marzo de 2021. El cielo está rosado y a las 18:32 se encienden las luces. ¿A qué huele? A fritura. A marihuana. A cigarro. A motores de micros. ¿A qué suena? A bocinazos. A tablas de skate contra el piso. A conversaciones de amantes, familiares, conocidos, personas solas con audífonos inalámbricos y amigos caminando frente al Teatro de la Universidad de Chile. “Van a hacer un corredor”, le dice un joven al otro. –Van a sacar todo, van a remodelar la rotonda– le responde su compañero. El jueves 11 de mayo la ministra del Interior y Seguridad Pública, Carolina Tohá, anunció el fin de la rotonda como parte del proyecto de remodelación Alameda-Providencia. Y el 3 de abril iniciaron las obras para reabrir uno de los accesos del metro Baquedano, el también llamado “Jardín de la resistencia”. Por esto último hay muros gigantes en los alrededores, donde se leen consignas que van de los denominados “presos del estallido” hasta dudas por el avance de la inteligencia artificial: “¿Cómo evitar que la IA nos mate?”. ¿Te puedo hacer tres preguntas?, me dice un hombre de traje café, papel en mano y mochila al hombro. ¿Consideras que tienes un buen sueldo? ¿Tienes tiempo para tu familia? La tercera no la recuerdo, pero perfectamente podría ser la que Alfredo Jaar consultó en los ochenta: ¿Es usted feliz? Las respuestas no pretenden ser representativas y los datos no serán publicados, pero así es posible llegar a personas que quieran trabajar en una empresa brasileña de cosmética que lleva casi dos años en Chile. Ricardo me aclara que si a alguien le interesa el emprendimiento –porque no es un puesto de trabajo, sino un emprendimiento, recalca–, se puede contactar con él. Conversamos, me explica que vive detrás de ese edificio, señalando la Torre Telefónica, ese en el que durante siete noches consecutivas de 2019 Delight Lab proyectó: DIGNIDAD DIGNIDAD!! NO ESTAMOS EN GUERRA! ESTAMOS UNID@S!, ¿Dónde está la RAZÓN? Que sus rostros cubran el horizonte: Romario Veloz, Alex Núñez, Kevin Gómez, Manuel Rebolledo, José M. Uribe. ¿Qué entiende usted por DEMOCRACIA? Por un nuevo país, Chile despertó. “¿A qué te suena hoy Baquedano?” –Como un ataque zombie –se ríe.– Estamos como partiendo el período cataclísmico. Eso es lo que yo veo hoy, porque antes Baquedano era hermoso, pero con todas estas cosas que invaden el espacio público se ve raro, no es acogedor. Por ejemplo, estos muros y estas construcciones que están aquí; es una invasión que hace perder la vista y el entorno, no es ni parecido a lo que era hace unos años atrás. “¿A qué te recuerda Baquedano?” –No es el centro específico de Santiago, pero casi. Todas las celebraciones que se hacían antes acá, eventos y cosas importantes. Es un punto de encuentro súper común en la memoria colectiva de la gente. Hoy estamos en un período de transición que no sé si realmente representa eso, pero a eso me recuerda: a un punto de encuentro. “¿Y qué te gustaría que pasara con este punto de encuentro?” –Que tuviera vida. Aquí entra y sale mucha gente del metro, es tremendamente concurrido este punto central. Entonces, podría tener una vida diferente, ser más acogedor. Ya comienza a hacer frío. No hay rastros de manifestaciones a favor o en contra de la publicación en el Diario Oficial de la Ley Naín-Retamal hace unos días.Extrañamente, no hay ningún vehículo blanco de Carabineros resguardando la Plaza Italia, sólo una pareja sentada contemplando el plinto vacío al atardecer. Cuando tres semanas más tarde vuelvo a deambular por estas mismas cuadras, me encuentro con situaciones parecidas a las de abril, las que perfectamente podrían ser de una película de Raúl Ruiz: una estudiante con su mamá que para el liceo me preguntan qué es el Estado de Excepción y sus cuatro tipos, o un hombre que cobra luca por la observación de cráteres de la luna a través de un telescopio. Me acerco al kiosco metálico frente al Teatro de la Universidad de Chile y a Pilar, la mujer que ahí ha trabajado toda su vida, le repito las preguntas. “¿Qué piensa cuando le digo Baquedano?” –Pienso lo mismo de siempre. “¿Y qué sería lo mismo de siempre?” –Que está más horrible no más –ríe.– Que está espantoso, pero yo creo que de a poco se va a ir arreglando, pienso, no sé. “¿Qué recuerdos le trae Baquedano?” –Lindos recuerdos. De la plaza. La tranquilidad. Del mundial, de los tenistas Marcelo Ríos y el otro chico, o de cuando Cecilia Bolocco salió Miss Universo, todas las celebraciones. Maravilloso, precioso. Ahora hay mucha delincuencia. Hoy no hay celebraciones que desborden Baquedano como las que recuerda Pilar o los años nuevos o los triunfos de la Roja en la Copa América o las concentraciones para el 8M o el concierto gratuito de la Orquesta Sinfónica Nacional o la marcha más grande de Chile, a la que asistieron un millón doscientas mil personas, pero a la que ella se restó porque nunca ha salido a marchar, “veo todo de aquí porque tengo que trabajar”. No hay festejos como el del 25 de octubre de 2020 cuando el apruebo ganó con un 78%, ni como el del 4 septiembre de 2022 cuando ganó el rechazo con un 61,9%. Y mientras Mecano decreta: Luna quieres ser madre y no encuentras querer que te haga mujer desde un parlante, seguimos conversando. Cuenta que vivió los años del estallido como una guerra. Horrible. Atroz. “Pero mantuvo en pie su negocio”. –Mira, pa que te cuento. Quedó solamente esto, todos los negocios los destruyeron. Hace poquito vinieron a colocar el techo pero mira cómo está –y muestra un costado del kiosco, cubierto por una tela de pvc–. Trabajaba con mi marido y a ratos, porque de repente no se podía. Cuando la cosa estaba un poco más calmada se quedaba mi marido, pero me iba súper nerviosa porque no sabía qué le podía pasar. La única cosa que me tranquilizaba un poco es que estaban aquí estos chicos de la cruz… “¿Roja?” –Cruz Roja. Una cachá de cruces, que estaban ayudando a la gente que… a la gente que estaba… o sea, es que esta gente se enfren… o sea, la gente se enfrentaba con Carabineros y yo no sé po, entre ellos, no sé. Pero de repente venían todos y aquí los de las cruces los ayudaban. Pucha qué nos cuesta describir: a Pilar, a mí, a ti. Encontrar las palabras adecuadas para recordar. “Mi único país es mi memoria y no tiene himnos”, decía esa frase de Alejandra Pizarnik que, tras haber sido impresa y reproducida en múltiples formatos, ahora no veo pegada en ninguna parte. ¿Qué pasa con nuestra memoria? ¿Qué decidimos recordar cuando votamos? ¿Cuando escogemos consejeros constitucionales para un nuevo ensayo? Por eso le pregunto a Pilar por este lugar que, a esta altura y sin ánimo de ser centralista, es como preguntar por Chile. “¿Qué le gustaría que le pasara con Baquedano?” –Que hubiera mucha tranquilidad, no sé, yo me quedo con los recuerdos lindos, nada más. “Se está debatiendo qué se hace con la plaza, ¿a usted qué le gustaría? –No lo he pensado porque ni siquiera he visto noticias. Así que tendría que pensar un poco. Pensar.
