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  • La Ley de Cáncer que quedó en el papel

    El 2 de septiembre de 2020 se publicó en el Diario Oficial la Ley 21.258, más conocida como la Ley Nacional de Cáncer. Esta buscaba cumplir el plan de la enfermedad que incluía un registro nacional de pacientes, construcción de centros oncológicos y estipular recursos humanos para especialistas. Sin embargo, a más de dos años de su implementación, nada de esto se ha ejecutado a cabalidad. Y su urgencia es aterradora, sobre todo porque según el Global Cancer Observatory, para el 2040 se duplicará el número de chilenos con cáncer por año. Por Antonella Castagno y Javiera Cuevas “Yo apoyo la Ley nacional de cáncer”, decían los carteles que la gente con polera blanca llevaba por la Alameda. Era 18 de noviembre de 2018 y miles de chilenos salieron a movilizarse para pedir una ley contra el cáncer, enfermedad que genera más de 54 mil muertes al año. El que encabezaba la movilización era Claudio Mora, oncólogo del Hospital El Pino y quien también había sido diagnosticado con cáncer de páncreas. “La falta de recursos mata a los pacientes con cáncer. Debemos frenar la desigualdad en la oportunidad de atención”, decía Mora en ese entonces refiriéndose a las listas de espera de pacientes oncológicos. A su lado marchaba la entonces senadora Carolina Goic, sobreviviente de Linfoma de Hodgkin: “Lo que necesitamos es la firma del Presidente, del Ministro de Hacienda y Ministro de Salud”. En diciembre de ese año, el expresidente Sebastián Piñera y el exministro de Salud, Emilio Santelices, firmaron el proyecto de ley que buscaba cumplir con las múltiples peticiones de la ciudadanía y entregar un marco normativo al primer Plan Nacional de Cáncer que lanzaron ese día. En febrero de 2020, se aprobó unánimemente en la Cámara Alta, convirtiéndose, el 2 de septiembre del mismo año, en la primera ley con participación ciudadana. Principalmente, la ley propone que debe existir un Plan Nacional de Cáncer, que establezca el diseño de medidas y propuestas de implementación para el manejo de la enfermedad. Además, propone la creación de la Comisión Nacional de Cáncer, la que asesoraría al Ministerio de Salud. También plantea que la enfermedad es de notificación obligatoria, por lo que se debe desarrollar un Registro Nacional de Cáncer. Mandata una Red Oncológica especializada para el diagnóstico, tratamiento y seguimiento de los pacientes a nivel nacional y, por último, considera un Fondo Nacional de Cáncer que será destinado a financiar programas y proyectos relacionados a la enfermedad, como las drogas de alto costo que son parte del tratamiento de algunos tipos de cáncer. El Ministerio de Salud incumplió el plazo estipulado por la ley para entregar la guía de acción del Plan Nacional que es el lineamiento que debe seguirse en todos los centros para un buen diagnóstico, pesquisa y tratamiento. Todas estas falencias fueron confirmadas a principios de octubre cuando la Contraloría General de la República emitió un informe en donde encontró retrasos e inconsistencias referidas a los mismos puntos. “Hay cosas que, a dos años de la promulgación de la ley, todavía no están vigentes y es un tema preocupante”, dice hoy la exsenadora Carolina Goic, actual directora ejecutiva de la Fundación Foro Nacional de Cáncer que solicitó una auditoría sobre la implementación de la ley. “La ausencia del Registro es lo más grave. El cáncer es una enfermedad de notificación obligatoria entonces se está incumpliendo la ley porque no han dado las herramientas para poder registrarlo como tal”, explica Goic. Registro Nacional en lista de espera El caballito de batalla de la ley era establecer una base de datos con información relevante para la prevención, vigilancia y planificación de la política pública en materia de la enfermedad: un Registro Nacional de Cáncer. Este consideraría, al menos, la individualización y datos demográficos del paciente, del médico tratante y del establecimiento en que estaría siendo atendido. Y si bien existió un registro piloto, este no fue implementado y, es más, les jugó en contra. “Es bastante frustrante ver que no se ha hecho mucho y que está parado”, acota la doctora Solana Terrazas, exjefa de la División de Planificación Sanitaria del Minsal, quién fue la primera en impulsar la estrategia del registro. Actualmente, Chile está ciego en cuanto a las pesquisas por tipo de cáncer, en la etapa que se detecta, el seguimiento de los pacientes y su notificación. Sólo hay cifras de mortalidad imprecisas formuladas por estimaciones. Es por esto que el registro es esencial y su implementación permitiría que el Plan de Cáncer sea en base a datos actuales y concretos que considere con precisión cuántas personas tienen cáncer, de qué tipo y dónde están. Emilio Santelices, exministro de Salud (2018-2019) fue quien puso en marcha el primer proyecto de Registro Nacional de Cáncer. Explica que las consecuencias de su inexistencia influyen directamente en los pacientes: “El no hacer una buena política pública o el abandonar una política que se haya implementado (...), afecta a los pacientes. El tener un Registro Nacional es extraordinariamente sensible para hacer una trazabilidad de los enfermos y entender cómo se comporta el cáncer en las distintas regiones”. La falta de registro complica la situación de manejo de mortalidad por cáncer. Las cifras más actualizadas del país son de 2020, que de acuerdo a Global Cancer Observatory, hay 54.227 nuevos pacientes de cáncer al año y el número de muertes anual por la enfermedad supera los 28 mil. Bruno Nervi es el presidente de la recién creada Comisión Nacional de Cáncer que asesora al Ministerio de Salud en la implementación de la ley. También es jefe del Departamento de Hematología y Oncología de la Universidad Católica y presidente de la Fundación Chilesincáncer. Fue uno de los primeros que se acercó al exministro Santelices para mostrarle la importancia de crear un plan de cáncer en 2018, cuando aún las enfermedades cardíacas eran la primera causa de muerte. Por años ha atendido pacientes y sabe la importancia de que el registro exista, sobre todo para las personas con escasos recursos y de lugares menos poblados: “Hay un determinante social que discrimina”. La tasa de mortalidad por cáncer es ocho veces mayor en personas con educación básica, que quienes han completado la educación superior. Además, existe mayor acceso a especialistas y tratamiento si vives en Santiago que si vives en provincia y también, hay grandes diferencias en la atención que reciben los pacientes del sector público y privado, explica Nervi. En Chile hay 17 tipos de cáncer dentro de las Garantías Explícitas en Salud (GES), que son beneficios tanto para afiliados a Fonasa como Isapre, los que abarcan: la pesquisa, diagnóstico, tratamiento, prestación de salud y cuidados paliativos, en donde se mandata por ley plazos de atención estipulados. Entre 2021 y 2022, los retrasos GES relacionados a cáncer aumentaron en 81%, de acuerdo a un estudio del Centro de Políticas Públicas CIPS-UDD. Incluso más: según este estudio, durante 2022, entre marzo y septiembre, las listas de espera por cáncer aumentaron en 34%, con un total de 14.680 garantías fuera de plazo. Las patologías con mayor cantidad de retrasos son el cáncer cervicouterino, cáncer de mama y cáncer gástrico, las cuales suman casi 10 mil retrasos. María Ginette Valderrama, a sus 58 años, recibió un diagnóstico desalentador. Cáncer de mama etapa tres. El problema vendría después, cuando su tratamiento no fue lo que esperaba: desorden en la organización de sus quimioterapias, mala comunicación de parte del hospital, intranquilidad y dependencia. “Llevo 6 meses en quimioterapia pero nunca me han hecho una en la fecha que corresponde. Uno lo que espera es estar tranquila y dedicarte a sanar, pero al final tienes que hacer trámites, preguntar, estar preocupada de las llamadas. Si el cáncer va a avanzar o las células revivir… muchas preguntas que no tienen respuesta”. Francisco Chahuán, expresidente de la Comisión en Salud del Senado, indica que las listas de espera antes y post pandemia, aumentaron 624% en materia de cáncer. “Hoy tenemos a un millón 200 mil personas que están esperando 460 días para un procedimiento médico. Eso es condenarlo a muerte”, advierte el senador. El Registro Nacional de Cáncer permitiría focalizar políticas públicas para mejorar la pesquisa, diagnóstico y tratamiento que hoy tienen una lista de espera que cada día crece más. Johanna Acevedo, exjefa de la División Sanitaria del Minsal, fue quien trabajó en la primera etapa de la creación de este programa. Acevedo impulsó la creación del piloto junto a un grupo de especialistas de la Universidad de Valparaíso, quienes se adjudicaron la licitación de la Corporación de Fomento de la Producción (CORFO). Recuerda que luego de un año en producción y estando en plena pandemia, el Ministerio de Salud no firmó el convenio de recepción formal. Carla Taramasco, académica de la Universidad de Valparaíso, trabajó con Johanna en el piloto. Ambas han intentado comunicarse con las autoridades del Minsal, tanto de manera formal como informal. Por su parte, Taramasco asegura que no ha logrado una sola reunión: “Si mañana me dicen que despliegue el registro, me toma dos segundos publicarlo. Sólo hay que querer hacerlo”. En cuanto a este incumplimiento, la Contraloría dejó en evidencia que la plataforma del Registro Nacional de Cáncer se encuentra en desuso por defectos en su construcción, presenta una base de datos incompleta y desactualizada. Además, a través de una audiencia por Ley de Lobby, se le consultó a Julia Palma, coordinadora de la Agencia Nacional de Cáncer, la razón del retraso pero no quiso entregar una respuesta. Tampoco se refirió al tema en las tres presentaciones realizadas durante noviembre sobre la actual situación del cáncer en el país. Sin embargo, la Contraloría General de la República sí lo hizo. Aludió que la jefa de Departamento Tecnologías de la Información y Comunicación del Minsal el 2 de agosto de 2022 informó que “desde la promulgación de la ley Nº 21.258, la SUBSAL no ha efectuado desarrollos tecnológicos ni tampoco se han realizado integraciones con otras plataformas informáticas”. Este tema se abordó también en la Comisión de Cáncer, según las últimas actas publicadas en la página oficial de Ley Nacional del Cáncer, se ha manifestado la constante preocupación por la inexistencia del registro y la urgencia de contar pronto con esta plataforma. Carolina Goic ha participado en algunas de las reuniones con la comisión y no entiende por qué no está implementado. “Pudiendo haber estado, no hay explicación de su ausencia, pese a que tenía financiamiento desde el primer día”, indica Goic. Respecto a los fondos designados para su implementación, la ministra de Salud, Ximena Aguilera, fue aludida durante la tercera subcomisión mixta de presupuestos en octubre pasado, en donde indicó que algunos temas de la ley de cáncer no tienen expansión presupuestaria por lo cual deberán ser cubiertos con reasignación de capital, entre ellos, el registro. Sin embargo, en temas de presupuesto y financiamiento, hay más de un problema. Fondos en el limbo El Plan de Cáncer exige tener un Fondo Nacional, sin embargo, aún no empieza a regir el artículo 14 de la ley 21.258. Al respecto, la exsenadora Goic manifiesta su preocupación de que esté pendiente el documento: “Había un reglamento específico para el Fondo Nacional de Cáncer y todavía no existe. Es clave para que el fondo empiece a regir”, expone Goic. El 24 de noviembre de 2022, en la tercera jornada de debate sobre la ley de presupuesto 2023, el senador Francisco Chahuán hizo ver la falta de fondos para la Ley Nacional de Cáncer. “El fondo nacional del cáncer permite generar sinergias público privadas y esperamos que tenga los recursos necesarios para que pueda subsistir”. Finalmente, el presupuesto de salud se aprobó con más de 12 mil millones de pesos. Si bien para el 2023 podría existir una falta de recursos para lo que mandata la ley de cáncer, hay un problema también con el presupuesto que se dejó para ejecutar en 2022. Enrique Paris, exministro de Salud (2020-2022), explica que antes del cambio de mando se dejó aprobado cerca de 15 mil millones de pesos para cuidados paliativos, estimando que se van a requerir 20 mil nuevas consultas. “Dejamos dinero para contratar a 111 nuevos cargos y 2.310 nuevas horas médicas para apoyar a los hospitales de alta complejidad. (…) presupuesto para 50 trasplantes de médula ósea. Fortalecimos la utilización de sillones de quimioterapia, ya que no es necesario que el paciente lo haga en un hospital, puede ser un centro ambulatorio”, explicó el exministro. La ministra Aguilera dijo en la Comisión en Salud del Senado que se gastaron 358 mil millones de pesos. Según Contraloría, se destinaron cerca de $18.500 millones de pesos para la compra de 396 equipos oncológicos y $20.000 millones en inversión sectorial, reposición de equipos y tres estudios de inversión de centros oncológicos. Para el Comité de Drogas de Alto Costo, encargado de asegurar el financiamiento para medicamentos oncológicos que no cuentan con ningún tipo de cobertura, se destinaron $41.760 millones. De acuerdo al informe de Contraloría, el Fondo Nacional de Salud ejecutó cerca de 35 mil millones de pesos para la compra de medicamentos de alto costo, de los cuales 86 de ellos no estaban en la canasta. Moisés Russo, oncólogo radioterapeuta de la Fundación Arturo López Pérez, renunció en octubre de 2022 a la jefatura de la Comisión Técnica de Drogas de Alto Costo. Explica que dejó el cargo porque no ha tenido oportunidad de incidir en las priorizaciones de actividades desde la entrada del nuevo gobierno. “Mi aporte no se consideró necesario”. Moisés explica que no ha habido nuevas revisiones de drogas o medicamentos para incorporación. Frente a este punto, Contraloría manifestó que se cuenta con el registro de las personas beneficiarias por el comité, pero carece de una base de datos actualizada desde 2021. La razón de por qué no existe el registro de beneficiarios no está clara y afecta tanto a los pacientes, como a su grupo familiar, empobreciendo su bolsillo. Vivian Hermann, fue diagnosticada con cáncer de mama en febrero de 2020. Al tener su primera quimioterapia, tomó el medicamento entregado por GES: un omeprazol que aún así la dejó con vómitos y fuertes dolores estomacales. Tras eso, una amiga que padecía cáncer le recomendó tomar otro medicamento de gran valor que no cubre el GES. “Tuve una quimio sin la pastilla y dos después con el remedio, que me sentí increíble. La gente de la junta de vecinos reunió plata y me pude comprar la pastilla”, rememora Hermann. Centros oncológicos a la espera de diagnóstico Danissa Bonacich tenía 46 años cuando le diagnosticaron cáncer de recto. Los exámenes y quimioterapia serían en Santiago por lo que tuvo que pasar doce meses sin su familia en la capital. Para ayudar a casos como el de Danissa, la Ley de Cáncer mandata tener una red oncológica con centros de Alta, Mediana y Baja complejidad destinados al diagnóstico oportuno, tratamiento y seguimiento de los pacientes con cáncer. Esto mediante el fortalecimiento o creación de centros en el país, bajo la ley de presupuesto del sector público. Aun así, la red oncológica actual está fuertemente centralizada y las personas de regiones extremas no pueden recibir el procedimiento cerca de sus casas por lo que deben abandonar sus familias y trabajo para ajustarse al centro donde tengan que atenderse y gastar recursos en arriendos y estadía. Beatriz Troncoso, directora de la fundación Oncomamás y miembro de la Comisión Nacional de Cáncer, se vincula con esta enfermedad cuando su hijo de once años fue diagnosticado. Pese a que no tuvo mayor problema con el tratamiento, se da cuenta del privilegio que tuvo, pues no todas las personas tienen las mismas oportunidades. Esto la impulsó a crear una fundación para ayudar de alguna forma a la gran brecha de desigualdad en ofertas de especialistas y lugar donde tratarse. “Me mueve la injusticia. Nosotros queremos que todos estén en el lugar que pocos pudimos estar, tranquilos, cuidando a nuestros hijos, sin tener que estar haciendo bingos, ni rifas para poder pagar las cuentas”, explica. Hoy en día, las regiones de Arica y Parinacota, Atacama, Ñuble y Aysén se encuentran sin centros oncológicos, por lo que las personas se ven en la obligación de dejar sus hogares y trasladarse para tener tratamiento. Para contribuir con la descentralización, el Plan Nacional de Cáncer crea cinco grandes proyectos para las regiones. En mayo del 2022 el Minsal y la comisión de salud del Senado se reunieron y presentaron los estados de las construcciones de estos cinco proyectos: el Centro Oncológico de Atacama se encuentra en diseño; el Centro Oncológico de Valparaíso está en revisión por el Servicio de Salud; el Macro Centro Oncológico O´Higgins-Maule está en formulación por el Servicio de Salud; el Centro Oncológico Ñuble, en revisión por parte de División de Gestión de la Red Asistencial y el Centro Oncológico Biobío está en desarrollo de estudio. El exjefe de Gabinete en Subsecretaría de Redes Asistenciales, Nicolás Duhalde, expone que el tiempo de construcción de los centros depende de varios factores: primero, hay que identificar en qué etapa se encuentra el proyecto. Es responsabilidad del Minsal hacer una evaluación, pues la construcción puede ser financiada por fondos del Minsal, regionales o mixtos. Una vez que el proyecto está totalmente aprobado, hay que hacer una segunda distinción: diseño y construcción, juntos o por separado. En caso de que sea juntos, demora menos. El tiempo de la construcción varía también según el tamaño de la obra, es decir, los centros grandes y complejos se podrían demorar tres o cuatro años, mientras que los más pequeños, de dos a tres. Si fuera un hospital como el Instituto Nacional del Cáncer, se podría demorar de cinco a seis años. Hugo Arancibia, exjefe de Evaluación de Proyectos del Ministerio Desarrollo Social, estaba a cargo de analizar los proyectos de salud financiados con recursos públicos. Hoy explica que a pesar de que los centros deberían estar implementados dice que “las voluntades pueden estar, pero si no hay habilidades de gestión, no lo van a poder hacer. Tienen que ser ambas en conjunto”. La Red Oncológica parece estar mucho más atrasada de lo que se piensa. De acuerdo a Contraloría, no existe una Red Oncológica como tal, ya que la Subsecretaría de Redes Asistenciales aún no firma el documento que determine los establecimientos que componen dicha Red. Sergio Becerra, exdirector del Instituto Nacional de Cáncer y exjefe de Departamento Manejo Integral del Cáncer y Otros Tumores, explica que el objetivo principal de la construcción de centros regionales es para que el 90% de los pacientes se trate en su región, ya sea en cuidados paliativos, quimioterapias, radioterapias y que, únicamente, los casos más complejos se tengan que trasladar a Santiago. Sin embargo, la construcción de nuevos centros no sería eficiente sin especialistas y pese a que la ley indica que el Ministerio de Salud fomentará la formación de recursos especializados en cáncer, esto no ha sido así. Según la Sociedad Chilena de Oncología Médica, actualmente hay sólo 155 oncólogos en el país, de los cuales el 76% está ubicado en la Región Metropolitana. Pacientes y especialistas en crisis La ley establece que el Ministerio de Salud junto con el de Educación, promoverán la formación de especialistas oncológicos. Esto también se encuentra atrasado. En el Plan Nacional se estima que al 2019 existía un déficit aproximado de 1.600 profesionales. Para solucionarlo, se están aumentando los cargos y la oferta de diplomados y cursos de formación directa en las universidades. Actualmente, hay 65 profesionales en formación, de los cuales 44 están comprometidos a trabajar en el servicio público. Sergio Becerra estuvo a cargo del primer Plan de Cáncer en 2018 y de coordinar ambas subsecretarías para la implementación de este plan en los centros oncológicos. Hoy advierte que la formación de recursos humanos es crítica porque faltan especialistas y faltarán más aún en el futuro, pues según el Global Cancer Observatory, para el 2040 se duplicará el número de chilenos con cáncer por año. En las regiones de Arica y Parinacota, Atacama, Ñuble y Aysén no hay ni un sólo oncólogo. “Dependemos necesariamente de la formación local, que no ha crecido nada en los últimos años. Ese es el principal fracaso del plan de cáncer que yo lideré”, acota Becerra. Para Tomás Merino, radioncólogo, docente y Magíster en Educación Médica de la Universidad Católica, la falta de especialistas afecta tanto a los pacientes como a los mismos médicos. “A los pacientes porque se ven afectados por las largas listas de espera y sus tratamientos son interrumpidos. Y a los médicos porque al verse con exceso de pacientes y no poder destinar el tiempo suficiente para atenderlos, les genera frustración, sobrecarga emocional y laboral. Incluso algunos tienen la responsabilidad de ser el único oncólogo para toda una región”. En la misma línea, el vicepresidente de la Comisión Nacional de Cáncer y presidente de la Sociedad Chilena de Radioterapia, Roberto Rosso, alerta que el problema es la distribución del recurso humano. “Tenemos pocos recursos humanos en regiones y pocos en el sistema público. Podría tener un médico contratado ¾ de su jornada en el privado y solo ¼ en el sistema público”. El senador Francisco Chahuán advierte que con el aumento de listas de espera por la pandemia, hay que hacer algo pronto con la falta de especialistas. “Las listas de espera están estrechamente vinculadas con la ley, pues se reducirían si los centros oncológicos prometidos y el desarrollo de especialistas se cumplieran según lo establecido”. Eso es lo que le está pasando a Lorena Romero. Le diagnosticaron cáncer de mama en febrero de 2022 y decidió no trasladarse a otras regiones para quedarse en Puerto Montt cuidando a su hijo. En abril del mismo año inició su tratamiento y aún está a la espera de la operación, que lleva un mes de retraso porque su cirujano se fue de vacaciones. No tiene más opciones: el sistema público le designó a ese cirujano como tratante y no puede acceder a otro, a menos que se vaya al sistema privado. Siente angustia al desconocer cómo le afectará el atraso en su tratamiento. “El día 17 de octubre yo tenía hora con el cirujano y me llamaron para anular la hora porque el cirujano se iba de vacaciones. Cuando tuve que ir a renovar mi licencia médica, la primera semana de noviembre, aproveché de ir a preguntar qué onda con el médico y ahí me dijeron que había que esperar nomás”, añade Romero. Desafíos para 2023 En más de una oportunidad se intentó hablar con la Ministra de Salud, pero no quiso referirse al tema. Sí lo hizo ante el Congreso. En la comisión mixta realizada en octubre, mencionó que a la ley le falta descentralizar y organizar mejor la planificación. “Hacer nuevos centros está en la ley, pero falta la implementación. Falta una buena comunicación porque estamos todos muy fragmentados, trabajando cada uno con lo suyo. Nos falta trabajar en conjunto”, acotó. Sin embargo, en los múltiples puntos de prensa y exposiciones ante el senado fijó tres prioridades para su cartera durante este 2023: listas de espera, salud mental y universalidad de la Atención Primaria de Salud. El exministro, Emilio Santelices, escribió una carta al director en La Tercera sobre la importancia de preocuparse por el cáncer y que la pandemia ya no puede ser la única excusa para los atrasos de la ley. Hace referencia al poco conocimiento que se ha tenido sobre el estado del Registro Nacional de Cáncer, el plan de acción del nuevo Plan de Cáncer y el Fondo Nacional de Cáncer. “Ha llegado la hora de apurar el tranco”, puntualiza. De hecho, así los ha obligado la Contraloría. Les dio un plazo de 60 días hábiles al MINSAL para presentar planes y acciones vinculados al Registro Nacional, inversiones y retrasos en la Red Oncológica, lista de beneficiarios de drogas de alto costo y plan de acción del Plan de Cáncer. La exsenadora Goic cree que si no es el Estado el que pone el sentido de urgencia a cumplir con la Ley Nacional de Cáncer, tendrán que ser otros quienes lo hagan. En una carta publicada en La Tercera a finales de noviembre, la exsenadora manifiesta que si bien, hubo buenas intenciones en estos dos años, el cáncer, pese a ser la primera causa de muerte y cuya proyección superará las 40 mil muertes por año, no está siendo prioridad como lo fue el covid-19. Hace un llamado enfático para que la ley de cáncer deje de estar en el papel: “Será labor de la sociedad civil levantarse nuevamente para que el cáncer sea, de verdad, una prioridad”. El 26 de mayo recién pasado la fundación oncológica “La Voz de los Pacientes”, junto con un grupo de parlamentarios, se trasladaron hasta La Moneda para entregarle una carta al presidente Boric, solicitando la puesta en marcha de la Ley Nacional del Cáncer. Cuando se cumplen mil días desde su promulgación, las y los chilenos siguen esperando. Encuentra una versión con imágenes, audios complementarios y más aquí.