- El egreso de la generación container
Tras el tsunami que en febrero de 2010 arrasó con el Colegio Insular Robinson Crusoe en el Archipiélago de Juan Fernández, los alumnos recibieron una solución modular de forma transitoria. En noviembre de 2022, Seis jóvenes se graduaron y se transformaron en la primera generación en completar todos sus estudios escolares en un container, creciendo bajo la promesa de la construcción definitiva. Un cuento conocido. Uno que se saben por libro. Aquí, la historia contada por cinco de ellos: sus recuerdos y reflexiones sobre la catástrofe, la espera, el educarse y crecer en una isla. Los llamaron como lo hicieron durante años al pasar lista: Daniel González, Dylan Hernández, Milovan Rojas, Isla Ruz, Lukas Vásquez, Vicente Tobar. Ese 18 de noviembre de 2022, mientras sonaba “We’re young” de Fun, escucharon sus nombres por última vez y se levantaron de las sillas para subir al escenario y recibir su diploma de cuarto medio. A cada uno de los seis alumnos del Colegio Insular Robinson Crusoe –único establecimiento educativo del Archipiélago de Juan Fernández– su profesora jefe, Gloria Umaña, los despidió con una pregunta, una reflexión, una urgencia: “¿Si no hago algo para solucionarlo quien lo hará? Si no lo hago ahora, entonces, ¿cuándo lo haré? Esta es una invitación a estar vivos, a estar atentos ante el mundo, a ser partícipes de él, porque si el mundo no es de ustedes, entonces ¿de quién?”. Cinco de los que escucharon ese discurso y el de Daniel, presidente del cuarto medio, cuentan que los marcó de una u otra forma. Hoy dicen estar contentos, aliviados, nostálgicos o sin saber muy bien qué sentir tras egresar de un colegio que, después del tsunami que golpeó a la isla el 27 de febrero de 2010, sería provisorio. Una realidad que nunca cambió. “Cuando entregaron el colegio le dijeron a los papás que en cuarto íbamos a tener uno nuevo, pero no especificaron qué cuarto: si cuarto básico o cuarto medio. Varias veces han hecho proyectos y han buscado terrenos, pero al final no se concretaban”, dice Isla sobre anuncios que, desde kínder, también recuerdan Daniel y Milovan. Anuncios que, al llegar a la media, escucharon Dylan y Lukas. “Empatizo con ellos porque han estado mucho tiempo en esa condición”, cuenta este último. “Creo que las personas que realmente tienen espíritu: docentes, funcionarios, los mismos alumnos, lo supieron resolver de la mejor manera”, resume el también ex presidente del Centro de Estudiantes. De túnicas negras y birretes, cerraron un ciclo en sus vidas. Uno que empezó hace 13 años. Así fue el egreso de la generación container. La ola De la madrugada del 27 febrero de 2010, ninguno de los que vivían en la isla recuerda el sonido del gong que una niña tocó para alertar del tsunami, pero sí haber visto a gente corriendo cerro arriba, gritos y llantos de niños chicos. A las 3:34, a más de 600 kilómetros de ahí, se había producido un terremoto de 8,8 MW y Daniel, Milovan e Isla dormían. “Cuando empezó el tsunami mi mamá me sacó de la cama y fuimos al cerro con mi hermana, mi hermano y mi papá. Nos fuimos a la casa de un tío que estaba en un morro”, recuerda Daniel. Mientras que Milovan experimentaba algo similar: “Mi padre me agarró y fuimos a La Pólvora, así se le dice a una calle en la isla. Había gente gritando desesperada, pidiendo ayuda para subir a los niños o personas mayores”. Isla, que había pasado esas horas en la casa de su padrino en el cerro, dice que fue una de las noches más largas. Cuando aclaró, bajó con su abuela a dejar unas donaciones a la Casa de la Cultura. Tenía cinco años y lo vio todo. “El colegio desapareció. Las pocas cosas que quedaron fueron los árboles, algunas casas en pie, pero flotando. Y eso sería porque el tsunami destruyó la mayoría del poblado (de San Juan Bautista)”. “Cuando chica me gustaba ir al colegio. Mi castigo era no ir si me portaba mal, algo muy irónico. Me puse a llorar porque estaba todo feo y sabiendo que habían personas que habían muerto, me dio mucha tristeza. Fue un poco impactante esa imagen”, recuerda Isla del establecimiento donde había cursado pre kínder, ubicado en un espacio de 15.000 mts2. Hoy, en cambio, ahí sólo está la cancha deportiva. Desafío Levantemos Chile contribuyó a la construcción de un colegio de emergencia en un terreno de 3.000 mts2 perteneciente a la Corporación Nacional Forestal: una solución en base a containers donde los jóvenes estudiarían por dos años mientras se levantaría el establecimiento definitivo, similares a las que hoy prepara el gobierno para los 21 colegios incendiados entre las regiones de Ñuble y La Araucanía. Sin embargo, el tiempo pasó y la espera por la sala propia y los motivos de su postergación, han sido cubiertos durante años en reportajes televisivos y notas de prensa. En octubre, sin embargo, el gobierno anunció haber llegado a un acuerdo para la cesión del terreno por parte de Conaf y este viernes 24 de febrero se efectuó el primer trámite requerido para la donación, al inscribirse ante el Conservador de Bienes Raíces de Valparaíso la subdivisión del predio. Perteneciente al Parque Nacional Archipiélago de Juan Fernández –el que cubre casi toda la isla a excepción del poblado y el aeródromo– en la web de Conaf explican que se subdividió en dos lotes siendo el segundo de 11.747 mts2 el que será donado para construir el colegio. Desde la Dirección de Educación Pública (DEP), explican que “el destinatario de esta donación es el Servicio Local de Educación Pública de Valparaíso, que realizará el estudio de suelos, el diseño del anteproyecto y la obtención de la Recomendación Satisfactoria (RS) del Ministerio de Desarrollo Social y Familia. Esto, en coordinación con la Dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas”. Para el anuncio del año pasado, Milovan no sabía si creer, mientras que Isla y Daniel esperaban que se concretara. “No quiero quedarme con que mi sobrina o mis hijos en el futuro van a estar en ese mismo colegio”, dice este último, quien junto al primero guardan en su memoria el primer día de clases. “Nos hicieron recorrer el pasillo y nos llevaron a una sala, ahí el profesor de historia, Juan Carlos Órdenes, nos explicó cómo fue lo del tsunami. Vino al colegio Sebastián Piñera, no recuerdo haberlo visto, pero hay imágenes que comprueban que estuvo ahí”, dice Milovan. Y como una videograbadora, esas imágenes sí las tiene Daniel en su cerebro. “El presidente nos fue a ver a las salas. Nos entregaron chaquetas, pantalones, zapatos y unos coyac. También estaban los ministros. Estaba Felipe Cubillos, quien apostó por el colegio. Y ahí se me borra la película, de ahí no me acuerdo nada más”. Los sueños No siempre fueron seis. En algún momento llegaron a ser casi veinte, pero algunos se mudaron al continente por temas deportivos y otros por el trabajo de sus papás. Unos pocos eran hijos de Carabineros, acostumbrados a no vivir mucho tiempo en un lugar. Y un par quedó repitiendo. Pero a varios, durante la básica, les pidieron dibujar el colegio de sus sueños. Milovan dibujaba un colegio más grande que el que tuvieron. Isla trazaba “algo más decente de lo que teníamos. Hubiese sido bacán un espacio más abierto para jugar. Al tercer año era como: ‘¿De nuevo nos preguntan esta cuestión?’. Para qué dibujar”. Daniel imaginaba “una multicancha que sirviera para fútbol, básquetbol y voleibol. Un sistema de ventilación, buenas filtraciones de agua, mejor sistema de pozos sépticos”. Inicialmente formado sólo por contenedores –como la oficina de Correos o el Registro Civil, que aún se mantienen así–, Isla dice que hoy se parece más a un transformer o una barrita de chocolate: cubitos unidos entre sí con un segundo piso de madera para 192 estudiantes repartidos en 12 salas. Los problemas más comunes a los que se enfrentaron fueron: la lluvia, el viento, la humedad y malos olores. “En invierno llueve mucho y como el colegio está bajo un nivel de la tierra, se rebalsaba el agua y flotaba por la mitad del colegio. Después el piso se hundía”, dice Isla. “La entrada era como una cascada que cuando pasabas te mojabas al tiro”, agrega Milovan. “Usábamos sacos de arena para evitar que se inundara el patio y se seguía inundando”, añade Daniel. Las reparaciones evitaron que durante la media se siguiera lloviendo, pero Lukas –que llegó en tercero medio desde el Colegio San Damián de Molokai de Valparaíso–, recuerda el viento. “Los días en que había 30 nudos para arriba, no había clases”. Y respecto al hedor que a veces sentían, dicen que venían de los pozos sépticos y alrededores. Un containegio. Así le llama Dylan, quien llegó en primero medio desde el colegio Bertrand Russell, del distrito de Comas en Lima. “Lo comparaba con mi colegio en Perú y era muy chocante porque el techo de una de las aulas estaba demasiado hundido por la lluvia”. El suyo era de cuatro pisos, tenía cuatro baños habilitados y no se inundaba, dice. El portón era de metal y la infraestructura de cemento. Algo así, grande y concreto, se propuso en al menos tres ocasiones durante 13 años. En agosto de 2010, se presentó un proyecto de reconstrucción para el poblado de San Juan Bautista por parte de la Asociación de Oficinas de Arquitectos (AOA) y la municipalidad de Juan Fernández, el que contemplaba un colegio de dos pisos con un patio central. En 2015, el Mineduc convocó un concurso de anteproyecto de reposición y relocalización, el que ganó la oficina DRAA pero que no se pudo llevar a cabo por el terreno. En 2020, Jonathan Reyes propuso una tercera opción en el centro del poblado, en su proyecto de título de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile. Incluso el año pasado, el alcalde de Juan Fernández, Pablo Manríquez, planteó un uso del terreno adyacente al colegio en la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados. Declarado Liceo Bicentenario en 2020, sus alumnos aceptaron su infraestructura como quien habla del clima o pide la hora. “Existen países y personas que no tienen ni acceso a la educación. Estamos en un container, pero por lo menos tenemos acceso a la educación”, reflexiona Milovan. “Después me empecé a acostumbrar a que tuviéramos el mismo colegio, entonces uno cachaba donde estaban las fallas”, dice Isla. Los últimos años El 3 de marzo de 2020 las restricciones sanitarias se extendieron por el territorio nacional, cerrando el colegio de Juan Fernández y mandando guías para la casa. Cuatro meses después, consiguieron una autorización para volver, sin embargo, en sedes deportivas e iglesias, ya que los contenedores estaban en reparaciones. Las mejoras se alargaron más de un año y, al volver, mantuvieron la media jornada por aforo. Probaron con salas temáticas hasta que el virus llegó a la isla recién en agosto de 2022, lo que los llevó a tener clases online. No volvieron a la jornada completa sino hasta un mes antes de graduarse. Fueron tiempos extraños. Tanto en 2019 como en 2022, los alumnos se manifestaron. En la toma del año pasado participaron Daniel y Lukas. Estudiantes y apoderados exigieron mejoras en la limpieza del recinto, desarrollo de protocolos anti bullying y la renuncia de la directora subrogante, Angélica Cruces, quien había llegado bajo la dirección anterior de Manuel Catalán, acusado de mala administración y malos tratos hacia los profesores y alumnos. “El bullying es frecuente, a mí me hicieron mucho. Me discriminaron por ser moreno, me decían que era negro y hediondo. Algunos niños son muy racistas”, sincera Daniel. “Tuve una compañera que me echaba la culpa en todo. Yo, un niño de primero básico con TEA que no sabía lo que hacía”, recuerda Milovan y agrega que ella junto a otros jóvenes alguna vez lo llamaron “enfermo”. “Mi mamá habló con la directora. No hicieron nada, pero dijo que eso no podía quedar así y, desde entonces, a la hora de almuerzo ella siempre se sentaba a vigilar”, aclara sobre una situación que terminó cuando la niña repitió de curso y no la volvió a ver más. “Ese protocolo anti bullying no es que no estuviera, lo que pasa es que había que acotarlo a la realidad. Lo que se hizo fue abordar el bullying de manera preventiva, porque el protocolo lo abordaba de manera reactiva”, explica la actual directora subrogante, Claudia Henríquez –docente que llegó en 2014–, quien afirma que ha disminuido el bullying directo, pero ha aumentado el cyberbullying. Ambos, Milovan y Daniel, estrecharon lazos estos últimos años. “Como presidente de curso me preocupaba harto por los chiquillos. Intentaba que se sintieran cómodos, que no se sintieran excluidos”, dice el segundo. Eso sí, comenzar cuarto medio siendo seis fue difícil. “Me sentí muy solo, cada uno estaba por su propia cuenta. A mitad de año volvió un compañero mío de toda la infancia. Vicente y yo intentamos unir al grupo”, cuenta. Él fue uno de los que vio al presidente Gabriel Boric en febrero del año pasado, antes de asumir el cargo. “Estábamos jugando a la pelota, no era como para estar en la cancha con él y hablar sobre la infraestructura, pero Amanda Chamorro del Centro de Alumnos habló con Boric”, resume Daniel. “Ahí vio la condición del colegio”, dice Isla. “Hasta nos sacamos fotos porque jugó el partido y después le regalaron poleras de cada equipo. Tenía cuatro poleras puestas encima”. “Lo vi y justo cuando íbamos a ir a jugar fútbol, me salió un paseo de improviso a El Rabanal”, dice Dylan. Y egresaron. Rindieron la PAES. Se mudaron a Valparaíso para iniciar su educación superior: Daniel estudiará técnico en construcción, Dylan ingeniería civil informática, Milovan ingeniería informática, Isla diseño y Lukas derecho. A todos les pregunté si se sentían olvidados y casi todos dicen que sí, que un poco, que no saben muy bien qué sentir. “Yo diría que por lo menos salí de ese colegio, voy a ir a la universidad y ya no quiero pensar más en ello”, declara Milovan. “Se hicieron otros proyectos, pero el de nosotros no. Por temas políticos o de enemistades no se lograron. La construcción del jardín, las sedes deportivas y otros proyectos sí se realizaron, pero el del colegio no”, cuenta Isla. “Sí, me siento olvidado, pero sé que no voy a sentir lo mismo que sienten algunos de mis compañeros que están desde antes. Igual en el colegio los profes ayudaron en hartas cosas, se preocupaban por uno. Me quedo con la experiencia enorme que me dieron los chiquillos”, dice Dylan. “La educación en Chile y algunas partes es buena, pero acá no. No recomendaría venir a estudiar acá”, responde Daniel. “Con lo que más empatizo es el sentimiento de los cabros. Yo igual tuve una formación en el continente, pero hay gente como Isla y Daniel que han estado toda su vida acá. Entonces, después van al continente y lo que le pasa a muchos niños y adolescentes isleños es que chocan con esa realidad, que es otra, el método de trabajo es distinto”. No fueron los primeros, ni tampoco serán los últimos en egresar de un colegio provisorio. Al menos una generación más pasará este año en los containers mientras se apuran los estudios, la licitación e inicio de la construcción. Un sueño que no se cumplió para ninguno de los cinco, una realidad que para ellos se volvió permanente.