  • Los Hare Krishna también tuvieron dieciocho

    Sólo en su primer día, la tradicional fonda del Parque O’higgins recibió a 30 mil personas que asistieron para bailar cueca, cumbias y comer anticuchos. Pero a pocos metros de allí, en un edificio antiguo del centro, decenas de creyentes se juntaron en el templo Hare Krishna y levantaron su fonda vegana: reemplazaron la carne por el tofu, el terremoto por la kombucha y la música popular por los mantras. Así vivieron ellos las fiestas patrias. En pleno Santiago Centro se celebra una fonda libre de alcohol y carne. En el Templo Hare Krishna, una casona azul entre José Miguel Carrera y Gorbea, en pleno dieciocho de septiembre no suena cueca, reggaeton, ni cumbia, sino que un mantra que recita Hare Hare Krishna, Hare Hare Krishna, Cruzar la puerta es trasladarse automáticamente a otra cultura. Hay un salón grande adornado con velos y arcos, como si fuera un ashram indio. Alrededor de cincuenta personas están sentadas en el salón central, cerca de la estatua del hombre azul que representa a Dios en la tierra, como ellos lo explican. En los mesones largos hay ingenieros, estudiantes, personal de la salud, profesores de yoga, chilenos y extranjeros, pero eso no importa aquí, todos se reúnen para celebrar unas fiestas patrias distintas. No hay asadores con carne, sino que choripanes vegetales, seitán, anticuchos con tofu y el terremoto no se hace con alcohol, sino que con kombucha. Nada es de origen animal, ni tampoco circula entre los asistentes alcohol o drogas. Leonardo (42) era estudiante de música en 1999, el año en el que se convirtió. Cuenta que siempre le interesó saber sobre Jesús. Que tenía un llamado místico. Y fue justo cuando se encontró en la calle con un grupo de jóvenes rapados y vestidos con túnicas color salmón que lo invitaron al templo. Él asistió y todas las preguntas que tenía sobre la reencarnación y la búsqueda de la felicidad fueron respondidas allí. “Somos devotos de Krishna, que es una forma de decirle a Dios, quien literalmente es el mismo Dios en el que creen los católicos, los musulmanes, los evangélicos, etcétera.”, cuenta él. “Nosotros le asignamos uno de los tantos nombres que tiene, en sánscrito, pero somos monoteístas y creemos que Dios es uno y que se presenta a lo largo del tiempo en diferentes culturas, épocas y lenguajes”. En el mundo hay 300 templos, 40 comunidades rurales, 26 escuelas y 83 restaurantes vegetarianos que responden a La Sociedad Internacional para la Conciencia de Krishna, fundada por Srila Prabhupada en los años 60 's. Una fonda sin karma Leonardo responde al nombre espiritual de Lalita y es el kirtan del templo de Santiago, es decir, quien está a cargo de la música, recibir a los invitados y las oraciones. Cada vez que se reúnen, celebran que Dios está visitando el hogar, “sentimos que es un invitado en nuestro templo y por eso se le hacen ofrendas, se le cocina especialmente y se ponen inciensos”, cuenta. Actualmente hay más de mil personas que siguen a Krishna en Chile, aproximadamente 600 viven en Santiago y cinco son monjes que se dedican tiempo completo a servir, y de hecho, viven en el templo. ¿Por qué no comen animales o toman alcohol? “Los principios regulativos para los devotos de Krishna son cuatro: no consumir carne, ni alcohol o drogas, tampoco jugar juegos de azar, ni tener sexo ilícito (extramatrimonial). La enseñanza de la cultura védica -de donde nace este movimiento- es que somos un alma espiritual que está dentro de este cuerpo físico, y en el momento de la muerte el alma viaja a otro cuerpo según lo que hagamos, lo que comúnmente conocen como karma. Y no sólo nosotros tenemos alma, sino todos los seres vivientes: animales, plantas, insectos, bacterias. Por eso intentamos disminuir esa reacción kármica. Tampoco consumimos ninguna sustancia porque la idea es estar lúcido y consciente” ¿Por qué está la estatua de un hombre azul en el templo? “Dios defiende este mundo y cumple ciertas misiones en particular… Hace 2 mil años atrás envió a su hijo como Jesús a establecer principios, pero anteriormente a él hubo muchos avatares o,encarnaciones que vinieron a diferentes eras y culturas, y hace cinco mil años atrás, él apareció con su cuerpo azulado, como las nubes, cargadas de lluvia. De hecho se le describe como un hombre de tez oscura” ¿Por qué se rapan y usan este tipo de ropas? “La ropa que se utiliza es tradicional en India y es simple: una camisa o curta, abotonada, y la parte inferior o dhoti, que es una tela de cinco metros con dobletes. Es cómoda para sentarse en el piso, con las piernas cruzadas. Es una tela delgada, práctica, que se seca rápido. No tienen marca. Somos todos iguales. Nadie se fija en las diferencias. El rapado por su lado, nos ayuda también a enfocarnos cien por ciento en el desarrollo espiritual y dejar de lado la vanidad. No tenemos que andar pensando en cómo peinarnos” ¿Cómo es la comunidad en Chile? “Son personas bien diferentes. Hay ingenieros, psicólogos, personas de las Fuerzas Armadas, abogados. Pero también es algo que, al momento de compartir, no importa” Al ser un movimiento tan antiguo, ¿cuál es el rol de la mujer? ¿Coincide con este tiempo? “Hay una igualdad vertical. En las actividades todos y todas hacemos lo mismo. A diferencia de occidente, el maestro fundador que trajo este movimiento al continente llegó a Boston y en los mismos roles incluyó al hombre y la mujer, a pesar de que en India es desigual. Acá una mujer puede realizar su práctica y vivir en el templo, no hay diferencias entre nosotros” En la fonda cantaron mantras toda la tarde, hablaron del crecimiento espiritual y sobre la importancia de la comunidad. Bajo la mirada de la estatua azul de Krishna sonaba el mridanga, un tambor hecho de arcilla, el armonio, que es una especie de acordeón y los címbalos, unos platillos que hacen un sonido relajante. “La idea es que todos puedan encontrar su felicidad. Que la busquemos y la encontremos”, dice el devoto.

  • Ojo al charqui: vivir a pasos de un matadero clandestino

    En Chile se come carne. En septiembre del año pasado, sólo en consumo bovino se registraron hasta 159 mil toneladas según la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA). Un mes en el que por tradición los asados son protagonistas de las mesas chilenas. Sin embargo, no todo es de primer corte: en comunas de Santiago Sur abundan los mataderos clandestinos que no sólo maltratan a los animales que están por ser sacrificados, sino que ponen en peligro la salud y el bienestar físico y emocional de los vecinos. La casa de Emilia San Martin (42), secretaria de la junta de vecinos Fe y Esperanza en La Pintana, está llena de productos de limpieza: hay cloro, sprays aromáticos y desinfectantes. Tiene un macetero con flores e inciensos que usa para disimular los olores fétidos que llegan desde los mataderos ilegales que están cerca de su vivienda. A pocos metros, además, está el canal Lo Blanco tapado con basura que sale de las mismas faenas. La comuna de La Pintana, particularmente, solía ser una zona rural y agrícola hasta los años 80, cuando empezó su proceso de urbanización gradual, dejando así territorios parcelados que se utilizan para fines industriales y agropecuarios y que conviven con las poblaciones y tomas alrededor. Emilia cuenta que ha visto cómo en estos espacios, donde funcionan los mataderos, queman todos los desechos, incluídas las menudencias del animal. “Cuando eso pasa el olor es extremo, pero antes del fuego, la pudrición que generan es repugnante”. Además señala que “de octubre en adelante aunque tengamos matamoscas y spray ambientales, nos llenamos de bichos”. A los malos olores y plagas de insectos y ratas, hay que sumarle el ruido de animales gritando al momento de ser faenados. La vecina dice que todas las madrugadas, entre dos y cinco de la mañana, la despiertan las quejas de los cerdos al ser sacrificados, como si fuera una película de terror. Ella cuenta que el Servicio Agrícola Ganadero (SAG) clausura estos recintos y no pasan más de tres meses antes de que vuelvan a funcionar. “Esta es tierra de nadie (...) Los mataderos se han ido moviendo por toda la ciudad hasta instalarse aquí, en La Pintana, porque saben que las personas no van a reclamar por sus derechos, y que si lo hacemos, no nos van a escuchar tampoco”. Sara Bellardes, otra vecina del sector, iba con su nieta de cuatro años caminando hacia su casa. La niña, que antes vivía en Pudahuel, ahora convive con su abuela. De pronto escucharon gritos de animales que asustaron a la menor. “Ella me pregunta siempre ‘¿Qué es eso abuela? ¿Qué es ese olor? ¿Qué son esos ruidos?’... Me da pena tener que explicarle”. Sábado 8 de septiembre, una mañana soleada y medianamente calurosa, se encuentran instaladas dos grandes ferias de la comuna, una que cruza casi toda la calle de John Kennedy y otra en el sector de El Castillo. En ambas hay mucha gente comprando alimentos: frutas, verduras, aliños y carne. Si bien esta última no se ve en mal estado, dos vecinos de la población Eleuterio Ramírez, señalan que hay que tener ojo, que mucha de la carne comercializada en la feria y en las carnicerías proviene de mataderos clandestinos: lugares que no cuentan con protocolos de higiene, ni reglas de convivencia con la comunidad. Incluso nombran uno ubicado en calle Gabriela, que no tiene ningún letrero, sino que es un portón negro por donde se escapan gritos de animales y por el que se ven un par de chanchos esperando su turno para morir. El relato de estos dos hombres, que no quisieron revelar su identidad por temas de seguridad, calza con lo que dicen Sara Bellardes y Flavio Saavedra, vecinos de Emilia, quienes aseguran que se comercializa carne de caballo como si fuera de vaca. “Crían a los caballos en espacios muy pequeños y no los sacan a correr. Hacen eso para que estén más gorditos, con la carne color rosado porque no transpiran, y así sea más fácil hacerlos pasar por vacas en carnicerías y ferias. Y ni siquiera es más barato”, agrega Emilia. El maltrato animal y los problemas que puedan causar un mal manejo de las instalaciones y animales está penado por la ley. Todo matadero y feria de animales legales está regido por el artículo 291 que señala que actos crueles serán castigados con una pena de presidio menor y una multa que va entre las dos y las treinta UTM. Incluso, en la Ley de Protección Animal, que vela por la tenencia responsable de mascotas, se incluyen a los animales de criadero, donde se legisla para que no vivan un sufrimiento innecesario. Al momento de realizar este reportaje, el matadero Lo Blanco estaba funcionando con todas las de la ley. En la entrada te recibían moscas y tras el estacionamiento donde estaban autos y camiones, en un basurero, se asomaban patas de caballos y vacas. Los corrales eran amplios y los animales estaban separados por especie. Germán Salomón era su administrador. En la visita, él señaló que uno de los aspectos más importantes para el correcto funcionamiento del lugar era la constante fiscalización del SAG, quienes velan por el bienestar de los futuros filetes. “Ellos verifican: en el caso de los vacunos y los caballos traen un arete, como un ‘carnet’ del animal, que es más que nada para hacerles seguimiento”. Dijo también que con el paso de los años efectivamente se habían implementado nuevas normas y que el matadero se regía con el Decreto 62, conocido también como ”Buenas prácticas” relacionado al bienestar en el faenamiento. Según él, el proceso era preciso y limpio: contaban con sesenta segundos para noquear el animal, dos minutos para que sangre, otro para colgarlo y dos más para que se termine de desangrar. Recién ahí, narraba él, se cortaba la cabeza y empezaba el proceso de desollado, que significa sacarle la piel y vicerarlo. Tras esto se trozaba, se lavaba y se guardaba en cámara de frío. Cuando los animales estaban enfermos, eso sí, pasaban según él por un sistema que se conoce como El cremador. “Se cauteriza su carne a través del vapor de una olla y se bota en un contenedor que se lo lleva la empresa de basura. A nosotros nos complica esta parte, pero tenemos que hacerlo por un bien para todas las mesas.”, decía. Shedy Heredia Santos, veterinaria, quien lleva diez años trabajando por el bienestar de los animales, siendo parte de organizaciones internacionales como la Red Internacional Antitauromaquia y Open Wing Alliance, ha observado otro comportamiento en la industria de la carne: “Los órganos, sangre y vísceras que salen de los mataderos terminan en desagües, sin tratamientos, y en muchos casos caen animales enfermos o en malas condiciones, propagando enfermedades zoonóticas y contaminación ambiental”, dice San Martín cuenta que parte de los olores que intoxican su vivienda, provienen del canal Lo Blanco, el que está tapado por desechos que provienen de las faenas. “Obviamente no se cumplen los estándares de bienestar para transporte o aturdimiento de animales previo a la faena. Y además de eso, no hay revisión de animales preñadas, o de ectoparásitos, o de tumores que generalmente se mezclan con lo que se vende después o solo es descartado sin que haya avisos de esas enfermedades”, agrega la especialista. A pasos de Lo Blanco, en calle Gabriela, en septiembre de 2019 se decomisaron 200 kilos de carne con parásitos proveniente de animales robados y en mal estado. Y más tarde, el 22 de abril de 2021, se desbarató un recinto de las mismas características en la calle Lautaro en donde encontraron patos, caballos, corderos, gallinas y otros animales, en condiciones insalubres. En la misma cuadra, en noviembre de ese año, en plena pandemia, se encontraba una gran parcela en donde el dueño vendía gallinas y huevos muy baratos, la gente de Casas de Madera, incluyendo a Emilia, Sara y Flavio, terminaron intoxicados en el CESFAM. “Como nos enfermamos todos, un grupo de profesionales veterinarios compraron estos productos y encontraron que todos estaban infectados con salmonella”, cuenta Emilia. El 3 de febrero de este año, la alcaldesa Claudia Pizarro celebró en sus redes sociales que Carabineros y el Departamento de Inspección Municipal clausuraron el matadero Lo Blanco porque no contaba con los permisos al día y tenía reiterados reclamos de vecinos. Pero, a pesar de eso, Emilia dice que todos los días, desde la puerta de su casa, ve pasar los camiones llenos de animales que desaparecen tras una puerta trasera del ex matadero y sigue escuchando los gritos de madrugada.