- “Yo no me veía a mí mismo, no me quería. Eso tomó un tiempo”: Hablamos con el actor Luis Rodríguez
En Chile nacen en promedio 2,7 niños con síndrome de Down por cada mil habitantes. Una cifra que duplica el promedio global. Este país es uno de los que más población Down tiene en la región y recién en 2018, desde las políticas públicas, empezó a correr una Ley de inclusión laboral. Hoy uno de los programas más vistos de la televisión nacional es una teleserie en la que actúa el asistente de párvulos Luis Rodríguez, quien trabaja encarnando a un joven que quiere visibilizar que las personas con Síndrome de Down también sueñan con independizarse y encontrar el amor. Fotos por Valentina Bird De sus primeros años de vida, Luis Rodríguez (29), asistente de párvulos, recuerda una situación que marcó su trayectoria para siempre: él estaba junto a su familia en la playa y se perdió. Sus padres, naturalmente, se asustaron. Pero al rato el niño volvió por su cuenta y los encontró. “Me preguntaron: ‘¿Dónde estabas? Estábamos preocupados’. ‘No sé, yo partí caminando y me perdí’, dije. Y mi mamá me felicitó en lugar de reaccionar distinto: ‘Está bien, qué bacán que estás acá. Resolviste el problema. Da lo mismo perderse, pero tú vas a llegar siempre a nosotros’”. Hoy Luis Rodríguez tiene un horario apretado. Se mueve entre diferentes ciudades, estudios de televisión, y ensayos porque se convirtió en Luchito, un personaje que vive en Cochamó, que trabaja en un almacén con su mamá y que sueña con ser influencer para inspirar a los demás. Es uno de los personajes más queridos de ‘La Ley de Baltazar’, la teleserie de Mega estrenada en junio, protagonizada por Francisco Reyes y que se trata sobre un padre que tras un infarto se niega a cumplir con las preocupaciones de sus hijos. Estos meses para Luis han significado viajes al sur, trabajo actoral con un coach, selfies con personas que lo paran en la calle. “Estábamos en esta casa y lloré abrazando a mi mamá, a mis hermanos. Hace tiempo que mi familia no veía teleseries y entonces dijeron: ‘Voy a ver a mi hijo en la tele, a mi hermano’. Eso fue muy emocionante”, recuerda sobre el momento en que desde la producción lo llamaron para decirle que había quedado. En esa misma casa ahora nos espera de short y polera en la puerta, se apresura a buscar unas galletas para las visitas y empieza diciendo que creció viendo “Romané”, “Machos”, “Los Pincheira” y tantas otras teleseries de los 2000, años en los que montaba sus primeros shows con sus hermanos. El interés por las tablas lo siguió desarrollando en el colegio. Después en talleres a los que iba los sábados y, más tarde, en la compañía de la Fundación Mawen, organización sin fines de lucro que mediante el arte y la cultura trabaja con personas con discapacidad cognitiva. “Yo llevo harto tiempo luchando por la inclusión por las personas con Síndrome de Down y ahora en la tele quizás van a cambiar más cosas, porque hay bastantes personas viendo la teleserie. Yo estoy mandando un mensaje de que nosotros somos igual que ustedes”, dice el joven. ¿Qué sientes al trabajar con actores y actrices como Amparo Noguera, Francisco Reyes y Francisca Imboden? “Al principio estaba en shock. Me emocionó mucho pensar que estoy actuando con las estrellas. Es bacán. Cuando era chico los veía en la tele, para mí son ídolos. Son muy gentiles, buena onda, me hace muy feliz estar con ellos. Es fácil también, porque cuando me cuesta algo me dicen ‘no te preocupes, vamos de nuevo’ y eso me ayuda. Me tranquiliza” ¿Este personaje rompe con los estereotipos? “Luchito está tratando de dar el mensaje de que nosotros somos independientes. Hace mucho tiempo en una serie apareció una persona con síndrome de Down y después nunca más. Ahora está volviendo otro con mi personaje y eso marca algo en Chile” Luis se refiere a “La Buhardilla”, serie de TVN de 1997, sobre cuatro músicos estudiantes del Conservatorio de la Universidad de Chile que se van a vivir al último piso de una gran casa y quieren formar una banda de rock. Allí conocen a Cristián (Cristián Gaete), un joven con síndrome de Down, quien cambiará sus vidas. “Fue raro que no apareciera más. No sé qué pasó en la tele y ahora yo estoy actuando, hubo un click en la cabeza”. Eso sí, antes de “La ley de Baltazar” se estrenó el documental “Los niños” (2016) de Maite Alberdi. “No me gustó” ¿Por qué? “Como personas con Síndrome de Down podemos hacer millones de cosas, pero el documental está mostrando que los protagonistas van a una escuela de niños que no pueden hacer tantas otras cuestiones. Una escuela sólo para personas con Síndrome de Down. En la sociedad pueden pensar: ‘Estos niños son unos angelitos’, (...) Ahí ya no me gustó” Y agrega: “Hay padres de personas con Síndrome de Down que les cuesta y tienen miedo de soltar a sus hijos. Y la sociedad no sabe cómo tratarlos. Eso hay que cambiarlo. Hay otros casos donde los papás han dejado ser a sus hijos y que ya son parte del mundo, como cualquier otra persona”. En su caso, no fueron sólo sus padres quienes lo soltaron. Segundo de seis hermanos, afirma que ellos “desde chicos entendieron, nunca me vieron con diferencia”. Así, recuerda un día de invierno en que trataba de subir el cierre de su parka. “Está malo, no puedo”, dijo, pero una de sus hermanas se acercó y se lo subió. Él le dio las gracias, pero ella le advirtió que era su turno. Le bajó el cierre y le devolvió la parka: “Ahora tú tienes que hacerlo”. Luis juntó sus manos y suspiró como diciendo “otra vez”. Hoy, sin embargo, agradece esos gestos. ¿Con qué soñabas cuando niño? "Con hartas cosas, pero dos importantes: quería ser igual que mi papá, estudiar matemáticas, ser ingeniero. Ya más grande quería ser deportista, me gustaba el fútbol. Después pensé en los niños y en el teatro. Estaba el teatro y el fútbol, teatro y fútbol, teatro y fútbol. –Hincha de Universidad Católica, confiesa que aunque ganó la primera opción, no ha perdido el interés por el deporte– Dejé de jugar fútbol y me ha servido estudiarlo: cómo son las formaciones, cómo es la historia, cómo se llaman los jugadores" En algún momento, ¿te sentiste diferente de tus compañeros durante tu etapa escolar? "¿Diferente? No sé, pero en el colegio al pasar ciertas personas me veían como 'mmm' –hace una mueca– pero mis amigos les decían: '¿Qué te pasa? Él es igual que todos'. De cursos menores me veían como raro y yo me enojaba, pero mis amigos me decían: 'Yo voy a pelear por ti'. (...) Los más grandes sabían más, pero los más chicos no entendían; los mayores decían como: 'ah, relájate' y los más chicos se cuestionaban: '¿él por qué está acá?'". Al llegar a la educación media, Luis dice que se preguntó muchas veces sería capaz de continuar. Lo conversó con un amigo suyo, Simón, quien también sentía lo mismo. Cada vez que empezaba un curso nuevo tenía las mismas dudas. “Cuarto medio es el último año, va a ser más difícil y va a ser difícil separarme de ti”, le dijo a su amigo. A Simón le aseguró que “sí, va a ser difícil, pero vas a pasar cuarto medio”. La profecía se cumplió y, una vez graduado, entró a estudiar Asistente en Educación de Párvulos en el Instituto Profesional de Chile. ¿Qué tan independiente te sientes? "Me siento muy independiente porque yo me muevo mucho. Mi familia me ayudó, mi mamá, mi papá, mis hermanos, mis amigos del colegio, a salir de esa burbuja. Ahí me siento orgulloso. Hay otras personas, para no meterme en problemas con las otras familias, que están muy protegidas, pero en mi vida yo ando en micro, en metro, puedo salir sin problema, tomar un Cabify", responde sin querer profundizar tanto en las experiencias de los demás, como teniendo mucho cuidado de no herir sensibilidades" Detrás del personaje Antes de hacer la teleserie, Luis trabajó en la Fundación Excepcionales con niños y jóvenes con síndrome de Down, pero su paso por ella se detuvo con la pandemia. También realizó actividades en la Fundación Mawen donde exploró las habilidades sociales por medio de juegos y música. “Yo les decía: vamos a estudiar el cuerpo humano, ¿Dónde está el corazón? ¿Acá?”, dice con una mano en el pecho. En la Fundación Mawen fue también donde desplegó sus dotes actorales. Primero en la obra “Sueño, locura y juventud” y luego en “Cactus, solo muere lo que se olvida”, una adaptación de “Romeo y Julieta” que tras presentarla en Santiago, la llevaron a Madrid y Barcelona. “Un día, Víctor Romero, director de la Fundación, nos dijo: ‘En España, en el Congreso XXI de síndrome de Down, nos están invitando a presentar la obra’”, recuerda. Hoy, en tanto, adelanta que están trabajando en una nueva pieza sobre la pandemia, el encierro y el estallido social. ¿Cómo te formaste para ser la persona que eres hoy? ¿Cómo aceptaste tu síndrome de Down? "Al principio estaba mal porque yo no me veía a mí mismo, no me quería, me tomó tiempo. Después crecí y dije: ‘Nooo’ –Se lleva las manos a la cabeza– ‘En verdad somos todos iguales’". Un cambio de actitud que, con algo de dificultad, ubica durante sus años en el IPChile. “Comencé a preguntar a mi mamá, a mis amigos, porque estaba tan mal en mis pensamientos. Yo no me quería a mí mismo. Después más grande dije: ‘quiero entender qué pasa’”. “Llegué a la compañía de teatro y habían más personas como yo. Ahora me siento un Lucho Rodríguez de verdad. Antes también era Lucho Rodríguez, pero era distinto. Negaba: ‘Yo no tengo Síndrome de Down’ y me decían ‘Sí, tú sí tienes Síndrome de Down’. ‘No’, respondía de nuevo. Descubrí que sí tengo Síndrome de Down y estoy feliz desde entonces”. En una escena de “La ley de Baltazar” Benjamín, el personaje de Bernabé Madrigal, le dice a Luchito: “Eres una inspiración para las personas con síndrome de Down”. ¿Tú, Luis Rodríguez, quieres ser una inspiración? "Yo creo que cambia algo en Chile por el tema del Síndrome de Down, pero no quiero ser como: ‘Ay, Lucho es un ejemplo, un orgullo, una inspiración’ –y mientras lo explica extiende los brazos y alza la voz–. Yo no quiero ser eso, solamente quiero cambiar algunas cosas. No voy a cambiarlo todo, sino más bajo perfil. Quiero ser humilde, respetuoso, que cambie un poco el país –responde, mientras con una mano acaricia a Suki, uno de sus perros que se pasea entre cada pregunta. ¿Cuáles son tus miedos? ¿A qué le temes? "Tengo miedo del rechazo, de fallar" –responde tras una larga pausa. ¿Del fracaso? "Sí. No quiero fallarme a mí mismo, ni a los demás" –dice y añade que aunque lo ha logrado manejar, es un miedo que siempre va a existir. ¿Dónde te ves en 10 años más? "Me veo con una familia, trabajando de lunes a viernes en una academia de música, teatro y cine. Formando artistas, donde ayudo a los profesores con sus clases, las que serían para todas las personas, pero con cupos. Viajando al extranjero y de ahí volviendo a Chile. Sin embargo, todavía no ha encontrado a la persona que lo acompañe en sus planes. “No hay tantas oportunidades, yo ahora estoy en mi casa con mi familia, salgo algunas noches, también trabajo. Y como dice la gente: el amor no siempre hay que buscarlo. Es bonito que llegue de repente, como si estuviera haciendo mis cosas y ahí está el amor”, comenta. Tampoco ha recibido nuevas ofertas laborales, pero dice que si lo llaman para otros papeles va a aceptar sí o sí. “Si no, ahí voy a ver. Seguiré haciendo música, me encanta escribir canciones, mis sentimientos. Estamos armando unas vacaciones con mi hermana a Europa, pero si me llaman a una teleserie lo acepto”, dice con una sonrisa cálida.
- Mamá, ¿qué habría sido de ti?
Hay un momento en la vida de toda persona en el que comprende lo exigentes que somos con nuestra madre, ignoramos el hecho que es alguien que ha fracasado, que siente frustración, que a veces -incluso- si pudieran, renunciarían al destino que les tocó. Tras una conversación con las mujeres de mi familia, mi mamá empezó a hablar sobre su vida. Su vida antes de mi hermana y de mí. Su vida antes de los hombres. Su vida antes de convertirse en la figura que idealizaba desde pequeña. Soy la primera mujer en recibir educación superior. Soy la primera mujer en irme de la casa sin hijos. También la primera en acceder a programas de salud mental: con asistencia de terapeutas que se dedicaron a trabajar en cada sesión mis miedos y traumas. Yo soy la primera en hacer con su vida lo que “quiso”. Dos meses antes de irme de mi primer hogar, una calurosa tarde de marzo como esta, mi hermana, mi mamá y yo nos sentamos en la mesa a hablar. Acompañadas de una botella de vodka, los muros que tenían años de antigüedad lentamente conforme pasaba la noche se comenzaron a derribar. La dinámica se me hizo extraña porque en mis 24 años, por primera vez, sentí que ellas también me miraban como una mujer. Como una igual. No como una niña. En mi familia, diría yo, tenemos un talento para no hablar de lo que sentimos. Y si lo hacemos, no llegamos a hablar profundamente de nuestras emociones, sino que intentamos dar vuelta la página rápidamente. Por eso, esa tarde, me sentí nerviosa. Mi hermana comenzó: disparó primero diciendo que estaba cansada de ser una mediadora de conflictos. Le dimos vuelta durante una hora hasta que los comentarios de mi mamá matizaron la situación y fue su turno. Ella habló sobre sus amores adolescentes, contó cosas que yo no había escuchado antes. Le encantaba salir de fiesta, tener citas con hombres, le gustaba estudiar y los fines de semana hacía voluntariado en el Sur de Chile. Lentamente, mi mamá se estaba transformando en una mujer. Más parecida a mí de lo que jamás habría imaginado. No me costó nada imaginarla a los 24, ¿Qué sintió cuando se dio cuenta que estaba embarazada a los 17? ¿Le contó a alguien sus miedos? ¿Cuáles eran sus sueños de adolescente? Siempre soy yo la que más habla cuando nos reunimos, pero esa noche me dediqué solo a escuchar. Y hoy, a un año de esa conversación, me reúno con ella para preguntarle sobre todas las interrogantes que he navegado desde aquella noche. Porque quiero conocerla, quiero que mis dudas no solo tengan mi voz, si no que las respuestas sean su verdad. Mi mamá, antes de ser mi mamá Ella vivió en el campo toda su infancia. Le intrigaba mucho cómo funcionaba el cuerpo humano y por eso soñó con ser médico. Ella describe a su casa de adolescencia como una “rancha”, una casita formada por planchas de OSB. Allí, compartía con su papá, quien sufría alcoholismo. En tercero medio, un año antes de tener a su primera hija, sintió que jamás podría ingresar a la universidad: a pesar de estar estudiando en el mejor liceo de su localidad, sabía que tenía compañeras que eran hijas de abogados, que sabían otros idiomas, que tenían oportunidades, y se rindió. “No me permití soñar, yo estaba ocupada pensando en cómo sobrevivir”, me contó. Con el embarazo de mi hermana, mi mamá no terminó el colegio. Rápidamente empezó a trabajar y no contaba con el apoyo de nadie. Atrás quedaron las fiestas, los voluntariados que ella disfrutaba hacer, y