  • Mi TCA no tiene feriado

    El estudio “Trastornos de la conducta alimentaria en adolescentes chilenos: una epidemia silenciosa”, hecho por la Universidad Católica en 2022, reveló que el 6% de los afectados por desórdenes alimenticios son niñas, niños y adolescentes, de los que un 55% son mujeres. Una crisis de la salud mental que, para quienes la padecemos, interfiere no sólo con la relación que tenemos con nosotros mismos, sino con todo nuestro entorno. Estas son mis reflexiones sobre la última patita del año, una de las más difíciles de tragar. Advertencia: este artículo aborda el tema de la anorexia, un trastorno alimentario que puede ser perjudicial para la salud mental y física. Si tú o alguien que conoces está luchando con este trastorno o si este tema te resulta perturbador, te recomendamos considerar si debes continuar leyendo. La intención de este artículo es informar y generar conciencia sobre la anorexia, pero entendemos que puede ser un tema desencadenante para algunas personas. Celebraciones que no dan gusto La anorexia es mi mejor amiga y mi peor enemiga, un lugar que conozco bien pero al que, al mismo tiempo, me llena de miedo visitar. Es la mayor prueba del control y descontrol que he sentido sobre mi propia voluntad. Pero hay una cosa que la anorexia no es: la anorexia no soy yo. Todo empezó cuando tenía 13, tras una enfermedad de mi mamá. Siempre lo describo como una etapa en la que mi cuerpo estaba desesperado pidiendo ayuda y cuidado. Y durante tres largos años, el proceso de recuperación fue como un columpio que iba y venía. Por cuatro meses no pude ir al colegio, me vigilaba una chaperona que llegaba a mi casa para el desayuno y se iba con la última comida. Hay un recuerdo que tengo latente: a mediados de septiembre de 2015, estaba apoyada en la mesa de la cocina esperando a que hirviera el agua para hacerme un café negr. Ese día Corina, mi chaperona, iba a llegar tarde por un trámite que tenía que hacer y por eso me tocaba desayunar sin supervisión, por primera vez en meses. Muy pocas cosas me hacían feliz durante este periodo de mi vida, pero esta ocasión era casi como un regalo de cumpleaños anticipado, una mañana de paz que no me podía hacer sentir más emocionada y, por supuesto, cometí mi objetivo: no comí nada. El timing era casi perfecto, ya que en dos días más tocaba ir a un asado en la casa de mis primos para celebrar el dieciocho en familia. Esta era una fecha que llevaba atormentándome desde hace al menos tres semanas. Lo pensaba durante horas y horas, y hacía estrategias sobre cómo, durante el tiempo que faltaba, podía alimentarme lo menos posible para compensar el horror de tener que comer frente a todos un plato lleno de calorías. Sabía que yo iba a ser el centro de atención, sabía que mi familia no me iba a sacar los ojos de encima, esperando que me convirtiera mágicamente en alguien que no era: una persona con una relación sana con la comida. Septiembre, para quienes tienen un TCA, es el comienzo de una difícil temporada de celebraciones. De fiestas patrias en adelante, las rutinas se ven interrumpidas y la comida se convierte en el punto central del calendario social y –como consecuencia- empieza también la campaña para preparar el cuerpo de verano. Y mientras todo el mundo habla sobre lo felices y ansiosos que los ponen la llegada de las fiestas, a mí me desgarraba el miedo. El solo recuerdo de lo que se venía automáticamente me hacía sentir irritable y tensa, consumida por una angustia inmensa. “¿Estaré loca?”. Ese era un pensamiento que, a pesar de ser constante durante mi enfermedad, en estas fechas metía aún más ruido en mi cabeza y me devoraba por dentro. No me soltaba. Yo no tenía atracones en esta parte del proceso, por el contrario, me privaba de comer cada vez que tenía una oportunidad. La idea de vomitar era un recurso que nunca usé eso sí. Mi familia cercana me veía como un monstruo que había que mantener apresado en la casa, pero en celebraciones y ocasiones como estas, no les quedaba otra opción que sacarme. Yo tampoco quería salir, quedarme en casa me hacía sentir segura. Y así fue como la anorexia arruinó mi fiesta familiar. Sobre la mesa había mucha carne, longanizas, empanadas, mote con huesillos y bebida. Todas cosas que en ese momento eran la representación de mi mayor miedo. Pero yo estaba decidida a no comer ese dieciocho en la casa de mis primos. “Te doy cincuenta lucas si te comes esta empanada”, me dijo uno de mis parientes mientras estábamos todos sentados. Yo quedé petrificada en la silla mientras mis primos competían por quién agarraba la empanada primero para comérsela y ganarse el premio. Las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro frente a la exposición que mi mismo padre me hizo sentir, fue como una traición. Ante esto, mis papás comenzaron a discutir mientras mis tíos trataban de calmar la situación y con angustia, aproveché esta distracción para esconder la comida de mi plato en mis bolsillos e ir a botarla al baño. Aún recuerdo el jugo de la ensalada y la carne mojando el interior de los bolsillos de mi polerón mientras caminaba a deshacerme de todo. Este fue el momento que me mostró realmente hasta qué punto la anorexia había tomado control de mi vida. Ahora miro hacia atrás este recuerdo y sigue doliéndome. Me vi tan despojada de mi propia voluntad, obedeciendo el patrón de una enfermedad que me obligo a hacer cosas repugnantes y llenas de odio haca mí. Te podría interesar: ¿Por qué seguimos hablando de la mamá de Jennette McCurdy? Según el “Manual para el manejo Intrahospitalario de los Trastornos Alimentarios” de 2022 realizado por la Unidad de Trastornos Alimentarios de la Universidad Católica, los pacientes más jóvenes con anorexia tienen la mejor tasa de recuperación, entre 50% y 70%, mientras que, en pacientes adultos las tasas reportadas de recuperación completa apenas llegan a un 50%. Un 30% de los pacientes logran recuperación parcial y un 20% permanecen severamente enfermos. Han pasado siete años y a pesar de que los pensamientos desordenados sobre la alimentación aún van y vienen, este dieciocho estar frente a la mesa me entusiasmó. Logré encontrar esa felicidad que tanto anhelaba de disfrutar los momentos que me reúnen con las personas que más quiero. Hay especialistas que dicen que uno nunca se recupera, pero yo no lo veo así, es más bien como una cicatriz, que te recuerda que hubo una profunda herida. Hoy estoy recuperada y disfruto. Y con todo lo que aprendí en este tiempo, a mi yo de esa época le diría que la recuperación, que parece ser lo más difícil, o que la rabia que sientes contra tu familia cuando te tratan de cuidar, son el comienzo de una vida nueva. Que uno no es su diagnóstico y que siempre hay una oportunidad para ganarle al miedo. Y si algo de lo anterior suena demasiado familiar, busca ayuda. La recuperación de los trastornos alimenticios es difícil, muy difícil. Pero es mejor del otro lado, lo prometo. *** Si necesitas ayuda, contacta a Salud Responde, un servicio de salud telefónica disponible las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Puedes marcar el número 600 360 7777 desde cualquier teléfono fijo o móvil en Chile. El personal puede proporcionarte información sobre servicios de salud mental y derivarte a profesionales adecuados.

  • Situación: sin colegio

    Más de 500 niñas, niños y adolescentes del litoral central llevan años sin poder asistir a un colegio por falta de cupos. El Mineduc anunció la ampliación de colegios para aumentar las matrículas en 2024 y entremedio las municipalidades han creado medidas paliativas. Por mientras, mamás y papás pasan noches completas afuera de establecimientos educativos para tratar de conseguir matrícula y, a punta de rifas y kermesse, se levantan escuelas caseras que preparan a niños y niñas para rendir exámenes libres. Nunca ha ido al colegio. Ramiro tiene 11 años y nunca ha ido al colegio. Cuando llegó el momento de inscribirlo en 1° Básico, quedó número 8 en una lista de espera que nunca corrió. “Volví a intentarlo al año siguiente, pero me dijeron que no había cupos nuevamente, así que mi hijo continuó sus estudios en una escuelita libre. Eso hasta julio de su 2° Básico, cuando ya no pude seguir pagando y lo tuve que sacar”, cuenta Ingrid Yametti, profesora y mamá de Ramiro. Ese año, cuando el papá de su hijo dejó de pagar la pensión alimenticia, Ingrid comenzó a educarlo en casa. Así cursó las materias correspondientes a 3° y 4° Básico, que fueron evaluadas en exámenes libres junto a cientos de otros niños y niñas del litoral central que no han logrado obtener un cupo en los colegios de la zona. La falta de matrículas es una situación que las familias de las comunas de la zona norte de la Provincia de San Antonio vienen advirtiendo hace más de cinco años, pero que sin duda empeoró luego de la pandemia, cuando muchas personas llegaron a habitar el litoral central, lo que aumentó el déficit de éstas. “Yo nunca había visto tanta gente rindiendo exámenes libres. Por primera vez abrieron una sede aquí (en El Quisco). No dan abasto para recibir a tantos niños desescolarizados”, dice Ingrid. Rolando Espinoza, concejal de El Tabo que preside la comisión de educación de la comuna y ha estado trabajando en este tema, participó en una reunión donde se expuso un cruce de datos que los Departamentos de Administración de Educación Municipal (DAEM) de las municipalidades de Algarrobo, El Quisco y El Tabo llevaron a cabo a mediados de 2022. Analizaron los nombres escritos en las listas de espera de los establecimientos educacionales de las tres comunas. Si bien los datos oficiales aún no se publican, el concejal asegura que en ese momento el cálculo arrojó que más de 500 niñas, niños y adolescentes de la zona estuvieron sin colegio durante 2022. Cifra no menor considerando que la población de la zona ronda los 35 mil habitantes. En muchos casos lo que ocurre es que, al no existir matrículas en el lugar donde viven, el Sistema de Admisión Escolar (SAE) les envía a establecimientos que están en ciudades como Casablanca o San Antonio. “Conocí el caso de un niño de Algarrobo de 1° Básico que lo mandaban a una escuela rural en Santo Domingo. Son localidades alejadas, no hay micro. Recorrer 10 kilómetros en Santiago es diferente que viajarlos en el litoral central. Acá hay mala conexión y poca locomoción, entonces las distancias se hacen más largas. Otro problema es que, por ejemplo, a un hermano lo mandan a El Tabo y al otro a Mirasol (24 km. de distancia). Es súper complicado”, dice Rolando Espinoza. Escuelas libres en la medida de lo posible Ante la falta de oferta educacional, madres y padres desesperados han organizado escuelas libres, que abundan en el litoral central. Entre otras cosas, preparan a los niños, niñas y adolescentes para rendir exámenes libres anuales para así certificar que cursaron el nivel correspondiente y poder pasar al siguiente. En general, la mensualidad de estas escuelas ronda los 120 mil pesos, sin incluir materiales, comida ni transporte. Tampoco cuentan con psicopedagogas, psicólogas, Programa de Integración Escolar (PIE) ni capacidad de contratar formalmente a los y las docentes. Pero, en muchos casos, es la única posibilidad educativa que les queda a algunas familias. “Con esto, lo único que están haciendo es abrir más la brecha entre clases sociales. Están dejando un espacio muy grande para que los niños y adolescentes se pierdan. Sin un espacio para desarrollarse, especialistas, comunidad educativa… Todo lo que tiene que tener una escuela, lo que necesita un ser humano para desarrollarse sanamente”, concluye Ingrid. Sin compañeros, sin curso El sueño de Lukas es cursar 4° Medio, su último año de colegio, con sus compañeros y compañeras del Liceo Clara Solovera, de El Quisco. Algo no fácil de cumplir: el primer semestre de 2022 tuvo que irse a vivir a Santiago y, cuando volvió, se encontró con que ya no había cupo en su colegio para recibirlo de vuelta. Como última medida para pasar 3° Medio, se inscribió para rendir exámenes libres: estudió durante semanas 5 horas diarias solo en su casa y logró pasar de curso. “Fue difícil sin la ayuda de un profesor. Había materias que no entendía y no tenía a quién preguntarle, así que a puro videos de YouTube o Google”, cuenta Lukas, de 17 años. Aunque, para él, lo más difícil no ha sido el aprendizaje de materias, sino la falta de compañeros y compañeras. “Me gustaría compartir con más gente. Es difícil no ver gente de tu edad, conversar o hacer un trabajo juntos. En el colegio tienes con quien hablar, te distraes, ves a tus compañeros la mayoría del año, se te van dando las amistades. En cambio, en mi caso no voy a ir por la calle a conversar y conocer gente. Uno no sale de la casa, entonces uno no socializa, ese es el problema”, dice Lukas. Ya postuló nuevamente a su liceo y está en la lista de espera, con ansias de que le digan el resultado. “Quiero estar en mi colegio. Es donde los profes me tienen cariño y tengo amigos ahí”, dice. “Es necesario tener espacios de socialización. Yo aprendo a pensar el mundo cuando estoy en interacción con otros. La no escolarización es bien grave. Se está afectando el derecho a la educación de los niños, lo que implica que no acceden a las competencias que pide el mundo de hoy. También impacta en lo socioemocional: la escuela te da un lugar en el mundo y una identidad propia.No participar de lo que están participando todos provoca problemas de autoestima. Por otro lado, puede llevar a que se vayan muy luego al mundo del trabajo”, explica la Doctora en Psicología Edita Núñez. Existen estudios que alertan sobre las consecuencias negativas para niños y niñas que no asisten regularmente a la escuela. Es algo que se ha estudiado especialmente post pandemia y en niños y niñas con discapacidades cognitivas, una población históricamente excluida del mundo escolar. En ambos casos se habla de “lost learning”. Es lo que Andrea Alarcón, de Algarrobo, teme que le ocurra a su hijo José, de 6 años, quien tiene diagnosticado Trastorno del Espectro Autista (TEA). En 2022 debía matricularse en 1° Básico, pero no encontró cupo. “Él mismo me pide. Dice: ‘¿Mamá cómo va a ser mi colegio?’. ¿Cómo le explico que no quedó en ninguno?”, cuenta Andrea, quien es integrante de la Red Inclusión Algarrobo, que agrupa a mamás de niñas y niños con necesidades neurológicas especiales, como TEA o epilepsia. Del grupo, ninguna ha encontrado matrícula. “Ha sido terrible, frustrante. Una trata de buscar soluciones pero no encuentra. Estamos en situación de abandono total, de vulneración. Yo estoy educando a mi hijo en casa pero no tengo las herramientas, aparte tengo que dejar mi vida de lado. ¡No puedo trabajar! No da para pagar las escuelas libres y aparte hay que pagar las terapias”, añade. El año pasado, también por falta de cupos, tuvo que mandar a su hija de 16 años a vivir a Santiago, para que pudiera estudiar en un colegio. “Mi idea es que volviera a vivir conmigo, pero es imposible encontrar un cupo para ella. Así que ahora la veo solamente fin de semana por medio”, cuenta Andrea, que este año sí logró encontrar matrícula para su hijo de 9 años. Solución a la ecuación Como forma de institucionalizar el sistema de escuela libre, en marzo de 2022 la Municipalidad de El Quisco implementó el programa Saberes. La idea surgió hace un par de años desde una mesa de educación comunal compuesta por funcionarios de la Municipalidad junto a vecinas y vecinos. Estuvo encabezada por Cristian Vázquez, conocido dirigente social de educación del litoral quien falleció en enero del año pasado debido al Covid19, dejando esta herencia. Saberes, hoy a cargo de la Dirección de Desarrollo Comunitario (Dideco), consiste en la habilitación de cinco sedes sociales como salas de clase de lunes a viernes de 8.30 a 13.30 hrs. Ahí, profesores y profesoras enseñan los temarios de 1° a 8° Básico a los niños y niñas de la comuna para que preparen sus exámenes libres. Además, se entrega orientación con respecto a los trámites de todo este proceso. Cuenta con equipo psicosocial y ofrece talleres variados. 173 niñas, niños y adolescentes participaron del programa en su primer año y el total aprobó sus exámenes libres. El plan es seguir con el programa en 2023, ampliando el alcance a 1° Medio. El Tabo, por su parte, implementó otra medida. La Municipalidad compró un terreno para trasladar allí el actual Colegio El Tabo y aprovechar de ampliar su capacidad de 900 a 4 mil estudiantes. Si logran adjudicarse fondos del Ministerio de Desarrollo Social, planean comenzar la etapa de diseño en 2023 y de construcción en 2024. Desde el Ministerio de Educación también están trabajando en el problema. En agosto, el subsecretario de Educación, Nicolás Cataldo, visitó distintas escuelas del litoral central, escuchó los requerimientos de los alcaldes y anunció la inversión de más de 1500 millones de pesos para mejorar la situación como parte de la política de reactivación educativa integral Seamos Comunidad. A corto plazo financiará la habilitación de nuevas aulas en colegios ya existentes y a largo plazo se promete implementar proyectos educacionales definitivos. Esto destinado a mejorar la infraestructura de seis establecimientos de la Provincia de San Antonio: Escuela El Bochinche de Algarrobo, el Complejo Educacional Clara Solovera de El Quisco, el anexo de la Escuela Las Cruces en El Tabo, el Liceo Eugenia Subercaseaux de San Sebastián en Cartagena, el Instituto Comercial en San Antonio y el Colegio People Help People de Santo Domingo. Mientras tanto, niños y niñas pasan el verano esperando. Ramiro quiere ir al colegio. Ya se lo ha pedido varias veces a Ingrid. “Quizás te obliguen a cortarte tu trenza larga, ¿estás dispuesto igual?”. Ramiro, después de pensarlo un momento, la mira a los ojos y le dice que sí, que está dispuesto. Eso, dice Ingrid, significa que tiene muchas ganas de ir al colegio. Por eso el 2 de enero a las 15.30 Ingrid se plantó afuera del colegio particular subvencionado El Alba dispuesta a esperar lo necesario para inscribir a su hijo en 6° Básico. Antes de ella había otras once personas en la fila. “Algunas llegaron el 29 de diciembre. Pasaron el año nuevo en la fila. Afuera del Colegio El Quisco había hasta gente acampando”, cuenta Ingrid. Esa noche, envuelta en una frazada, se mantuvo en vela hasta que a las 8.30 hrs. abrieron el portón. Escribió el nombre de su hijo en un papel con la misma esperanza que muchas otras mamás y papás: que el 2023, este año sí o sí, sus hijos e hijas puedan por fin entrar al colegio.

  • La toma de los burros malos

    Se tomaron el desierto en el Norte Grande. Nunca andan solos. Se movilizan en tropillas. Dañan a otros animales, los muerden, los patean y generan miedo en los vecinos. “Antes nuestros animales comían libres y tranquilos”, asegura una agricultora entrevistada por revista Quiltra que los espanta con hondas de sus predios. Son herbívoros introducidos y salvajes que se reproducen y crecen rápidamente en número, mientras la vegetación y especies nativas desaparecen. Fotos de Facundo Mercado —Antes nuestros animales comían libres y tranquilos —lamenta la ganadera Teodora Flores. La mujer vive en el apunado y solitario pueblo de Tacora, a más de 4.000 metros de altura, con el volcán de fondo, coronado por la nieve alrededor del cráter. Para subsistir, ella se ha dedicado toda su vida a la ganadería camélida y ovina. Sin embargo, en medio de esta inmensa aridez, cubierta por resistentes pastizales, un invasor, sin nadie a su cargo, apareció. *** El primer registro del Equus asinus, o en sencillo, del burro doméstico en América, según el difunto zoólogo español-argentino Ángel Cabrera, data de 1536. Cruzando el Atlántico, los asnos fueron traídos en los primeros galeones desde Europa, a pesar de ser originarios del árido norte de África. En Chile, en el Norte Grande, entre las regiones de Arica y Parinacota y la de Tarapacá, eran utilizados como animales de carga antes de la masificación de los vehículos. "Incluso, si uno se pone a buscar, hay rutas de burreros en que la gente bajaba de la precordillera", cuenta Nicolás Fuentes, ecólogo especializado en ungulados de Sudamérica Diversa y del Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA). "Era el medio de transporte". Sin embargo, los de cuatro ruedas relegaron al asno a un olvido social; "empezó a perder su valor para las personas", precisa el experto. Aunque se usan para hacer charqui, en general, la gente dejó botados a los burros. "Los ambientes de los cuales ellos son originarios también son zonas áridas, desérticas, como las planicies de Mongolia o de Sahara", explica. "Pero son zonas mucho más productivas que acá". Así y todo, se las han arreglado bastante bien en el desierto ante su marginación. Pero ha salido caro. Cada vez, más. Comen como burros En 2015, el Ministerio del Medio Ambiente puso al burro entre los problemáticos para el ecosistema. Pero de poco sirvió. Dentro de la Ley de Caza y su Reglamento, el asno no es considerado "dañino o perjudicial para el medio ambiente", no como conejos, jabalíes, visones y castores. Por lo tanto, "no tenemos actualmente monitoreo de la especie", admite Agneta Hiche, directora regional(s) del Servicio Agrícola y Ganadero en Arica y Parinacota. Después, en 2016, un estudio conjunto entre investigadores de la U. Autónoma de Madrid y la U. de Chile ponía el foco en la presencia de équidos ferales, o sea, ya completamente salvajes. El trabajo de campo encontró un promedio de 0,13 burros por kilómetro recorrido: una cifra no despreciable. Los guanacos resultaron mucho menos frecuentes, mientras que las vicuñas fueron más abundantes, triplicando a estos oriundos de África en el desierto de Atacama. Nicolás Fuentes labura hace ya rato en el Norte Grande, especialmente en la precordillera de estas dos regiones, donde, precariamente, las personas se dedican a la agricultura en las quebradas que acumulan la escasa humedad del desierto, mientras que hacia el este, subiendo al altiplano, se encuentran los ganaderos de camélidos domésticos, es decir, llamas y alpacas. Entre los últimos cinco y diez años, "el burro empezó a aparecer en lugares donde no se había registrado", asegura Nicolás sobre zonas como Tignamar, en el sur de la región ariqueña. Sus palabras coinciden con testimonios de quienes llevan años desempeñándose en la zonas rurales de Arica y Tarapacá, según recolectó Revista Quiltra. Se han acrecentado, dicen, tanto las denuncias como los avistamientos, cada vez son más cotidianos, al menos en el último par de años. Rolando Manzano, presidente de la Red Ganaderos de Camélidos, "hace un tiempo" se encontró con una tropilla de asnos salvajes en la carretera en la comuna altiplánica de General Lagos, en la quebrada Allane. De hecho, agrega, específicamente en el Sector Línea. Ha escuchado que se les ve seguido. Los solitarios vecinos le han manifestado su preocupación. Y advierte que también han aparecido en zonas agrícolas y, por lo tanto, en los cultivos de los nortinos. Los asnos pesan entre 200 y 300 kilos y, como suelen andar en tropillas, "la gente no sabe cómo echarlos de los lugares y dejan la embarrada", asegura. Un dolor de cabeza. Teodora, la ganadera del pueblo de Tacora, tiene llamas, alpacas y ovejas. En su sector antes había sólo dos burros salvajes, y ahora ya hay doce. Se han multiplicado. Hacen daño: muerden y patean, alega. Corretean y persiguen a su ganado, el cual ya tiene “miedo” de salir a pastar con los asnos sueltos. La mujer se ve obligada a echar a hondazos a estos voluminosos invasores. —No me gustan —acusa, molesta. Herbívoros nativos como la taruca (pariente del huemul y en peligro de extinción) o el guanaco históricamente han tenido una tensión con los agricultores, pero son criaturas de dimensiones menores, de entre 40 y 70 kilos. El burro, plantea Nicolás, "es algo totalmente distinto, desproporcionado"; no se lo puede echar con un perro, porque de una sola parada lo deja knock out. "Parece que las mismas personas trataban de corretearlo y, a veces, el burro tira mordiscos o bota los cercos; es un animal muy fuerte", acusa. La directora regional de SAG ariqueño cuenta que han recibido comentarios de ganaderos y agricultores, y tres denuncias formales de parte de estos últimos, quienes denuncian que un presunto aumento de la población de burros "estaría dañando las siembras, ocasionando una pérdida en su ingreso económico". La institución arma un catastro de la población de burros "para evaluar una posible afectación", adelanta Agneta. El estudio durará un año y estimará el número de estos animales silvestre en la región, particularmente en los pueblos Ticnamar, Saxamar, Lupica y Chapiquiña. También el SAG, dice, "considera evaluar la abundancia de esta especie y el ambiente en donde habitan a través de métodos directos e indirectos, con transectos de muestreos y cámaras trampa". Benito González, académico de Ciencias Forestales y de la Conservación de la Naturaleza, de la U. de Chile, pone el foco en un enigma que se arrastra: "Se desconoce su tendencia poblacional en el tiempo", declara. El único cálculo se hizo hace ya una década en la precordillera y altiplano de Tarapacá, cuando él y otros investigadores calcularon que había entre 4.000 y 6.500 individuos sueltos. "En ausencia de manejo y de preocupación por sus impactos, es probable que esta población haya aumentado", advierte. Las pistas apuntan a que el problema crece, silencioso, en medio de la aridez y las fronteras difusas. Por eso a Nicolás le preocupa lo que implicaría el burro para los competidores locales que llevan miles de años adaptándose a este territorio precordillerano y altiplánico. La digestión de los asnos es distinta: no son rumiantes, a diferencia de tarucas, guanacos y vicuñas, por lo que extraen menos energía de su comida, lo que implica que requieren más cantidad, "independiente que sean cosas de mala calidad, y de eso aprovecha un porcentaje muy bajito", detalla. Es mucho lo que se desperdicia. En cambio con los camélidos ocurre lo contrario: "Han co-evolucionado en estos ambientes hacia una herbivoría que es bastante poco invasiva", destaca, lo que incluye a las llamas y alpacas de la ganadería. Ya tienen un orden, un sistema, del que son parte. El ecólogo saca a colación algunas investigaciones sobre lo poco eficiente de este équido al comer: "Hay estudios agrícolas de calidad de praderas y producción ganadera, y comparan cuántos animales puedes tener en un lugar para que la pradera se mantenga estable", explica. En el caso de los burros, son dos individuos por hectárea, mientras que los camélidos pueden ser hasta doce. "Ahí está lo preocupante, no sólo con relación a las personas (ganadería), sino también con respecto al daño que ellos pueden hacer en la vegetación, y a la posible competencia que pueda estar generando con los animales silvestres", advierte. Un burro comería el equivalente a seis camélidos, que es el mínimo de guanacos o vicuñas “que tienen crías y hacen que se mantengan la población a lo largo del tiempo", detalla. "Uno empieza a pensar: la llegada de un burro a un lugar donde antes no había significa que hay, posiblemente, una familia de seis guanacos que ya no va a poder ocupar ese lugar". El desierto vacío Pero atribuirle al burro la disminución de guanacos y vicuñas en algunas zonas del Norte Grande, sería una acusación apresurada. Este équido habría llegado a ocupar espacios ya vacíos. Si bien no se ha estudiado en profundidad, desde el 2014, un brote de sarna sarcóptica habría mermado las poblaciones de camélidos. Este ácaro, llamado Sarcoptes scabiei, no mata directamente a sus hospederos, pero les genera callosidades en la piel que derivan en la caída del pelaje, lo que los debilita especialmente para el frío del desierto. Es decir, los vuelve frágiles a la muerte. Los primeros casos de estos parásitos entre las regiones de Arica y Atacama habrían aparecido en 2010, dijo —a Ladera Sur— la bióloga e integrante del Grupo de Especialistas en Camélidos Sudamericanos, Solange Vargas; al menos en lo que a las vicuñas respecta, especie que había crecido en el último par de décadas. Hasta ese momento. Varios animales fueron apareciendo con este bicho y, al parecer, en un momento desaparecieron, relata Nicolás sobre sus observaciones de campo. A pesar de la falta de investigaciones, "las mismas personas también en la precordillera nos indican de que el guanaco desapareció porque le entró una peste, y la peste era la sarna", asegura. Rondan los rumores. "Es algo que se ha dicho a voces y nosotros también lo observamos, pero nadie lo ha estudiado hasta hoy". Es más, recuerda sitios donde antes hallaba 100 o 150 individuos. "Ahora no hay ninguno", asegura. "Y las mismas personas nos dicen que como hace cinco años no ven guanacos en la zona". También, tiempo atrás, un estudio liderado por Pablo Acebes, de la U. Autónoma de Madrid, se encontró con poblaciones de vicuña mínimamente afectadas por este bicho, otras con prevalencias superiores al 60% y unas en que era la principal causa de muerte. El patrón no era claro, factores distintos derivan en daños dispares. Alrededor de Huatacondo, 230 km al sureste de Iquique, a fines del 2020 fue la primera vez que registraron a un guanaco con sarna. Hasta ahí, "no había antecedentes de este parásito, por lo menos en ese sector", asegura Paola Barrios, de la organización Flora y Fauna Huatacondo, que monitorea el sector minero desde Collahuasi a Quebrada Blanca. "La enfermedad es muy difícil de erradicar, y también ha sido muy difícil trabajar en conjunto con especialistas, con el SAG, pedir permisos y obtener recursos para solucionar el problema, más aún considerando que son animales silvestres, es difícil atraparlos, manejarlos y aplicar alguna medida", lamenta ella, quien describe la trama como "súper compleja". Duro "competidor" Ante esta caída poblacional, se "abrió el nicho para que los burros, que estaban concentrados en ciertos lugares, y se empezaron a expandir", plantea Nicolás. "No es que el burro haya desplazado el guanaco; al desaparecer dejó espacio y la vegetación quedó disponible para otro herbívoro. Ese es el problema". Semanas atrás él anduvo en Camiña, Tarapacá, donde vio dos grupos de estos camélidos; en total, trece individuos. Sin embargo, en la región de Arica no tuvo esa suerte: "Nos dejó bastante preocupados". Este équido se ha expandido por un ambiente que "no está acostumbrado a él", relata, por lo que no tiene un control natural como podría ser el puma: son herbívoros demasiado voluminosos. En sus observaciones, el ecólogo sólo se ha encontrado con individuos muertos producto de atropellos o de la caza humana. "Todo en un ecosistema está siempre en equilibrio", explica. "Si una cosa cambia, el ecosistema va adecuándose a esos cambios, pero que el gran herbívoro en la precordillera sea un burro hará que las condiciones sean adecuadas para él; significa que no estará para los herbívoros originales". Nicolás elaboró una tabla con "resultados preliminares" de sus indagatorias. Los burros gustarían de áreas donde haya pasto silvestre, no solamente cultivos, hacia los cerros. "Esos mismos lugares también son preferidos por las tarucas y el ganado doméstico, cabras y ovejas", explica sobre un potencial conflicto entre el pariente nortino del huemul y las comunidades ganaderas caprinas y ovinas. "Son lugares donde los animales se pueden encontrar y significa que probablemente estén consumiendo cosas similares", remarca. La taruca también es un ciervo (por tanto, un rumiante), y si bien saben aprovechar los escasos recursos disponibles en las quebradas nortinas (no al nivel de los camélidos), podría no ser suficiente ante este nuevo actor salvaje. "Al ser un animal mucho menos eficiente para comer, puede estar sobrepastoreando y degradando los lugares donde también están las tarucas, que ya es un tema de conservación". Eso sí, el burro tendería más hacía barrios planos, mientras estos ciervos nativos son expertos en las inclinadas pendientes del desierto: "Quizá el encuentro y el potencial de competencia sea mucho menor", dice con mesura. "Es algo preliminar". Para Benito: "El más perjudicado podría ser el guanaco, porque ocupan ambientes de características muy similares, siendo una base para una potencial competencia por recursos que, a veces, son escasos". Ello no eximiría de problemas a tarucas y vicuñas, según su impresión, "pero su afectación aparentemente es menos intensa". Igualmente sugiere que "el riesgo más importante para los ungulados nativos es que aumenta la competencia con un animal de mayor tamaño y que consume más alimento, lo cual tiene consecuencias a largo plazo". Y suma como amenaza un posible contagio de enfermedades entre las especies nativas y asnos. Lo que sí está claro, remarca Nicolás, es que tanto burros, como ganado doméstico, tarucas e incluso guanacos, son adeptos a escasos pastizales silvestres de la zona: "Hay que ponerle ojo, porque tenemos este nuevo competidor exótico", insiste, porque la tensión iría en aumento. En la zona donde Paola trabaja, Huatacondo y sus alrededores, los burros andan principalmente en la puna, hacia la cordillera de Los Andes. "No es tan abundante, por lo menos en el sector de Tarapacá, en las mineras, que es donde monitoreamos", plantea, y percibe que la población se ha mantenido; los ven seguido en bandas de cinco o siete individuos. "El principal problema con los burros es que se alimentan del mismo forraje que comen las vicuñas, los guanacos y otros herbívoros", coincide ella, y suma que estos équidos "degradan el suelo por el que caminan". Y Teodora Flores remarca que “hacen daño al pasto y lo sacan de raíz”. Guanacos, vicuñas y tarucas llevan miles de años, en equilibrio, residiendo en estos ambientes. "Pero el burro arrasa con todo", dice Nicolás sobre el oriundo de África, "donde hay ciclos muy productivos en corto plazo: el animal tiene mucho para comer en momentos del año", explica. Sin embargo, en el desierto más árido del mundo, esos periodos no existen, al ser "mucho más estable y menos productivo", describe. "Está en un ambiente que no está hecho para él, no co-evolucionó acá". A Paola lo que más le “preocupa” es la sarna, y "la estamos monitoreando constantemente", ya que "es lo que podemos hacer ahora". En tanto, plantea sobre su barrio tarapaqueño, "el burro es secundario porque, si bien están, hasta ahora la población convive bien con el resto de otras especies". Agneta Hiche, del SAG, dice que "no hemos tenido denuncias formales" sobre la competencia de comida entre especies nativas y asnos. "Pero se entiende que el aumento de individuos en el tiempo en una zona geográfica pudiera afectar el equilibrio ecológico". Por lo tanto, admite, "es posible que ya se esté generando este fenómeno en torno al alimento y al territorio". "Sin embargo, debemos esperar contar con la información del catastro que se está ejecutando", dice. Benito propone que lo primero es identificar si los asnos sueltos son propiedad de alguien… ¿Tienen dueño? Luego, dice, debieran existir "diferentes opciones de manejo, principalmente para evitar su afectación a la fauna nativa o incluso a cultivos". Una opción "puede ser sacar a los burros directamente de estos ambientes o generar condiciones a través de un manejo indirecto del hábitat, para disminuir su impacto", sugiere. Sin embargo, acusa, cómo hacerlo "hay que discutirlo, porque involucra fondos que no están actualmente disponibles". Nicolás piensa que debiese aplicarse algún tipo de captura o cacería, ya que no lo protege la Ley de Caza: —Como conservacionista que trabaja con la protección de la especies, y más bien estoy por la convivencia con la agricultura y la ganadería, veo que el burro es un factor nuevo, que está entrando con fuerza y puede cambiar todo el escenario, porque afecta a la vegetación y compite con animales silvestres que están en una categoría delicada de conservación —remacha—. Hay que hacer algo, pero hasta el momento no se hace nada.