cualquier otro sueño que no incluyera la niña recién llegada. “Para mí casarme era someterme. Porque así era antes, tú obedecías, entonces eso nunca fue una opción, para él si”. Durante 5 meses a nadie le contó que estaba embarazada, se lo guardó solo para ella. Ni el padre biológico supo. “Nunca lo amé, lo quise mucho pero eramos muy distintos”. Me imaginé todos los escenarios de su yo de veinticuatro años, criando, cansada y sola, con la única prioridad de sobrevivir con su hija haciéndole frente a una vida que le daba la espalda constantemente, pero ella siempre se mantuvo estoica. En esa conversación me di cuenta, que mi vida era todo lo que mi mamá deseaba para ella. Quizás con algunas modificaciones en el camino pero era lo que ella ansiaba vivir. En ese momento me hizo sentido lo que siempre me decía cuando pequeña: “No tengas hijos(ojalá nunca) hasta que hayas vivido tu vida, te hayas descubierto y tengas una estabilidad para jamás aguantar nada.” Y que ese consejo no venía por mí, sino por ella, porque jamás pudo soñar, jamás pudo descubrir quién era y qué era lo que quería en el paso del tiempo. El año pasado asistí como fotógrafa a una entrevista de Elisa Loncon, expresidenta de la Convención Constitucional. Mientras el periodista hablaba con ella, yo estaba de oyente. Por primera vez vi en ella a mi mamá, las historias del campo, lo que significa vivir desconectada y el fuerte amor por el conocimiento que, pese a la precaria situación que ambas vivían, lograban aprender de lo poco que tenían. Toda esa entrevista sentí que ella reflejaba el camino que quizás mi mamá pudo tener pero no fue así. Soñé a mi mamá estudiando medicina, aún evitando el amor pero no privándose de vivir amores intensos y fugaces. Me la imaginaba trabajando de doctora, viviendo sola y aprendiendo cada vez más quién era ella, siendo muy asertiva y rodeándose de gente que la cobijara. Me la imaginé aprendiendo a confiar en los otros y sanando todas sus heridas. Nunca me la imaginé casada ni con hijos, sino viviendo muchas aventuras. En este ejercicio me di cuenta de que mi mamá siempre defendió su verdad, su voz y jamás tuvo miedo de contestar honesta y brutalmente a los hombres que creían que la misión de las mujeres era complacerlos. Luego de meses de pensar en cómo hubiese sido ella, le pregunté si podíamos hablar sobre esto un día en mi casa y tras estar dos meses sin verla porque pasó el verano en el sur con mi hermana mayor, llegó a mi casa, nos sentamos y ambas lloramos reflexionando sobre esto. ¿Si hubieses tenido la oportunidad y los recursos de poder abortar lo hubieses hecho? “Sí (se toma una pausa) porque tener un hijo en esas condiciones en que apenas lograba sobrevivir no se lo deseo a nadie. Al final estuve toda la vida buscando sobrevivir y eso es algo muy duro. Si yo hubiera sido hombre toda mi vida hubiese sido muy distinta. El hombre siempre ha tenido la oportunidad de elegir y en esa época había un dicho que decía “El hombre se casa cuando quiere, la mujer cuando puede” y en mis tiempos casarse era la gran meta de nosotras porque no tenías otro futuro ni otro prospecto de vida más que criar y estar con alguien que se hiciera cargo de ti. Yo tuve que trabajar de noche y de día, de forma muy sacrificada por negarme a casarme y tampoco pude criar ni dormir. ¿Cómo te ves en esta vida en que puedes acceder no solo a sobrevivir sino a cumplir tus sueños, hubieses estudiado, hubieses tenido hijos? “Tú y tu hermana han sido hasta el día de hoy mi mayor felicidad desde que nacieron. Ese amor me hizo superar todos los inconvenientes y los momentos duros. No me habría casado eso sí y no hubiese aguantado ningún maltrato de nadie pero sí hubiese tenido hijos. Hubiese vivido sola yo creo. Por eso jamás me hubiese casado, estaría quizás trabajando en un hospital público, siendo doctora, siempre quise estudiar medicina y aprender todo sobre el cuerpo humano” ¿Te gusta ser mujer? ¿Si hubieses podido elegir qué elegirías? “Hubiera sido hombre, siempre lo pensé, siempre lo sentí. Hubiese sido muy mujeriego como Felipe Camiroaga, con esa libertad de no casarse, de ser autosuficiente, de tener la libertad de estar solo sin que nadie me juzgue y poder elegir lo que quiera. Sólo cuando pienso en la vejez de los hombres me siento aliviada de ser mujer. A mi alrededor me toca ver cómo los hombres pagan en la vejez. Hombres que toda la vida fueron violentos e imponentes cuando son viejos les toca vivir solos porque nadie se quiere hacer cargo de ellos. En cambio siento que una mujer vieja se adapta mucho mejor. Siempre la abuela es más entretenida” Nuestra relación ha sido dulce y agraz, me imagino que como la mayoría de las madres-hijas, pero ¿Tú ves algo de ti en mí? “Ser trabajadora, ser perseverante, ser responsable, la constancia en el trabajo pero sobre todo la responsabilidad, con muchas más cosas que yo por supuesto. Siempre me ha gustado que has luchado por tu sueños, por tener lo que quieras, esa fuerza y esa capacidad de reflexionar que tienes por hacer las cosas bien. Pese a todo lo que te ha pasado. Cuando me dijiste que querías ser fotógrafa me dio mucho miedo, sentía que iba a ser muy difícil el camino, porque yo no podía ayudarte. No sabía nada sobre arte, ni conocía a nadie que viviera de eso. Ahora me siento muy feliz por ti, de que te hayas ido de la casa y de que cumplieras tus metas porque sé que el mundo es difícil pero es hermoso verte haciendo lo que tú querías. Me siento feliz de finalmente apoyarte en esto y por eso siempre te dejé ser lo que tú buscabas ser. No me arrepiento de nada” ¿Qué cosas de tu mamá -mi abuela- sientes que tienes? “Ser honesta, honrada, trabajadora, ser responsable y sumisa. Bueno, esto último solo pasó al principio porque ahora ya no lo soy. Ella era muy sumisa, pero también le agradezco que siempre nos inculcó tener ojo con los hombres y que había que luchar por una misma sola, siempre tuve esa mentalidad por eso nunca le exigí nada a nadie. Antiguamente la maternidad era responsabilidad de la mujer y de nadie más, nadie juzgaba a los hombres pero a la mujer sí , entonces eso me enseñó mi madre. Ser buena persona y no engañar a nadie. Era honesta” ¿Sientes que mi relación contigo te ha ayudado a cambiar la visión de las cosas, como por ejemplo cuando comenzamos a hablar sobre feminismo? “Mucho, me has enseñado muchas cosas: a ver la vida, a reflexionar, a pensar más cosas porque tú tienes otra mentalidad, entonces veo en ti todo lo que yo hubiese querido ser o pensar, por lo menos para defenderme" Al final de todo esto y pese a mis arrebatos hay mucho más de lo que yo me imagine de mi mamá en mí. Cuando era adolescente ese era mi mayor temor, no quería parecerme a ella. Pero hoy que soy adulta siento que es hermoso que haya una parte suya en mí. Sentir que mi curiosidad, el investigar, el ir por lo que quiero pese a las protestas(que muchas vinieron de ella misma) y cuestionarme mucho las cosas han sido cruciales para vivir la vida que llevo hoy. No sé si algún día pare de pensar en qué hubiese sido de mi mamá si hubiese tenido las oportunidades que ella me dio, porque siento que se merece estar en mis pensamientos y llantos. Porque me alivia llorar por lo que vivió, me alivia pensar que el llanto por sus heridas no es solo de ella. Hacer llorable lo que mi mamá pasó, es la justicia que siento que puedo darle y hacerle ver que no está sola en su dolor, que estoy con ella incluso cuando ella no está conmigo físicamente.
- TikTok cancela a Frida Kahlo
La acusan de apropiación cultural. Para algunos tiktokers norteamericanos, la artista mexicana habría abusado de la visualidad originaria de los pueblos indígenas de Oaxaca. La discusión no terminó, pero tampoco comenzó en esa red social, previamente, diversos expertos en arte y cultura han sido consultados al respecto. ¿Hizo Frida apropiación cultural? Lee para saber la respuesta. "Frida Kahlo Canceled" fue un hot topic en TikTok luego de que algunos usuarios gringos alegaron que Frida Kahlo, reconocida artista mexicana del Siglo XX, hija de un migrante alemán, habría tomado el peinado, la ropa y algunos elementos visuales de los pueblos originarios de Tehuantepec, Oaxaca, para hacerlos suyos. El trenzado y los trajes bordados de las mujeres zapotecas, según estos cibernautas, son elementos que se asocian hoy a la mexicana, como parte de su marca. "Esto es un problema porque le quita autonomía a estos indígenas a ser dueños de sus creaciones, cultura e identidad", dice @reyna, una de las usuarias en esta red social. Pero la discusión no comenzó ahí. Tiempo antes, Alberto McKelligan Hernandez, quien tiene el cargo de assistant professor of art history at Portland State University, había sido consultado por esto y su respuesta es amplia, pero concreta sobre la vida del país azteca y su arte. "Tras la revolución, como manera de trascender la larga historia de colonialismo en la región, muchos intelectuales, escritores, artistas visuales, intentaron insertar imágenes de la cultura indígena en el arte mexicano (...) Su trabajo era celebrar la herencia que había sido marginalizada", dijo el experto. "Es importante no perder la vista de lo más importante: las condiciones en las que este imaginario emergió" Sofía G. Pereda expuso en sus redes sociales algo importante sobre la historia de la propia Frida: Matilde Calderón, mamá de la artista mexicana, era efectivamente de Oaxaca. En el video de menos de un minuto, la cibernauta muestra fotos originales de la familia de Kahlo con vestimentas tradicionales de su pueblo. "Frida no adoptó esta ropa para agradarle a Diego Rivera, como se ha dicho anteriormente. Eso no es verdad. Una de las razones por lo que lo hizo fue para ocultar su pierna por las secuelas del accidente y la polio que padeció (...) Y también como un homenaje a su madre", explica.
- Scotland Yard no reconoce a la joven polaca como Madeleine McCann
La versión de la Policía Metropolitana de Londres es que Madeleine murió el día en que desapareció. Además, aseguran que al día de hoy tendría 19 años, dos menos que la joven de Polonia que dice ser McCann. El caso de Madeleine volvió hace algunos años a hacerse conocido tras "La desaparición de Madeleine McCann (2019)", la serie documental que registraba los antecedentes sobre el destino de la niña británica tras su desaparición. Esta semana Julia Wendel, una joven de 21 años de nacionalidad polaca, creó una cuenta de Instagram donde asegura que es Madeleine. Entre varios antecedentes, ella apela a que no recuerda nada sobre su infancia, habla sobre las similitudes físicas que tiene con McCann y dijo haber sido abusada por un hombre alemán que correspondería a Christian Brueckner, uno de los principales sospechosos del caso. "He vivido una vida muy dura", dice la joven, quien asegura que sus padres no le dicen ningún detalle muy convincente sobre su niñez y que comparte el característico y raro rasgo físico que McCann tenía en su ojo izquierdo. Sin embargo, la policía de Scotland Yard ha asegurado que tiene motivos para no creer en el testimonio de esta chica y por eso, dicen que no se debe realizar ningún análisis de muestras de ADN. La versión de los agentes británicos asegura que Madeleine McCan murió el mismo día de su desaparición, y que ahora tendría 19 años en caso de seguir viva, no 21, que es la edad que tendría la joven polaca. Los expertos del cuerpo policial hicieron uso del envejecimiento a través de herramientas de Inteligencia Artificial para comprobar si hay parecido físico. Y, tras los análisis realizados, explicaron que Julia no se parece a Madeleine McCan. Por último, aseguran también que la elevada cantidad de testimonios de similares características es un motivo que presentan los agentes de la Scotland Yard para negarse a cotejar el ADN de la joven que creó días atrás la cuenta de Instagram. A pesar de esto, y tras las pedidas públicas de Julia, los padres de McCann accedieron a realizarse un test de ADN cuyo resultado podrá ser de conocimiento público en los siguientes días.
- ¿Y ahora qué? Expertos hablan sobre la crisis de la atención
“Estamos viviendo una tormenta perfecta de degradación cognitiva como resultado de ser constantemente interrumpidos”. Se trata de la crisis de la atención. El autor Johann Hari lo notó y empezó a investigar sobre uno de los males que nos afecta a todos y todas en la era de las redes sociales. ¿Cuáles son sus reflexiones tras la investigación? Sigue leyendo Johann Hari empezó a preocuparse porque notaba que su atención estaba disminuyendo con los años: leer, ver películas y conversar realmente con alguien era algo que ya no hacía como antes. Lo último que le pasó fue que invitó a su sobrino al santuario de Elvis Presley en Memphis, pero no consiguió que el joven se desconectara de Snapchat y de otras 6 redes sociales, dice. “Estando en la casa del rey del rock se dio cuenta de que nadie disfrutaba de la historia ni del lugar, los visitantes iban por las estancias usando sus dispositivos con realidad virtual cuando simplemente tenían las cosas delante de sus narices y podían verlas”, cuenta El Independiente. Estaríamos hablando de una crisis mundial de la atención. “Inicialmente pensé que el principal factor sería la tecnología, pero no solo, hay otras muchas otras cosas, hasta la forma en que comemos puede ser perjudicial para nuestra atención. La forma en que trabajamos está perjudicando nuestra atención y la forma en que funcionan las escuelas de nuestros hijos está perjudicando nuestra atención. Pero lo más importante que he aprendido es que nuestra atención no se ha derrumbado. Tu atención te ha sido robada por algunas fuerzas muy grandes y poderosas. Si estás luchando para concentrarte, si tus hijos están luchando para concentrarse, no es tu culpa. Nos pasa a todos”. ¿Se puede recuperar la atención? En su búsqueda de respuestas Hari conoció a Earl Miller, profesor de Neurociencia del Instituto Massachusetts de Tecnología que le dejó muy claro hasta dónde puede llegar nuestra atención. “El profesor me dijo, hay una cosa que tienes que tener muy clara: el cerebro humano sólo puede pensar en una cosa o dos a la vez. Nada más. Esta es una limitación que no ha cambiado significativamente en 40.000 años. No va a cambiar en ninguna escala de tiempo. Pero lo que ha ocurrido es que hemos caído en una especie de engaño masivo. El adolescente medio cree ahora que puede seguir seis o siete redes sociales al mismo tiempo, y el resto de nosotros no andamos muy lejos. Así que lo que ocurre es que científicos como el profesor Miller llevan a la gente a laboratorios y les hacen creer que están haciendo más de una cosa a la vez, los estudian y lo que descubren es siempre lo mismo: no se puede hacer más de una cosa a la vez. Lo que haces es malabares rápidamente entre tareas”, consiga el medio. “Cuando éramos niños los jefes de nuestros padres no les llamaban o mandaban mensajes constantemente cuando estaban en casa” El autor, antes de la pandemia, se aisló durante tres meses del mundo con un celular sin internet y logró recuperar su capacidad de concentración. ¿Qué pasó cuando volvió al mundo real? Fue atraído de nuevo hacia el abismo de la distracción. Afirma, según el artículo, que ha dado con soluciones más prácticas, como bajar el nivel de ruido de su teléfono y a diario usa una cárcel para el celular. “Encierro mi móvil para poder escribir tres horas seguidas. Pero hay que ser honestos, esta no es la solución. Estoy realmente a favor de estos cambios individuales, realmente ayudarán por sí solos, pero no resolverán el problema porque no lo resolverán del todo porque esto está ocurriendo debido a estas grandes causas sistémicas”. “En Francia investigaron por qué la mayoría de sus trabajadores estaban quemados y descubrieron que una de las razones clave era que el 40% de los trabajadores franceses sentían que nunca podían dejar de comprobar su teléfono o su correo electrónico porque su jefe podía enviarles mensajes en cualquier momento del día o de la noche. Y si no contestaban tendrían problemas. Cuando éramos niños los jefes de nuestros padres no les llamaban o mandaban mensajes constantemente cuando estaban en casa de regreso de la oficina. En Francia aprobaron para poner fin a esto la ley del derecho a desconectar”, cuenta Hari. Según él no se trata de que todo el mundo se haga amish y abandone la tecnología, sino que hay soluciones mejores como intervenir en los modelos de negocio de las redes sociales. Pone el ejemplo de Douyin, la versión China de TikTok, que pertenece a la misma empresa, allí los padres pueden limitar el uso de la APP en sus hijos a 40 minutos diarios, una obligación que le impuso el gobierno chino.