  • ¿Por qué seguimos hablando de la mamá de Jennette McCurdy?

    Jennette, en el lecho de muerte de su mamá, intenta traerla de vuelta a la vida diciéndole que finalmente pesa 40 kilos. Que lo logró. Sin embargo, ella no abre los ojos. Sino que por el contrario, está dejando la vida con cada segundo que pasa. Qué difícil es hacer feliz a una mamá. Yo miré siempre con envidia a esas madres fáciles que con tazas hechas de conchitas de pasta se ponían a llorar de emoción. Yo nunca recibí esa mirada cándida. Esa aprobación. Ese aprecio. Por el contrario, siempre estaba en deuda. Y así se me pasó la vida, como se pasan las páginas de este libro ('I'm glad my mom died' 2023), con una ansiedad y velocidad insensible. Con esa fatiga de la que busca pero no encuentra. Una maldita distancia entre ella y yo que se pronuncia con los años. Jennette muestra en cada capítulo cómo desaparece ella y se difumina bajo la sombra de las pretensiones maternas. No se hace la víctima. Pero hay mamás a las que les basta un dibujo mediocre hecho con crayones y hay otras que esperan más. Que necesitan más. Que viven a través tuyo por más. Esto no es un reclamo -y su libro tampoco- sino que es más bien un desahogo. Una enumeración de cosas que salen cuando uno va a terapia y se da cuenta de que los problemas no son con la figura ausente, sino con la que siempre estuvo más cerca. Porque no se puede bailar con los fantasmas, sino con los vivos. Me aterra maternar por eso. Porque no quisiera que alguien, años después, escriba un artículo diciendo que le cagué la vida. Que desembolsa doscientos dólares al mes en terapia para encontrarse. Para dejar de correr detrás de todos esos intentos por ser la elegida de la mamá, aún en su adultez. Mi mamá no me ve nunca y cuando lo hace todavía me examina. Me pone a prueba. Y pone a prueba mi paciencia. Si me saca de quicio, ganó ella y perdí yo. Si habla de mi cuerpo y lo resiento, gana ella y pierdo yo. Si critica cómo trato a los hombres con los que me vinculo y eso me duele, un punto para ella y una resta para mí. Por eso, esos encuentros que son cada dos meses, en los que me dice que no la llamo lo suficiente por lo demás, no suelen durar más de tres horas. Poniendo a prueba todo lo que aprendí en terapia respiro. Inhalo. Exhalo. Lo hago otra vez, con más intensidad. Me muerdo la lengua porque no quiero herirla con algún comentario ácido, pero tampoco puedo decirle ‘Te amo’. Entonces opto por el silencio y por poner una mueca que no puede leer. La abrazo fuerte al final, en la despedida, y siento su olor y es mi casa. Y por unos minutos olvido gran parte de las cosas que me hacen crecer este resentimiento. Siento calma. Es mi mamá, es la única que tengo. Y de esa calma vuelvo al pensamiento angustioso de ‘¿Y si algún día yo soy lo que ella quiere y ella es lo que yo quiero?' La veo desaparecer a lo lejos y ahora sí, esta vez llega la calma. Puedo descansar. Puedo volver a ser esta versión que me hace más feliz a mí que a ella. Jennette despide a su mamá, pero antes de dejarla ir le pasa la cuenta. No leo odio en lo que le dice. Tampoco le recrimina o la encara. Es más bien un anecdotario de lo difícil que es sostener este vínculo primario y lo necesario que es para ella suspirar y entender que no había nada de malo con su propia existencia. Que no tenía que cumplir con sus expectativas y que con la muerte de la mamá, muere también una parte difícil de su propia historia.

  • El retorno del Cristo de Mayo

    Entre oraciones, vítores y aplausos, el Señor de la Agonía volvió a recorrer el centro de Santiago el 13 de mayo, luego de tres años sin realizarse la procesión originada tras el terremoto de 1647. Acompañado de adultos mayores, jóvenes, gente con muletas o en silla de ruedas, rosarios y pañuelos en mano, caminamos descifrando el fervor que despierta su figura –la que incluso tiene una cuenta de Twitter con más de 12 mil seguidores–, hasta la misa donde se acaba el rito: con alusión al mito y su origen, pero donde también se aludió a los evangélicos, la “ideología de género” y la nueva constitución. Por Tomás Basaure E. El Cristo de Mayo es puntual. Siete minutos después de las cuatro de la tarde ya va por paseo Estado hacia arriba, pasando Agustinas. Acaba de salir del Templo de Nuestra Señora de Gracia, mejor conocido como Iglesia de San Agustín, acompañado de vítores, aplausos, frases dictadas por el Fray Yuliano Viveros, amplificadas por parlantes –“Por su dolorosa pasión”– y contestadas por los fieles –“Ten misericordia de nosotros y del mundo entero”–. Otra vez. Y de nuevo porque esa parte de la oración “Coronilla de la Divina Misericordia” debería repetirse unas diez veces. “Hay que encomendarse. Es como el día de la madre, hay que portarse bien no sólo en su día, sino que todo el año”, le dice una señora a su hijo. Son parte de la multitud que avanza por el centro de Santiago siguiendo la figura del Señor de la Agonía, una procesión que no se realizaba desde 2020 debido a la pandemia, pero que volvió a las calles el sábado 13 de mayo como rasgo de la identidad chilena, como parte de nuestro patrimonio. “Viva la Virgen del Carmen” –VIVA. “Viva Nuestra Señora de Fátima” –VIVA. “Viva Chile Católico” –VIVA. Silencio. Hay momentos de tensión cada vez que a la figura se le atora el pelo con las ramas de los plátanos orientales, como le pasó afuera del Gotta llegando a Huérfanos. Como le sucede ahora al toparnos con la Plaza de Armas. En esos momentos, un hombre tiene la difícil misión de despejar el camino con un palo para que el Cristo pueda pasar, hasta que lo logra y hay alivio, aplausos y vítores y viva, nuevamente. Somos muchos. La cantidad de asistentes llena la cuadra desde Merced hasta Monjitas, algunos de ellos también seguidores de @cristodemayo en Twitter, que después le dirán que lo vieron bien flaco, que cómo estaría de bueno el paseo que hasta la peluca se le vino abajo, que ya no nos puede andar amenazando porque cumplimos nuestra parte. Van familias, adultos mayores, niños, gente con muletas o en silla de ruedas, con coches, guaguas, rosarios, velos, con lágrimas en los ojos y pañuelos en la mano. Es que no solo se camina para que no tiemble, sino que por motivos mucho más profundos y personales. “El 2021 a mi hija la tuve enferma de covid, hospitalizada, entubada, sin reaccionar. El 13 de mayo de ese año vinimos y no había procesión en la calle por la pandemia. Logramos ingresar con una tía que anda acá y, detrás de nosotros, le pidió al Cristo de Mayo que despertara a nuestra hija”, recuerda emocionado Juan Luis Guerra. “Llegamos a la casa de unos parientes en Puente Alto y, a la media hora, me llamaron del hospital que mi hija había despertado del coma”, cuenta con los ojos brillantes, acompañado del llanto de su señora. “De ahí vinieron puras cosas bonitas, nosotros empezamos a venir y pretendemos hacerlo hasta que podamos”, dice sobre la tercera vez que viajan desde Valparaíso exclusivamente a la procesión, pero ahora junto a Jenifer de 20 años. *** En 1647 un cataclismo arrasó con Santiago del Nuevo Extremo, dejando en ruinas la ciudad que por entonces pertenecía a la colonia española. Casas de adobe desplomadas, nubes de polvo y plegarias al cielo. Todo destrozado excepto la pared donde estaba crucificada la figura de Jesús, tallada 34 años antes por el Fray peruano Pedro de Figueroa y albergada una temporada en la casa de Catalina de los Ríos y Lisperguer, más conocida como la Quintrala, quien mandó a removerla porque ningún hombre la miraría con esos ojos. Intacta estaba la escultura si no fuera porque esa noche en que la llevaron a la Plaza de Armas la corona de espinas la tenía en su cuello. Y que hasta hoy mantiene allí porque si la mueven, dicen, podría temblar. “Según la tradición, aquí hay que recitar tres credos que fue lo que duró el terremoto. Así que vamos a orar por nuestro país y por las autoridades de gobierno”, avisa el Fray Viveros al llegar a la esquina de la Catedral con Paseo Puente, y una mujer murmura: “Y por los ateos”. Se arrodillan. Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, Todopoderoso. “Dios está aquí, tan cierto como el aire que respiro”, con la canción que católicos, evangélicos, agnósticos y ateos conocemos desde chicos, comenzamos la caminata de vuelta a la iglesia. Una que no está exenta de mallas naranja y barreras new jersey por los adoquines recién puestos o siete partidas de ajedrez de hombres que no se detienen con nada, que llevan jugando toda su vida, que parecieran estar desde la colonia. “Un regalito para el señor de mayo”, pasa una mujer vendiendo a dos lucas cada rosa, quien después me dirá que incluso me la puede dejar a mil, que incluso acepta transferencia. También me advertirá que no me vaya tarde, que se pone peligroso, que empiezan a llegar personas con mano larga. Mientras, tenemos la luz del atardecer, los Ave María y las palabras del Fray Viveros al entrar: “Vamos a ordenarnos para que la imagen ingrese. Por favor, no empujen, con calma para que no sufra daños”. Adentro se escucha el himno nacional o el asilo contra la opresión, y una pregunta se repite entre la multitud: “¿Vas a entrar a la iglesia? ¿Te vas a quedar a la misa?”. *** Yo confieso ante Dios Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Gente de pie, el confesionario en funcionamiento y un olor a incienso, similar al palo santo, que huele muy bien cuando se dosifica. “Tomen asiento los que puedan”, dice el Prior Provincial José Ignacio Busta, a cargo de la ceremonia y quien tiene un parecido entre Nicolás Copano y Jack Antonoff. “A todo esto, esta ya es la misa del domingo”, aclara. Y como tal, su homilía tiene una potencia que avanza sigilosamente. “El Cristo de Mayo ha vuelto a transitar las calles de nuestro centro de Santiago”, comienza el Fray, con el mismo eco que imitaba el Coco Legrand en ese chiste del Festival de Viña 2000. Pausado, nos teletransporta al terremoto acontecido siglos atrás. “La vida orgullosa de aquella ciudad, aquella vida que daba tanto espacio también al goce (...) nos va provocando soberbia, nos va provocando apego a lo material, nos va provocando olvido de Dios”, comenta sobre las conductas que el terremoto vino a desafiar. Uno que creo nos legó un sentimiento que pareciera ser cíclico en este país: “El pueblo de Santiago se sintió huérfano esa noche, abandonado a su suerte, con el presente destrozado y la esperanza incierta”. El Fray continúa y revela unas cuantas verdades: que el muro de allí, indicando el del altar del Cristo, es el único que quedó en pie, pero no es el original; que la escultura en realidad es de madera de ciprés y “no de naranjo como dice mentirosamente Benjamín Vicuña Mackenna, repite Magdalena Petit y continúa repitiendo Jorge Baradit. Construida en los bosques que los agustinos teníamos allá en Vitacura en la zona de los Trapenses”. Y sigue: “Fue un escultor agustino, Fray Pedro de Figueroa, que realiza esta escultura, que bien podría estar en el Museo Nacional de Bellas Artes porque es la primera escultura realizada en Chile. Una escultura de arte sacro. Una imagen de Jesucristo. No sólo el valor devocional es inmenso –hace una pausa–, el valor patrimonial es infinito”. Por eso mismo, explica, debieron guardarla durante el estallido social: “No podíamos permitir que los signos de identidad de nuestra tradición católica, quedaran en manos de la barbarie que un momento pareció asestar nuestra patria y donde el más del 70 por ciento de los habitantes de este país se profesan católicos, apostólicos y romanos”. Y entre los aplausos se pierden las cifras del Censo del 2002, porque la realidad es que hasta 2021 sólo un 42% de quienes contestaron la Encuesta Bicentenario UC se declaraban católicos. El llanto de una guagua irrumpe, pero el Fray prosigue, aludiendo a las posibles reacciones de los espectadores de la procesión: “A lo mejor uno que otro pastor empezó a colocarnos la biblia en las narices diciendo que no debemos adorar imágenes, ¿y cuándo los católicos hemos adorado imágenes? –Molesto, pregunta–: ¿Por qué nos siguen convenciendo de la misma tontera, todas las veces que abren la biblia y nos critican? Los evangélicos no van a entender nunca que entre nosotros no somos adoradores de imágenes”. Tal como Los Jaivas se preguntan para qué vivir tan separados y declaran que este mundo es uno y para todos, el Fray cuestiona: “Si nosotros somos ciudadanos de esta tierra ¿por qué no puede caminar la cruz entre nosotros? ¿por qué no puede pasar la cruz en medio de nuestro espacio? ¿por qué no puede, Cristo, caminar por Chile?”. No lo sacan para que no tiemble, aclara. “No salió durante años, ¿sentimos algún terremoto?”, a lo que su negativa se une al NO del público y con ese apoyo decide romper con el mito: “Este no es el comando maestro de las placas tectónicas de nuestro país –risas ante algo que podría ser cierto, pero coincidentemente hubo terremotos al año siguiente en que no sacaron al Cristo: el de Valdivia en 1960, el de Santiago en 1985 y el 27 de febrero de 2010–. Sería una estupidez decir que lo sacamos por miedo o que lo sacamos por superstición. Lo sacamos porque amamos a Cristo, ¿sí o no?”, y un SÍ rotundo retumba en la iglesia y se oyen vítores y aplausos. “Y tantos otros se burlaron porque todavía están muy embriagados en las ideologías –esa palabra tan de moda, tan manoseada, tan usada últimamente–. Ideologías que pretenden ser inclusivas pero que nosotros no vamos a estar incluidos en ese mapa valórico que parecen implantarnos, sobre todo la ideología de género, y se burlan de nosotros”. Sin embargo, dice, “nosotros venimos a recordar la fe de nuestros padres, la fe que está anclada en una cruz”. Citando a Juan Pablo II en el Estadio Nacional en 1987, anuncia: “No tengáis miedo de mirarlo a él” y esa última sílaba se une a la voz de una mujer en primera fila y a los bravos y aplausos. “San Juan Pablo II le decía a los jóvenes que es necesario construir nuestra vida sobre el cimiento de Cristo. Dejarnos comprometer por el amor (...) Un amor que lleva nuestras vidas a la felicidad. Una felicidad y una paz que el mundo no puede dar”. Vira entonces su discurso al amor que nuestro mundo necesita, más allá de cualquier carta magna que pueda regirnos. “Si no hay amor al prójimo, ni que tengamos la mejor Constitución vamos a ser mejor pueblo”, enuncia y no se distingue lo que sigue porque se pierde entre el fervor. “Viva el Cristo de Mayo”. ¡VIVA! *** A la salida, tres personas caminan al metro porque se tienen que devolver a Lo Prado: se trata de Carmen Gloria, su mamá Olga y su hijo Gustavo, quienes vienen hace unos 10 años a visitar al Cristo de Mayo. Nunca se lo han perdido. Incluso en los años de pandemia siguieron la transmisión que la iglesia realizó por Youtube y otras redes sociales, de una misa que se ofició en su interior. –¿Hay algo que le hayan pedido en específico o que esperan de él? “No, solo acompañarlo, agradecer y confiar en que no suceda nada terrorífico como dicen que sucede si uno no lo acompaña”, ríe. –¿Qué se siente volver después de tres años? “Me gustó mucho. Hay más gente que otras veces y mucha gente joven, que también es lindo porque permite ver… la creencia, los valores”. Y como representante de esa juventud, a sus 17 años Gustavo agrega: “Me pareció muy bonito venir porque tengo muchos recuerdos de cuando he pasado a la iglesia a rezar, a hablar con Dios, a darle las gracias”. –¿Qué les pareció la misa? “La verdad es que había mucha gente y salimos un rato, estaba demasiado lleno”, responde Carmen Gloria. Y cuando comentamos el sermón, dice que ella hace una división entre el sacerdote o la iglesia como institución, y su fe, que prefiere mantenerlas de lejito. Nos despedimos y en las escaleras de la Iglesia de San Agustín, Marta Villagra y su hija Mariela, venden los últimos rosarios, santitos y pulseras de protección de la jornada, como lo han hecho por 20 años. Sonriendo, dice que fue hermoso ver al Cristo de Mayo volver a las calles, que casi se pone a llorar y su hija comenta que ella también. Para ambas se trata de un trabajo y una devoción heredada: la primera en verlo fue la abuela de Marta, luego su madre que las acompaña esta noche y ahora ellas. –¿Recuerda la primera vez que lo vio salir? “Sí, era muy chiquitita –ríe–, todavía me acuerdo. En ese tiempo era gente más adulta, más abuelitos, y todos venían con pañuelos blancos, entonces cuando salía el Cristo toda la gente movía sus pañuelos. Era bonito”. –¿Tiene algo particular para Santiago o para usted? “Es que dicen que cuando no lo sacan puede temblar, es como un mito. Yo amo mucho a Dios y verlo salir es lindo, una esperanza que todos necesitamos en estos momentos tan difíciles. Con todo lo que hemos venido arrastrando, la pandemia, el estallido social y tantas cosas que nos han dejado mucha pena en cada uno de los chilenos. Sacar al Cristo de Mayo es como una esperanza para cada uno de algún milagro, algo que todos esperamos: un cambio”. –¿Y qué espera para Chile? “Que Chile sea para Dios, que haga un cambio… Yo creo que nos falta como chilenos y como humanos, mirar al otro, porque estamos muy metidos en sí mismos. Nos falta mirar para el lado y ver el dolor de cada persona. Creo que eso haría un mundo mejor”.