- Elon Musk rompe récord de mayor pérdida de riqueza en la historia
Ya no es el hombre más rico del mundo. Su jugada comprando a Twitter, le pasó la cuenta con Tesla. El magnate Elon Musk hizo un récord en estos últimos 13 meses. El multimillonario es ahora es la persona con la mayor pérdida de riqueza personal de la historia, según el Libro Guinness de los Récords consigna BBC. Entre noviembre de 2021 a diciembre de 2022, el estadounidense de origen sudafricano perdió casi US$165.000 millones. ¿La razón? Todo habría ocurrido después de que el valor de las acciones de Tesla, la empresa de autos eléctricos de Musk, cayera tras la compra de Twitter el año pasado. El millonario adquirió la red social por US$44.000 millones, y eso habría despertado la preocupación entre los inversores de Tesla, que consideran que Musk ya no le presta suficiente atención a esa empresa, agrega el medio británico. Incluso en diciembre del año pasado, Musk perdió su posición como la persona con la mayor fortuna personal del mundo frente a Bernard Arnault, el director ejecutivo de la empresa francesa de artículos de lujo LVMH, propietaria de la marca de moda Louis Vuitton, entre otras. El valor de las acciones de Tesla habría caído alrededor de un 65%, pero no sólo por la situación de Twitter, sino que al mal desempeño de los negocios de la automotriz. La empresa solamente pudo entregar 1,3 millones de vehículos en el año, muy por debajo de las expectativas de los inversores de Wall Street.
- "Hay una epidemia de autocensura": Chimamanda Ngozi, autora nigeriana sobre cultura de cancelación
La escritora Chimamanda Ngozi Adichie dijo que le preocupa que la sociedad esté sufriendo una "epidemia de autocensura", consignó BBC. La autora habló en una conferencia del medio británico sobre cómo la gente joven estaría creciendo con miedo a “cuestionar cosas” por “hacer las preguntas equivocadas”. Este miedo a ser cancelado, según la autora de 45 años, podría generar la "muerte de la curiosidad, del aprendizaje y de la creatividad", advirtió. "Ningún esfuerzo humano requiere de tanta libertad como la creatividad". Adichie, conocida por novelas como "Medio sol amarillo" y "Americanah", habló en el marco de la primera de cuatro charlas para Radio 4 de BBC, que este año tratan sobre temas vinculados a la libertad. En este contexto, la autora criticó la cultura de la cancelación, por considerar que atenta no solo contra la libertad de expresión, sino contra la evolución intelectual y cultural de la humanidad. Adichie señaló que la literatura se veía cada vez más a través de lentes ideológicos, en lugar de artísticos. “Nada demuestra esto mejor que el reciente fenómeno de los 'lectores de sensibilidad' en el mundo de la industria editorial, personas cuyo trabajo es limpiar los manuscritos inéditos de palabras potencialmente ofensivas", explicó. "Esto, en mi mente, niega la idea misma de literatura", añadió. "Todos estamos familiarizados con historias de gente que dijeron o escribieron algo y tuvieron que enfrentar una reacción violenta en línea (...) Hay una diferencia entre hacer una crítica válida, que debería ser parte de la libertad de expresión, y este tipo de represalias, insultos personales desagradables, donde se exponen el domicilio personal o las escuelas de los hijos en internet tratando de que la gente pierda su trabajo", agregó. Aunque no ha sido cancelada, Adichie habría sufrido ciertos ataques en internet luego de que en 2017 la autora declarara que no consideraba que las mujeres transexuales se podían equiparar a las mujeres nacidas biológicamente. "Hubo gente que me dijo que la muerte de mis padres fue un castigo por ello (...) lo encontré inhumano", comentó. En 2020, la novela de Adichie "Medio sol amarillo", publicada en 2006, fue elegida como el mejor libro que ha ganado el Women's Prize for Fiction (Premio de Ficción Femenina, uno de los premios literarios más prestigiosos del Reino Unido) en sus 25 años de historia consigna el medio británico.
- Granja de bebés eliminaría el embarazo y el parto
Una compañía dirigida por un cineasta y comunicador científico promete la gestación de bebés al interior de unas cápsulas transparentes que se unirán a las criaturas mediante un cordón artificial. Si todo sale como lo tiene planeado, la empresa podría procrear un total de 30.000 vidas al año. El embarazo puede significar una serie de malestares para las madres que llevan bebés en sus vientres. Estos pueden ir desde sensaciones de mareo hasta el riesgo de perder a la criatura a causa de un problema biológico o un accidente externo, lo cual podría generar una constante preocupación para la salud mental. En medio de un escenario en donde cada vez menos adultos desean procrear, el Centro de Úteros Artificiales, EctoLife, propuso una manera de dar a luz sin la necesidad de pasar por un parto o un embarazo. Sí, parece el argumento de una película de ciencia ficción, pero la compañía con sede en Berlín confía en que su propuesta podrá cultivar un grupo de 400 bebés, para luego dar vida a una cifra anual de 30.000. A pesar de que esta idea aún permanece en una fase conceptual, el productor, cineasta y comunicador científico, Hashem Al-Ghaili, ya tiene claro cómo se gestará a los niños: serán incubados en unas cápsulas transparentes durante su etapa de crecimiento, para que así se pueda ver cómo se desarrollan durante el embarazo artificial, en medio de un líquido amniótico creado en laboratorios. De la misma manera, esta contará con una suerte de cordón umbilical que la unirá con el bebé, con el objetivo de proporcionarle oxígeno y nutrientes para su supervivencia, mientras que también los científicos les proporcionarán una serie de hormonas y anticuerpos para fomentar su desarrollo. Asimismo, en el caso de que se quieran sentir los golpes de las criaturas, EctoLife ofrece la posibilidad de que las “embarazadas” se pongan un traje que simula los movimientos al interior de su vientre, mientras que también se pueden usar lentes de realidad virtual que recrean la visión del bebé en primera persona, es decir, desde dentro de las cápsulas.