  • Una plaza llamada Italia

    En abril comenzaron las obras para reabrir uno de los accesos del metro Baquedano, el también llamado “Jardín de la resistencia”, y el jueves 11 de mayo el Gobierno confirmó el fin de la rotonda, como parte del plan de remodelación Alameda-Providencia. La denominada “Zona Cero” ya no es un campo de batalla entre Carabineros y manifestantes, y tampoco reúne a más de un millón de personas marchando. ¿Esto marca el fin de aquello que comenzó en octubre de 2019? ¿A qué ‘normalidad’ volvió este punto de la ciudad? ¿Y cómo le decimos ahora: Plaza Italia o Plaza de la Dignidad? Sin certezas definitivas, deambulamos en busca de algunas respuestas. Fotos por Constanza Pérez “Tobalaba es bonito”, enfatiza. Tres mujeres conversan a las afueras del metro Baquedano, parecieran ser madre e hijas, tía y sobrinas. Una de ellas había venido pocas veces a Santiago, dice. Que Santiago es feo, pero Tobalaba es bonito, recalca marcando la diferencia con el punto donde están paradas. “Dejado de la mano de Dios”. Personas cruzan apuradas de una vereda a la otra y un bus Turistik pasa vacío por la rotonda a las 18:07. ¿Qué podría comentarles de este lugar el conductor a los pasajeros? ¿Con qué nombre lo presentaría? ¿Baquedano? ¿Plaza Italia? ¿Plaza de la Dignidad? ¿Zona cero? Este lugar que, desde el 18 de octubre de 2019 en adelante, albergó a jóvenes, adultos, personas de la tercera edad con pancartas donde se leía “Educación gratuita y de calidad”, “NO+AFP”, “Justicia”. Donde se oyeron gritos como: “El que no salta es paco”, y otros que dieron la vuelta al mundo: “El violador eres tú”. Gritos de dolor por las tardes que terminaban en enfrentamientos entre la primera línea y Carabineros. Este lugar en el que se impregnó el olor de las lacrimógenas, donde dos carabineras fueron heridas con bombas molotov, donde el agua de los guanacos impactaba a los manifestantes y luego corría por el cemento, y donde se dispararon más de 900 perdigones entre octubre de 2019 y diciembre de 2020, según un análisis realizado por Documenta. Pero llegando a la avenida Andrés Bello es otra la pregunta que se escucha en la calle a esta hora: ¿Dónde están las atrevidas y todas las guachas moviendo el toto? Un hombre de polera verde y jockey baila al ritmo de ‘Todo lo que quieren las guachas, fuman, toman y se arrebatan’. Algunas personas lo miran mientras esperan que el semáforo cambie de color, otras llevan el ritmo con su mano contra el muslo. De pronto, ya no es cumbia lo que se dispara desde el parlante, sino un techno house ochentero de clases de aeróbica. Pero el hombre no se tira contra el suelo, solo mueve piernas y brazos. Cuando finaliza, me acerco. “Estoy haciendo un artículo sobre cómo suena Baquedano” –Yo no vengo siempre, ahora me voy al Bella. Reformulo, insisto. –…no me gusta hablar porque después soy mala leche. Reformulo, trastabilleo, insisto. –Es que estoy ocupado, estoy contando las monedas yo. Y las guarda en un su banano rosado, grande, a punto de reventar. Y no saca la mirada de ellas y mueve el hombro porque no está ni ahí con responder las preguntas de un periodista, menos sobre este lugar que, con la llegada del coronavirus quedó a la deriva, rayado, abandonado, descrito por los vecinos como una zona de guerra. Por las dudas, le aclaro que el artículo no se trata del estallido, ni de la pandemia. –Yo bailo no más. “¿Y qué tiene su playlist?” –Salsa, merengue, techno, house… “¿Y la gente le pide canciones?” –Yo pongo lo que me gusta. No hay mucho más que hablar. Nos damos la mano. Le doy las gracias. Y mientras espero que den la luz verde, creo oírle la respuesta que le da al vendedor de energéticas que las tiene heladitas en un carrito de supermercado: “Puras hueás”. A lo mejor eso estoy preguntando: puras hueás. Una grúa amarilla se mueve monótona al centro de todo, a metros del plinto vacío que pasó del morado a los colores de la bandera lgbtq+, del negro alquitrán al blanco, y del que fue removido el General Baquedano el 11 de marzo de 2021. El cielo está rosado y a las 18:32 se encienden las luces. ¿A qué huele? A fritura. A marihuana. A cigarro. A motores de micros. ¿A qué suena? A bocinazos. A tablas de skate contra el piso. A conversaciones de amantes, familiares, conocidos, personas solas con audífonos inalámbricos y amigos caminando frente al Teatro de la Universidad de Chile. “Van a hacer un corredor”, le dice un joven al otro. –Van a sacar todo, van a remodelar la rotonda– le responde su compañero. El jueves 11 de mayo la ministra del Interior y Seguridad Pública, Carolina Tohá, anunció el fin de la rotonda como parte del proyecto de remodelación Alameda-Providencia. Y el 3 de abril iniciaron las obras para reabrir uno de los accesos del metro Baquedano, el también llamado “Jardín de la resistencia”. Por esto último hay muros gigantes en los alrededores, donde se leen consignas que van de los denominados “presos del estallido” hasta dudas por el avance de la inteligencia artificial: “¿Cómo evitar que la IA nos mate?”. ¿Te puedo hacer tres preguntas?, me dice un hombre de traje café, papel en mano y mochila al hombro. ¿Consideras que tienes un buen sueldo? ¿Tienes tiempo para tu familia? La tercera no la recuerdo, pero perfectamente podría ser la que Alfredo Jaar consultó en los ochenta: ¿Es usted feliz? Las respuestas no pretenden ser representativas y los datos no serán publicados, pero así es posible llegar a personas que quieran trabajar en una empresa brasileña de cosmética que lleva casi dos años en Chile. Ricardo me aclara que si a alguien le interesa el emprendimiento –porque no es un puesto de trabajo, sino un emprendimiento, recalca–, se puede contactar con él. Conversamos, me explica que vive detrás de ese edificio, señalando la Torre Telefónica, ese en el que durante siete noches consecutivas de 2019 Delight Lab proyectó: DIGNIDAD DIGNIDAD!! NO ESTAMOS EN GUERRA! ESTAMOS UNID@S!, ¿Dónde está la RAZÓN? Que sus rostros cubran el horizonte: Romario Veloz, Alex Núñez, Kevin Gómez, Manuel Rebolledo, José M. Uribe. ¿Qué entiende usted por DEMOCRACIA? Por un nuevo país, Chile despertó. “¿A qué te suena hoy Baquedano?” –Como un ataque zombie –se ríe.– Estamos como partiendo el período cataclísmico. Eso es lo que yo veo hoy, porque antes Baquedano era hermoso, pero con todas estas cosas que invaden el espacio público se ve raro, no es acogedor. Por ejemplo, estos muros y estas construcciones que están aquí; es una invasión que hace perder la vista y el entorno, no es ni parecido a lo que era hace unos años atrás. “¿A qué te recuerda Baquedano?” –No es el centro específico de Santiago, pero casi. Todas las celebraciones que se hacían antes acá, eventos y cosas importantes. Es un punto de encuentro súper común en la memoria colectiva de la gente. Hoy estamos en un período de transición que no sé si realmente representa eso, pero a eso me recuerda: a un punto de encuentro. “¿Y qué te gustaría que pasara con este punto de encuentro?” –Que tuviera vida. Aquí entra y sale mucha gente del metro, es tremendamente concurrido este punto central. Entonces, podría tener una vida diferente, ser más acogedor. Ya comienza a hacer frío. No hay rastros de manifestaciones a favor o en contra de la publicación en el Diario Oficial de la Ley Naín-Retamal hace unos días.Extrañamente, no hay ningún vehículo blanco de Carabineros resguardando la Plaza Italia, sólo una pareja sentada contemplando el plinto vacío al atardecer. Cuando tres semanas más tarde vuelvo a deambular por estas mismas cuadras, me encuentro con situaciones parecidas a las de abril, las que perfectamente podrían ser de una película de Raúl Ruiz: una estudiante con su mamá que para el liceo me preguntan qué es el Estado de Excepción y sus cuatro tipos, o un hombre que cobra luca por la observación de cráteres de la luna a través de un telescopio. Me acerco al kiosco metálico frente al Teatro de la Universidad de Chile y a Pilar, la mujer que ahí ha trabajado toda su vida, le repito las preguntas. “¿Qué piensa cuando le digo Baquedano?” –Pienso lo mismo de siempre. “¿Y qué sería lo mismo de siempre?” –Que está más horrible no más –ríe.– Que está espantoso, pero yo creo que de a poco se va a ir arreglando, pienso, no sé. “¿Qué recuerdos le trae Baquedano?” –Lindos recuerdos. De la plaza. La tranquilidad. Del mundial, de los tenistas Marcelo Ríos y el otro chico, o de cuando Cecilia Bolocco salió Miss Universo, todas las celebraciones. Maravilloso, precioso. Ahora hay mucha delincuencia. Hoy no hay celebraciones que desborden Baquedano como las que recuerda Pilar o los años nuevos o los triunfos de la Roja en la Copa América o las concentraciones para el 8M o el concierto gratuito de la Orquesta Sinfónica Nacional o la marcha más grande de Chile, a la que asistieron un millón doscientas mil personas, pero a la que ella se restó porque nunca ha salido a marchar, “veo todo de aquí porque tengo que trabajar”. No hay festejos como el del 25 de octubre de 2020 cuando el apruebo ganó con un 78%, ni como el del 4 septiembre de 2022 cuando ganó el rechazo con un 61,9%. Y mientras Mecano decreta: Luna quieres ser madre y no encuentras querer que te haga mujer desde un parlante, seguimos conversando. Cuenta que vivió los años del estallido como una guerra. Horrible. Atroz. “Pero mantuvo en pie su negocio”. –Mira, pa que te cuento. Quedó solamente esto, todos los negocios los destruyeron. Hace poquito vinieron a colocar el techo pero mira cómo está –y muestra un costado del kiosco, cubierto por una tela de pvc–. Trabajaba con mi marido y a ratos, porque de repente no se podía. Cuando la cosa estaba un poco más calmada se quedaba mi marido, pero me iba súper nerviosa porque no sabía qué le podía pasar. La única cosa que me tranquilizaba un poco es que estaban aquí estos chicos de la cruz… “¿Roja?” –Cruz Roja. Una cachá de cruces, que estaban ayudando a la gente que… a la gente que estaba… o sea, es que esta gente se enfren… o sea, la gente se enfrentaba con Carabineros y yo no sé po, entre ellos, no sé. Pero de repente venían todos y aquí los de las cruces los ayudaban. Pucha qué nos cuesta describir: a Pilar, a mí, a ti. Encontrar las palabras adecuadas para recordar. “Mi único país es mi memoria y no tiene himnos”, decía esa frase de Alejandra Pizarnik que, tras haber sido impresa y reproducida en múltiples formatos, ahora no veo pegada en ninguna parte. ¿Qué pasa con nuestra memoria? ¿Qué decidimos recordar cuando votamos? ¿Cuando escogemos consejeros constitucionales para un nuevo ensayo? Por eso le pregunto a Pilar por este lugar que, a esta altura y sin ánimo de ser centralista, es como preguntar por Chile. “¿Qué le gustaría que le pasara con Baquedano?” –Que hubiera mucha tranquilidad, no sé, yo me quedo con los recuerdos lindos, nada más. “Se está debatiendo qué se hace con la plaza, ¿a usted qué le gustaría? –No lo he pensado porque ni siquiera he visto noticias. Así que tendría que pensar un poco. Pensar.

  • El egreso de la generación container

    Tras el tsunami que en febrero de 2010 arrasó con el Colegio Insular Robinson Crusoe en el Archipiélago de Juan Fernández, los alumnos recibieron una solución modular de forma transitoria. En noviembre de 2022, Seis jóvenes se graduaron y se transformaron en la primera generación en completar todos sus estudios escolares en un container, creciendo bajo la promesa de la construcción definitiva. Un cuento conocido. Uno que se saben por libro. Aquí, la historia contada por cinco de ellos: sus recuerdos y reflexiones sobre la catástrofe, la espera, el educarse y crecer en una isla. Los llamaron como lo hicieron durante años al pasar lista: Daniel González, Dylan Hernández, Milovan Rojas, Isla Ruz, Lukas Vásquez, Vicente Tobar. Ese 18 de noviembre de 2022, mientras sonaba “We’re young” de Fun, escucharon sus nombres por última vez y se levantaron de las sillas para subir al escenario y recibir su diploma de cuarto medio. A cada uno de los seis alumnos del Colegio Insular Robinson Crusoe –único establecimiento educativo del Archipiélago de Juan Fernández– su profesora jefe, Gloria Umaña, los despidió con una pregunta, una reflexión, una urgencia: “¿Si no hago algo para solucionarlo quien lo hará? Si no lo hago ahora, entonces, ¿cuándo lo haré? Esta es una invitación a estar vivos, a estar atentos ante el mundo, a ser partícipes de él, porque si el mundo no es de ustedes, entonces ¿de quién?”. Cinco de los que escucharon ese discurso y el de Daniel, presidente del cuarto medio, cuentan que los marcó de una u otra forma. Hoy dicen estar contentos, aliviados, nostálgicos o sin saber muy bien qué sentir tras egresar de un colegio que, después del tsunami que golpeó a la isla el 27 de febrero de 2010, sería provisorio. Una realidad que nunca cambió. “Cuando entregaron el colegio le dijeron a los papás que en cuarto íbamos a tener uno nuevo, pero no especificaron qué cuarto: si cuarto básico o cuarto medio. Varias veces han hecho proyectos y han buscado terrenos, pero al final no se concretaban”, dice Isla sobre anuncios que, desde kínder, también recuerdan Daniel y Milovan. Anuncios que, al llegar a la media, escucharon Dylan y Lukas. “Empatizo con ellos porque han estado mucho tiempo en esa condición”, cuenta este último. “Creo que las personas que realmente tienen espíritu: docentes, funcionarios, los mismos alumnos, lo supieron resolver de la mejor manera”, resume el también ex presidente del Centro de Estudiantes. De túnicas negras y birretes, cerraron un ciclo en sus vidas. Uno que empezó hace 13 años. Así fue el egreso de la generación container. La ola De la madrugada del 27 febrero de 2010, ninguno de los que vivían en la isla recuerda el sonido del gong que una niña tocó para alertar del tsunami, pero sí haber visto a gente corriendo cerro arriba, gritos y llantos de niños chicos. A las 3:34, a más de 600 kilómetros de ahí, se había producido un terremoto de 8,8 MW y Daniel, Milovan e Isla dormían. “Cuando empezó el tsunami mi mamá me sacó de la cama y fuimos al cerro con mi hermana, mi hermano y mi papá. Nos fuimos a la casa de un tío que estaba en un morro”, recuerda Daniel. Mientras que Milovan experimentaba algo similar: “Mi padre me agarró y fuimos a La Pólvora, así se le dice a una calle en la isla. Había gente gritando desesperada, pidiendo ayuda para subir a los niños o personas mayores”. Isla, que había pasado esas horas en la casa de su padrino en el cerro, dice que fue una de las noches más largas. Cuando aclaró, bajó con su abuela a dejar unas donaciones a la Casa de la Cultura. Tenía cinco años y lo vio todo. “El colegio desapareció. Las pocas cosas que quedaron fueron los árboles, algunas casas en pie, pero flotando. Y eso sería porque el tsunami destruyó la mayoría del poblado (de San Juan Bautista)”. “Cuando chica me gustaba ir al colegio. Mi castigo era no ir si me portaba mal, algo muy irónico. Me puse a llorar porque estaba todo feo y sabiendo que habían personas que habían muerto, me dio mucha tristeza. Fue un poco impactante esa imagen”, recuerda Isla del establecimiento donde había cursado pre kínder, ubicado en un espacio de 15.000 mts2. Hoy, en cambio, ahí sólo está la cancha deportiva. Desafío Levantemos Chile contribuyó a la construcción de un colegio de emergencia en un terreno de 3.000 mts2 perteneciente a la Corporación Nacional Forestal: una solución en base a containers donde los jóvenes estudiarían por dos años mientras se levantaría el establecimiento definitivo, similares a las que hoy prepara el gobierno para los 21 colegios incendiados entre las regiones de Ñuble y La Araucanía. Sin embargo, el tiempo pasó y la espera por la sala propia y los motivos de su postergación, han sido cubiertos durante años en reportajes televisivos y notas de prensa. En octubre, sin embargo, el gobierno anunció haber llegado a un acuerdo para la cesión del terreno por parte de Conaf y este viernes 24 de febrero se efectuó el primer trámite requerido para la donación, al inscribirse ante el Conservador de Bienes Raíces de Valparaíso la subdivisión del predio. Perteneciente al Parque Nacional Archipiélago de Juan Fernández –el que cubre casi toda la isla a excepción del poblado y el aeródromo– en la web de Conaf explican que se subdividió en dos lotes siendo el segundo de 11.747 mts2 el que será donado para construir el colegio. Desde la Dirección de Educación Pública (DEP), explican que “el destinatario de esta donación es el Servicio Local de Educación Pública de Valparaíso, que realizará el estudio de suelos, el diseño del anteproyecto y la obtención de la Recomendación Satisfactoria (RS) del Ministerio de Desarrollo Social y Familia. Esto, en coordinación con la Dirección de Arquitectura del Ministerio de Obras Públicas”. Para el anuncio del año pasado, Milovan no sabía si creer, mientras que Isla y Daniel esperaban que se concretara. “No quiero quedarme con que mi sobrina o mis hijos en el futuro van a estar en ese mismo colegio”, dice este último, quien junto al primero guardan en su memoria el primer día de clases. “Nos hicieron recorrer el pasillo y nos llevaron a una sala, ahí el profesor de historia, Juan Carlos Órdenes, nos explicó cómo fue lo del tsunami. Vino al colegio Sebastián Piñera, no recuerdo haberlo visto, pero hay imágenes que comprueban que estuvo ahí”, dice Milovan. Y como una videograbadora, esas imágenes sí las tiene Daniel en su cerebro. “El presidente nos fue a ver a las salas. Nos entregaron chaquetas, pantalones, zapatos y unos coyac. También estaban los ministros. Estaba Felipe Cubillos, quien apostó por el colegio. Y ahí se me borra la película, de ahí no me acuerdo nada más”. Los sueños No siempre fueron seis. En algún momento llegaron a ser casi veinte, pero algunos se mudaron al continente por temas deportivos y otros por el trabajo de sus papás. Unos pocos eran hijos de Carabineros, acostumbrados a no vivir mucho tiempo en un lugar. Y un par quedó repitiendo. Pero a varios, durante la básica, les pidieron dibujar el colegio de sus sueños. Milovan dibujaba un colegio más grande que el que tuvieron. Isla trazaba “algo más decente de lo que teníamos. Hubiese sido bacán un espacio más abierto para jugar. Al tercer año era como: ‘¿De nuevo nos preguntan esta cuestión?’. Para qué dibujar”. Daniel imaginaba “una multicancha que sirviera para fútbol, básquetbol y voleibol. Un sistema de ventilación, buenas filtraciones de agua, mejor sistema de pozos sépticos”. Inicialmente formado sólo por contenedores –como la oficina de Correos o el Registro Civil, que aún se mantienen así–, Isla dice que hoy se parece más a un transformer o una barrita de chocolate: cubitos unidos entre sí con un segundo piso de madera para 192 estudiantes repartidos en 12 salas. Los problemas más comunes a los que se enfrentaron fueron: la lluvia, el viento, la humedad y malos olores. “En invierno llueve mucho y como el colegio está bajo un nivel de la tierra, se rebalsaba el agua y flotaba por la mitad del colegio. Después el piso se hundía”, dice Isla. “La entrada era como una cascada que cuando pasabas te mojabas al tiro”, agrega Milovan. “Usábamos sacos de arena para evitar que se inundara el patio y se seguía inundando”, añade Daniel. Las reparaciones evitaron que durante la media se siguiera lloviendo, pero Lukas –que llegó en tercero medio desde el Colegio San Damián de Molokai de Valparaíso–, recuerda el viento. “Los días en que había 30 nudos para arriba, no había clases”. Y respecto al hedor que a veces sentían, dicen que venían de los pozos sépticos y alrededores. Un containegio. Así le llama Dylan, quien llegó en primero medio desde el colegio Bertrand Russell, del distrito de Comas en Lima. “Lo comparaba con mi colegio en Perú y era muy chocante porque el techo de una de las aulas estaba demasiado hundido por la lluvia”. El suyo era de cuatro pisos, tenía cuatro baños habilitados y no se inundaba, dice. El portón era de metal y la infraestructura de cemento. Algo así, grande y concreto, se propuso en al menos tres ocasiones durante 13 años. En agosto de 2010, se presentó un proyecto de reconstrucción para el poblado de San Juan Bautista por parte de la Asociación de Oficinas de Arquitectos (AOA) y la municipalidad de Juan Fernández, el que contemplaba un colegio de dos pisos con un patio central. En 2015, el Mineduc convocó un concurso de anteproyecto de reposición y relocalización, el que ganó la oficina DRAA pero que no se pudo llevar a cabo por el terreno. En 2020, Jonathan Reyes propuso una tercera opción en el centro del poblado, en su proyecto de título de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile. Incluso el año pasado, el alcalde de Juan Fernández, Pablo Manríquez, planteó un uso del terreno adyacente al colegio en la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados. Declarado Liceo Bicentenario en 2020, sus alumnos aceptaron su infraestructura como quien habla del clima o pide la hora. “Existen países y personas que no tienen ni acceso a la educación. Estamos en un container, pero por lo menos tenemos acceso a la educación”, reflexiona Milovan. “Después me empecé a acostumbrar a que tuviéramos el mismo colegio, entonces uno cachaba donde estaban las fallas”, dice Isla. Los últimos años El 3 de marzo de 2020 las restricciones sanitarias se extendieron por el territorio nacional, cerrando el colegio de Juan Fernández y mandando guías para la casa. Cuatro meses después, consiguieron una autorización para volver, sin embargo, en sedes deportivas e iglesias, ya que los contenedores estaban en reparaciones. Las mejoras se alargaron más de un año y, al volver, mantuvieron la media jornada por aforo. Probaron con salas temáticas hasta que el virus llegó a la isla recién en agosto de 2022, lo que los llevó a tener clases online. No volvieron a la jornada completa sino hasta un mes antes de graduarse. Fueron tiempos extraños. Tanto en 2019 como en 2022, los alumnos se manifestaron. En la toma del año pasado participaron Daniel y Lukas. Estudiantes y apoderados exigieron mejoras en la limpieza del recinto, desarrollo de protocolos anti bullying y la renuncia de la directora subrogante, Angélica Cruces, quien había llegado bajo la dirección anterior de Manuel Catalán, acusado de mala administración y malos tratos hacia los profesores y alumnos. “El bullying es frecuente, a mí me hicieron mucho. Me discriminaron por ser moreno, me decían que era negro y hediondo. Algunos niños son muy racistas”, sincera Daniel. “Tuve una compañera que me echaba la culpa en todo. Yo, un niño de primero básico con TEA que no sabía lo que hacía”, recuerda Milovan y agrega que ella junto a otros jóvenes alguna vez lo llamaron “enfermo”. “Mi mamá habló con la directora. No hicieron nada, pero dijo que eso no podía quedar así y, desde entonces, a la hora de almuerzo ella siempre se sentaba a vigilar”, aclara sobre una situación que terminó cuando la niña repitió de curso y no la volvió a ver más. “Ese protocolo anti bullying no es que no estuviera, lo que pasa es que había que acotarlo a la realidad. Lo que se hizo fue abordar el bullying de manera preventiva, porque el protocolo lo abordaba de manera reactiva”, explica la actual directora subrogante, Claudia Henríquez –docente que llegó en 2014–, quien afirma que ha disminuido el bullying directo, pero ha aumentado el cyberbullying. Ambos, Milovan y Daniel, estrecharon lazos estos últimos años. “Como presidente de curso me preocupaba harto por los chiquillos. Intentaba que se sintieran cómodos, que no se sintieran excluidos”, dice el segundo. Eso sí, comenzar cuarto medio siendo seis fue difícil. “Me sentí muy solo, cada uno estaba por su propia cuenta. A mitad de año volvió un compañero mío de toda la infancia. Vicente y yo intentamos unir al grupo”, cuenta. Él fue uno de los que vio al presidente Gabriel Boric en febrero del año pasado, antes de asumir el cargo. “Estábamos jugando a la pelota, no era como para estar en la cancha con él y hablar sobre la infraestructura, pero Amanda Chamorro del Centro de Alumnos habló con Boric”, resume Daniel. “Ahí vio la condición del colegio”, dice Isla. “Hasta nos sacamos fotos porque jugó el partido y después le regalaron poleras de cada equipo. Tenía cuatro poleras puestas encima”. “Lo vi y justo cuando íbamos a ir a jugar fútbol, me salió un paseo de improviso a El Rabanal”, dice Dylan. Y egresaron. Rindieron la PAES. Se mudaron a Valparaíso para iniciar su educación superior: Daniel estudiará técnico en construcción, Dylan ingeniería civil informática, Milovan ingeniería informática, Isla diseño y Lukas derecho. A todos les pregunté si se sentían olvidados y casi todos dicen que sí, que un poco, que no saben muy bien qué sentir. “Yo diría que por lo menos salí de ese colegio, voy a ir a la universidad y ya no quiero pensar más en ello”, declara Milovan. “Se hicieron otros proyectos, pero el de nosotros no. Por temas políticos o de enemistades no se lograron. La construcción del jardín, las sedes deportivas y otros proyectos sí se realizaron, pero el del colegio no”, cuenta Isla. “Sí, me siento olvidado, pero sé que no voy a sentir lo mismo que sienten algunos de mis compañeros que están desde antes. Igual en el colegio los profes ayudaron en hartas cosas, se preocupaban por uno. Me quedo con la experiencia enorme que me dieron los chiquillos”, dice Dylan. “La educación en Chile y algunas partes es buena, pero acá no. No recomendaría venir a estudiar acá”, responde Daniel. “Con lo que más empatizo es el sentimiento de los cabros. Yo igual tuve una formación en el continente, pero hay gente como Isla y Daniel que han estado toda su vida acá. Entonces, después van al continente y lo que le pasa a muchos niños y adolescentes isleños es que chocan con esa realidad, que es otra, el método de trabajo es distinto”. No fueron los primeros, ni tampoco serán los últimos en egresar de un colegio provisorio. Al menos una generación más pasará este año en los containers mientras se apuran los estudios, la licitación e inicio de la construcción. Un sueño que no se cumplió para ninguno de los cinco, una realidad que para ellos se volvió permanente.

  • La ranita del Loa no tiene dónde vivir

    En 2019 los últimos ejemplares de la ranita del Loa alcanzaron a ser rescatados desde un arroyo seco y resquebrajado: la intervención humana, el uso indebido del agua y otros factores terminaron destruyendo su hábitat. Pero a tres años y medio de ese histórico rescate y su posterior rehabilitación en el Zoológico Nacional, este anfibio microendémico continúa sin encontrar un hogar en la naturaleza que lo pueda refugiar nuevamente. Ya no pueden vivir en cautiverio, pero tampoco pueden volver a su casa. Esta historia parte en una tarde soleada de un día de julio de 2019 en la cuenca del río Loa, en la región de Antofagasta, cuando el herpetólogo Andrés Charrier caminaba por esas tierras por un monitoreo de flora y fauna que tenía que hacer. De pronto recordó que la ranita del Loa habitaba en esa zona, pero se percató de que no había sido incluida como punto a observar en el análisis que le habían encargado. Esta especie no era nada ajena en la vida del herpetólogo. Años antes, junto al especialista en fauna silvestre Gabriel Lobos, Charrier había hecho investigaciones anteriores sobre estas ranitas. Y aquella tarde de julio, siguiendo su instinto, emprendió camino hacia el lugar donde sabía que podría encontrarlas. La ranita del Loa es un anfibio que pertenece al género telmatobius, grupo que abarca 63 especies de ranas altoandinas a lo largo de Chile, Argentina, Ecuador, Perú y Bolivia. Sin embargo, la telmatobius dankoi es microendémica, lo que significa que existe exclusivamente en un solo lugar: el sector de Las Cascadas, una vertiente del río Loa, a unos 10 kilómetros de Calama. A este anfibio le gusta habitar en ambientes acuáticos. Se caracteriza por ser de tamaño pequeño, tener un cuerpo aplanado y patas palmeadas. A diferencia de otras ranas, Charrier asegura que la especie telmatobius dankoi se mantiene en condiciones ambientales mucho más duras, con aguas más espesas y con mayor cantidad de minerales. Hoy en día, la ranita del Loa está en peligro crítico de extinción debido a la degradación de su hábitat, de acuerdo a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), organismo internacional que se dedica a medir el estado de la biodiversidad a nivel mundial. Por eso, Andrés Charrier y otros científicos sabían que la situación del anfibio era complicada desde hace algunos años. Pero ese día de julio cuando llegó hasta el canal de regadío de Las Cascadas, donde tantas veces había presenciado a las ranitas, lo que vieron sus ojos era desolador. En medio de la aridez climática que caracteriza al Loa, las aguas donde habitaba el anfibio estaban completamente secas. Ni una gota de agua quedaba. “Fue como una bofetada”, asegura. Puso sus dedos y su palma en lo que alguna vez fue el suelo del arroyo, pero ni siquiera sintió un poco de humedad. Mucho menos encontró huevos o anfibios vivos, al contrario, solo pudo hallar ejemplares descompuestos en la tierra. Todo lo que había visto años antes cuando investigó a la especie, se había esfumado con una rapidez impensable. Era un cementerio de ranas. Al científico le pareció que el panorama era más preocupante que nunca. Volvió a Santiago y sin pensarlo demasiado, decidió llamar al investigador Gabriel Lobos. — ¡Pero cómo no va a haber agua! — dijo Lobos al teléfono. — No hay agua, así de simple, estas cosas son así. No hay agua ni tampoco ranas — le respondió Charrier con pesar. Bastó ese llamado para que un par de días después ambos se juntaran y viajaran desde Santiago a Calama para visitar el sector. Llegando al lugar, caminaron un par de metros más allá del canal de regadío en cuestión y se encontraron con un gran socavón de ocho metros de profundidad que parecía haber sido hecho con una retroexcavadora. “En el fondo tenía una capa de lodo con algas bastante descompuesta. Ahí nos metimos a ver si todavía quedaban ranitas y efectivamente ahí estaban las 61 ranitas que capturamos ese día. Después las liberamos en Ojos de Opache”, cuenta Charrier. Ojos de Opache es un sitio que queda a unos seis kilómetros del sector de Las Cascadas, pertenece a Gendarmería de Chile y es conocido por ser un “pequeño oasis” de la región de Antofagasta. Teniendo el visto bueno del Ministerio de Medio Ambiente, los científicos pudieron relocalizarlas en territorio protegido como medida de urgencia, ya que no esperaban en lo absoluto encontrarse con esos ejemplares iniciales. La razón principal de que las ranas hayan sido trasladadas a Ojos de Opache es que ese sitio posee condiciones de agua y de ambiente muy similares a las del sector de Las Cascadas. Además, al ser propiedad de Gendarmería, está mucho más a salvo de ser intervenida por terceras personas. Semanas después, Charrier y Lobos volvieron a ir en búsqueda de más ranitas al arroyo de Las Cascadas, pero esta vez con un permiso del Servicio Agrícola Ganadero (SAG) que les permitiría entrar sin problemas al sitio por ser propiedad privada. Tampoco tenían muchas expectativas, pero aún así llevaron unos chinguillos (red) en caso de encontrar algún indicio. Para su sorpresa, otros 14 anfibios aparecieron en el lugar. Como no habían llevado nada para trasladar y guardar a los animales, tuvieron que mandar a uno de los acompañantes de ese día a Calama para que comprara un enorme taper de plástico. Así, podrían dejarlas bajo su cuidado. Andrés tiene en su memoria el estado en que encontró ese segundo grupo de ranitas. Estaban extremadamente delgadas y era probable que no se hubieran alimentado en bastante tiempo, afirma. “Claramente no existía reproducción porque no había larvas. Ese es un indicador de que algo está pasando, probablemente las larvas no salen a respirar a la superficie y por lo tanto se habían ahogado ahí, en esa agua que estaba completamente contaminada”. Había que pensar en una solución que permitiera sobrevivir a la especie, pero esta vez entre las opciones no estaba contemplado llevarlas a Ojos de Opache. No quedaba más tiempo, tenían que pensar rápido. Con eso en mente, los investigadores coordinaron una rápida misión de rescate que podía resultar bien o mal: trasladar las ranas hasta el Zoológico Nacional de Chile ubicado en Santiago, a más de 1.500 kilómetros de distancia. Todo esto con la colaboración de varias instituciones como el Ministerio de Medio Ambiente, el Museo de Historia Natural y Cultural del Desierto de Calama y el Zoológico Nacional. De esa manera, Andrés Charrier y Gabriel Lobos pudieron viajar en avión con las ranitas desde Calama a Santiago. Como su situación era tan delicada, LATAM permitió que los 14 ejemplares viajaran no en la parte de la carga del vuelo, sino que en las cámaras refrigeradas donde se suelen guardar bebestibles: así podrían estar frescas y no tener algún problema de estrés térmico. Una vez que pisaron suelo santiaguino, los científicos llevaron a los anfibios rescatados hasta las dependencias del Zoológico Nacional, para que pudieran ser parte del proceso de recuperación que estaría a cargo del entonces jefe del área de Herpetología del Zoológico, Osvaldo Cabeza. “Esa primera semana yo casi no dormí pensando que en cualquier momento nos llamaban y decían ‘se murieron todas las ranas’”, recuerda Charrier. Esta noticia llegó a oído del mismísimo Leonardo Dicaprio. El actor de Hollywood, conocido también por ser un activista ambiental, subió a sus redes sociales las felicitaciones respectivas por la hazaña. Las últimas ranas Poco antes de que las ranitas llegaran al Zoológico, Osvaldo Cabeza sabía que tenían un trabajo difícil por delante. Los científicos que hicieron el rescate le habían enviado fotografías de los anfibios cuando fueron encontrados, y cuando las vio en su celular, Osvaldo sintió un poco de miedo. “Esas imágenes eran aterradoras porque se veían ranas que eran piel y hueso, ya sabíamos que el género telmatobius es complejo de trabajar bajo el cuidado humano. Nos asustamos porque teníamos en cuenta que posiblemente eran las últimas 14 ranas del Loa”, cuenta. Aún así, el equipo de Herpetología que dirigía Osvaldo se preparó con todo para recibir a las ranitas: desde alistar todos los acuarios para que tuvieran condiciones idénticas a las que tenían las ranas en su hábitat original, hasta planificar la parte nutricional, lo que significaba criar nuevos insectos para que la dieta fuera lo más similar posible a la que tenían antes. Ese tiempo que vino no fue nada sencillo para el equipo. Era plena pandemia y el grupo tenía que operar solo con tres personas que debían velar por las ranitas, más una persona que se encargaba de alimentarlas. Una jornada normal fácilmente podía comenzar a las 8:30 de la mañana y terminar a las 10 de la noche, ya que los anfibios necesitaban la observación permanente de los especialistas por lo crítico de su estado. “Como es una especie que nunca antes habíamos trabajado teníamos que tener mucha atención a cualquier cambio que presentara, entonces inicialmente fue una etapa bien estresante y desgastante”, dice Osvaldo. Después del chequeo inicial, tenían que hacer todo lo posible para que las ranas volvieran a tener un peso normal. Para conseguirlo, comenzaron a alimentarlas de forma asistida pero solo con el 15% del requerimiento energético en base a un peso ideal. Como los anfibios venían con un estado de desnutrición no podían alimentarlas con el 100% del requerimiento energético, ya que podían descompensarse y probablemente morir. Todo lo que hacían las ranitas tenía que ser analizado minuciosamente por el equipo: qué cosa le gustaba comer, en qué espacios de la pecera se alimentaba y otros aspectos que se vinculan a la conducta animal. La etapa de reproducción fue otro proceso más de incertidumbre. No solo había que juntar los anfibios en las peceras, sino que también había que observar otros factores que podrían incentivar su conducta reproductiva, como las condiciones de luz, las temperaturas del agua, probar los lugares donde podría esconderse la ranita para reproducirse y también identificar si estaban vocalizando, ya que algunos anfibios machos lo hacen para “llamar” a la hembra. Pero las cosas ocurrieron al contrario de lo que esperaba Osvaldo y su equipo de Herpetología. Juntaron a una pareja de ranitas por cada acuario para ver cómo se comportaban, y tan solo una semana después, el grupo vio el amplexo (apareamiento) entre los anfibios. Era un día de octubre de 2020. Osvaldo no estaba en el Zoológico, porque por las restricciones sanitarias los funcionarios trabajaban por turnos rotativos. Fueron Sebastián y Lorena, los otros miembros del equipo, quienes llamaron a Osvaldo por teléfono para contarle la noticia. Apenas escuchó que las ranas estaban en amplexo, el herpetólogo salió rápidamente de su casa rumbo al Zoológico. Cuando llegó, el grupo completo a cargo de salvar a las ranitas no pudo contener la emoción. Los tres se abrazaron, saltaron y gritaron de felicidad. Su trabajo con la telmatobius dankoi estaba dando frutos. “El proceso de las ranas del Loa en sí ha sido un bien emocional, muy desgastante pero enriquecedor también. Fue un logro súper importante lo que estaba ocurriendo en ese momento, estábamos demasiado felices con los chiquillos”, comenta Osvaldo, quien hoy dirige el área de Manejo y Bienestar Animal del Zoológico Nacional. Desde esa primera reproducción hasta ahora han surgido alrededor de 400 crías de la ranita del Loa, según las últimas estimaciones que hizo el Zoológico. Ahora, la mayoría de ellas son ejemplares juveniles y siguen creciendo bajo observación del equipo que las cuida como hueso santo desde su llegada. Un hábitat que no volverá a existir Una de las certezas en torno a estos anfibios es que el que alguna vez fue su hogar histórico está definitivamente perdido. No hay ninguna posibilidad de poder rescatarlo y que la especie vuelva a vivir en esa zona. Los factores de que ese hábitat sea irrecuperable son numerosos. Uno de ellos es que, debido a las denuncias ciudadanas que se realizaron tras el hallazgo de las ranitas del Loa, el acceso donde se podía entrar a Las Cascadas está cerrado para el tránsito de cualquier persona por ser propiedad privada. De hecho, en ese sitio se iba a emplazar un proyecto inmobiliario. Hasta el día de hoy, ni siquiera los científicos pueden entrar. Eso ha sido un gran impedimento para poder realizar los análisis e investigaciones necesarias de lo que alguna vez fue el hábitat original de estos anfibios. De acuerdo a la Seremi de Medio Ambiente de Antofagasta, otras amenazas presentes en la zona son la excesiva cobertura de vegetación y las condiciones fisicoquímicas que posee el agua de esa vertiente del río Loa. El uso de agua es otro de los factores que ha impactado de forma negativa en el sector de Las Cascadas. A solo un par de metros de ese lugar tiene actividades Minera Centinela (parte del grupo Antofagasta Minerals, cuyo dueño es el grupo Luksic), empresa que posee derechos de extracción de agua de una napa subterránea. Por lo tanto, una de sus obligaciones era hacer monitoreos permanentes con el fin de que no disminuyera el caudal del arroyo donde vivía la ranita del Loa. Pero a la vista de los expertos y la determinación de la Superintendencia del Medio Ambiente de Antofagasta (SMA), ese monitoreo no se llevó a cabo por varios años. El pasado 7 de diciembre de 2022, la Superintendencia del Medio Ambiente de Antofagasta formuló dos cargos por daño medioambiental en contra de la Sociedad Contractual Minera Centinela, a cargo de la empresa Minera Centinela. Los cargos se deben al incumplimiento de la empresa en sus obligaciones ambientales relacionadas con el componente del agua, así como también que la compañía minera no informó ni mucho menos colaboró en aplacar los impactos ambientales que terminaron por degradar el hábitat del anfibio. “La empresa (Minera Centinela) ha tenido una incidencia en la baja de niveles de agua en el lugar, a lo cual se sumaría al hecho de que la misma no habría informado ni tomado medidas respecto a la problemática que afectó a la ranita del Loa, la cual estuvo cerca de desaparecer”, aseguró el entonces superintendente del Medio Ambiente (S), Emanuel Ibarra. Con lo anterior, la Sociedad Contractual Minera Centinela podría arriesgar hasta una multa total que asciende a 11.000 UTA, es decir, alrededor de $8.000 millones. En búsqueda de un nuevo hogar para la ranita del Loa Luego de que saliera a la luz la casi extinción de este vertebrado, la Seremi del Medio Ambiente de Antofagasta inició un diagnóstico integral del género telmatobius, que incluye a la ranita del Loa, con el objetivo de identificar el estado de conservación de la especie en la zona. Dentro de ese diagnóstico la institución ha empujado una iniciativa para que Ojos de Opache, el lugar donde fueron rescatadas las primeras ranas, pueda convertirse en un Santuario de la Naturaleza. Como las características ambientales de Ojos de Opache son semejantes a las del arroyo de Las Cascadas, este sitio podría funcionar como una nueva localidad para la especie telmatobius dankoi. Sin embargo, ese proceso aún está a la espera de concretarse en su totalidad. Eso significa que los últimos ejemplares rescatados del arroyo de Las Cascadas, más la población de 400 ranitas que surgieron de la reproducción, continúan viviendo en los acuarios del Zoológico Nacional. Consultado por el estado del proyecto, Gustavo Riveros, seremi del Medio Ambiente de Antofagasta, aseguró que “se encuentra en una de sus etapas finales” y que están “a la espera del pronunciamiento del Ministerio de Bienes Nacionales a requerimiento de información realizado por la Contraloría, para su posterior toma de razón”. Para los especialistas que se encargaron del rescate y rehabilitación, hay un punto de coincidencia: es urgente encontrar una localidad en la región de Antofagasta donde se pueda liberar pronto a los anfibios, particularmente a los que surgieron del proceso de reproducción. “Queda la gran duda de cuál es el porvenir de estas ranitas más adelante. No tiene ningún sentido seguir manteniendo en cautiverio en acuarios del Zoológico de Santiago, a ranitas que son de Calama”, apunta Andrés Charrier. Osvaldo Cabeza reflexiona en la misma línea. “Todavía no podemos decir que salvamos la especie porque aún sigue bajo cuidado humano en el Zoológico, el día que logremos decir que la salvamos va a ser cuando logremos reintroducirlas y se puedan mantener en su hábitat, si es que el hábitat se consigue. Recién vamos a poder decir ‘sí, salvamos a la especie’”, sentencia el especialista.

  • “Yo no me veía a mí mismo, no me quería. Eso tomó un tiempo”: Hablamos con el actor Luis Rodríguez

    En Chile nacen en promedio 2,7 niños con síndrome de Down por cada mil habitantes. Una cifra que duplica el promedio global. Este país es uno de los que más población Down tiene en la región y recién en 2018, desde las políticas públicas, empezó a correr una Ley de inclusión laboral. Hoy uno de los programas más vistos de la televisión nacional es una teleserie en la que actúa el asistente de párvulos Luis Rodríguez, quien trabaja encarnando a un joven que quiere visibilizar que las personas con Síndrome de Down también sueñan con independizarse y encontrar el amor. Fotos por Valentina Bird De sus primeros años de vida, Luis Rodríguez (29), asistente de párvulos, recuerda una situación que marcó su trayectoria para siempre: él estaba junto a su familia en la playa y se perdió. Sus padres, naturalmente, se asustaron. Pero al rato el niño volvió por su cuenta y los encontró. “Me preguntaron: ‘¿Dónde estabas? Estábamos preocupados’. ‘No sé, yo partí caminando y me perdí’, dije. Y mi mamá me felicitó en lugar de reaccionar distinto: ‘Está bien, qué bacán que estás acá. Resolviste el problema. Da lo mismo perderse, pero tú vas a llegar siempre a nosotros’”. Hoy Luis Rodríguez tiene un horario apretado. Se mueve entre diferentes ciudades, estudios de televisión, y ensayos porque se convirtió en Luchito, un personaje que vive en Cochamó, que trabaja en un almacén con su mamá y que sueña con ser influencer para inspirar a los demás. Es uno de los personajes más queridos de ‘La Ley de Baltazar’, la teleserie de Mega estrenada en junio, protagonizada por Francisco Reyes y que se trata sobre un padre que tras un infarto se niega a cumplir con las preocupaciones de sus hijos. Estos meses para Luis han significado viajes al sur, trabajo actoral con un coach, selfies con personas que lo paran en la calle. “Estábamos en esta casa y lloré abrazando a mi mamá, a mis hermanos. Hace tiempo que mi familia no veía teleseries y entonces dijeron: ‘Voy a ver a mi hijo en la tele, a mi hermano’. Eso fue muy emocionante”, recuerda sobre el momento en que desde la producción lo llamaron para decirle que había quedado. En esa misma casa ahora nos espera de short y polera en la puerta, se apresura a buscar unas galletas para las visitas y empieza diciendo que creció viendo “Romané”, “Machos”, “Los Pincheira” y tantas otras teleseries de los 2000, años en los que montaba sus primeros shows con sus hermanos. El interés por las tablas lo siguió desarrollando en el colegio. Después en talleres a los que iba los sábados y, más tarde, en la compañía de la Fundación Mawen, organización sin fines de lucro que mediante el arte y la cultura trabaja con personas con discapacidad cognitiva. “Yo llevo harto tiempo luchando por la inclusión por las personas con Síndrome de Down y ahora en la tele quizás van a cambiar más cosas, porque hay bastantes personas viendo la teleserie. Yo estoy mandando un mensaje de que nosotros somos igual que ustedes”, dice el joven. ¿Qué sientes al trabajar con actores y actrices como Amparo Noguera, Francisco Reyes y Francisca Imboden? “Al principio estaba en shock. Me emocionó mucho pensar que estoy actuando con las estrellas. Es bacán. Cuando era chico los veía en la tele, para mí son ídolos. Son muy gentiles, buena onda, me hace muy feliz estar con ellos. Es fácil también, porque cuando me cuesta algo me dicen ‘no te preocupes, vamos de nuevo’ y eso me ayuda. Me tranquiliza” ¿Este personaje rompe con los estereotipos? “Luchito está tratando de dar el mensaje de que nosotros somos independientes. Hace mucho tiempo en una serie apareció una persona con síndrome de Down y después nunca más. Ahora está volviendo otro con mi personaje y eso marca algo en Chile” Luis se refiere a “La Buhardilla”, serie de TVN de 1997, sobre cuatro músicos estudiantes del Conservatorio de la Universidad de Chile que se van a vivir al último piso de una gran casa y quieren formar una banda de rock. Allí conocen a Cristián (Cristián Gaete), un joven con síndrome de Down, quien cambiará sus vidas. “Fue raro que no apareciera más. No sé qué pasó en la tele y ahora yo estoy actuando, hubo un click en la cabeza”. Eso sí, antes de “La ley de Baltazar” se estrenó el documental “Los niños” (2016) de Maite Alberdi. “No me gustó” ¿Por qué? “Como personas con Síndrome de Down podemos hacer millones de cosas, pero el documental está mostrando que los protagonistas van a una escuela de niños que no pueden hacer tantas otras cuestiones. Una escuela sólo para personas con Síndrome de Down. En la sociedad pueden pensar: ‘Estos niños son unos angelitos’, (...) Ahí ya no me gustó” Y agrega: “Hay padres de personas con Síndrome de Down que les cuesta y tienen miedo de soltar a sus hijos. Y la sociedad no sabe cómo tratarlos. Eso hay que cambiarlo. Hay otros casos donde los papás han dejado ser a sus hijos y que ya son parte del mundo, como cualquier otra persona”. En su caso, no fueron sólo sus padres quienes lo soltaron. Segundo de seis hermanos, afirma que ellos “desde chicos entendieron, nunca me vieron con diferencia”. Así, recuerda un día de invierno en que trataba de subir el cierre de su parka. “Está malo, no puedo”, dijo, pero una de sus hermanas se acercó y se lo subió. Él le dio las gracias, pero ella le advirtió que era su turno. Le bajó el cierre y le devolvió la parka: “Ahora tú tienes que hacerlo”. Luis juntó sus manos y suspiró como diciendo “otra vez”. Hoy, sin embargo, agradece esos gestos. ¿Con qué soñabas cuando niño? "Con hartas cosas, pero dos importantes: quería ser igual que mi papá, estudiar matemáticas, ser ingeniero. Ya más grande quería ser deportista, me gustaba el fútbol. Después pensé en los niños y en el teatro. Estaba el teatro y el fútbol, teatro y fútbol, teatro y fútbol. –Hincha de Universidad Católica, confiesa que aunque ganó la primera opción, no ha perdido el interés por el deporte– Dejé de jugar fútbol y me ha servido estudiarlo: cómo son las formaciones, cómo es la historia, cómo se llaman los jugadores" En algún momento, ¿te sentiste diferente de tus compañeros durante tu etapa escolar? "¿Diferente? No sé, pero en el colegio al pasar ciertas personas me veían como 'mmm' –hace una mueca– pero mis amigos les decían: '¿Qué te pasa? Él es igual que todos'. De cursos menores me veían como raro y yo me enojaba, pero mis amigos me decían: 'Yo voy a pelear por ti'. (...) Los más grandes sabían más, pero los más chicos no entendían; los mayores decían como: 'ah, relájate' y los más chicos se cuestionaban: '¿él por qué está acá?'". Al llegar a la educación media, Luis dice que se preguntó muchas veces sería capaz de continuar. Lo conversó con un amigo suyo, Simón, quien también sentía lo mismo. Cada vez que empezaba un curso nuevo tenía las mismas dudas. “Cuarto medio es el último año, va a ser más difícil y va a ser difícil separarme de ti”, le dijo a su amigo. A Simón le aseguró que “sí, va a ser difícil, pero vas a pasar cuarto medio”. La profecía se cumplió y, una vez graduado, entró a estudiar Asistente en Educación de Párvulos en el Instituto Profesional de Chile. ¿Qué tan independiente te sientes? "Me siento muy independiente porque yo me muevo mucho. Mi familia me ayudó, mi mamá, mi papá, mis hermanos, mis amigos del colegio, a salir de esa burbuja. Ahí me siento orgulloso. Hay otras personas, para no meterme en problemas con las otras familias, que están muy protegidas, pero en mi vida yo ando en micro, en metro, puedo salir sin problema, tomar un Cabify", responde sin querer profundizar tanto en las experiencias de los demás, como teniendo mucho cuidado de no herir sensibilidades" Detrás del personaje Antes de hacer la teleserie, Luis trabajó en la Fundación Excepcionales con niños y jóvenes con síndrome de Down, pero su paso por ella se detuvo con la pandemia. También realizó actividades en la Fundación Mawen donde exploró las habilidades sociales por medio de juegos y música. “Yo les decía: vamos a estudiar el cuerpo humano, ¿Dónde está el corazón? ¿Acá?”, dice con una mano en el pecho. En la Fundación Mawen fue también donde desplegó sus dotes actorales. Primero en la obra “Sueño, locura y juventud” y luego en “Cactus, solo muere lo que se olvida”, una adaptación de “Romeo y Julieta” que tras presentarla en Santiago, la llevaron a Madrid y Barcelona. “Un día, Víctor Romero, director de la Fundación, nos dijo: ‘En España, en el Congreso XXI de síndrome de Down, nos están invitando a presentar la obra’”, recuerda. Hoy, en tanto, adelanta que están trabajando en una nueva pieza sobre la pandemia, el encierro y el estallido social. ¿Cómo te formaste para ser la persona que eres hoy? ¿Cómo aceptaste tu síndrome de Down? "Al principio estaba mal porque yo no me veía a mí mismo, no me quería, me tomó tiempo. Después crecí y dije: ‘Nooo’ –Se lleva las manos a la cabeza– ‘En verdad somos todos iguales’". Un cambio de actitud que, con algo de dificultad, ubica durante sus años en el IPChile. “Comencé a preguntar a mi mamá, a mis amigos, porque estaba tan mal en mis pensamientos. Yo no me quería a mí mismo. Después más grande dije: ‘quiero entender qué pasa’”. “Llegué a la compañía de teatro y habían más personas como yo. Ahora me siento un Lucho Rodríguez de verdad. Antes también era Lucho Rodríguez, pero era distinto. Negaba: ‘Yo no tengo Síndrome de Down’ y me decían ‘Sí, tú sí tienes Síndrome de Down’. ‘No’, respondía de nuevo. Descubrí que sí tengo Síndrome de Down y estoy feliz desde entonces”. En una escena de “La ley de Baltazar” Benjamín, el personaje de Bernabé Madrigal, le dice a Luchito: “Eres una inspiración para las personas con síndrome de Down”. ¿Tú, Luis Rodríguez, quieres ser una inspiración? "Yo creo que cambia algo en Chile por el tema del Síndrome de Down, pero no quiero ser como: ‘Ay, Lucho es un ejemplo, un orgullo, una inspiración’ –y mientras lo explica extiende los brazos y alza la voz–. Yo no quiero ser eso, solamente quiero cambiar algunas cosas. No voy a cambiarlo todo, sino más bajo perfil. Quiero ser humilde, respetuoso, que cambie un poco el país –responde, mientras con una mano acaricia a Suki, uno de sus perros que se pasea entre cada pregunta. ¿Cuáles son tus miedos? ¿A qué le temes? "Tengo miedo del rechazo, de fallar" –responde tras una larga pausa. ¿Del fracaso? "Sí. No quiero fallarme a mí mismo, ni a los demás" –dice y añade que aunque lo ha logrado manejar, es un miedo que siempre va a existir. ¿Dónde te ves en 10 años más? "Me veo con una familia, trabajando de lunes a viernes en una academia de música, teatro y cine. Formando artistas, donde ayudo a los profesores con sus clases, las que serían para todas las personas, pero con cupos. Viajando al extranjero y de ahí volviendo a Chile. Sin embargo, todavía no ha encontrado a la persona que lo acompañe en sus planes. “No hay tantas oportunidades, yo ahora estoy en mi casa con mi familia, salgo algunas noches, también trabajo. Y como dice la gente: el amor no siempre hay que buscarlo. Es bonito que llegue de repente, como si estuviera haciendo mis cosas y ahí está el amor”, comenta. Tampoco ha recibido nuevas ofertas laborales, pero dice que si lo llaman para otros papeles va a aceptar sí o sí. “Si no, ahí voy a ver. Seguiré haciendo música, me encanta escribir canciones, mis sentimientos. Estamos armando unas vacaciones con mi hermana a Europa, pero si me llaman a una teleserie lo acepto”, dice con una sonrisa cálida.

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